Parte I
Pese a su aspecto, los Khazra son unos seres que creen profundamente en el honor dado su antiguo pasado humano. Se organizan en clanes y dentro de ellos en castas, de ahí que al ver caer a su señor, nuestros captores no cayeran sobre nosotros. Después de dejarnos salir de la arena donde yacía sin cabeza Gouler, nos internamos en unos túneles completamente desiertos. Mis compañeros y yo nos manteníamos juntos y en guardia, pues no confiábamos en la duración del rédito otorgado pos nuestros enemigos.
- Creo que debería contaros algo – Susurró Jamboe.
- ¿Es importante, viejo loco?
Kalil siempre se refería al umbaru con términos semejantes, pero parecían no ofenderle en absoluto.
- ¿Acaso tu vida lo es?
- Déjate de acertijos y misterios – Le increpó Yuan - ¿Qué sabes que sea tan relevante en este momento?
El hechicero curandero se rascó nerviosamente la calva tatuada mientras buscaba la mejor manera de compartir la información con nosotros.
- Bien, no sé si lo sabéis, pero antiguamente los Khazra fueron miembros de los clanes umbaru.
Como un solo hombre nos detuvimos para clavar nuestras incrédulas miradas en él.
- ¿Que fueron qué?
- Es una vieja leyenda de nuestras tribus. Los Vizjerei vieron en ellos al ejército perfecto y corrompieron sus cuerpos para que estuvieran al servicio del demonio Zagraal.
Descendimos por unas pronunciadas escaleras de madera que crujían bajo el peso de Heremod quien no disimulaba su disgusto.
- ¿Qué tiene de importante eso ahora? – Preguntó con malos modos el bárbaro.
- Déjame acabar y los sabrás – Contestó malhumorado Jamboe – Los Khazras en sus orígenes eran extremadamente poderosos por su vínculo con Zagraal.
Unas graves trompetas resonaron por los anchos muros del bastión Khazra como si se tratara de una señal.
- ¡Maldito viejo! – Exclamó Kalil – Abandona los detalles y escupe ya lo que guardes.
- Fuimos los umbaru los que acabamos con Zagraal y condenamos a nuestros hermanos a una vida en forma de hombres cabra.
- Sigo sin entender a que viene esto.
El rumor de millares de voces se propagó por los túneles hasta que llegó a nosotros con espantosa claridad. Una y otra vez las graves gargantas de los Khazras repetían la misma palabra: Umbaru.
- Pues eso, que precisamente no nos tienen un aprecio especial – Añadió Jamboe con una sonrisa amarga.
- ¡Corred!
Si entre nosotros no hubiera estado el hechicero, seguramente nos habrían dejado salir de la fortaleza como muestra de respeto, pero al estar él ya nos habían otorgado la excesiva gracia de una posible escapatoria. No iban a dejar que un umbaru entrara y saliera de su fortaleza sin represalias. Bajo nuestros pies, el suelo empezó a temblar cuando millares de pezuñas enloquecidas salieron en nuestra búsqueda.
No tardamos mucho en encontrarnos a los primeros hombres cabra. Kalil fue rápido como el rayo en su reacción y los abordó mucho antes de que ninguno de ellos pudiera levantar su arma. Sin embargo, otros aparecieron por la retaguardia. No teníamos ningún plan y nuestras posibilidades de escapatoria iban disminuyendo con el paso de los minutos. ¿Qué haríamos al llegar al patio central? No podíamos presentar batalla a todo un ejército y esperar abrir la puerta del bastión. Pese a todo continuamos improvisando por los corredores y salas que nos encontrábamos dejando un reguero de muerte fácil de seguir.
“Encuentra a la maga, ella os ayudará”
La voz de mi madre, Yddrisil, fue un tenue susurro en mi mente, pero a la vez llegó con tanta claridad que tuve que detenerme para mirar hacia atrás. Tal vez fuera una trampa, pero no teníamos más opción que seguir su consejo.
- ¡Debemos bajar a los calabozos! – Espeté sin previo aviso en medio de nuestra carrera desesperada.
- ¿Los calabozos? ¿Has perdido la cabeza? – Preguntó Heremod mientras tumbaba de un puñetazo a un hombre cabra.
- Hacedme caso – Insistí – Hay alguien que puede ayudarnos a escapar.
Una veintena de pútridos brazos brotaron de las paredes y sujetaron a media docena de enemigos que se acercaban por el fondo del corredor. Jamboe pronunció entonces unas palabras extrañas que provocaron un efecto increíble sobre los Khazras atrapados. Tan buen punto las silabas impronunciables llegaron a sus oídos, empezaron a matarse entre ellos con una violencia desmedida.
- Yo estoy con el chico – Aseguró el médico brujo.
Yuan y Kalil apoyaron la decisión del umbaru, dejando a Heremod sin muchas opciones de rebatir la desesperada propuesta.
- Está bien – Concluyó – ¿Por dónde debemos ir?
Fue un momento incómodo, pues sabía lo que debíamos hacer, pero no cómo hacerlo. Mis cuatro compañeros me observaron con impaciencia mientras los gritos de más Khazras se acercaban por todas partes.
En mi mente apareció la imagen de una celda oscura en lo más profundo de un calabozo húmedo. Era como si estuviese allí mismo, casi podía tocar los fríos barrotes y vislumbrar la figura que estaba sentada en un rincón, pero la imagen retrocedió de inmediato para indicarme el recorrido exacto que debía seguir para llegar hasta ella. Uno tras otro, recorrí los pasillos viendo a los hombres cabra deambulando en nuestra búsqueda. Cuando por fin llegué a mi cuerpo, lo sentí sacudirse al recibirme de nuevo en su interior.
- ¡Por allí! – Grité.
Rehíce el camino que acababa de ver a toda prisa, pues sabía que cualquier minuto que pudiéramos ganar era vital. Nos encontrábamos realmente cerca de nuestro objetivo cuando nos acorralaron en una gran sala de armas. Nuestros enemigos nos rodearon con las largas armas de asta alzadas. Se trataban de una veintena de guerreros en un estado febril que los hacía más peligrosos de lo normal. Sus bocas estaban repletas de espuma y sus ojos eran dos tenebroso pozos negros. Sin lugar a dudas, se encontraban bajo un trance demoníaco.
Yuan me tiró al suelo, imitando a Heremod y Jamboe. Kalil se quedó en pie sujetando su bastón ritual en horizontal sobre el pecho y los ojos completamente cerrados. Pude oír el continuo mantra que repetía una y otra vez en voz baja, pero no entendía qué estaba intentando hacer y porqué debíamos permanecer tumbados en el suelo. No tarde en averiguarlo.
De improviso, un estallido de energía emergió del interior del monje para abarcar toda la habitación y después arrastrar, irremediablemente, a todos los Khazras hacia el interior del vórtice en el que se había convertido. El bastón danzó como una centella entre cada uno de los cuerpos que se acercaban atraídos por la energía espiritual de Kalil. Unos segundos después, no quedaba ni uno solo de los hombres cabra en pie y pudimos seguir nuestro camino gracias al extraordinario poder del monje. No tardamos en llegar a las escaleras de acceso a los calabozos y allí todo parecía estar en calma. Por lo visto, daban por hecho que no entraríamos por iniciativa propia en ellos.
Si las paredes de la fortaleza ya eran toscas y afiladas, las de los calabozos eran como cuchillos hambrientos en busca de carne que rasgas. El frío y la humedad eran poco menos que insoportables y el hedor que emergía de algunas celdas denotaba que había algún cadáver pudriéndose en ellas. Con las imágenes del camino todavía frescas en la mente no me costó encontrar el agujero en el que estaba encerrada la joven maga que tanto tiempo llevaba buscando.
- ¡Agnetta!
Cuando pronuncié su nombre en voz alta, mi corazón latió con un poco más de fuerza, como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía mucho.
- ¿Thar? – Dijo una voz en las oscuras profundidades de la prisión - ¿De verdad eres tú?
Tres figuras se dibujaron cuando las sombras se apartaron a su alrededor como un velo de seda. Tres mujeres idénticas, tres Agnettas completamente iguales estaban encerradas tras los barrotes, pero sólo una era la de verdad. Al unísono extendieron los brazos para tocarme, pero me hice a un lado temeroso de que se tratara de otra trampa. De repente, dos de las figuras se desdibujaron y desaparecieron para revelar a la maga real.
Yuan nos pidió que nos apartáramos y proyectó uno de sus rayos rojizos sobre los barrotes que se fundieron como la mantequilla. Al sentirse liberada, Agnetta saltó sobre mí y me abrazó hundiendo la cabeza en mi pecho.
- Nunca he perdido la esperanza de encontrarte – Le dije – ¿Cómo has conseguido sobrevivir tanto tiempo?
- Necesitaban vírgenes para el ritual y me serví de mis reflejos para que no supieran quien era mi verdadero yo. Las otras chicas tienen que estar por aquí, en algún lugar.
- Enseguida las encontraremos, pero antes debes decirnos cómo podemos escapar.
Agnetta se separó de mí y se limpió las lágrimas con la palma de las manos.
- He oído el curso de un río bajo los calabozos y he visto a los Khazra subir con barriles desde el fondo todos los días.
Efectivamente, unos metros más allá había una puerta de madera con remaches de metal que daba acceso a una escalera escarbada en la roca que descendía por la montaña. Al fondo se oía el curso de un río subterráneo.
Liberamos al resto de doncellas que todavía estaban vivas y empezamos a descender por el único medio de escape de que disponíamos, pero algo sucedió en ese momento que me heló la sangre.
El grito de mi madre me atravesó el cráneo como una lanza y me tambaleé turbado por el dolor que me produjo. Yddrisil se encontraba en peligro y, de algún modo, me sentía en deuda con ella por habernos ayudado a escapar, por lo que tomé una decisión.
- Continuad sin mí – Les pedí a mis compañeros mientras deshacía el camino – Nos veremos fuera.
- ¡No hagas locuras, muchacho! - Exclamó Heremod – Estamos demasiado cerca de salir con vida de esta locura.
Sin prestar atención a sus palabras, les abandoné sin temor a pesar de saber a quién me iba a enfrentar, pero tan sólo esperaba que no fuera demasiado tarde y pudiera convencerle de que no matara a mi madre. Cuan ingenuo era por aquel entonces. Nadie puede esperar que Karl Schlieffer tenga compasión de un demonio.
Continuará...
Por Joan Anfruns (http://janfruns.blogspot.com/)