Memorias de Thar VI | El juramento - Parte I

Fanfics y relatos creados por nuestros foreros.

Memorias de Thar VI | El juramento - Parte I

Mensajepor janfruns » 29 Feb 2012, 09:12

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Parte I


Pese a su aspecto, los Khazra son unos seres que creen profundamente en el honor dado su antiguo pasado humano. Se organizan en clanes y dentro de ellos en castas, de ahí que al ver caer a su señor, nuestros captores no cayeran sobre nosotros. Después de dejarnos salir de la arena donde yacía sin cabeza Gouler, nos internamos en unos túneles completamente desiertos. Mis compañeros y yo nos manteníamos juntos y en guardia, pues no confiábamos en la duración del rédito otorgado pos nuestros enemigos.

- Creo que debería contaros algo – Susurró Jamboe.

- ¿Es importante, viejo loco?

Kalil siempre se refería al umbaru con términos semejantes, pero parecían no ofenderle en absoluto.

- ¿Acaso tu vida lo es?

- Déjate de acertijos y misterios – Le increpó Yuan - ¿Qué sabes que sea tan relevante en este momento?

El hechicero curandero se rascó nerviosamente la calva tatuada mientras buscaba la mejor manera de compartir la información con nosotros.

- Bien, no sé si lo sabéis, pero antiguamente los Khazra fueron miembros de los clanes umbaru.

Como un solo hombre nos detuvimos para clavar nuestras incrédulas miradas en él.

- ¿Que fueron qué?

- Es una vieja leyenda de nuestras tribus. Los Vizjerei vieron en ellos al ejército perfecto y corrompieron sus cuerpos para que estuvieran al servicio del demonio Zagraal.

Descendimos por unas pronunciadas escaleras de madera que crujían bajo el peso de Heremod quien no disimulaba su disgusto.

- ¿Qué tiene de importante eso ahora? – Preguntó con malos modos el bárbaro.

- Déjame acabar y los sabrás – Contestó malhumorado Jamboe – Los Khazras en sus orígenes eran extremadamente poderosos por su vínculo con Zagraal.

Unas graves trompetas resonaron por los anchos muros del bastión Khazra como si se tratara de una señal.

- ¡Maldito viejo! – Exclamó Kalil – Abandona los detalles y escupe ya lo que guardes.

- Fuimos los umbaru los que acabamos con Zagraal y condenamos a nuestros hermanos a una vida en forma de hombres cabra.

- Sigo sin entender a que viene esto.

El rumor de millares de voces se propagó por los túneles hasta que llegó a nosotros con espantosa claridad. Una y otra vez las graves gargantas de los Khazras repetían la misma palabra: Umbaru.

- Pues eso, que precisamente no nos tienen un aprecio especial – Añadió Jamboe con una sonrisa amarga.

- ¡Corred!

Si entre nosotros no hubiera estado el hechicero, seguramente nos habrían dejado salir de la fortaleza como muestra de respeto, pero al estar él ya nos habían otorgado la excesiva gracia de una posible escapatoria. No iban a dejar que un umbaru entrara y saliera de su fortaleza sin represalias. Bajo nuestros pies, el suelo empezó a temblar cuando millares de pezuñas enloquecidas salieron en nuestra búsqueda.

No tardamos mucho en encontrarnos a los primeros hombres cabra. Kalil fue rápido como el rayo en su reacción y los abordó mucho antes de que ninguno de ellos pudiera levantar su arma. Sin embargo, otros aparecieron por la retaguardia. No teníamos ningún plan y nuestras posibilidades de escapatoria iban disminuyendo con el paso de los minutos. ¿Qué haríamos al llegar al patio central? No podíamos presentar batalla a todo un ejército y esperar abrir la puerta del bastión. Pese a todo continuamos improvisando por los corredores y salas que nos encontrábamos dejando un reguero de muerte fácil de seguir.

“Encuentra a la maga, ella os ayudará”


La voz de mi madre, Yddrisil, fue un tenue susurro en mi mente, pero a la vez llegó con tanta claridad que tuve que detenerme para mirar hacia atrás. Tal vez fuera una trampa, pero no teníamos más opción que seguir su consejo.

- ¡Debemos bajar a los calabozos! – Espeté sin previo aviso en medio de nuestra carrera desesperada.

- ¿Los calabozos? ¿Has perdido la cabeza? – Preguntó Heremod mientras tumbaba de un puñetazo a un hombre cabra.

- Hacedme caso – Insistí – Hay alguien que puede ayudarnos a escapar.

Una veintena de pútridos brazos brotaron de las paredes y sujetaron a media docena de enemigos que se acercaban por el fondo del corredor. Jamboe pronunció entonces unas palabras extrañas que provocaron un efecto increíble sobre los Khazras atrapados. Tan buen punto las silabas impronunciables llegaron a sus oídos, empezaron a matarse entre ellos con una violencia desmedida.

- Yo estoy con el chico – Aseguró el médico brujo.

Yuan y Kalil apoyaron la decisión del umbaru, dejando a Heremod sin muchas opciones de rebatir la desesperada propuesta.

- Está bien – Concluyó – ¿Por dónde debemos ir?

Fue un momento incómodo, pues sabía lo que debíamos hacer, pero no cómo hacerlo. Mis cuatro compañeros me observaron con impaciencia mientras los gritos de más Khazras se acercaban por todas partes.

En mi mente apareció la imagen de una celda oscura en lo más profundo de un calabozo húmedo. Era como si estuviese allí mismo, casi podía tocar los fríos barrotes y vislumbrar la figura que estaba sentada en un rincón, pero la imagen retrocedió de inmediato para indicarme el recorrido exacto que debía seguir para llegar hasta ella. Uno tras otro, recorrí los pasillos viendo a los hombres cabra deambulando en nuestra búsqueda. Cuando por fin llegué a mi cuerpo, lo sentí sacudirse al recibirme de nuevo en su interior.

- ¡Por allí! – Grité.

Rehíce el camino que acababa de ver a toda prisa, pues sabía que cualquier minuto que pudiéramos ganar era vital. Nos encontrábamos realmente cerca de nuestro objetivo cuando nos acorralaron en una gran sala de armas. Nuestros enemigos nos rodearon con las largas armas de asta alzadas. Se trataban de una veintena de guerreros en un estado febril que los hacía más peligrosos de lo normal. Sus bocas estaban repletas de espuma y sus ojos eran dos tenebroso pozos negros. Sin lugar a dudas, se encontraban bajo un trance demoníaco.

Yuan me tiró al suelo, imitando a Heremod y Jamboe. Kalil se quedó en pie sujetando su bastón ritual en horizontal sobre el pecho y los ojos completamente cerrados. Pude oír el continuo mantra que repetía una y otra vez en voz baja, pero no entendía qué estaba intentando hacer y porqué debíamos permanecer tumbados en el suelo. No tarde en averiguarlo.
De improviso, un estallido de energía emergió del interior del monje para abarcar toda la habitación y después arrastrar, irremediablemente, a todos los Khazras hacia el interior del vórtice en el que se había convertido. El bastón danzó como una centella entre cada uno de los cuerpos que se acercaban atraídos por la energía espiritual de Kalil. Unos segundos después, no quedaba ni uno solo de los hombres cabra en pie y pudimos seguir nuestro camino gracias al extraordinario poder del monje. No tardamos en llegar a las escaleras de acceso a los calabozos y allí todo parecía estar en calma. Por lo visto, daban por hecho que no entraríamos por iniciativa propia en ellos.

Si las paredes de la fortaleza ya eran toscas y afiladas, las de los calabozos eran como cuchillos hambrientos en busca de carne que rasgas. El frío y la humedad eran poco menos que insoportables y el hedor que emergía de algunas celdas denotaba que había algún cadáver pudriéndose en ellas. Con las imágenes del camino todavía frescas en la mente no me costó encontrar el agujero en el que estaba encerrada la joven maga que tanto tiempo llevaba buscando.

- ¡Agnetta!

Cuando pronuncié su nombre en voz alta, mi corazón latió con un poco más de fuerza, como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía mucho.

- ¿Thar? – Dijo una voz en las oscuras profundidades de la prisión - ¿De verdad eres tú?

Tres figuras se dibujaron cuando las sombras se apartaron a su alrededor como un velo de seda. Tres mujeres idénticas, tres Agnettas completamente iguales estaban encerradas tras los barrotes, pero sólo una era la de verdad. Al unísono extendieron los brazos para tocarme, pero me hice a un lado temeroso de que se tratara de otra trampa. De repente, dos de las figuras se desdibujaron y desaparecieron para revelar a la maga real.

Yuan nos pidió que nos apartáramos y proyectó uno de sus rayos rojizos sobre los barrotes que se fundieron como la mantequilla. Al sentirse liberada, Agnetta saltó sobre mí y me abrazó hundiendo la cabeza en mi pecho.

- Nunca he perdido la esperanza de encontrarte – Le dije – ¿Cómo has conseguido sobrevivir tanto tiempo?

- Necesitaban vírgenes para el ritual y me serví de mis reflejos para que no supieran quien era mi verdadero yo. Las otras chicas tienen que estar por aquí, en algún lugar.

- Enseguida las encontraremos, pero antes debes decirnos cómo podemos escapar.

Agnetta se separó de mí y se limpió las lágrimas con la palma de las manos.

- He oído el curso de un río bajo los calabozos y he visto a los Khazra subir con barriles desde el fondo todos los días.

Efectivamente, unos metros más allá había una puerta de madera con remaches de metal que daba acceso a una escalera escarbada en la roca que descendía por la montaña. Al fondo se oía el curso de un río subterráneo.

Liberamos al resto de doncellas que todavía estaban vivas y empezamos a descender por el único medio de escape de que disponíamos, pero algo sucedió en ese momento que me heló la sangre.

El grito de mi madre me atravesó el cráneo como una lanza y me tambaleé turbado por el dolor que me produjo. Yddrisil se encontraba en peligro y, de algún modo, me sentía en deuda con ella por habernos ayudado a escapar, por lo que tomé una decisión.

- Continuad sin mí – Les pedí a mis compañeros mientras deshacía el camino – Nos veremos fuera.

- ¡No hagas locuras, muchacho! - Exclamó Heremod – Estamos demasiado cerca de salir con vida de esta locura.

Sin prestar atención a sus palabras, les abandoné sin temor a pesar de saber a quién me iba a enfrentar, pero tan sólo esperaba que no fuera demasiado tarde y pudiera convencerle de que no matara a mi madre. Cuan ingenuo era por aquel entonces. Nadie puede esperar que Karl Schlieffer tenga compasión de un demonio.

Continuará...


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El juramento - Parte II

Mensajepor janfruns » 19 Mar 2012, 13:17

Parte II


Los recuerdos de mi vida en Bramwell los conservo en un aislado rincón de mi mente como único rescoldo en el que siempre seré capaz de encontrar algo de paz. En esa pequeña cueva de mi memoria revivo todo tipo de momentos felices junto a mis padres. Poco me ha importado siempre que fueran adoptivos, pues nadie salvo ellos, me entregó tan sinceramente su amor.

Mientras entraba en el tercer nivel de los calabozos, mis pensamientos habían aprovechado uno de mis descuidos para retirarse a mi secreto remanso de paz. Sin que nada pudiera hacer para evitarlo, las imágenes de una tarde de verano a orillas del río inundaron mi interior. Cada domingo, mi padre y yo nos armábamos con nuestras cañas de pescar y bajábamos hasta el arrollo para pasar todo el día. Mis amigos decían que era muy aburrido, pero no habrían pensado lo mismo de saber lo mucho que hablábamos de ellos. Podíamos estar horas chismorreando de la gente del pueblo y de sus manías. Pasado el mediodía, si el cielo estaba despejado y algunas nubes flotaban ingrávidas en el inmenso azul, nos tumbábamos sobre el verde de una colina y observábamos las esponjosas formas en busca de figuras reconocibles. Mi padre era un verdadero maestro en vislumbrar el secreto de las nubes, pues así llamaba él al juego. Aseguraba que me ayudaría a distinguir el verdadero interior de las personas, ya que aseguraba que todos somos como nubes. Formas volubles que enmascaran profundas debilidades, inconfesables temores o vergonzosas confidencias, figuras reales escondidas dentro de una vasija de carne.

Como ya he dicho, mi padre era el mejor y descubría la verdadera forma de las nubes antes incluso de que ésta la adoptase. En cambio yo era un desastre en comparación con él. Si mi padre hubiera estado conmigo al entrar en el mausoleo donde estaba encerrada Yddrisil, se habría dado cuenta rápidamente de lo que estaba sucediendo en realidad, pero desgraciadamente no estaba allí para aconsejarme y aquella nube era sólo para mí.

Karl Schlieffer estaba sujetando por el cuello a Yddrisil y la amenazaba con una de sus dagas. La sensación que tuve al ver por primera vez a mi verdadera madre fue algo turbadora, pues llevaba un vestido de gasa blanca que dejaba entrever todos los rincones de su cuerpo pese a la penumbra reinante. El juvenil atractivo que recordaba del sueño en el que me habló, había desaparecido devorado por la edad, pero no dejaba de ser una mujer cautivadora que además no mostraba signos de temor pese a tener una afilada hoja de acero acariciándole la yugular.

De un empujón aparté a Karl, quien se había envuelto el torso con parte de una cortina para detener la hemorragia. Me sorprendió ver que todavía estaba entero pese a haber recibido una herida de tanta gravedad.

- ¡No sabes lo que estás haciendo! – Exclamó Karl con una mueca de dolor.

Yddrisil pasó los brazos alrededor de mis hombros y me besó en la mejilla.

- Es muy consciente de sus actos mi querido Karl – Replicó ella – Está protegiendo a su madre.

- ¿Tu madre?

Los ojos de lobo de Karl se clavaron en mí provocándome una incómoda sensación de vergüenza y culpabilidad. El secreto que tan fervientemente había intentado ocultar había sido revelado por fin y las consecuencias podían ser fatales.

- Ella nos ha ayudado a encontrar la salida – Le intenté explicar a Karl en busca de una excusa que le distrajese – No te pido que le perdones todo lo que ha hecho, sólo…

- ¿Eres hijo de un demonio?

- Yo no…

- Hicimos el juramento de la unión de almas ¿Cuándo pensabas decírmelo?

- No sabía cómo reaccionarías – Le contesté intentado suavizar la situación – Hace poco que lo sé y ni siquiera yo me lo creo.

Yddrisil, mientras tanto, me tocaba como no lo debería hacer una madre. Sus manos tatuadas me tocaron la cara repasando cada una de mis facciones, después descendieron por el cuello y los hombros hasta mi brazo donde apretó para sentir la fuerza de mis músculos. Acto seguido, palpó mi pecho y su rostro se acercó tanto a mí que pude sentir su aliento sobre la piel.

- Te has convertido en un hombre fuerte y apuesto – Aseguró ella con vehemencia.

- Apártate – Me ordenó Karl.

- Es mucho más apuesto y viril que tú – Añadió Yddrisil.

El rostro del cazador de demonios se transformó en una máscara de odio que nunca más he visto en un ser humano. Con lentitud desenvainó una de sus espadas y me amenazó con ella.

- Voy a rajarte el cuello – Me dijo – Sepárate de ella ahora mismo y tu muerte será rápida.

En aquel instante, a mi mente cansada le costó darse cuenta de lo que estaba sucediendo en realidad. ¿Tanto me odiaba Karl por mis orígenes? ¿Acaso no servía de nada todo lo que habíamos pasado juntos?

- Amor mío – Susurró mi madre – Dale su merecido, demuéstrame lo que eres capaz de hacer.

Inesperadamente, Yddrisil me beso en los labios y pude sentir su lasciva lengua intentando entrar en mi boca. Antes de que pudiera reaccionar, Karl la apartó de mí y me propinó un puñetazo en el estómago que me dejó sin aliento.

- Te lo he advertido.

- Creo que estás confuso Karl – Intenté decir – Deberías…

El puño de Karl me golpeó en el mentón con tanta fuerza que mi vista se nubló por completo y la sangre me inundó la boca con su dulzón sabor.

- ¿Haces esto porque ella es mi madre? – Le pregunté mientras pasaba la manga por mis labios ensangrentados.

- Yddrisil es mía y no pienso permitir que nadie se interponga entre nosotros, ni siquiera tu.

- No puedes ser tu quien diga eso, eres un caza demonios.

Lamentablemente, tan buen punto pronuncié aquellas palabras, la certeza de que la magia estaba implicada en aquel tortuoso asunto se ancló en mis pensamientos. Con el convencimiento de estar haciendo lo correcto, me abalancé sobre Karl propinándole una patada en la parte posterior de la rodilla que le hizo perder el equilibrio y acto seguido, le golpeé en la cara con el puño. En condiciones normales, Karl no habría acusado los golpes, pero en su estado consiguieron dejarle aturdido durante unos segundos. Rápidamente, empujé a mi madre contra la pared colocando el antebrazo bajo su mentón y la punta de mi espada sobre su estómago.

- Libérale del hechizo – Le ordené.

- ¿Serías capaz de matar a tu madre? – Preguntó sin temor la mujer demonio.

- Si con ello salvo mi vida y la de Karl, sí.

En el otro lado del estrecho mausoleo, Karl volvía a incorporarse entre dolorosos quejidos. El tiempo apremiaba e Yddrisil sabía que jugaba en su favor, por lo que tomé la única opción que me quedaba. Agarré del brazo a mi madre y juntos salimos de aquellas oscuras paredes. Tal vez, si conseguía interponer entre nosotros y Karl la suficiente distancia, el conjuro que le mantenía bajo control se rompería

Al final del pasillo principal de aquel nivel de los calabozos había una puerta con remaches de metal idéntica a la que habíamos encontrado anteriormente, así que me dirigí hacia allí por ser la única salida posible. Al cruzar la puerta me descubrí que estábamos varios niveles por debajo y el arrullo del río se había convertido en un atronador e incesante murmullo.
Apenas habíamos bajado unos cuantos peldaños de la escalera de caracol, cuando Karl cruzó el umbral de la puerta y me lanzó una salva de saetas que a punto estuvieron de dar en el blanco. En un acto desesperado, salté por encima del abismo arrastrando a mi madre conmigo hasta alcanzar el tramo opuesto de las escaleras. Sin embargo, el riesgo fue en vano, pues Karl demostró una vez más porqué era tan temible. De improviso se descolgó con ambas manos de los escalones superiores y me embistió con una patada que me aplastó contra la pared.

Tantos enfrentamientos con criaturas demoniacas me habían enseñado a reaccionar rápidamente ante una situación adversa y, precisamente eso, fue lo que hice sin sopesar que mi enemigo era mi maestro. Todavía recuerdo el crujir de sus costillas al propinarle la patada sobre la herida sangrante. No deseaba matarle, tampoco sabía si podía, pero si su intención era acabar con mi vida no se lo pondría fácil. Recuperé la presa sobre el brazo de Yddrisil y la arrastré sobre el tenebroso abismo que se extendía bajo nosotros.

- Libérale del conjuro – Le ordené dejando que sintiera el vacio bajo su cuerpo.

- ¡No hay ningún hechizo!

A modo de amenaza, aflojé mi presa unos centímetros. Se cuerpo se descolgó todavía más y quedó suspendida únicamente de mi brazo.

- ¡Acaba con esto! – Volví a pedirle.

- ¡No está bajo mi control!

Karl volvió a recuperar el sentido después del fuerte golpe que le había aturdido y se acercaba a nosotros con las dos ballestas preparadas para matar. En aquel momento sólo tenía una alternativa posible ante la negativa de Yddrisil a anular el hechizo. Enfrentarme a Karl Schlieffer.

Con aquel propósito en mente, tiré del brazo de mi madre y la puse a salvo junto a mí, pero el destino a veces se burla de nosotros descaradamente. Seis saetas que deberían haberme perforado el pecho penetraron por la espalda de Yddrisil y emergieron salpicándome la cara con su sangre caliente. Mi madre se desplomó en mis brazos con la vida derramándose a borbotones por sus heridas.

- No te mueras madre – Le insté con un nudo atenazándome el estómago – Quédate conmigo…

Yddrisil posó sobre mis labios su mano tatuada con unas estrellas y me hizo callar con suavidad.

- Mi vida no importa, Thar…

La sangre le empapaba la boca y su voz se había convertido en un gorgoteo visceral.

- …huye de él todo lo que puedas.

Su corazón dejó de palpitar en el mismo instante en que la voz de mi padre me recordaba que los secretos más difíciles de descubrir están en las nubes de tormenta, pues su lóbrego aspecto era una inevitable distracción y Karl era la nube de tormenta más grande que jamás haya existido. Con la mente liberada de cualquier atadura de cordura, me levanté y desenvainé la Venganza de Vedesfor.

- ¿Por qué? – Le pregunté a Karl sin apartar la vista del cadáver de mi madre.

- Lo sabes perfectamente.

Estaba en lo cierto, pues ya había adivinado cual había sido la intención de Karl desde el principio, pero no quería creerlo.

- Me has usado para llegar hasta ella ¿Verdad?

- Mientras estabas inconsciente pronunciaste en varias ocasiones su nombre y supe que ella estaba en contacto contigo, pero nunca pude imaginar que era tu madre.

- Por eso te olvidaste de Agnetta, porque tenías un objetivo mucho mayor en mente.

Karl bajó unos cuantos escalones con aire desafiante y la mezquindad inundando su mirada. Sin un ligero esbozo de compasión, me apuntó con una de sus ballestas y apretó el gatillo. La saeta surcó el aire con un zumbido y me atravesó el hombro arrancándome un grito de dolor. Debería haberme rebelado, debería haberme lanzado sobre él para arrancarle la cabeza de los hombros, pero no lo hice pues necesitaba confirmar mis sospechas.

- Sigo sin entenderlo, ella mató a tus padres – Mascullé - Deberías odiarla.

- Y la odio, pero no por eso.

Entre lamentos, me recosté sobre la pared y observé el vacio que se vislumbraba bajo nosotros. Todavía podía escapar con vida si la suerte me acompañaba al saltar, tan solo esperaba que realmente el río fuera tan caudaloso como parecía por el incesante murmullo de sus aguas.

- Deberías haberla conocido cuando era más joven. Una belleza como la suya no pasaba inadvertida y menos para un chico de quince años como lo era yo.

Agarré la saeta que sobresalía de mi hombro y tiré de ella con todas mis fuerzas para sacarla. El intenso dolor que me provocó al rasgarme la carne, hizo que la sangre demoníaca que corría por mis venas hirviera propagando su magia por todas las fibras de mi ser.

- La odiaba por haberme rechazado – Continuó Karl – Y a la vez la amaba profundamente. No te imaginas lo que es levantarse todas las mañanas pensando en ella y pasar las noches en vela añorando el contacto de su piel.

No podía creer lo que Karl estaba diciendo. Un cazador de dominios enamorado de una mujer demonio era un absurdo, pero era tan real como la sangre que se derramaba por mi herida. Aquello explicaba su comportamiento en el mausoleo cuando Yddrisil había demostrado algo de aprecio hacia mí.

- Me ha vuelto a rechazar ¿Te lo puedes creer? Después de tanto tiempo, la encuentro y vuelve a rechazarme.

- Estás loco.

- Es posible, pero ahora no debe preocuparte mi salud mental, sino tu vida.

- No puedes querer matarme después de todo lo que hemos pasado.

Karl ladeó la cabeza y torció los labios para formar algo parecido a una sonrisa. Lentamente, sus ojos se volvieron rojos y el odio empezó a rezumar por ellos formando volutas vaporosas. Devolví la mirada al vació y me imaginé sobreviviendo, volviendo a Bramwell junto a mis padres para recuperar mi vida, pero en ese futuro siempre estaría Karl acechando en las sombras para matarme. No había alternativa, pues nunca podría escapar del cazador de demonios mientras siguiera con vida. En este punto, sólo uno podía seguir con vida.

Dispuesto a acabar con aquello de una vez por todas, empuñé con más fuerza la Venganza de Vedesfor y dejé que la magia de mi sangre se apoderara de mis pensamientos ya que en frente no estaba mi maestro, sino el enemigo más mortífero al que me había enfrentado jamás.

- ¿Preparado? – Me preguntó Karl.

- Adelante.


Continuará...


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El juramento - Parte III

Mensajepor janfruns » 03 Abr 2012, 09:11

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Parte III


Una lucha a muerte entre dos enemigos que se respetan es algo más que un simple intercambio de golpes. Acabar con el adversario en la primera oportunidad que se tenga no resulta tan satisfactorio como demostrar que se está por encima de él. Es por tanto, una lucha de egos que acaba cuando uno de los dos admite que el otro es superior, por lo que la muerte sólo es una consecuencia lógica y no el fin del enfrentamiento. Desgraciadamente, Karl estaba muy lejos de respetarme como adversario, algo que quedó patente en su primer ataque.

Esquivé con pericia la lluvia de saetas que me lanzó el cazador de demonios y que me habrían dejado el cuerpo lleno de agujeros. Después, sin apenas darme respiro, lanzó una única carga mágica que se enrolló a mis pies atenazándolos con una fuerza invisible. Acto seguido, con los ojos más inflamados de odio si cabe, me apuntó con la ballesta a dos manos que siempre llevaba a la espalda y me lanzó una bola de fuego.

El tiempo decidió en ese momento moverse con suma lentitud como si quisiera disfrutar del espectáculo de colores de la mágica bola ígnea que iba a reventarme. Poco sabía entonces de mis dones como hijo de un demonio, sin embargo, hoy sé que aquel efecto era fruto de mi sangre mágica. Era capaz de hacer que el tiempo se ralentizará a mi alrededor igual que lo hacía Yuan. Gracias a aquella especial virtud, la inmensa bola de fuego pasó junto a mí sin dañarme y, mientras se alejaba, vi como Karl saltaba hacia adelante tan lentamente que pude apreciar cada uno de los movimientos que realizaba en el aire y prever sus intenciones.

Aproveché que todavía me encontraba bajo aquel extraño trance y golpeé a Karl con la empuñadura de mi espada en plena cara. Su cuerpo se arqueó hacia atrás mientras una lluvia de gotas rojas salpicaba la irregular pared. Aturdido, el caza demonios me observó con incredulidad, pues no entendía cómo me había movido con tanta celeridad, pero alguien como él no se detiene a hacerse preguntas en una situación como aquella. De un salto, se descolgó de las escaleras y se precipitó al tramo inferior antes de que pudiera cogerle. Una vez abajo, lanzó un poderoso conjuro que destruyó los escalones bajo mis pies. Sin poder evitarlo caí frente a él, pero Karl pasaba por alto que yo había aprendido de uno de los grandes héroes de Santuario: Vedesfor.

En el mismo instante en que aterricé junto a Karl, golpeé los escalones con la espada y estos se partieron en pedazos. Ambos caímos al vacio mientras intercambiábamos una serie de golpes y estocadas. Fue una caída eterna en la que cada uno esperaba que el otro mirase hacia abajo para aprovechar la distracción y matarle. Unos segundos más tardes, nos sumergimos en las frías y rápidas aguas del río que había estado rugiendo incesantemente bajo nosotros.

El contacto con el agua sobre mi piel resultó ser como si Karl me hubiera clavado un centenar de sus cuchillos por todo el cuerpo. La corriente era caudalosa y el curso descendía pronunciadamente otorgándole una inusitada velocidad. Apenas podía mantenerme a flote para tomar una bocanada de aire, aunque, sin lugar a dudas, lo peor era la sensación que producía el estar completamente a oscuras y a la deriva, a merced de la suerte. En cualquier momento podía partirme el cuello contra una roca invisible o contra el lecho empedrado e irregular. Por eso, cuando el río salió al exterior y las primeras luces del amanecer traspasaron las bravas aguas me sentí renacer. Poco a poco, fui recuperando el control hasta conseguir mantenerme a flote pese a los continuos vaivenes. Sin embargo, todavía no me encontraba a salvo, pues a lo lejos oí el rugir de un salto de agua o una catarata, no tenía ni idea de dónde me encontraba, pero si no conseguía cogerme a algo moriría.

- ¡Thar!

La voz que me llamaba llegó a mí amortiguada, pero pude reconocerla con facilidad. Se trataba de Agnetta que corría entre los árboles de la orilla intentando seguirme, pero era una tarea realmente complicada pues el suelo estaba lleno de raíces y los delgados árboles estaban demasiado juntos.

- ¡Las rocas! – Gritó – ¡Intenta cogerte a las rocas!

La perdí de vista, pero su consejo me resultó muy útil ya que pude reaccionar a tiempo para cogerme a una de las romas piedras que sobresalían del agua justo antes de que el precipicio se abriese y el río cayese más de cien metros. Exhausto, me recosté sobre la piedra para recuperar el aliento y entonces pude ver que Karl se aproximaba fuera de control.
Me encaramé a la resbaladiza piedra, salté a la siguiente que era más ancha y alargada y lo suficientemente grande como para que pudiéramos estar de pie los dos. A punto estuve de no acertar a cogerle, pero conseguí agarrar su capa en el último momento e izarle hasta mí. Karl se encontraba algo extenuado por el esfuerzo de mantenerse a flote y le costó recuperarse por la cantidad de agua que había tragado, pero cuando volvió en sí, lo hizo con odio renovado. Antes incluso de que pudiera darme cuenta, Karl me lanzó una patada en el pecho que me dejó sin aliento y que a punto estuvo de tirarme al vacío.

- Detente – Le pedí – Esta lucha no nos lleva a ningún sitio, somos maestro y alumno, no deberíamos hacer esto.

Su respuesta fue propinarme una patada en el estómago y otra en la cara que me partió la nariz. Finalmente, y después de tantos años, Karl había sucumbido a su propio odio. Sus ojos nunca volverían a ser humanos y el vapor que emergía de ellos sólo desaparecería con su muerte. Todavía hoy, cuando cierro los ojos e intento recordar su rostro humano, me sorprendo al sentir una inmensa tristeza por uno de los héroes más grandes de Santuario. Nadie podía imaginar que acabaría sucumbiendo por propia voluntad al odio que durante tantos años había controlado, porque, si de algo estoy seguro, es que aquel paso que había dado no había sido, en absoluto, fortuito.

El cazador de demonios, mi maestro, empuñó la ballesta de dos manos que todavía llevaba a la espalda y me apunto con ella. Reconozco que en aquel momento me creí muerto, pero lo que sucedió, por doloroso que resultase, me convirtió en lo que hoy soy.

Agnetta salió de entre la espesura llamándome a voz en grito y Karl sonrió al oírla, pues sabía lo que aquella chica significaba para mí mucho mejor que yo.

- Ojo por ojo – Se limitó a decir.

Karl se dio la vuelta y en vez de disparar con la ballesta sobre mí, lo hizo contra Agnetta. Una volea embrujada salió despedida dibujando círculos erráticos. Se trataba de un manojo de cuerdas rematadas por dos contrapesos repletos de magia preparados para explotar. La diabólica volea giró una y otra vez en un arco que se me antojó infinita hasta que, inevitablemente, las cuerdas se enrollaron en el cuello de la maga.

De algún lugar saqué las fuerzas suficientes para levantarme a pesar del dolor, desarmar a Karl y cogerlo por el pecho.

- No lo hagas, ella no tiene la culpa de nada.

Agnetta luchaba por librarse de las ataduras, pero los pesados extremos hacían imposible cualquier posibilidad de escape y cada vez que tiraba de las cuerdas estas más la apretaban. Aquel ataque estaba pensado para acabar con los demonios más pesados y fuertes y una maga nunca podría deshacerse de él. Su rostro de desesperación y angustia me observó en busca de ayuda. Sus ojos me recordaron a los de su madre Abrahel en el fatídico instante en que supo que estaba a punto de morir. Aquel día no pude hacer nada para evitar su muerte, pero no pensaba dejar que la historia volviera a repetirse. Eché a un lado a Karl quien cayó de espaldas sobre la húmeda piedra, pero antes de que pudiera dar un solo paso, la volea estalló y con ella… su cabeza. El cuerpo humeante de Agnetta cayó al río y las aguas lo arrastraron hasta desaparecer en la espesa nube que se formaba al fondo de la cascada.

Sin embargo aquello ya no lo vi, pues en mi interior algo había estallado, como si la vida de la desdichada Agnetta hubiera estado conectada con aquel monstruo durmiente que en mi descansaba. La transformación se inició en mis manos, con un hormigueo originado en las venas que latían con intensidad, poco después subió por los brazos hasta embotarme el cuello con unas fuertes pulsaciones y, de repente, el mundo cambió definitivamente para mí.

La piel de los brazos se me partió y de las heridas emergieron tres púas negras. Mis músculos se comprimieron, provocándome un dolor insoportable que desapareció cuando estos se convirtieron en una fibra tan dura como el acero. Tras eso, el dolor se trasladó a mi espalda y fue tan intenso que no pude mantenerme en pie y acabé tendido de rodillas sobre la roca mientras una docena de espinas color azabache me rasgaban la carne. Un desgarrador grito brotó de lo más profundo de mí ser presa de la lacerante tortura que significaba que todo mi cuerpo estuviera cambiando.

Y tal como había empezado, mi transformación acabó. Me erguí con premeditada parsimonia, pues quería sentir la fuerza de cada uno de mis nuevos músculos y la magia que los manejaba. El poder que había heredado de mi madre Yddrisil era sobrecogedor y estaba ansioso por descubrir mis propios límites. Tenía la piel dura y rugosa, bajo ella una serie de músculos entrelazados palpitaban expectantes. Las afiladas púas de mis brazos y de mi espalda eran crueles dagas capaces de rasgar una armadura. Me había convertido en algo que se encontraba entre un demonio y un humano, un ser que sería repudiado y temido por ambos mundos.

Observé de reojo a un Karl aterrado y le dediqué una amarga sonrisa de la que emergieron dos colmillos más largos de lo normal. Ver su rostro desencajado me produjo un inconmensurable placer y mi sangre demoníaca me reclamaba su alma. Estaba deseando probar mi nueva forma y ya sabía quién iba a sufrir las consecuencias. Funestas consecuencias, sin duda.

Continuará...


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El juramento - Parte IV

Mensajepor janfruns » 13 Abr 2012, 14:19

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Parte IV


Cuando vi caer el cuerpo sin cabeza de Agnetta, mi mente se bloqueó para dejar paso a algo mucho más poderoso: El odio. La sangre de los demonios está repleta de esta espesa sustancia que en las venas humanas es capaz de turbar, dominar y doblegar las almas de los hombres. Un demonio, en cambio, convive con ella desde su nacimiento y su existencia se rige por su intensidad y en aquel instante, mientras observaba con desdén a Karl Schileffer, mi sangre hervía con furia controlando mi deseo de arrancarle la cabeza, tal y como lo haría en un demonio.

- Eres un bastardo – Dije con una voz que no era mía – Pienso teñir las aguas del río con tu sangre.

El cazador de demonios me miró con aquellos ojos humeantes tan distintos a los del humano que había conocido.

- Tu madre estaría orgullosa de verte – Aseguró – Pero te puedo asegurar que yo solo veo un monstruo, una aberración que debe ser erradicada de la faz de Santuario.

- Lo que tienes ante tus ojos es obra tuya – Levanté una mano y le señalé con el dedo - Tú me has creado con tus actos.

Karl desenvainó la espada corta y me lanzó una estocada, pero la detuve con precisión blandiendo la Venganza de Vedesfor. Con presteza, agarré su brazo y le propiné un cabezazo en la cara que le hizo caer de rodillas con la nariz rota, pero aquel sólo fue el primer golpe. Uno tras otro, fueron cayendo sobre él con furia desmedida sin necesidad de soltar su brazo. Bajo la fuerza de mis nudillos sentí el chasquido de los huesos del pómulo, de la mandíbula y por último, como si se tratará de una tortura premeditada, el de su brazo. Su espada tintineó sobre la roca y después se hundió en el río, pero mis oídos tan solo oyeron el grato alarido de Karl al sentir como el hueso de extremidad se partía.

Aquella misma noche había conseguido atravesar el cuerpo de un hombre vestido con armadura sin ser consciente de mi fuerza ¿Qué sería capaz de hacer conociendo mi poder? Dispuesto a saberlo, envainé mi arma y cogí con ambas manos la cabeza del cazador. Apreté con todo mi odio su maltrecha cara y las múltiples fracturas empezaron a chasquear.

- ¡No cierres los ojos, cobarde! – Grité - ¡Observa el rostro de tu asesino!

La sensación que me embargaba en aquel momento era tan indescriptiblemente placentera como peligrosa. Su dolor era mi vida y sus gritos el tributo necesario por la muerte de mi amada Agnetta. Sí, entre tanta violencia, mientras me encontraba matando a aquel que era mi maestro, me di cuenta de lo mucho que amaba a la joven maga. No había salido en su busca porque me sintiera en deuda con ella por haberme rescatado de un bosque y cuidado de mis heridas, sino porque en lo más profundo de mi corazón, me había enamorado. Tan buen punto aquella verdad se afianzó en mi mente, mis fuerzas se redoblaron y el cráneo de Karl empezó a crujir bajo mis dedos.

- ¡Detente!

La voz de Agnetta resonó en mi cabeza, pero me negué a escucharla. Mi amada estaba muerta y ninguna alucinación detendría en mi venganza.

- No lo hagas – Insistió – Tú no eres así.

No pude evitar que mis dedos dudaran al oírla de nuevo. Es cierto que no reconocía mis propios actos, pero también era cierto que no quería detenerme. Desde aquella fatídica noche en la que mi antiguo maestro Vedesfor muriera, todo a mí alrededor había intentado matarme y ya estaba cansado. Mi paciencia había llegado al límite y si el mundo quería batalla, la iba a encontrar. No pensaba detenerme, nadie más me pisaría, no iba a correr más. No, ya no.

- Thar, mírame.

En la orilla del río, en el mismo lugar donde había sido asesinada, Agnetta estaba en pie y me imploraba que dejase a Karl. Parecía tan real y viva como lo había estado unos minutos antes, pero no era posible lo que estaba viendo. Sin embargo, de detrás de los árboles salió otra Agnetta idéntica y entonces lo entendí. A pesar de las pocas fuerzas que le quedaban, Agnetta había creado dos imágenes de sí misma, previendo la vil reacción de Karl, así pues, la maga que había muerto no era más que un simple reflejo.

- Detente, Thar – Me suplicó mientas su doble se desvanecía envuelta en un halo de energía arcana.

Desgraciadamente, y pese a querer seguir su consejo, ya había cruzado la finísima y peligrosa línea del odio más visceral. Quería soltar el rostro desencajado de Karl, pero mi cuerpo ya no me obedecía.

- No puedo, Agnetta – Le dije – Quiero hacerlo, pero no puedo.

Como queriendo confirmar mis palabras, el cazador de demonios aulló de dolor, pues mis manos se habían vuelto a cerrar con más fuerza. No había vuelta atrás, Karl había vencido. Sin quererlo, me estaba convirtiendo en aquello que quería matar. Le había fallado a mi antiguo maestro Vedesfor. Sin saber muy bien el porqué, un viejo recuerdo afloró a mi mente.



Nos dirigíamos de nuevo a Lut Gholein a bordo del barco de un adinerado comerciante de Kurast llamado Meshif. Vedesfor se encontraba concentrado en sus pensamientos, con la mirada fija a sus pies, mientras yo permanecía apoyado en la barandilla observando el océano. Mi maestro, tras unas enigmáticas palabras al salir de la ciudad sagrada, se había sumido en el más absoluto silencio y parecía que no lo rompería jamás.

Desconocía nuestro destino, pero confiaba ciegamente en Vedesfor, al que veía como un héroe por sacarme de una vida mediocre trabajando en los campos de Bramwell. Por aquel entonces, me creía un chico con suerte, pues desconocía todo lo que después sucedería.

- ¿Qué sabes de la historia de Santuario, Thar?

Era la primera vez que hablaba desde que abandonamos Travincal y su voz sonó demasiado preocupada como para que no me diera cuenta.

- No mucho, maestro – Contesté – Lo que se suele contar en el pueblo, que no es gran cosa.

- ¿Sabes quien fue Inarius?

Aquel nombre no me sonaba de nada, así que negué con la cabeza enérgicamente.

- En el inicio de los tiempos, cuando Santuario todavía no existía. Una gran guerra enfrentaba a ángeles y demonios. Inarius participó en aquella contienda durante eones, pero hubo un día en que su cansancio le llevó a preguntarse hacia dónde les conducía tanta violencia. Descubrió entonces que muchos se hacían la misma pregunta.

Vedesfor se puso en pie y se apoyó sobre el mascarón de proa. Su rostro mostraba unos rasgos propios de un veterano combatiente, pero su mirada estaba llena de pasión al explicarme aquella história.

- No solo habían ángeles, sino también demonios que en secreto se reunieron con él para trazar un plan y huir del gran conflicto. Entre todos ellos destacó Lilith, hija de Mephisto, el señor del Odio. Junto a ella, Inarius creó nuestro mundo – Vedesfor extendió el brazo y señaló el horizonte – Todo cuanto ves fue creado por ellos, pero hay más. No sólo la roca, el agua y el fuego fue creado, sino también la carne. Inarius y Lilith fueron amantes, igual que muchos otros ángeles y demonios. De su unión nacieron los que fueron nuestros antepasados más antiguos, los Nephalem.

Mi maestro se volvió y señaló mi pecho, justo donde se hallaba mi corazón.

- En nuestro interior residen ambos. La Luz representa a Inarius, el Oscuridad a Lilith, depende de cada uno escoger nuestro camino. Mi orden… - Sin quererlo, su mirada se desvió, pues ya no podría hablar de ella como suya nunca más – La que fue mi orden, me enseño a escuchar la Luz y usarla para proteger a los demás. Yo te enseñaré a mirar en tu interior y encontrar esa ínfima divinidad que nos une a Inarius.



Desde entonces, mi maestro me enseñó muchas cosas y supo ver en mí la buena voluntad, pero mis progresos fueron pobres. Nunca encontré la Luz de la que me habló. En cambio, la oscuridad había surgido por si misma sin apenas esfuerzo. Karl tenía razón, era un monstruo sediento de sangre. Mi destino había estado marcado desde el principio por mis orígenes.

Agnetta llegó hasta nosotros y posó sus manos sobre las mías, pero no para retirarlas, sino para que pudiera sentir su cálido tacto. Fue agradable, volver a mirar su bello rostro, casi angelical.

- Debes luchar con todas tus fuerzas, no dejes que el mal venza.

Eso mismo me repetió Vedesfor una y otra vez. Él sabía lo que habitaba en mi interior y por eso nunca cejó en su empeño. Comprendí entonces, que mi maestro nunca esperó que yo encontrara la Luz a tan temprana edad, sino que pretendía prepararme para el momento en que la oscuridad emergiera para turbar mi cordura. Y el momento había llegado.

Recordé sus consejos y retiré mis pensamientos a lo más profundo de mi mente. Al mismo tiempo que cerraba los párpados, el mundo perdió consistencia y la realidad desapareció para envolverme una terrible oscuridad. En mi interior residía una cantidad insondable de maldad que lo impregnaba absolutamente todo. Siguiendo los pasos de mi maestro, evoqué la imagen de mi padrastro, quien apareció erguido, con la azada en la mano y su eterna sonrisa. La oscuridad se retiró ante su presencia, pero no fue más que un engaño momentáneo, pues después se cerró sobre él para hacerlo desaparecer.

No abandoné la esperanza, y evoqué el rostro de mi madre. Afable, cariñoso, repleto de amor, pero tampoco la oscuridad se detuvo ante ella. Con voracidad, la maldad la engulló. Todavía quedaba en mí una última posibilidad, un último recuerdo de gran pureza.

En el centro de mi alma surgió la Luz encarnada en la figura de Vedesfor. Vestía su armadura plateada, empuñaba su espada y cargaba con su escudo de Zakarum. Su luminosidad obligó a la oscuridad a retirarse, podía sentir su miedo ante su divina presencia. Me sentí triunfar, pero entonces, la imagen de mi maestro empezó a retorcerse. Como aquella noche en los túneles de Wirt, su piel hirvió y sus músculos se separaron de sus huesos. Le vi morir por segunda vez y no fue menos dolorosa que la primera.

Mi esperanza desapareció con él. Nada podía hacer para resistirme a tanta maldad. Lilith se encargó de que su herencia fuera tan abundante y poderosa como para que ninguno de sus hijos pudiera resistirse a ella. Debía intentarlo de nuevo, debía luchar con todas mis fuerzas.

Intenté evocar de nuevo la imagen de Vedesfor, pero ni tan solo apareció. Mi fe en su fuerza había desaparecido, ya no podía luchar y lo único que sentía en mi interior era tristeza. Estaba triste por abandonar el mundo, por no haber tenido la suficiente fortaleza como para plantarle cara a la maldad y, sobre todo, me avergonzaba, pues había defraudado a mi amada quien había creído en mí. La imaginé llorando por mi desgracia entre las sombras de mi mente. De sus preciosos ojos se derramaron brillantes lágrimas doradas.

Pero tampoco la oscuridad respetó su belleza y la devoró hasta no dejar nada salvó las lágrimas que había derramado. Un insignificante destello dorado en medio de tanta maldad que brillaba con timidez. Antes de que su luz se apagara, recogí la única lágrima que quedaba.

Era una lágrima perfecta, la última lágrima de mi amada. Mi seca piel la absorbió y mis manos relumbraron un ínfimo, pero esclarecedor instante. La comprensión llegó a mí y la maldad se apartó presa del pánico. Lo que tanto tiempo había intentado encontrar, no estaba en nadie más que en mí. Aquella era la herencia de Inarius. Una pequeña lágrima en nuestro interior que nos daría fuerza para luchar contra la oscuridad que nos envuelve. La divinidad no debía venir del recuerdo de nadie, sino del reconocimiento de nuestra propia existencia divina. Lo que tanto tiempo había intentado enseñarme mi maestro lo comprendí en aquella fracción de segundo en la que mi yo interior brilló con tanta fuerza que las sombras tuvieron que recluirse en el rincón más insondable de mi psique.

Las negras espinas que adornaban mis brazos y mi espalda volvieron al interior de mi carne, mis colmillos se acortaron y mis músculos volvieron a ser humanos. Para cuando abrí los ojos, mi cuerpo volvía a ser el de siempre. Agnetta sonrió y, esta vez sí, apartó mis manos del rostro de Karl.

- Vamos – Me dijo – Huyamos de él todo lo que podamos.

Saltamos de piedra en piedra hasta llegar a la orilla del río y una vez allí la abracé con pasión. Ella apoyó la cabeza contra mi pecho.

- Lo he conseguido gracias a ti – Aseguré – Mientras esté contigo, sé que lo podré controlar.

- Pues no te separes jamás de mí.

Sonreí al oír sus palabras, pues era lo que deseaba, no apartarme nunca de su lado.

- ¡No os libraréis de la muerte! – Gritó Karl desde la roca en medio del río – Os encontraré y os mataré a los dos. Juro que os seguiré hasta los Infiernos Abrasadores si es necesario para acabar con vuestras vidas.

Agnetta y yo nos volvimos sin prestarle mayor atención y le abandonamos con el firme propósito de compartir una vida plena y en paz. Aun hoy puedo oír el juramento de Karl resonando en mi cabeza.

- ¡JURO QUE OS DARÉ CAZA!

Continuará...


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El juramento - Epílogo Final

Mensajepor janfruns » 13 Abr 2012, 14:24

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Epílogo Final


Han pasado cinco años desde que abandonáramos a un moribundo Karl en el río y las cosas han cambiado bastante, aunque la vida no es tal y como Agnetta y yo la habíamos imaginado. Ella anda detrás de mí, empuñando un cayado de roble con un rubí engarzado en la punta. Viste unas elegantes ropas azules que resaltan sus femeninas curvas y luce una tiara plateada que recoge su pelo negro y lacio. Su aspecto delicado resulta engañoso para los incautos, pues durante estos cinco años en los que hemos vivido centenares de aventuras, su poder ha aumentado hasta lo inimaginable. Al llegar a lo alto de la loma, se acerca a mí y me besa con pasión.

Al separarnos, sus preciosos ojos me miran con esa fragilidad e inocencia que me enamoró. Ambos nos necesitamos, pues dependemos el uno del otro para conservar la ilusión por la vida. Una vida que nos ha llevado de nuevo al sitio donde empezó todo, la vieja Tristán. A lo lejos nos espera la antigua catedral. En el interior del derruido templo, en el ábside central, una luz titila a través de las vidrieras de colores con siluetas angelicales.

- El capitán Rumford dijo que ahí podíamos encontrar al anciano llamado Deckard Caín – Aclara Agnetta con su aterciopelada voz.

- Entonces estamos en el lugar adecuado.

El cielo está cubierto de nubes y la luna lucha por atravesarlas con su plateada luz.

- ¿Está cerca? – Pregunta mientras mira a nuestra espalda.

- Más cerca que nunca.

Un restallido ilumina la noche y una gigantesca bola de fuego atraviesa la densa capa de nubes con su naranjada incandescencia. Hace unos meses el nombre de aquel anciano apareció en mis sueños y desde entonces he estado buscándole.

- Deberíamos ayudarle – Asegura Agnetta en su eterna bondad – Según me dijo el capitán, Caín está con su sobrina.

- No es nuestra misión hacerlo. En aquella visión se me dijo que debía encontrarle, pero que no debía intervenir, pues era tarea de otro hacerlo.

El meteorito desciende hacia la catedral extendiendo su estela de humo e impacta en ella en pleno ábside, allí donde las velas brillan. Seguramente ha exterminado a cualquier ser vivo. Sin embargo, unos minutos más tarde, la joven sobrina del anciano sale corriendo en dirección al pueblo.

- Ha llegado el momento.

Con paso decidido, desciendo la loma y Agnetta me sigue. No sé quien me envió el sueño, pero fue claro en su mensaje. El infierno se abrirá donde Deckard Caín se encuentra. Me detengo un instante, pues no estoy seguro de que ella me acompañe.

- ¿Estás preparada? – Le pregunto mientras abrazo su cintura – Será peligroso y puede que mortal.

- Nunca me separaré de ti, lo sabes.

- Entonces vamos, Karl se encuentra demasiado cerca, puedo sentirlo gracias al pacto del maestro.

Poco después entramos en la catedral. Las llamas están devorando los bancos de madera y donde debía haber habido el altar tan solo hay un gigantesco agujero de un centenar de metros de profundidad. Al fondo brilla una atemorizante luz sobrenatural.

- Karl juró que nos seguiría hasta los Infiernos Abrasadores. Hoy comprobaremos si es verdad.

FIN


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