Memorias de Thar IV | El poder del odio: Parte I

Fanfics y relatos creados por nuestros foreros.

Memorias de Thar IV | El poder del odio: Parte I

Mensajepor janfruns » 27 Dic 2011, 17:47

Imagen


Parte I


¿Qué soy? Todavía hoy me lo pregunto y, aunque consigo conciliar el sueño, es una duda que me atormenta. Mi padre era un paladín de la Luz y mi madre un demonio, una combinación difícil de digerir para cualquier mortal y, por supuesto, también para mí. Incluso ahora, cuando el tiempo ha pasado y me he convertido en un guerrero temido por demonios y humanos a la vez, me pregunto qué sangre corre por mis venas. Sin embargo, por aquel entonces la confusión se había asentado en mí para llevarme a cometer los errores que me convertirían en lo que soy.

Tras estar dos semanas sufriendo fiebres provocadas por la herida de un maldito Caído, mi cuerpo se había rehecho magistralmente. Tan prodigiosa recuperación no le había pasado por alto a mi compañero, el caza demonios Karl Schlieffer, qué aseguraba no haber visto a nadie recuperarse de una herida demoníaca. Sentía las sospechas flotando a mí alrededor como una niebla espesa, pero Karl era un hombre precavido y no osaba decir nada. Quien sabe lo que habría hecho de conocer mis extraños orígenes. Por todo ello, mi silencio fue absoluto y tuve que contarle que en mi sueño sólo vi una fortaleza con blasones negros enclavada en la montaña y un cráneo de carnero. Aquellas indicaciones resultaron suficientes para el caza demonios que identificó rápidamente el estandarte de Gouler.

Debo reconocer que, hasta ese momento, no había visto ni un atisbo de preocupación en Karl, pero al mencionar a Gouler y su bastión, su rostro cambió. Según mi compañero, Gouler era el jefe de uno de los clanes más violentos de los Khazra, una raza de hombres cabra. Durante los últimos años se había notado un aumento de la actividad de estos demonios, al igual que los Caídos, qué parecían estar preparándose para algún tipo de nuevo advenimiento. La fortaleza donde se escondían los Khazra había sido imposible de descubrir, pues se confundía con la roca de la montaña. Gracias a mi sueño, yo era el único capaz de reconocer el lugar aun con los blasones ocultos. Sin embargo, no podíamos ir solos a rescatar a Agnetta, si es que todavía estaba viva, aunque eso poco le importaba ya a Karl como descubrí después.

Por ese motivo nos dirigíamos al Túmulo de Cuervo Sangriento que se encontraba a sólo medio día de distancia de Nueva Tristán. Al parecer, Cuervo Sangriento fue una Arpía poseedora de una destreza y agilidad sorprendentes. En vida fue respetada por sus congéneres hasta considerarla su líder, pero tras una serie de aciagos acontecimientos acabó siendo corrompida por Andariel. Ya convertida en Cuervo Sangriento y con el mal corriendo por sus venas, se dedicó a asesinar a sus hermanas hasta que fue vencida por un poderoso guerrero. Las arpías se hicieron con los restos de su líder y los alejaron del cementerio donde había morado hasta entonces. Los enterraron en lo alto de una colina y juraron vigilarlos para evitar que volviera a levantarse. Sobre su tumba formaron un asentamiento qué, con el paso del tiempo, llegó a ser un lugar de paso para comerciantes, viajantes y caza tesoros.

Llegamos poco después de la hora de comer, cuando el Sol se encontraba en su cenit y bañaba todo Santuario con su cálida luz. Lo primero que me llamó la atención del reducto de las Arpías fue que la muralla de piedra formaba un círculo perfecto y que en el centro había una torre de formas sinuosas que recordaba a una lanza. Según me contó Karl, los restos de Cuervo Sangriento descansaban bajo los cimientos de la torre en la cual siempre hacían guardia media docena de guerreras.

Entramos por el único acceso, una puerta de hierro de doble hoja que al cerrarse resultaría inexpugnable. La guardia nos detuvo al llegar, pero no hubo ningún problema pues conocían a Karl de viajes anteriores. En el interior no había más de una docena de edificios repartidos por los cimientos de la muralla y anexados a la torre. Una armería, unas caballerizas, dos posadas y el cuartel general de las guerrearas eran, entre otras, las construcciones más destacables. Todas ellas adornadas con los estandartes rojos con un cuervo negro propios de la orden a la que pertenecían. El ambiente entre la gente que paseaba por el interior, era relajado y bastante cordial. Era como si fuera un campamento de camaradas de guerra en el que todos se conocían.

Nos dirigimos directamente a la posada llamada el Jabalí negro. El tabernero reconoció a mi acompañante inmediatamente y ambos se saludaron con un fuerte apretón de manos. Sin muchos más protocolos, Karl le pidió una hoja vieja de pergamino. El posadero rebuscó bajo el mostrador hasta que encontró una en un estado más o menos aceptable y se la entregó al caza demonios quien garabateó algo con rapidez. Después, ignorándome por completo, se dirigió a la puerta y, con uno de sus puñales, la clavó en la parte exterior.

- Vamos chico – Me dijo – Te invito a un trago mientras esperamos a los voluntarios.

Nos sentamos en una de las mesas cuadradas situadas junto a la pared. Para amenizar la espera yo me pedí un poco de aguamiel y Karl una jarra de cerveza. El tabernero, que por lo visto le debía más de un favor a mi acompañante, nos regaló dos platos de guiso de patatas con carne que hizo las delicias de nuestros estómagos.

- Oye, Karl – Dijo el posadero desde detrás de la barra – Creo que dentro de un momento vas a tener visita, las Arpías ya se han enterado de tu reclamo y están corriendo la voz.

- Me alegra oírlo Heinrich, pero nuestro objetivo es ambicioso, no creo que nos sirvan los primeros que aparezcan – Contestó mi acompañante – Será mejor que nos prepares un par de camas para pasar la noche.

- Como tú digas amigo.

Heinrich tiró a un lado un trapo sucio que llevaba colgando del delantal amarillento y subió las escaleras dejándonos solos en el salón. Los primeros minutos fueron un tanto incómodos, pues ninguno de los dos hablamos ya fuera porque estábamos muy cansados o porque estábamos inmersos en nuestros pensamientos o, incluso, porque el guiso estaba extraordinariamente bueno.

En mi interior, las dudas me asaltaban y me hacían titubear. Por mi mente se paseó la idea de contarle el verdadero sueño a Karl, pero cuanto más vueltas le daba, menos seguro estaba de querer correr ese riesgo. Le había visto combatir y asesinar a un sin fin de demonios, así que si se enteraba de que yo podía ser uno no dudaría en partirme el cuello.

Por suerte, el primer candidato entró en la posada abriendo la puerta de par en par y frustrando cualquier intento de conversación. Se trataba de un hombre enorme, con un chaleco de pieles, un escudo colgado a la espalda y una espada ancha y corta de su cintura. Con un porte altivo y pocos modales se sentó frente a nosotros apoyando con tanta fuerza sus voluminosos brazos sobre la mesa que nuestras jarras derramaron parte de su líquido.

- ¡Estáis de suerte amigos! – Exclamó – Yo soy vuestro hombre, no hay demonio que se resista a mi espada o hechizo que no pueda repeler mi escudo.

Karl levantó la mirada del plato de guiso durante un segundo y después siguió comiendo con tranquilidad e indiferencia.

- Eh, amigo – Dijo el guerrero inclinándose sobre la mesa – Te estoy hablando a ti.

Por debajo de la mesa y con bastante poca discreción, mi compañero me dio un puntapié. Al principio no supe que pensar, pero tras un ligero momento de incertidumbre entendí lo que Karl intentaba decirme. Mientras tanto, el gigantón se inclinó todavía más para intentar llamar la atención sobre el caza demonios.

- Ejem, creo… - Al oírme, el rostro del hombre se volvió hacia mí con semblante feroz – Creo que la tarea que deseamos realizar es demasiado insignificante para que, un guerrero como vos, pueda estar interesado, pero cuando nuestro cometido sea lo suficientemente ambicioso no dude que será la primera espada en la que pensemos.

Mi respuesta, pese a la cortesía, no sentó muy bien y el hombre se largo escupiendo una inusitada cantidad de improperios. El resto de la tarde la pasamos recibiendo a los diferentes voluntarios que se presentaron, pero ninguno parecía del agrado de Karl quien delegó todas las negativas en mi persona. Al atardecer, la posada se llenó de gente que estaba de paso. Simples comerciantes que hacían las rutas de los mercados de los pueblos y que necesitaban un lugar seguro donde dormir, pero no hubo ningún candidato más hasta bien entrada la noche cuando tres figuras encapuchadas entraron rodeadas por un halo misterioso. Heinrich, el posadero, les indicó desde la barra quienes eran los que habían colgado la misiva en la puerta y, sin agradecérselo, se dirigieron hacia nosotros. Se sentaron frente a nosotros y se retiraron las capuchas de las capas para que pudiéramos ver sus rostros.

Unos rostros que reconocí al instante, pues pertenecían a los guerreros que me encontré en la entrada de la gruta de Wirt. Los que se habían enfrentado al Mil Toneladas que maté poco después.

- ¿Cómo os llamáis? – Preguntó Karl.

Aquellas eran sus primeras palabras en toda la tarde, lo que quería decir que habían despertado su curiosidad. Sin embargo, ninguno de los tres le contestó. Parecían más interesados en mí.

- Viendo tu cara – Dijo la mujer de ojos rasgados – Entiendo que nos has reconocido.

En esta ocasión, fue Karl quien se sorprendió y me miró con recelo.

- Así es – Contesté – Os recuerdo, aunque no con mucha claridad si os he de ser franco.

- Entonces sabrás que estuviste a punto de matarme – Continuó el hombre con barba y la cabeza rapada.

- Mis más sinceras disculpas si así fue, pero debéis saber que no era dueño de mis actos en aquel momento.

El tercer hombre, muy delgado y de piel oscura, apoyó los brazos sobre la mesa de madera y sus pulseras de metal repicaron por el constante temblor que atormentaba su pulso. Ese debía ser el que recordaba con una máscara tribal.

- Nos tuvimos que emplear en serio para reducirte y puedes dar gracias a que te dejamos con vida – Añadió con la voz rota.

- Perdonad – Nos interrumpió Karl – Por lo que entiendo, ya os habéis encontrado con anterioridad, pero lo que contáis es algo confuso.

Los tres guerreros escucharon atentamente cómo yo relataba lo sucedido y añadieron, cuando fue necesario, los detalles que desconocía. Al parecer, habían estado siguiendo el rastro de unos muertos vivientes algo escurridizos que se escondían por las montañas cuando aparecí de repente del interior de la gruta. Tras la muerte del Mil Toneladas e invadido por una frenética ceguera intenté matarles y, tras dejarme fuera de combate, me abandonaron en el bosque con la intención de recogerme más tarde. Sin embargo, cuando volvieron había desaparecido.

- ¿Cómo os llamáis? – Quiso saber Karl al finalizar nuestro relato de los hechos.

- Mi nombre es Kalil y soy un monje Sahptev de las tierras de Ivgorod – Contestó el hombre con la cabeza rapada – Ella se llama Yuan y es una maga Xiansai – Añadió señalando a su compañera – Y él…

- Todos me llaman Jamboe.

Interrumpió el hombre de piel oscura quien extendió la mano ante nuestros ojos. Del interior de su túnica como una marea oscura, emergieron una docena de pequeñas y peludas arañas que corretearon por su piel.

- ¿Un Umbaru? Increíble, hacía tiempo que no estaba en presencia de uno. Yo soy Karl Schlieffer y él es Thar…

El caza demonios me observó con sus vivos ojos durante unos instantes, rebuscando en mi interior algo que sólo él sabía.

- El azote – Añadió – Thar, El azote. Creo que es un mote muy apropiado para un joven guerrero capaz de matar a un Mil Toneladas y a un Exhumado.

Los recién llegados volvieron sus miradas hacia mí y noté como la sangre se acumulaba en mi rostro por la vergüenza.

- Pero no nos desviemos de nuestro propósito, caballeros – Continuó Karl reclamando de nuevo el interés sobre él - ¿Os apetece cazar unos cuantos Khazra?

Continuará...


Por Joan Anfruns (http://janfruns.blogspot.com/)
Avatar de Usuario
janfruns

 
Mensajes: 67
Registrado: 06 Jul 2010, 12:24
RangoClaseBattleTag
Bishibosh
BishiboshNigromante janfruns#1338

El poder del odio: Parte II

Mensajepor janfruns » 04 Ene 2012, 16:20

Mientras hablábamos con los que serían nuestros nuevos compañeros en esta aventura tan peligrosa, la posada se vació por completo. Karl les puso al corriente de lo que podríamos encontrar en la fortaleza de los Kharza y cual sería nuestro objetivo. En aquel momento, mientras le escuchaba, me di cuenta de cuál había sido uno de mis primeros errores. Pese a lo que yo creía, al caza demonios no le importaba en absoluto rescatar a Agnetta y lo único que quería era eliminar a cuantos más hombres cabra pudiera, incluyendo a su jefe Gouler. En su imperfecto plan no había cabida para la búsqueda de la joven maga. Tal vez por precaución o por falta de valor, no le interrumpí para recordarle cual debía ser nuestro verdadero propósito, así que los nuevos integrantes sólo conocieron los detalles que Karl les describió.

Poco antes de que Heinrich cerrara las puertas de la posada, deshicimos nuestra reunión y acordamos vernos por la mañana para emprender el camino hacia la fortaleza. El acuerdo, además de las riquezas que pudiéramos encontrar por el camino o saqueando a las víctimas, incluía un total silencio respecto a nuestro destino, por tanto, al partir nadie sabría a dónde nos dirigiríamos.

Karl y yo subimos las escaleras de acceso a la segunda planta, donde se hallaban los dormitorios. Nuestra habitación, pues dormiríamos juntos, pero apartados del resto de inquilinos, era un simple cubículo de un metro de ancho por dos de largo con una litera de dos camas y un ventanuco por el que entraba la suave luz de la luna.

Me quité las botas y me encaramé al lecho superior de la litera de madera con el sueño cerrando mis párpados. Apenas recuerdo nada más antes de quedarme dormido, pero pasado un rato me desperté sobresaltado por un sueño en el que un exhumado me arrinconaba en un callejón y un centenar de pútridos brazos me agarraban para evitar que presentara batalla. Alterado y nervioso, no pude conciliar el sueño así que bajé de la litera para ir a buscar algo de agua para refrescar mi garganta reseca y descubrí que no era el único que no podía dormir, pues Karl no estaba. Le encontré en el salón, frente a la chimenea apagada, sentado sobre una mesas y con una de sus dagas dibujando acrobacias entre sus dedos.

- No podía dormir – Le dije – Parece que no estoy tan recuperado como creía, tengo el gaznate seco como el desierto.

No me contestó. Hasta yo me daba cuenta del cambio de actitud que había sufrido tras mi milagrosa reanimación. Ignoraba que barruntaba, pero sentía una malsana curiosidad que me llevaría a cometer el error que aún hoy me persigue.

- ¿Estás preocupado por lo de mañana? – Pregunté mientras me sentaba a su lado con una jarra de aguamiel que había conseguido de detrás del mostrador – Supongo que no entraremos por la puerta principal…

- ¿Por qué me preguntaste por Yddrisil?

La daga detuvo de repente su veloz danza y mostró su afilada punta. Fue como si la hoja me hubiera atravesado el corazón.

- Supongo que fue simple y llana curiosidad.

Karl me miró con los ojos repletos de sospecha mal contenida.

- Te creía más listo – Se limitó a decir.

No cabía duda de que me encontraba en una situación delicada. El caza demonios había sabido interpretar bien las pistas que yo había ido dejando sin darme cuenta. Cuan ignorante era por aquel entonces. Nadie se despierta después de dos semanas de fiebres y lo primero que hace es preguntar por un demonio sin motivo alguno. Debía hacer algo y pronto para no levantar más sospechas, pero nunca debí hacer lo que hice.

- Hubo algo más en el sueño – Le contesté.

- ¿La viste?

- Sí, se encuentra en el tercer nivel de los calabozos, encerrada en un mausoleo de paredes de plomo y acero.

- ¿Qué te dijo?

- Al principio sólo oí susurros que no llegué a entender – Mentí.

Me estaba viendo obligado a contar una parte de mi sueño que hubiese preferido ocultar, pero intentaría esconder el detalle más escabroso de todos, pues no me convenía que supiera que era mi madre.

- La vi sentada en un rincón del mausoleo, mirándome con dulzura, atrayéndome hacia ella. Noté su poder, casi podía sentirlo rozándome la piel. Extendió sus manos para tocarme, para cogerme del brazo, pero me alejé de ella. No recuerdo su rostro y el único detalle que se grabó en mi mente fue el de las estrellas tatuadas en sus manos.

- Debes tener cuidado con ella – Me advirtió Karl – Deberías habérmelo dicho desde el principio, esto cambia las cosas. Si Gouler ha conseguido retener a Yddrisil es que es más poderoso que ella y eso nos pone en una situación muy comprometida.

- Lo siento.

- Si vuelve a ponerse en contacto contigo me lo tienes que decir – Continuó – No sé porqué se ha fijado en ti, pero es una experta en engaños y debemos ser precavidos. Entraremos en la fortaleza y buscaremos a Gouler, le mataremos y después te irás con el resto.

- ¿Quieres enfrentarte a ella solo?

- Tengo una cuenta pendiente y, esta vez, no se podrá escapar.

- ¿Qué te hizo?

La pregunta pareció sobresaltar a Karl más de lo esperado, pero no demostró ofensa alguna. La daga volvió a moverse rápidamente por sus manos.

- No puedo decir mucho, tan solo es la típica historia de cómo uno llega a ser un caza demonios…

Nací en un pueblo, en el seno de una familia que se dedicaba únicamente a la cosecha de trigo y algunas hortalizas sin más pretensiones. Aprendí de mi padre las formas en cómo se debe cuidar la tierra para que te recompense con sus mejores frutos y de mi madre obtuve el cariño y su comprensión cuando hacía alguna travesura. Crecí sano, fuerte y disciplinado gracias a sus enseñanzas, pero todo se torció cuando debía tener una edad parecida a la tuya.

Era una de esas noches en las que la luna se oculta tras las nubes y una lluvia fina lo empapa todo. Estaba sentado con mi padre en el porche de casa fumando un poco de tabaco de pipa a espaldas de mi madre, ella siempre decía que era malo para la salud. Bromeábamos sobre Pit y su hijo, un par de ladronzuelos a los que habían vuelto a pillar robando en las reservas de comida del ayuntamiento del pueblo, como siempre hacían. Nos parecía gracioso y para nosotros aquel incidente era lo más importante que pasaba en el pueblo. Sí, vivíamos ajenos al mundo, alejados de cualquier mención a Diablo y a sus hermanos que por aquel entonces ya campaban a sus anchas.

Mientras estábamos en el porche, a mi padre le cambió el semblante de repente, había oído algo y así me lo hizo saber. Me ordenó que entrara en casa y me escondiera con mi madre en el sótano. Así lo hice, pero antes vi como cogía la horca de cuatro puntas que usábamos para recoger la paja. Cuando entré en la casa, mi madre estaba asustada y se resistió a bajar al sótano, pero finalmente me hizo caso.

Nos escondimos bajo las maderas del suelo y esperamos a que todo pasase. No sé cuánto tiempo pasó hasta que la trampilla volvió a abrirse y la voz de mi padre nos llamó.
Salimos del escondrijo y nos abrazamos a él aterrorizados, sin darnos cuenta de que todavía llevaba la horca en la mano. Fue entonces cuando oímos su voz, la voz de Yddrisil. Estaba sentada en una de las sillas y nos miraba divertida, por supuesto no sabíamos quién era, ni cuál era su fin, pero no tardamos en averiguarlo.


- Mátalos, amado – Le ordenó la mujer – Mátalos a ambos.

Mi madre, en un acto instintivo, me empujó para protegerme con su vida. Los cuatro gajos de la horca atravesaron su cuerpo y brotaron por la espalda salpicando mis ropas con su sangre caliente. No reaccioné y tuve que ver como las cuatro puntas de madera desaparecían y le atravesaban el cuello ahogando su grito. Entonces sí, corrí. Intenté salir de la casa, pero la puerta estaba cerrada. Aquello era una trampa e Yddrisil era la espectadora de lujo, era su forma de entretenimiento, después lo supe. No era la primera vez que lo hacía y no sería la última. Enamoraba con sus encantos a un hombre hasta convertirlo en su esclavo y después lo usaba a su antojo para matar a quien desease. Esa noche, sin embargo, su plan no salió exactamente como siempre, para su beneplácito.

Mi padre, si es que lo seguía siendo, me persiguió por la casa y a punto estuvo de conseguir asesinarme en varias ocasiones, pero yo era más rápido y hábil que él. Finalmente me acorraló en un rincón de la cocina entre la pica de fregar y el horno de leña que todavía estaba caliente. Supongo que fue por instinto, pero me defendí como nunca creí que podría haberme defendido. Cogí una de las sartenes de metal y golpeé a mi padre en la cara con todas mis fuerzas. Creo que en aquel momento fue cuando perdí el control, pues seguí estampando la sartén sobre él sin importarme que al tercer golpe ya estuviera muerto. Aplasté su cabeza en repetidas ocasiones más por temor que por venganza.

Yddrisil se rió de mí, se jactó de mi valentía, de mi furia desmedida y mi falta de control. Aquel descaro sirvió para que me diera cuenta de que ella era la culpable de todo lo que había pasado. Tomé la horca de mi padre y la ataqué con toda mi inexperiencia y falta de disciplina en combate.

Podría haberme matado, haberse comido mis vísceras mientras todavía estaba vivo, pero no lo hizo. Me redujo con facilidad y me desarmó. Me tiró al suelo y se sentó sobre mí, levantándose la falda y enseñándome todas sus vergüenzas desnudas.

- Aún eres joven, pero prometes mucho muchacho.

Se inclinó sobre mí y me lamió el rostro con avidez. Pude oler su acre olor, su pérfida maldad, su ser demoníaco, pero no pude resistirme a su maligno encanto y quedé prendado de ella. Dije cosas que en absoluto pensaba, le pedí que me tomara, que hiciera con mi cuerpo cuanto quisiese, pero ella me rechazó pues quería algo más.

- Cuando crezcas, búscame y te daré lo que deseas – Me dijo.

Me acarició con sus manos tatuadas, resiguió el contorno de mis facciones con sus dedos y entonces me marcó. Una de sus uñas se convirtió en una garra y me dejó una señal para reconocerme. Dibujó en mi cara una cruz que no se borraría nunca. Después, como la niebla, se esfumó de mi casa. Cuando me sentí liberado huí tan lejos como pude, caminé a la deriva durante días hasta que mi maestro me encontró medio muerto.


- Esa es mi historia, no muy distinta a todos los míos y bastante parecida a la tuya. Ambos hemos perdido a nuestros seres queridos y hemos presenciado las atrocidades que los demonios cometen con los humanos.

Aquella fue la única vez que vi a Karl realmente afectado. Tenía la mirada perdida, como si en el interior de sus pupilas se reprodujeran las imágenes de aquel entonces. Su sufrimiento me resultó tan parejo a mí que no pude evitar sentirme apegado a él. Mi maestro había muerto víctima de un atroz conjuro, Agnetta había sido raptada y podía verse implicada en el mismo conjuro diabólico. Nuestras vidas, aunque no paralelas, sí eran semejantes.

- Eres fuerte, Thar – Continuó – Has sobrevivido a una herida mortal, has acabado con dos monstruos terribles. Tienes algo en tu interior que te hace mucho más fuerte de lo que crees, no sé lo que es, pero debes aprender a controlarlo.

Karl guardó su daga en el chaleco negro y se acercó a la ventana. El silencio entre nosotros fue largo y duró unos minutos durante los cuales el caza demonios pareció estar meditando una decisión importante. De repente, las intenciones de Karl Schlieffer se revelaron dejándome sin habla.

- Quiero que seas mi alumno – Dijo.

Continuará...


Por Joan Anfruns (http://janfruns.blogspot.com/)
Avatar de Usuario
janfruns

 
Mensajes: 67
Registrado: 06 Jul 2010, 12:24
RangoClaseBattleTag
Bishibosh
BishiboshNigromante janfruns#1338

El poder del odio: Parte III

Mensajepor janfruns » 12 Ene 2012, 13:08

Amaneció demasiado pronto en el Túmulo de Cuervo Sangriento. Los primeros rayos de Sol entraron por el ventanuco de nuestra habitación y me encontraron despierto, pues no había podido conciliar el sueño. No paraba de preguntarme por qué mi vida se estaba complicando de aquella manera. ¿Por qué no podía seguir siendo el escudero de un Paladín de renombre? Es posible que fuera mi culpa o puede que no, en aquel momento no sabía nada, pero la experiencia acabaría por enseñarme muchas cosas importantes. Mi principal problema, aparte de no saber si era humano o demonio, era que un caza demonios temido en todo Santuario acababa de proponerme ser su pupilo. Lo que debería haber sido un cumplido para otros, para mí fue una dura e inesperada sorpresa. ¿Qué pasaría si acababa por descubrir que mi sangre no era humana? Que yo era el hijo del demonio que le marcó el rostro y que provocó la muerte de sus padres. Quería rechazar el ofrecimiento, pero hacerlo conllevaría consecuencias y si quería entrar en la fortaleza de Gouler y encontrar a Agnetta, no podía permitir que Karl me dejara fuera. Sin ninguna repuesta que poder darle, me levanté y bajé al salón que empezaba a llenarse con los viajeros más madrugadores, aquellos que la noche anterior habían sido más responsables con la bebida.

Encontré a Karl junto a la barra hablando con Einrich en voz baja y pasándole un papel que el posadero leyó con atención antes de guardarlo en un bolsillo de su delantal. Como si nada de aquello hubiera pasado, el caza demonios me recibió con una exclamación y los brazos abiertos, algo inusual en él. Sin embargo, acepté tanta amabilidad de buen grado.

- Einrich ha sido muy amable consiguiéndonos unos caballos y provisiones para nuestro viaje.

Recogimos las alforjas y nos dirigimos al exterior donde nos encontramos con nuestros nuevos compañeros. Kalil, Jamboe y Yuan esperaban junto a sus caballos con las armas preparadas en las sillas y sus propias alforjas llenas. Seguían cubiertos con sus capas marrones ocultando sus cuerpos por completo, por lo que era imposible ver sus vestimentas.
Unos minutos más tarde, los cinco salimos del asentamiento de las arpías en busca de una muerte más que segura en una fortaleza repleta de hombres cabra que, probablemente, acabarían masticando nuestros huesos. No me sentía nervioso por nuestro destino, pues mi mente estaba perdida en un complicado laberinto de decisiones. Dispuesto a averiguar algo más de Karl y de su peligrosa profesión, me adelanté hasta él.

- ¿Qué hace un hombre para llegar a ser un caza demonios? – Le pregunté.

- Odiar.

Clara y sencilla fue la respuesta, pero para mí obtusa lucidez no fue suficiente.

- Quiero decir… – Continué - ¿Qué se tiene que tener?

- Ya te lo he dicho. El poder de un caza demonios proviene del odio, cuanto más odio reside en nuestro interior, mayor es el daño que podemos hacer.

- Mi maestro decía que el odio es peligroso, que corrompe y consume a los hombres.

Karl esbozó una sonrisa agradable y relajada, carente de malicia, pero que me dolió como una burla.

- ¿Te has preguntado por qué sólo las almas torturadas pueden ser caza demonios?

Era una cuestión que no me había planteado, pero la respuesta me la acababa de dar hacía unos instantes. Una persona que hubiera conocido el dolor a través del mal provocado por criaturas demoníacas sentiría un odio visceral hacia ellas, pero eso, a mi parecer, no significaría que pudiera tener un gran poder en su interior.

- Hay algo que se me escapa – Admití – Odiar no te otorga ninguna ventaja sobre los adversarios.

- En eso tienes razón, si dejase que mi rencor me dominase acabaría muerto, pero no es así. Tú has visto lo que soy capaz de hacer y todo gracias a un entrenamiento especial y, sobretodo, disciplina.

- El odio y la disciplina son opuestos, ¿cómo se pueden dominar ambos?

- Caos y orden son contrarios, pero complementarios. Nosotros, los caza demonios, dominamos ambos y sacamos todo el beneficio posible de ellos.

- ¿Cómo se consigue?

- Todo a su tiempo, Thar.

Karl hizo retroceder a su caballo hasta nuestros compañeros para planificar las paradas de nuestro viaje. Fue una forma brusca de acabar con nuestra conversación, pero empezaba a acostumbrarme a su comportamiento brusco y hostil.

Durante el resto del día, no volví a mencionar el tema y dejé que la conversación fluyera hacia otros cauces menos delicados. Llegada la noche, Kalil nos explicó cómo se conocieron ellos tres. Al parecer, la casualidad o el destino, hizo que fueran en busca del mismo objeto legendario que sólo aparece en las leyendas más viejas de Santuario. El poder de Tyrael era una armadura qué, según se relataba en algunos escritos y en los cuentos populares, otorgaba a quien la vestía un poder celestial inigualable. Entre risas y bromas, nos contaron que bajo la cripta no encontraron nada salvo polvo, pero qué, sin saberlo, se enzarzaron entre ellos en una lucha que duró varias horas hasta que cayeron extenuados. Fue entonces cuando descubrieron que el largo y duro combate había sido inútil, pues alguien había llegado primero para desposeer al guerrero que yacía enterrado de su piel de acero. Desde entonces, caminaban juntos con la esperanza de encontrar la armadura y, entonces sí, enfrentarse en combate singular para decidir quién tendría el honor de vestirla.

A la mañana siguiente continuamos nuestro camino, pero no fue hasta el mediodía que divisamos la fortaleza desde la cima de una loma. La habían esculpido en la pared de la montaña y sus almenas y ventanas apenas eran visibles a simple vista. Esperamos pacientemente escondidos en una arboleda para observar los movimientos que se produjeron durante las horas que nos separaban del anochecer. Los Khazra eran numerosos y algunos pequeños grupos armados volvían de cacería con las presas dentro de unos sacos. En aquel momento no sabía de qué se alimentaban los hombres cabras, pero después pude saber que en ningún caso era de carne humana. Tal vez lo que había en el interior de aquellos sacos no eran más que unos cuantos conejos, algún zorro y puede que en el más grande un jabalí, pero mi mente imaginó cosas más terribles.

Viendo a los hombres cabra haciendo guardia en lo alto de la fortaleza, me di cuenta de algo importante que, sin embargo, no me ayudó a evitar cometer mi lamentable error. Observando a aquellas criaturas de patas peludas, cuernos alargados y rostros ligeramente humanos, no sentí ningún tipo de odio hacia ellas. No había en mi interior rencor o ánimos violentos que me empujasen a querer acabar con ellos por cualquier medio. Juro que lo intenté, que me imaginé cercenando sus cabezas, bañando mi espada en su sangre demoníaca, pero nada, salvo una suave excitación brotó en mí.

- Debes darme una respuesta, joven Thar.

Nos hallábamos encaramados en la copa de un árbol para mantenernos ocultos y poder espiar sus movimientos y Karl, que era un hombre muy directo en sus intenciones como ya había comprobado por aquel entonces, no dejó escapar la oportunidad de presionarme para que me decidiera.

- Entraremos esta noche – Continuó, ladeando la cabeza hacia la fortaleza para señalarla – No será fácil y tengo que saber si me acompañará un discípulo o un camarada.

- No hay mucha diferencia, ¿no? – Contesté en un vano intento de ganar tiempo - Ambos somos la misma persona.

- A un camarada puedo dejarlo morir si es necesario, pero la vida de un discípulo es una responsabilidad mucho mayor.

Su respuesta no me sorprendió en absoluto, pues nada más conocerle me utilizó para ganar tiempo en el campamento de Caídos. Volví a mirar a los Khazra que estaban haciendo el cambio de guardia con un orden demasiado humano. Seguía sin sentir odio hacia ellos, seguía sin querer matarlos y, lo que era peor, veía cierta elegancia en sus movimientos y en sus gigantescos cuerpos. Eran una mezcla maravillosa entre hombre y animal, aunando el porte marcial de los primeros con una descomunal presencia física. Puede que estuviera sugestionado por mis orígenes o que la sangre que corría por mis venas me hiciera ver las cosas de otra manera, pero para mí los Khazra no parecían horribles y aterradores.

Tenía la esperanza, también, de que en los calabozos aguardara Agnetta, por la que sentía una especie de fuerte lealtad al haber sido ella quien me recogiera en el bosque. Lo único que deseaba era rescatarla y salir de aquel lugar sin tener que enfrentarme a ningún peligro, pero eso era una tarea imposible. Ni siquiera sabíamos qué nos encontraríamos una vez entráramos, así que tomé un decisión que marcó mi destino y el de Karl para siempre. Un error que no tardaría en cambiar nuestras vidas.

- Acepto – Le dije – Seré tu alumno.

Karl sacó un colgante de debajo del justillo negro en el que brillaba una pequeña piedrecita de color azul intenso, después recitó un pequeño salmo en voz baja.

- Esta es la piedra del maestro – Me explicó – Me la entregó mi mentor el día que murió y cuando llegue mi hora todo su poder será tuyo. Cógela.

La piedra estaba caliente y emitía una pequeña incandescencia azulada.

- Ahora recita conmigo.

Una a una, repetí las palabras que pronunció Karl y al acabar la piedra se apagó para volver a ser simplemente curiosa.

- ¿Qué ha pasado? – Le pregunté con curiosidad.

El caza demonios volvió a guardar el colgante en el interior de su justillo.

- Hemos vinculado nuestras almas de forma que siempre podremos sentir nuestra presencia y, lo que es más importante, en todo momento puedo saber dónde te encuentras. Es una medida de seguridad que tomamos los nuestros para que maestro y pupilo siempre estemos unidos.

Si hubiera vendido mi alma al mismísimo Diablo no me habría sentido tan acorralado como en ese momento. Había aceptado el ofrecimiento de ser su alumno con la única intención de entrar en la fortaleza y rescatar a Agnetta, pero acababa de permitir que una persona tan peligrosa como Karl Schlieffer pudiera seguir mi rastro allí donde estuviera. Me había traicionado a mí mismo, pues no había sido mi deseo aceptar y no había tenido el valor suficiente para negarme. Ese, sin lugar a dudas, fue el error más grande de… mi vida.

Fin


Por Joan Anfruns (http://janfruns.blogspot.com/)
Avatar de Usuario
janfruns

 
Mensajes: 67
Registrado: 06 Jul 2010, 12:24
RangoClaseBattleTag
Bishibosh
BishiboshNigromante janfruns#1338


Volver a “Fanart & Fanfic”

¿Quién está conectado?

Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 0 invitados

¡ENHORABUENA!
Has desbloqueado un nuevo logro