Memorias de Thar III | La morada de Morghal: Parte I

Fanfics y relatos creados por nuestros foreros.

Memorias de Thar III | La morada de Morghal: Parte I

Mensajepor janfruns » 01 Abr 2011, 10:40

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Parte I


Un día después de escapar del campamento Garrafilada dimos alcance a los captores de Agneta. Un miserable puñado de Caídos comandados por, Raikishi, el servicial siervo del Profeta ya muerto, al que no me costó reconocer, pues llevaba consigo el estandarte de su clan, del que nunca se separaba. Había sido él quien me había encerrado en la jaula donde conocí a Karl Schleifer, el mismo hombre que se escondía junto a mí entre los arbustos para espiarles.

Nos encontrábamos en el linde de un frondoso bosque en el que habían acampado con su destartalado carromato para encender una pequeña fogata con la que calentarse. Agneta y otras dos doncellas estaban encadenadas sobre el malogrado carro con un duro mendrugo de pan como única cena, pero sólo ella tenía algo de apetito. Sus dos compañeras estaban tan aterrorizadas que no podían hacer otra cosa que llorar desconsoladas.

Uno de los caídos, de aspecto robusto y más pequeño que el resto, se acercó a las chicas para observarlas con libidinosas intenciones, pero el estandarte cayó sobre él como una maza vengativa.

- Apártate de ellas apestoso hijo de Baal – Gritó Raikishi – Como una de ellas sufra algún daño, el Profeta se dará un festín con tus huesos.

- No tiene porqué enterarse si a alguna le falta una pierna – Se quejó el otro – o dos.

El grupo se cerró alrededor del jefe de la misión amenazando con amotinarse si no se le ponía remedio al conflicto.

- Os lo advierto a todos – Amenazó levantando el emblema del clan – No pienso tener piedad de ninguno de vosotros y si debo denunciaros ante nuestro Profeta lo haré.

- Eso será si...

El osado y rebelde Caído no pudo acabar sus palabras ya que el estandarte volvió a caer sobre él para golpearle en la cabeza y dejarlo fuera de combate. Aquello hizo que los demás reconsiderasen sus posibilidades y volvieran a ver con cristalina claridad quien estaba realmente al mando.

Karl me golpeó suavemente en el hombro para ordenarme una retirada silenciosa. Como dos sombras nos alejamos del campamento, siempre atentos a cualquier ruido que pudiera ser sospechoso. Abandonamos el bosque hasta alcanzar un pequeño montículo rocoso en el que guarecernos de la noche y desde donde podíamos vigilar el pequeño campamento.

- Te mueves bien – Me felicitó Karl – ¿Te enseñó tu maestro a acechar de esa manera?

Asentí, aunque en realidad mi maestro Vedesfor lo único que hizo fue pulir una habilidad que era innata en mí.

- Podrías ser un buen caza demonios.

- Creo que no me interesa – Contesté con sinceridad - yo no he escogido todo esto, sencillamente me lo encontré.

- ¿Quién era tu maestro? – Preguntó Karl arropándose con la capa mientras se sentaba sobre unas rocas.

- Maese Vedesfor “El muro”.

Sus ojos salvajes se clavaron sobre mí como si hubiera visto a una presa peligrosa a la que dar caza.

- Le conocí – Contestó mientras su semblante se relajaba de nuevo – Luchó hasta la extenuación en el asedio a Harrogath.

- Era un hombre valeroso.

- La valentía no existe cuando no tienes nada que te importe y por aquel entonces tu maestro sólo buscaba una muerte honrosa.

Las palabras de Karl me dejaron sin habla y no pude, cuanto menos, que sorprenderme.

- Murió hace unos días – Le expliqué.

- Lo lamento, aunque ya imaginaba que algo así había pasado al llevar tú su espada. ¿Qué ocurrió?

No puedo decir que aquella conversación fuera de mi agrado, pero mientras explicaba lo ocurrido en las grutas de Wirt, me di cuenta de que el pesar era mucho menor. No es que no estuviera triste por haber perdido a mi maestro, en absoluto, pero mi inquieta mente estaba aceptando la irrefutable realidad.

- Según dices, un hombre contrató vuestros servicios.

- Así es.

- ¿Sabes su nombre?

- No – Admití – No nos lo dijo, pero era anciano y llevaba una taza humeante.

- En Nueva Tristán sólo hay un hombre con esa costumbre – Me aseguró con aire sombrío – Se llama Garmond y sería capaz de vender a su madre a cambio de dos míseras monedas de oro, si es que no lo ha hecho ya.

- Habló de que un nuevo mal iba a despertar, ¿Crees que puede ser cierto?

- Últimamente los demonios están más activos que de costumbre y hacen cosas poco habituales – Me explicó con la mirada perdida en el cielo plagado de estrellas – Es normal que unos miserables Caídos vayan secuestrando doncellas, pero no lo es que las mantengan con vida.

- ¿Por eso les seguimos y no rescatamos a Agneta? – Pregunté a pesar de conocer la respuesta.

- Me dejé atrapar para averiguar algo más y durante tres días estuve metido en aquella jaula con aquellos dos pobres condenados. Por suerte, cuando tuvieron a tu chica acordaron el envío de la mercancía.

- No deberías hablar de ella como si fuera un objeto – Me quejé.

- Uso sus palabras, no las mías – Sonrió con falsedad – Y ahora viene lo más interesante de todo. ¿Sabes quién es el comprador de esas pobres chicas?

- No será…

- Efectivamente, Garmond.

De nuevo, aquel nombre se cruzaba en mi camino y no sería la última vez, sin embargo no alcanzaba a vislumbrar cual era su plan.

- ¿Para qué las quiere? ¿Por qué necesita a unas vírgenes?

- Dices que te enfrentaste a un Mil Toneladas y le venciste, esos demonios sólo se les puede invocar mediante un sacrificio de carne. Cuanto mejor es la sangre utilizada en el sacrificio, más poder tiene el demonio al ser invocado.

- La sangre de una virgen le haría muy poderoso – Deduje con torpeza.

- Y la de una docena le haría invencible.

Me sentí turbado por la espeluznante revelación y tuve la tentación de correr en pos de Agneta para liberarla de su oscuro destino, pero Karl me detuvo a tiempo.

- Si no son ellas, serán otras. La única manera de acabar con los sacrificios es matar a Garmond.

- Vayamos pues a Tristán y acabemos con él.

- Nadie sabe con certeza donde vive, nunca está en Tristán más de una noche – Aseguró – No, lo seguro es ir detrás de las chicas. Ellas nos llevarán hasta él.

Abatido, me senté para ver pasar las horas en silencio, con las preguntas bailando en mi mente la misma danza de muerte que debería bailar Agneta cuando llegara su momento. Acunado por las horribles fantasías y los salvajes pensamientos, me quedé dormido.

El fresco viento de la mañana me despertó poco antes de que el Sol rompiese por el horizonte para inundar el mundo de su protectora luz. A pesar de haber conciliado el sueño, mi cuerpo estaba dolorido por tanta desventura y me costó incorporarme, pero en cuanto la realidad volvió a mi adormecida mente me di cuenta de que Karl no estaba.

Espoleado por la situación, salí corriendo hacia el bosque sin pensar en las consecuencias que aquello podría tener. Salté sobre los arbustos, esquivé los árboles que parecían abalanzarse sobre mí y, desenvainando mi espada, me presenté en el centro del campamento de Caídos a la espera de tener que descargar mi desesperación sobre ellos, pero nadie me esperaba allí.

La hoguera había dejado de humear hacía ya bastante y no había ningún rastro del maltratado carro donde llevaban a las jóvenes. Maldiciéndome, me interné en el bosque en busca de algún indicio que me indicase el camino que habían seguido. No fue hasta pasado unos minutos que oí el lejano rumor de una pelea en la destacaban unas vocecillas agudas y gorgoteantes. A toda prisa, me dirigí hacia el lugar de donde provenían las voces que poco a poco si iban apagando.

De repente, de entre la espesura verde apareció Raikishi enarbolando su estandarte con ambas manos y su desagradable rostro contraído por el miedo. Recuerdo vagamente que, sin poder evitarlo, chocamos. Su cornuda cabeza me golpeó en el estómago y uno de los pequeños cuernos que brotaban de su frente se clavó en mí.

Karl apareció para ayudarme, cogiendo al Caído por los pies y colgándolo mediante una cuerda de uno de los árboles.

- ¿Te encuentras bien? – Me preguntó.

- – Aseguré mirando la sangre de la pequeña y fresca herida – Me pondré bien, es sólo un rasguño.

- Las heridas demoníacas tardan un poco más en cerrarse y es posible que se te infecte, pero tranquilo, es demasiado pequeña como para matarte.

- ¡Soltadme! – Gritó Raikishi – O la cólera del Profeta caerá sobre vosotros.

Mi compañero y yo nos miramos para intercambiar una sonrisa de satisfacción, pues sabíamos que no había ningún Profeta.

- Tu jefe está criando malvas – Le explicó Karl – Yo mismo me encargué de ello.

- ¡Imposiiiible! – Aulló el Caído.

El caza demonios ató las manos de Raikishi a su espalda para dejarlo indefenso y lo izó hasta tenerlo a un par de metros del suelo.

- Te explicaré lo qué vamos a hacer. Tú nos dices dónde están las chicas y nosotros no te matamos.

- ¡No pienso decir nada!

- Thar – Me dijo - ¿Quieres hacer los honores?

Encantado por tener tal privilegio golpeé al Caído varias veces con gran satisfacción. Aquel ser no sólo me había metido en una jaula, sino que se había llevado a Agneta para que realizara un ritual mortal. Tantas ofensas infringidas me dieron fuerzas para cumplir con mi cometido de forma salvaje.

- Ya basta – Me ordenó Karl cogiéndome de los hombros para separarme – Bueno, ya ves que mi amigo no se anda con remilgos, así que si nos dices lo que queremos me encargaré de que no te toque ni un pelo.

- Tú tampoco – Exigió Raikishi – Os diré lo que queráis, si tú tampoco me tocas.

Con teatralidad, Karl se metió la mano en el interior del justillo y el Caído reaccionó con horror al adivinar que su fin estaba cerca, pero mi compañero se limitó a sacar una pequeña y brillante piedra que parecía muy cara.

- Subo mi oferta. Esto es un diamante de Caldeum, ¿sabes lo que eso significa?

Raikishi asintió con los ojos rebosantes de avaricia.

- Esto puede valer unos cuantos centenares de monedas de oro, además de poseer algunos atributos mágicos.

Karl puso el diamante entre las maniatadas manos del Caído que se relamía al imaginar lo que podría hacer con ella o con el oro que podía conseguir al venderla.

- Ahora que tengo toda tu atención, espero que me cuentes lo que necesito saber.

- Sí, sí, claro – Aseguró Raikishi con urgencia – Las chicas son para un hombre llamado Garmond.

- Lo sabemos – Contesté recogiendo mi espada del suelo - ¿Para qué las quiere?

- No lo sé, pero paga muy bien por cada doncella que se le venda.

- ¿Dónde están las chicas? – Preguntó Karl.

- Las tienen los hombres de Garmond, se las hemos entregado hace menos de una hora al otro lado del bosque.

- ¿A dónde se dirigen? – Insistió mi compañero.

- No lo sé, pero iban a caballo así que no les podréis dar alcance.

Con una inclinación de cabeza, Karl me indicó que hiciera lo que considerara conveniente para sonsacarle la información, pero aquel gesto resultó mucho más eficaz que cualquier filo de espada.

- Puede… que… - Empezó a decir el Caído que veía pender su vida de una soga mucho más fina de la que colgaba su cuerpo – Querían que el intercambio se hiciera en la Morada de Morghal, pero nosotros nos negamos, por eso lo hicimos en el bosque.

- ¿Lo ves? No era tan difícil contestar a nuestras preguntas.

Las palabras de Karl vinieron acompañadas por un rápido movimiento de un de sus puñales que dibujó un arco para cortar la cuerda. Raikishi cayó al suelo entre gruñidos de dolor, pero en cuanto recuperó el resuello se arrodilló con las manos abiertas para mirar de cerca el centelleante diamante.

Allí dejamos al Caído que babeaba al ver su recién adquirido tesoro que tanta riqueza y poder le reportaría.

- Tenemos un grave problema – Me explicó Karl mientras oíamos apagarse la voz de Raikishi según nos alejábamos – Puede que nos hayamos equivocado al suponer que quería a las vírgenes para un ritual de invocación.

- ¿Por qué? – Pregunté.

- En la Morada de Morghal vive una de las bestias más peligrosas de las que he oído hablar, cabe la posibilidad de que las chicas sólo sean comida.

- Entonces debemos darnos prisa.

- Morghal está a menos de un día de camino por lo que llegaremos antes del anochecer si no nos detenemos.

La convicción de Karl me tranquilizó mucho más que sus palabras, pero había algo que me inquietaba sobremanera y era el trato que había hecho con el Caído.

- ¿Puedo preguntarte algo?

- Por supuesto.

- ¿Era realmente un diamante de Caldeum?

Karl se detuvo un momento y me miró con una burlona sonrisa dibujada en sus labios. En aquel momento, una explosión retumbó entre los árboles y unas deslumbrantes llamaradas iluminaron el lugar donde habían dejado a Raikishi disfrutando de su premio. El estandarte sobrevoló el bosque girando sobre sí mismo para clavarse a sus pies con el dibujo de la garra consumiéndose por el mismo fuego que había consumido el cuerpo del Caído.

- ¿Tú qué crees? – Me preguntó Karl pasándome un amigable brazo por encima de los hombros.


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La morada de Morghal: Parte II

Mensajepor janfruns » 03 May 2011, 10:16

Parte II


Me encontraba turbado por la forma en cómo se habían desarrollado los acontecimientos, pues habíamos tenido al alcance de la mano la liberación de Agneta. Sin embargo, me había dejado convencer por Karl para embarcarme en un plan descabellado en el que debíamos poner en peligro la vida de mi amiga a cambio de dar caza Garmond, el asesino de mi maestro. Debo reconocer que al principio el trato me pareció sugerente y tentador, pero tras perder de forma catastrófica a Agneta en manos de los secuaces de Garmond y darnos cuenta de que se dirigían a la morada de Morghal, el plan resultaba cuanto menos descabellado.

Y allí estábamos nosotros, persiguiendo a pie y campo a través a unos hombres a los que no habíamos visto y que iban montados a caballo. Con total seguridad, ya estarían apostados en la misteriosa fortaleza, mientras nosotros dos agotábamos nuestras fuerzas por llegar lo antes posible y evitar que Agneta acabase como tributo a Morghal, del que apenas sabía nada, salvo que era un monstruo terrible.

Después de varias horas de camino, nos detuvimos un breve instante para comer algo y recuperar el resuello, momento que aproveché para saber algo más respecto al monstruo que habitaba en aquella extraña fortaleza abandonada.

- ¿Qué es Morghal? – Le pregunté a mi compañero mientras le extendía un poco de pan duro que habíamos conseguido antes de abandonar Garrafilada, el asentamiento de Caídos.

- Por lo que la gente cuenta, se trata de un hombre o por lo menos lo que queda de él.

Karl Schleifer era más bien parco en palabras y costaba hacerle hablar, aunque poco a poco parecía que me estaba ganando su confianza. Cuan ingenuo era.

- Así que es algún no muerto o resucitado – Aseguré mientras me abría el justillo para curarme la herida que me había provocado Raikishi y que se obstinaba en mantenerse abierta supurando una mezcla de sangre y pus. Tan sólo esperaba que no se infectase, pues eso podría suponerme una muerte larga y dolorosa.

- Para serte sincero, nadie que lo haya visto ha vivido para contarlo.

- ¿Pero quién era Morghal? – Insistí con las facciones contraídas por el dolor que me provocaba pasar un paño húmedo por la herida - ¿Quién fue?

Mi compañero suspiró con obstinación, pues estaba claro que no quería entablar una conversación en aquel momento, aun así atendió a mi petición y me contó todo lo que se sabía de la historia de aquella vieja fortaleza…

“Muchos años atrás, cuando Tristán todavía no había sido consumida y los primeros rumores de que Diablo, el señor del abismo, moraba bajo la catedral empezaron a propagarse como la peste, existió un pueblo muy próspero llamado Ambertree que creció alrededor de un imponente castillo regentado por un justo señor llamado Émanor. Con su férrea mano y su valentía había sabido mantener a sus súbditos a salvo de todos los seres malignos que intentaron asaltar a sus habitantes.”

“Por aquel entonces, Émanor tenía un hijo en edad de casarse que se llamaba Érgus, sin embargo, ninguna doncella parecía digna de pasar más de dos noches en su alcoba. Después de muchas disputas, Émanor y Érgus se distanciaron hasta el punto en que el primogénito abandonó el castillo en busca de la tan ansiada libertad. Se desconoce dónde estuvo Érgus y las tribulaciones por las que pasó, lo único que se sabe es que volvió un año y medio más tarde acompañado por una mujer de modales exquisitos y exuberantes curvas.”

“Érgus presentó a su prometida y tras el beneplácito de su padre, ambos se instalaron en el castillo. Émanor se congratuló por tener de vuelta a su hijo tras tanto tiempo y organizó una cena en la plaza de la fortaleza para la celebración y a la que asistiría todo el pueblo, fueran cuales fueran sus riquezas.”

“Aquella misma noche, durante la cena y en presencia de todos los súbditos, Érgus asesinó a su padre de forma brutal ante la atenta mirada de su amada y misteriosa prometida que aplaudió con elegancia mientras la cabeza de Émanor era lanzada a través de la balconada. Lo siguiente que ocurrió en el castillo nadie lo sabe con certeza, pero son muchos los rumores. Algunos sostienen que Érgus, enloquecido, mató con sus propias manos a todos aquellos que allí estaban, otros aseguran que se bañó en la sangre de su padre para después abrir la tierra de la que salieron un centenar de criaturas hambrientas. En lo único que coinciden todas les historias es en que sólo hubo un superviviente, un viejo de aspecto decrépito que se hizo el muerto entre los cuerpos y que al amanecer, cuando Érgus se retiró a sus aposentos, pudo salir del castillo. De aquel hombre no queda ningún rastro y es posible que sea una mera invención, pero desde entonces nadie osa acercarse a la fortaleza por miedo a despertar al demonio que allí habita. Sin embargo, antes de poder huir vio como Érgus, en su titánica ira, traicionó a su amada e intentó matarla. Fue por eso que la mujer le maldijo corrompiendo su apuesto cuerpo y su hábil mente haciendo que no quedará ningún rastro del ser humano y naciese aquello que ahora conocemos como Morghal.”

Cuando Karl terminó, mi miedo era tan profundo que apenas podía sostenerme en pie. Si lo que contaba era cierto, en Morghal nos esperaba un guerrero atroz y salvaje que acabaría con nuestras vidas si éramos tan irreverentes como para presentarle batalla.

- Espero qué, ahora que sabes a que nos enfrentamos, tu curiosidad haya sido saciada.

Las palabras llegaron a mí como un sordo murmullo, pues me encontraba perdido en los recuerdos que rememoraban mi enfrentamiento contra el Mil Toneladas. Aquel día había tenido suerte, pero no me consideraba tan afortunado como para tentar a la fortuna de nuevo.

- ¿Tú le has visto? – Quise saber.

- No.

- ¿Qué fue de la mujer? ¿Era un demonio?

- Lo desconozco, pero sospecho que podría tratarse de un antiguo demonio llamado Yddrisil que moró por esa zona durante varios años y que tenía aspecto de mujer.

Yddrisil… cada una de las letras penetró en mi mente para grabarse a fuego en mi memoria. Nunca había oído ese nombre, pero estaba convencido de que jamás lo olvidaría.

- De hecho… - Continuó Karl – Yddrisil fue quien me hizo esto – Aseguró señalando la cicatriz en forma de cruz que desdibujaba su rostro.

- ¿Te enfrentaste a ella?

- Y estoy aquí porque huí y no me avergüenzo al contarlo. Hay momentos en los que se debe reconocer la derrota para salvar la vida.

- ¿Cómo era?

Karl me miró con rostro preocupado mientras masticaba un trozo de pan. Puede que fuera por la curiosidad inconformista que estaba mostrando o puede que por sus propios recuerdos, el caso es que me pareció ver un atisbo de humanidad en el interior de ese caza demonios de carácter indomable e independiente.

- Una mujer – Contestó al fin – Una mujer como cualquier otra.

Su respuesta me decepcionó tanto como me aterrorizó, que un demonio pudiera merodear por Santuario como una simple mujer suponía que todos estábamos expuestos a caer en sus encantos sin darnos cuenta de lo que realmente era.

Tras aquella tenebrosa conversación, continuamos nuestro camino con la misma intensidad que hasta entonces, pero no fue hasta que el Sol empezó a ocultarse que vimos dibujarse en el horizonte, recortado por los anaranjados y cálidos rayos, la fortaleza abandonada de Morghal. Caminamos por las inexistentes calles de un pueblo fantasma devorado por las malas hierbas y poblado de grajos y cuervos, mientras una espesa y fría neblina se levantaba con la llegada de la noche. Habríamos encendido una tea para abrirnos paso en las tinieblas, pero ni la teníamos ni era aconsejable revelar nuestra llegada, pues al parecer la niebla no alcanzaba el promontorio desde donde oteaba amenazante la ominosa morada de Morghal. Sus altas y espigadas torres que sorprendentemente se mantenían en pie nos observaban con altivez y sus gruesos muros parcialmente derruidos susurraban advertencias de lo que en su interior habitaba.

Emergimos de la bruma como dos supervivientes del naufragio de un navío para correr a toda prisa hasta alcanzar los muros. No sabíamos si habían apostado vigías o si Morghal nos observaba, así que cualquier precaución era poca. Karl señaló las marcas de un carro grabadas en la tierra que penetraban en el patio principal de la fortaleza. Como dos comadrejas nos adentramos en el interior aprovechando cualquier saliente para ocultarnos de la pálida y débil luz de la luna, sin embargo, al llegar al patio nos encontramos con un desvencijado carromato vacío por lo que decidimos separarnos para encontrar a los esbirros de Garmond. Karl se encargaría de los muros y los niveles inferiores si los hubiera y yo, muy a mi pesar por separarnos, del patio y los edificios que allí había. Las señas, por el contrario, no eran en absoluto atacar, sino descubrir la localización y volver a la entrada para trazar un plan que nos proporcionase la victoria.

El interior del castillo, que en algún momento debió ser una obra arquitectónica memorable dada su extensión, estaba derruido casi por completo. En su centro se erguía una de sus cinco torres rodeada por unos altos muros de diez metros de altura lo que la convertiría en el último bastión en caso de un ataque invasor. Alrededor de estos muros, había los escombros de una armería, unos establos desiertos y probablemente habitados por ratas y una humilde capilla, pero no parecía haber ningún rastro de los captores de Agneta y por supuesto tampoco de Morghal, del que empezaba a pensar que era sólo una leyenda.

Ni la armería ni los establos parecían el sitio adecuado para montar un campamento, así que me decidí a inspeccionar la capilla más por curiosidad que por las probabilidades de hallar algo. Agazapado y silencioso, me moví de una sombra a otra para no ser visto y tanto esfuerzo estaba empezando a hacer mella, pues la herida del estómago parecía latirme con fuerza. El dolor empezaba a ser tan intenso que tuve que detenerme un momento para asegurarme de que no me estaba naciendo un pequeño demonio del vientre. Desabroche el justillo y levanté la camisa empapada en sangre, la herida parecía estar gangrenándose y unas espantosas y hinchadas venas azules salían de la supurante brecha demostrando que mis peores temores se habían hecho realidad. La herida estaba infectada.

Tuve que sobreponerme al pánico de saberme muerto para poder cerrar el justillo y aventurarme a salvar a Agneta. Si yo tenía que morir de forma lenta y dolorosa, antes haría lo que había venido a hacer. Desenvainé la Venganza de Vedesfor y me dirigí a la capilla que en algún momento debió ser bella, pero que ahora, bajo la plateada luz de la luna parecía más un tenebroso cobijo de maldad. El discreto edificio estaba rodeado por un pequeño y maltrecho jardín de tierra húmeda en el que no eran capaces de crecer ni las malas hierbas. Un caminillo de piedras blancas, flaqueado por dos bancos también de piedra, alcanzaba la entrada como un puente que sortease un foso.

Abrí las puertas de podrida madera con los sentidos a flor de piel y la espada preparada para arremeter contra cualquier enemigo que pudiera aparecer, sin embargo, en el interior no encontré a nadie con el que desfogar mi frustración y odio. Me sentía cansado, muy cansado, el veneno que me infectaba estaba corriendo por mi interior más rápido de lo esperado así que al salir decidí sentarme en uno de aquellos apetecibles bancos.

Con la espada sobre mi regazo, acaricié sus runas recordando a mi maestro y sus enseñanzas que de tan poco habían servido. Recordé a Abrahel y a Theomer en su póstuma lucha y deseé poder morir de la misma manera, enfrentándome cara a cara contra un enemigo al que poder vencer, no contra un voraz veneno al que no se podía hacer frente con la espada. Incapaz de reprimirme, volví a mirar la herida y, pese a saber que era inútil, me arranqué un trozo de la manga de mi camisa y la limpie, pero todo esfuerzo era en vano, pues el pus y la sangre volvían a brotar con celeridad. Frustrado, tiré el paño empapado sobre la tierra mientras proyectaba mi frustración mascullando unos insultos.

De no haber tenido los ojos anegados en lágrimas y mi corazón cegado por la desesperación, habría visto como la tierra se tragaba el trozo de tela con ansia, pero no fue así. En aquel momento de mi vida, era incapaz de sobreponerme a algo tan inevitable como la muerte y aceptarlo como un sino escrito en piedra en nuestra existencia.

Cuando me di cuenta de que algo no iba bien, ya era demasiado tarde, ya que de debajo de la húmeda tierra del jardín de la capilla, se alzó ante mí una criatura horrible. Debía medir dos metros o más y su desfigurada cara era vagamente humana, sus manos no existían y en su lugar tenía dos muñones gigantescos repletos de afilados huesos negros. De todas las partes de su malformado cuerpo sobresalían rostros de cadáveres o más de esos mortales huesos. Había oído hablar de esa criatura en otras ocasiones, pero nunca había visto ninguna. Creo recordar de un antiguo escrito que leí, que aquella funesta bestia recibía el nombre de Exhumado pues estaba compuesta de innumerables cuerpos muertos.

El destino, pues, me sonreía ya que había deseado un adversario contra el que poder luchar y mis plegarias habían sido escuchadas. Frente a mí tenía al mismísimo Morghal y ante tamaño reto las fuerzas volvieron a mí relegando el lacerante dolor al olvido. Acaricié una última vez las runas de mi espada, me levanté para enfrentarme con honor y valentía a mi muerte y me puse en guardia para recibir la primera embestida de aquella sobrenatural bestia.


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La morada de Morghal: Parte III

Mensajepor janfruns » 17 May 2011, 22:55

Parte III



Mi maestro Vedesfor me dijo en una ocasión que la vida es un juego peligroso que tiene como único objetivo ver amanecer el siguiente día. Por mucho que en su momento demostrara mi desacuerdo, pues consideraba la vida como un bien preciado repleto de cosas maravillosas como el amor, la familia o incluso una buena historia frente a la chimenea, en aquel preciso instante en el que uno de los abotargados brazos de Morghal intentaba arrancarme la cabeza, no pude, cuanto menos, que darle la razón. Tan solo un detalle hacía que el consejo no fuera aplicable a mi caso. Ya fuera por la monstruosidad que intentaba aplastarme o por el veneno que me devoraba por dentro, las probabilidades de que viera el día siguiente eran más bien escasas. Llegado a aquel extremo de mi vida, aprendí una lección muy importante. La valentía desaparece cuando no hay nada por lo que luchar y, sin embargo, había levantado mi espada para enfrentarme a Morghal y eliminar a uno de los más horribles vástagos demoníacos de la faz de Santuario. Dicen que el mundo es de los valientes, pero cuando un valiente no tiene nada por lo que derramar sangre, su único fin es luchar hasta el final y hacer todo lo posible para que, antes de morir, el cuerpo de su adversario yazca a sus pies. Morghal iba a pagar por mi muerte con la suya y eso sólo tiene un nombre: Venganza.

El banco de piedra sobre el que había estado sentado se partió en pedazos ante la descomunal fuerza del Exhumado, mi espada rasgó su mohosa piel levantando una fétida lluvia de sangre podrida mientras me movía hacia su flanco más débil. La reacción de Morghal no se hizo esperar y me empujó para alejarme. La carne extrañamente endurecida y abrupta de su hombro me golpeó en el pecho dejándome sin aliento y tirándome al suelo sobre la húmeda tierra que rodeaba la capilla. Prácticamente sin tiempo de reacción, vi como su otro brazo se abalanzaba sobre mí para triturar mis huesos, pero pude escapar en el último momento.

Me alejé de él unos metros, pues era de vital importancia para conseguir la victoria el mantenerme alejado de sus cargas y sus espinosas protuberancias. Únicamente debía acercarme para lanzar un tajo o una estocada.

Morghal me miró con sus ojos ciegos y anegados de maligna podredumbre y la verdosa lengua colgándole de su laxa mandíbula. Aquel ser carecía de mente o por lo menos de inteligencia, pero lo contrarrestaba con un voluminoso cuerpo repleto de afilados huesos negros y prominencias endurecidas. Su único punto flaco parecía estar en las piernas o el estómago siendo ese mi objetivo prioritario a la hora de provocarle algún daño.

El gorgoteante grito que lanzó mi enemigo poco antes de atacarme me puso sobre aviso de sus intenciones y no me costó esquivar sus golpes y causarle unas cuantas heridas en los costados. Sin embargo, cuando intentaba alejarme, mi vista se nubló y las fuerzas me fallaron debido al veneno que me corroía. La Venganza de Vedesfor se escurrió de entre mis dedos sin que nada pudiera hacer para evitarlo, pues no era dueño de mi cuerpo. Cómo un títere de circo di unos cuantos pasos hasta que me derrumbé como si me hubieran cortado los hilos que me daban vida. Mi rostro se hundió en la tierra y pude oler la putrefacción que en él vivía, una descomposición de la que formaría parte en unos breves instantes.
Alargué el brazo para recuperar mi espada mientras sentía los pesados pasos de Morghal acercándose a mí. Como una serpiente repté por el fango hasta que pude sentir la empuñadura en mi poder, momento en el que me giré para hacerle frente y protegerme del ataque que estuviera planeando realizar. Los imponentes brazos del Exhumado se levantaron sobre su cabeza para caer sobre mí con el peso de una montaña, pero algo le distrajo.

Con los ojos prácticamente cegados por el dolor y la consciencia a punto de abandonarme, pude ver que una saeta se le había clavado en el hombro y que Karl Schleifer empuñaba una pequeña ballesta. Quise avisarle de que se marchara, de que huyera, pero era incapaz de pronunciar una sola palabra pues tenía la boca bañada en sangre. Aun así, hice un último esfuerzo pues había encontrado la oportunidad que necesitaba para acabar con Morghal quien me había dado la espalda. Me levanté con piernas temblorosas y agarré con ambas manos mi espada. Jadeando, concentré todas mis fuerzas en mis brazos y me abalancé sobre él como un salvaje carente de inteligencia y rebosante de puro instinto asesino.

La suave brisa me despertó acariciando mi rostro con delicadeza. El cielo azul se extendía sobre mí como un domo de paz y tranquilidad. Una ardilla de pardo pelaje se encaramó sobre mi pecho y hurgó en los bolsillos de mi justillo para sacar de él un pequeño trozo de pan seco. Como una diminuta ladronzuela, la ardilla escapó con el botín sin percatarse de que yo estaba despierto.
No sabía cuánto había dormido, pero las fuerzas habían vuelto a mí y pude levantarme sin problemas. Tampoco la herida de mi estómago estaba y tan solo quedaba, como único recuerdo, una cicatriz.

- Me alegra verte de nuevo, Thar – Dijo una voz femenina.

Al volverme me encontré con una apuesta mujer de mediana edad con el pelo negro rizado, ojos marrones y unos delicados labios rosados que me sonreían. Vestía un largo vestido negro de gasa y puntilla que cubría como un manto la verde hierba del prado. Su delicado torso estaba enfundado en un corpiño negro con vetas blancas del que asomaban sus turgentes pechos que latían al ritmo de su respiración.

- ¿Quién eres? – Le pregunté.

Sus delicadas manos, adornadas por dos estrellas tatuadas, acariciaron mi mentón y sus ojos del color de la arcilla, me observaron con condescendencia.

- Sígueme – Se limitó a decir mientras se alejaba de mi.

Hipnotizado por su misterioso halo, hice lo que me pidió. Caminamos juntos durante unos minutos sin dirigirnos la palabra hasta que encontré la voluntad suficiente para romper el silencio.

- ¿Estoy muerto?

Ella negó con la cabeza sin apartar la mirada del horizonte plagado de montañas.

- ¿Estoy en un sueño?

- Lo estas, pero no es tu sueño.

Me detuve ante una respuesta tan incongruente, pues nadie podía estar en el sueño de otra persona. ¿O sí?

- No te de tengas – Me aconsejó – Tenemos ante nosotros un largo camino hasta nuestro destino.

- No lo entiendo, si no estoy muerto… ¿Dónde me encuentro?

- Estamos a unas pocas millas al norte de Tristán y nos dirigimos hacia aquellas montañas en busca de una fortaleza oculta.

- ¿Por qué?

La mujer ladeó la cabeza y se apartó los bucles de pelo que le caían sobre el rostro, mostrando el tatuaje estrellado del dorso de su mano.

- Luchaste como un valiente contra el Mil Toneladas y también contra Morghal – Concluyó con sobriedad – Creo que es el momento de que sepas realmente quien eres.

De nuevo volvió a repetir aquel gesto tan extraño. De nuevo volvió a acariciarme el rostro con sus manos, recorriendo cada ángulo y cada pliegue de mi piel. Y, de nuevo, volvió a lanzarme aquella misteriosa mirada repleta de nostalgia y tristeza.

- Tendrás que disculparme, pero para que lo entiendas todo debo remontarme a una veintena de años atrás…

“Por aquel entonces ya se sabía que Diablo había aparecido sobre la faz de Santuario y muchos aventureros viajaban en busca de dinero, gloria y recompensas a Tristán. Uno de aquellos jóvenes aventureros era Vedesfor, tu maestro, al que nadie conocía todavía como El muro. Le conocí en un mercado de un pequeño pueblo y quedé prendada al instante de su varonil atractivo, pero no pude acercarme para hablar con él, pues estaba comprometida con Gouler, quien me acompañaba aquella mañana.”

“Mi corazón siguió pensando en aquel extraño del mercado durante muchos días y muchas noches, mientras mi cuerpo moraba al lado de mi prometido quien me poseía sin cesar. No fue hasta un mes más tarde que hallé la oportunidad de huir del que ya consideraba mi captor, pues Gouler decidió marchar a la batalla con todo su séquito. Al día siguiente abandoné nuestra morada dejando a alguien con el encargo de matarle cuando volviera.”

“Me adentré entonces, en la nueva y apasionante aventura de encontrar a mi deseado caballero, pero no fue hasta un mes después que le hallé, gracias a la fortuna, a unas pocas millas de Tristán. Estaba malherido y con devoción me volqué en sanar sus heridas y cuidarle para que recuperara las fuerzas. Fue un largo tratamiento durante el que estuvo delirando mientras la fiebre le subía sin cesar. Sin embargo, se repuso y mi sueño se cumplió."

“Vedesfor se enamoró de mí tanto como yo lo estaba de él y ambos nos entregamos a la pasión como dos adolescentes. Nueve meses después nació un niño al que llamamos Thar y al que amábamos con toda nuestra alma, pero la tragedia se cernió sobre nosotros pocos meses después de tu nacimiento, pues Gouler nos encontró.”

“Recuerdo aquella noche como si fuera hoy mismo, estábamos en nuestra casa, una humilde casucha de piedras en el medio del bosque, muy cerca de un río. Yo estaba dándote de mamar, mientras Vedesfor cortaba algo de leña para acabar el tejado. La paz y felicidad que sentía mi corazón era tal que cuando vi aparecer a Gouler de entre los árboles creí estar viendo una aparición imposible. En cuanto me di cuenta de lo peligrosa que era la situación le di el niño a tu padre y le pedí que se marchara, pero era demasiado terco como para hacer caso a una mujer y cuando conseguí convencerle ya era demasiado tarde.”

“Lo que sucedió entonces fue realmente horrible ya que Gouler no era humano sino demonio, pero tu padre consiguió salir de allí contigo gracias a su arrojo y mi sacrificio. Sin embargo, todos los acontecimientos atormentaron a Vedesfor hasta el punto de dejarte al cargo de una familia de agricultores de Bramwell y marcharse a deambular por Santuario en busca de su propia muerte.”

Mi corazón palpitaba con fuerza en aquel momento, pues nunca pensé que Vedesfor pudiera ser mi padre. Por eso, deduje con acierto, cuando fue a buscarme a la granja los que habían sido mis padres me entregaron sin reparos a él, pero entonces…

- ¿Tú eres mi madre? – Dije con cierta torpeza.

- Sí, lo soy.

- ¿Estás muerta?

- No

Nos detuvimos en lo alto de una colina y señaló las montañas que se erguían a escasa distancia. Entre las escarpadas paredes verticales subía un camino lo suficientemente ancho como para que pasaran diez soldados hombro con hombro y, en lo alto, unos blasones azules con un cráneo de cabra en su centro ondeaban sobre las almenas.

- Ese es la fortaleza de Gouler – Me dijo – En su interior, en el tercer nivel de los calabozos, en un mausoleo de paredes de plomo y acero me hallo encerrada.

- ¿Eres presa de ese monstruo?

- No sólo eso, hijo mío, también soy víctima de atroces vejaciones.

- ¿Pero cómo puedo estar hablando contigo si estás allí encerrada?

- Soy poderosa, por eso Gouler me tiene encerrada, me desea tanto como me teme.

- Yo te salvaré – Aseguré más con el corazón que con el cerebro.

- No estoy hablando contigo para que pongas en peligro tu vida, sino para advertirte de que Gouler sabe quién eres.

Reconoció a Vedesfor en las cuevas de Wirt y dedujo con acierto quién eres tú. No cederá en su empeño por verte muerto y, de esta forma, hacerme sufrir a mí.

- No le temo…
- Tu amiga no es más que un anzuelo, no debes caer en su trampa. Abandónala y huye bien lejos de estas tierras.

Lo que mi madre sugería era mezquino, pero no tuve tiempo a rebatir sus palabras pues su imagen empezó a desdibujarse.

- ¿Qué está pasando? – Le pregunté.

- Despiertas y mi influencia sobre ti se desvanece – Me dijo mientras acariciando mi rostro con sus traslucidas manos – Huye de Gouler, abandona tu misión de salvar a la chica, salva tu vida…

Su vestido negro empezó a desvanecerse entre volutas de humo y una curiosidad urgente creció en mí al verme despojado de la compañía de mi recién conocida madre.

- ¿Cómo te llamas? – Le supliqué – Dime tu nombre.

Mi madre desapareció antes de que sus labios pudieran contestar a mi pregunta y el suelo empezó a resquebrajarse bajo mis pies hasta que un estallido de luz me cegó.



Me levanté de repente y noté una mano fuerte que me sujetó del pecho. Los felinos y avivados ojos de Karl me miraban con preocupación mientras posaba su mano desnuda sobre mi frente.

- Ya no tienes fiebre – Dijo – Reconozco que eres muy obstinado, no había visto a nadie aferrarse tanto a la vida como tú.

- A…agua, por favor.

Mi compañero me ofreció un poco del refrescante líquido.

- ¿Cómo te encuentras? – Quiso saber.

- Como si me hubieran pisoteado una manada de Wendigos.

- Para serte sincero, creo que te habría dolido menos – Bromeó.

Con preocupación, me levanté la camisa para ver en qué estado se encontraba la herida y me sorprendió ver que sólo había una cicatriz, igual que en mi sueño.

- ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

- Dos semanas.

- Gracias por salvarme, ¿mataste a Morghal?

- No me hizo falta, chico – Aseguró Karl – Tú lo hiciste por mí, atravesaste su cuerpo partiéndolo por la mitad como si fueras un salvaje bárbaro de las estepas heladas del Monte Arreat.

- ¿Qué hice qué?

Por segunda vez en semanas había acabado con un demonio con mis propias manos y no unos demonios cualquiera. ¿Cómo lo hacía? ¿De dónde salía tanta fuerza?

- No hablemos ahora de eso – Sugirió Karl – Deberías comer algo para recuperarte.

Mi compañero se alejó unos metros y arrancó una pata del conejo que se estaba asando sobre la pequeña hoguera. Si lo que decía sobre la muerte de Morghal era cierto, en mi interior residía una fuerza sobrehumana que yo mismo desconocía. Sabiendo como sabía que era hijo de Vedesfor, consideré muy posible que se tratara de parte de su herencia. Sin embargo una idea brotó a mi mente cuando, de forma inexplicable, una serie de hechos se asociaron de forma inverosímil.

- Karl, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Por supuesto – Me contestó él pasándome la comida.

- ¿Cómo podría reconocer a Ydrissil si me la encontrara?

El rostro del mata-demonios se desencajó durante un instante al oír el nombre de la mujer demonio, pero supo recuperarse rápido y contestar a mi pregunta, confirmando mis mayores temores.

- Cuando la conocí llevaba unas estrellas tatuadas en las manos.

Fin


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