//Hola gente, bueno he escrito algo y necesito de opinión pública xD Os lo cuelgo aquí y si me dais vuestra opinión lo agradecería mucho, tanto buena como mala. No es gran cosa, es un relatillo corto y no tiene nada que ver con la saga Diablo.//
La sentencia
El país había sufrido una terrible catástrofe. Todo el mundo estaba conmocionado por tal suceso. Cuando caminaba por las calles podía ver la cara de los niños desilusionados, sin vida. Algunos habían quedado tullidos para el resto de su existencia. Los que antes eran más veloces jugando o en algún deporte ahora estaban inválidos para el resto de su vida. Las casas eran escombros, polvo, como si algún terrible demonio hubiera decidido calcinar la vida y ahora estuviera riendo allá en sus lejanas tierras. Yo por mi parte había quedado impune. Extraño… ¿Verdad?
Muchos me envidiaron por ello. Fui desterrado, primero, por mi propia familia fuera de ésta. Luego por el pueblo entero fuera de toda tierra en la que había vivido. ¡Terrible es la envidia, terrible…, y más cuando es causada por la mano del mismo demonio! El terrible pueblo, que antaño había sido fértil y feliz ahora yacía derrotado, como una bestia atada, la cual es cegada por su propia furia. Los cielos ya no alumbraban en aquel pueblo, la luz de Dios ya no existía para ellos. Ni siquiera tenían ánimo para renovar las casas, o formar otra iglesia, en la cual refugiarse. Quizás Dios sólo estaba conmigo, por alguna razón, y por ello me decidí a hacer el mayor acto de fe jamás logrado en todo el mundo.
Primero me acerqué a mi familia. Aún vivían entre los escombros. Me pregunté cómo se habían mantenido con vida hasta entonces. La respuesta llegó más tarde. Un grupo de voluntarios de alguna ONG habían establecido un campamento en lo que antes era la plaza del pueblo, daban comida, bebida, y una cama en la que dormir; los maldije, pues estaban contradiciendo la palabra del Señor. Dios quería que aquel pueblo sufriera por alguna razón y luego me había mandado a mí para acabar con toda vida existente en aquel lugar maldito.
¡No, el demonio no había tenido nada que ver! O quizás sí… ¡No lo sé! Sólo sé que me acerqué a mi madre con una vara de hierro oxidado que encontré por el camino y la empalé contra las rocas. Y luego a mi hermana. Y a mi padre. Y a mis antiguos vecinos. Y a todo el pueblo ¡Oh señor, tan sabio tú, gracias por encomendarme tal misión sagrada, gracias por confiar en mí! ¡Pero tuve misericordia con los pobres inocentes de la ONG! La mano de Dios no deseó que ellos viajaran hasta su reino celestial, y yo, así los dejé en este mundo pestilente, misteriosamente malvado y oscuro. Luego los ángeles me agarraron, me dieron las gracias y me besaron en la frente, la cual tenía manchada de sangre, al igual que todo mi cuerpo. Y mis manos ¡Sobretodo mis manos! Eran tan rojas que me daba la impresión de que la llama imperecedera del señor me estaba iluminando. Los ángeles me llevaron en un carruaje guiado por unos querubines que subían al cielo atravesando las nubes.
Y desde el cielo escribo este suceso, con tinta de oro, en un papel de un material irrompible. Lo extraño, es que aún no he visto a mamá para que me de las gracias.
El Doctor suspiró. Guardó la hoja escrita por Ángel en la funda con su expediente.
- No tiene remedio ¿verdad?
- No. Piensa que este manicomio es su hogar. Piensa que es el cielo. – Dijo el psiquiatra al pobre primo de Ángel. Al único que no había matado en su delirio psicótico.