Memorias de Thar V | Luna sangrienta - Parte I

Fanfics y relatos creados por nuestros foreros.

Memorias de Thar V | Luna sangrienta - Parte I

Mensajepor janfruns » 19 Ene 2012, 13:57

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Al llegar la noche, la fortaleza de los Khazra desapareció por completo para convertirse en un mero bosquejo de piedras escarpadas en las que era imposible distinguir las almenas o sus pórticos. Nos habíamos encaramado a la muralla usando una cuerda que Karl había llevado para la ocasión. En primer lugar había subido el caza demonios para asegurarse de que el camino estaba despejado, pues era el más sigiloso de todos nosotros. En cuanto recibimos la señal, el resto seguimos sus pasos, excepto Yuan, la maga, quien utilizó la técnica de teletransporte para alcanzar nuestro destino, lo que pareció enfurecer a Jamboe más de la cuenta. Por lo visto, a los umbaru no les gustaba ese tipo de magia proveniente de las energías arcanas del universo. Ellos, por el contrario, tienen una firme creencia en el poder de la tierra y en la fuerza de los espíritus. Después de aquella larga noche en la que ocurrieron un sin fin de cosas increíbles, doy fe de que es mejor enfadar a un Quebrantasedios que a un médico brujo.

Con gran cautela, abandonamos las almenas sin que uno sólo de los hombres cabra nos viera. El interior de la fortaleza estaba lleno de pasillos escarbados en la roca que no habían sido pulidos, por lo que las paredes estaban llenas de peligrosas aristas. Cada pocos metros colgaba una tea encendida o un estandarte del clan de Gouler donde el cráneo de un carnero cruzado por dos espadas nos recordaba constantemente que estábamos en sus dominios.

Tanto los pasillos como las estancias tenían los techos altos, pues los Khazra eran unas criaturas de gran estatura incluso obviando sus cuernos. Dejamos atrás los corredores de acceso a las almenas y nos adentramos en lo que parecía una habitación de retén de la guardia, pero que, como el resto, estaba extrañamente vacía. Puse de manifiesto mi inquietud ante la falta de oposición, pero todos mis compañeros parecían estar muy tranquilos, como si para ellos fuera una tarea cotidiana adentrarse en una fortaleza enemiga. Jamboe, ignorando mis muestras de preocupación, olisqueó una jarra olvidada sobre una mesa que contenía un brebaje espeso y que probó con la punta del dedo.

- ¡Maldita sea! – Exclamó.

Ante la exclamación del médico brujo, Karl empuñó una de sus ballestas, Yuan recubrió su cuerpo de escarcha y Kalil alzó el bastón ritual a la espera de los enemigos.

- Esta zarzaparrilla es estupenda – Continuó Jamboe – Deberíais probarla. ¿Cómo la harán?

- Cierra el pico – Masculló Kalil - viejo loco.

Después de aquel pequeño sobresalto, continuamos nuestro sigiloso camino. Karl siempre en cabeza, nos indicaba el camino a seguir en todo momento. Incluso ahora dudo que el caza demonios supiera a donde se dirigía, pero lo hacía con tanta soltura y determinación que ninguno de nosotros dudábamos de él cada vez que giraba a izquierda o derecha.

Descendimos tres plantas de las murallas sin cruzarnos con ningún enemigo y con cada escalón mi intranquilidad continuaba en aumento, pero ya no me atrevía a decir nada por temor a que mis compañeros pensaran que me dominaba el miedo. Al llegar al patio principal nos encontramos con un pequeño grupo de cuatro Khazras armados con sendas bardiches e iluminados por la brillante luz de la luna llena que entraba por las almenas. Hablaban en su extraño idioma compuesto por constantes chasquidos y parecían bastante relajados para ser la única guardia nocturna que protegía el pórtico principal.

Karl me hizo una señal para que me quedara quieto y no interviniera, pero llamó a la maga para que le echara una mano. Jamboe me pasó el brazo por encima del hombro y me susurró unas palabras de ánimo al oído. Parecía divertirse ante mi falta de agallas.

Yuan se adelantó y Karl se encaramó a la muralla como una araña usando unos arpones. En cuanto se detuvo, su contorno pareció diluirse con la penumbra reinante. Sabía que estaba esperando a que los hombres cabra se movieran para soltar una lluvia de saetas sobre ellos. Sin embargo, fue la maga quien salió de las sombras con paso decidido envuelta en su oscura túnica. Al instante, uno de los Khazra se incorporó con el arma en ristre, pero Yuan fue mucho más rápida. Su cuerpo desapareció para hacerlo un segundo después en el centro del grupo de hombres cabra. De su delgada figura emergió un estallido de escarcha que recubrió a sus enemigos inmovilizándoles por completo. Karl saltó desde la pared dibujando una acrobacia imposible en el aire hasta caer junto a la maga. Nada más tocar el suelo, el caza demonios giró sobre si mismo lanzando una decena de dagas a su alrededor.

Los cuerpos sin vida de la pequeña guardia nocturna cayeron al suelo sin haber podido presentar batalla a sus atacantes, pero, a mí pesar, seguía teniendo la misma extraña sensación. Todo aquello era excesivamente fácil. Durante la vigilancia, habíamos contado cerca de cuarenta efectivos organizados en rondas muy sofisticadas que cubrían todos los rincones y, a pesar de ello, habíamos entrado con pasmosa tranquilidad.

- Jamboe – Susurré.

- Dime, joven guerrero.

Me contestó guiándome por el patio interior en dirección al resto de nuestros compañeros que se reunían alrededor de los cadáveres.

- Creo que es una trampa.

- Por supuesto que lo es – Contestó con tranquilidad.

El médico brujo se quitó la túnica marrón que le cubría y sus acompañantes hicieron lo mismo. Jamboe llevaba unas escasas ropas tribales compuestas por caña, madera y tela, todo tintado de un color verde oscuro. Del interior del zurrón que siempre llevaba consigo, sacó una máscara con medio centenar de plumas también verdes y ocultó su rostro para convertir sus facciones en las de un lagarto.

Kalil vestía unas ropas ceremoniales de un rojo y amarillo intensos. Sobre los hombros, la cintura y las piernas unas placas de metal eran la poca armadura que le protegerían de un golpe propinado con poca fuerza. Apenas le había visto combatir, pero sabía que era un luchador experto por la forma en cómo se había puesto en guardia y empuñaba su bastón.

Yuan nos deslumbró con su azul armadura de extremos puntiagudos y afilados. Parecían unas piezas de gran valor que resplandecían bajo la luz de la luna como un lucero y que, sin lugar a dudas, llamarían mucho la atención de nuestros enemigos. Tal vez aquella era la intención de la poderosa hechicera Xian, pues empuñó una varita y un orbe mágico a la espera de descargar todo su poder.

De repente, como si mi entendimiento hubiera estado escondido por algún rincón de mi conciencia hasta ese momento, comprendí que todos sabían que nos habíamos metido de lleno en una ratonera.

- ¿Ya sabías que era una trampa? – Pregunté con incredulidad.

- Por supuesto – Contestó Kalil con su profunda voz oculta tras un casco dorado – Cuando nos vieron atravesar el prado se retiraron para que facilitar nuestra entrada. Peor para ellos.

Las pisadas de un centenar de pezuñas empezaron a resonar por nuestro alrededor como si fueran los truenos que presagiaran la tormenta. Por doquier, aparecieron Khazras armados con hachas, bardiches, lanzas y bastones. Estábamos perdidos. Un ejército completo de aquellas bestias nos tenía rodeados y la única salida estaba bloqueada. Con cobardía pensé en correr hacia el pórtico de la fortaleza y abrirlo, pero yo solo habría sido incapaz y estaba claro que mis compañeros no pensaban rehuir una buena batalla.

Jamboe lanzó unos pequeños huesecillos al suelo y pronunció unas palabras que parecieron surgir de una garganta que habitaba en una oscura dimensión. Al instante, tres cuerpos emergieron a través de las rocas del suelo. Al principio pensé que se trataban de unos perros demoníacos, pero al mirarlos con más atención comprobé que su cuerpo deforme no se parecía a ningún animal que habitara en Santuario. Pero el médico brujo no se detuvo ahí, el suelo se partió al son de sus palabras y algo monstruoso vino del más allá para seguir sus órdenes. En aquel momento hubiera sido incapaz de describirlo, pero con el tiempo mis recuerdos se han ido aclarando respecto a la criatura invocada por Jamboe. Se trataba de un muerto viviente bajo su control compuesto por carne en su mayoría, aunque allí donde ésta faltaba se veía con claridad un hueso roído y pútrido. Su altura era colosal, superando a Kalil, el más alto del grupo, en más de medio cuerpo. Su rostro deforme no transmitía, en absoluto, algo de inteligencia, pero cuando me miró con sus ojos hundidos en un cráneo lleno de carne putrefacta un escalofrío me recorrió la espalda.

Alguien aplaudió al fondo del largo patio interior. Los hombres cabra que nos habían rodeado abrieron un pasillo para que pudiéramos ver a su cabecilla que, para nuestra sorpresa, no era de su raza. Se trataba de un hombre de mediana edad, de fuerte musculatura y que vestía una armadura pesada de color gris sin apenas adornos.

- Por fin te tengo donde quería – Dijo.

- ¿Quién eres? – Preguntó Karl, aunque tanto él como yo ya teníamos una ligera idea de quien se trataba.

- Me llamo Garmond – Contestó – Entiendo que no me reconozcas muchacho, pues soy bastante más joven que la última vez que nos vimos.

- ¿Qué maléfico pacto has hecho? – Pregunté mientras desenfundaba la Venganza de Vedesfor, pues ahora sabía que me encontraba frente al asesino de mi antiguo maestro.

- Mi amo Gouler es poderoso y me ha pedido algo muy simple a cambio de devolverme mi esplendor… tu cabeza.

La mano acorazada me señaló y una furia interior me invadió con tanta intensidad que a punto estuve de lanzarme al combate. Sin embargo, un brutal grito nos distrajo a todos por igual, pues los Khazra parecían tan sorprendidos como nosotros cuando vieron sobre las almenas la figura de un poderoso bárbaro gritando como sólo los bárbaros del Monte Arreat eran capaces de gritar. Casi se podían sentir las vibraciones de su voz sobre la piel. Vestía unas piezas de armadura con cuernos de metal, unas hombreras llenas de espinas afiladas y un casco con penacho blanco que le cubría todo el rostro excepto la boca. Empuñaba un hacha a dos manos, de su cintura pendía una espada corta y de su espalda sobresalía el contorno de un escudo. Pude reconocerle gracias al atavío de pieles que le cubrían y, desde luego, nunca pensé que nos seguiría tras la negativa recibida en la posada del Túmulo de Cuervo Sangriento.

- Nadie – Exclamó cuando su alarido cesó – Nadie rechaza la espada de Heremod, hijo del gran Larzuk.

Continuará...


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Luna sangrienta - Parte II

Mensajepor janfruns » 30 Ene 2012, 10:14

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Heremod saltó desde las almenas con el hacha a dos manos en alto y, profiriendo un pavoroso grito, aterrizó como un coloso agrietando el suelo bajo la fuerza de sus pies acorazados. Los Khazra más cercanos retrocedieron atemorizados, pero yo sentí unas incomprensibles ganas de medirme contra él. Su aspecto poderoso era intimidatorio, sus brazos eran tan anchos como mi cuerpo y, a pesar de todo, ansiaba enfrentarme en un combate limpio y amistoso. Mucho tiempo después comprendí que era mi sangre demoníaca la que me estaba hablando, pero en ese momento sólo percibí una ligera ansia de lucha y un pequeño cambio en los colores que me rodeaban. Sí, lentamente el mundo fue tintándose sin apenas darme cuenta. Los brazos de Heremod se tiñeron de rojo, pero no sólo él. Kalil, Jamboe, Yuan y Karl estaban inmersos en una oscura luz rojiza. Me froté los ojos con incredulidad sin ningún efecto, pero levantando la inquietud en mi nuevo maestro.

- ¿Te encuentras bien, Thar? – Me preguntó.

Asentí sin mucho convencimiento, pero para Karl ya fue suficiente. Ninguno de ellos parecía estar preocupado por la extraña luz y no acertaba a entender porqué, tal vez, si hubiera estado un poco más lúcido habría entendido que ellos no la veían. El caza demonios me obligó a ponerme detrás de él, por lo que quedé a salvo en la retaguardia del grupo. Cerré los ojos con fuerza y levanté la cabeza con la esperanza de que aquella turbadora visión desapareciera. Inspiré profundamente para intentar calmar los nervios, debía superarme, no podía dejar que el miedo dominase mi razón. Poco a poco, mi corazón dejó de palpitar sin control para volverlo a hacer rítmicamente. Me sentí de nuevo preparado y convencido de que al abrir los ojos todo habría vuelto a la normalidad, pero me equivoqué.

Mi antiguo maestro, Vedesfor, me había explicado historias sobre los ejércitos demoníacos que él aseguraba que eran simples habladurías. Sin embargo, una de ellas le merecía todo el respeto y credibilidad. Vedesfor fue uno de los bravos defensores de Harrogath durante el asedio de Baal y fue testigo de innumerables horrores, pero nada le provocó tanto temor como el poderoso conjuro que lanzó Shenk, el supervisor del asalto, sobre sus tropas. Vedesfor vio como la luna se tiñó de sangre y las fuerzas de los demonios se triplicaron. Muchos valientes perecieron durante aquel asalto nocturno, grandes hombres que dieron su vida por defender el bastión. Lo que nunca me contó es que, de no haber mantenido relaciones con Yddrisil, mi madre, no habría podido ver aquel tipo de magia demoníaca.

Cuando abrí los ojos y la vi sobre nosotros, recordé la historia de mi maestro. En lo alto del estrellado cielo brillaba la Luna Sangrienta, el mismo conjuro que fue lanzado por Shenk en el pasado y que a punto estuvo de doblegar a Harrogath. A nuestro alrededor había un centenar de Khazras que redoblarían sus fuerzas bajo su potente luz. Puede que Heremod fuera un titán, que Karl fuera el caza demonios más peligroso de todo Santuario o que Jamboe fuera un umbaru terrible. Nada podríamos hacer contra ellos siendo tan pocos, siendo sencillamente humanos.

Al otro lado del patio, Garmond, el asesino de Vedesfor, levantó la espada para dar la orden de ataque, pero esta nunca llegó. Mi sangre burbujeó en mis venas y no sé si fue por odio o por furia, empuñe la Venganza de Vedesfor y me adelanté a todos mis compañeros con un grito salvaje desgarrando mi garganta. Jamboe me observó tras su máscara de lagarto y Yuan abrió la boca de sorpresa al verme correr hacia el ejército con los ojos completamente en blanco. Adelanté a Heremod y ataqué al primer hombre cabra que me encontré.

Con un tajo diagonal partí su cuerpo en dos y aprovechando la fuerza de la espada que bajaba, giré sobre mi mismo para lanzar un corte que rasgó el pecho de tres más y, antes de que la inercia desapareciese por completo, le corté la cabeza al incauto que no se había apartado.

Fue un intenso momento, un maravilloso instante que guardo en mi memoria porqué fue la primera vez que descubrí lo que era realmente. Me encontraba entre dos mundos bien diferentes, pues mi aspecto era humano, pero mi sangre no. La Luna Sangrienta también me afectaba a mí y me estaba otorgando unas fuerzas sobrehumanas que podría usar contra ellos. Gracias a mi sangre, la herida que me procuró el Caído no me mató, gracias a mi herencia me levanté cuando mis fuerzas flaquearon al enfrentarme a Morghal, el exhumado. No era odio, ni furia, era algo muy distinto a todo ello. Algo que sólo los demonios más temibles tienen en la sangre, una fuerza interior que les lleva a buscar a los adversarios más poderosos para vencerlos. Se trataba de la sangre misma, ese es su recurso natural pues está repleta de magia que hierve en su interior de forma descontrolada, por eso, al ver figura del bárbaro me sentí inflamado por las ansias de luchar con él.

Kalil, espoleado por mi actuación, pasó junto a mí como un borrón arrastrando a tres hombres cabra con un golpe increíble que los desarmó. Después, con un giro lanzó la pierna y aplastó el pecho de uno de ellos levantándolo por los aires. Un Khazra se le abalanzó con la bardiche en ristre, pero el monje se deshizo de él con una serie de golpes continuos que acabó con el restallido de un trueno que reventó el pecho peludo del demonio.

Mientras tanto, las mortales saetas de Karl volaban por doquier cercenando las vidas de los demonios más alejados. Yuan, por su parte, había abierto un campo arcano a su alrededor en el que los enemigos veían ralentizados sus movimientos, mientras ella, juntando las manos hacia el frente, lanzaba un potente rayo que atravesaba a decenas de Khazras a la vez.
Heremod había encontrado un gran aliado en el monstruoso revivido al mando de Jamboe. Ambos estaban sesgando las vidas de toda criatura que se pusiera por delante con una facilidad pasmosa. Los puños mortales y excesivamente eficaces del revivido eran capaces de arrancarles la cabeza tirando de sus cornamentas con su colosal fuerza. A su vez, el hacha del bárbaro nunca parecía tener suficiente, tan buen punto se movía horizontalmente desmembrando a sus enemigos, que al instante siguiente descendía envuelta en magia para golpear el suelo y propagar una onda expansiva mortal.

Unos metros más allá, Jamboe se movía de un lado a otro protegido por sus tres canes del inframundo. Los umbaru tienen una forma muy peculiar de combatir y Jamboe no era diferente. De alguna parte de su cuerpo surgían arañas negras que correteaban por el suelo y se encaramaban a las peludas patas de los Khazra para inyectarles un mortífero veneno. Del suelo a su alrededor surgían brazos putrefactos que atenazaban a los hombres cabra para que no pudieran evitar la nube de voraces langostas que surgía de la boca del médico brujo. Uno sólo de aquellos ataques era poco menos que molesto, pero todos juntos y en aquella cantidad eran mortales de necesidad.

Viéndoles luchar pensé que, tal vez, nuestras fuerzas eran más parejas a las de nuestros adversarios. Mis compañeros era unos luchadores extraordinarios y puede que alguno o todos muriéramos esa noche, pero a buen seguro que nos llevaríamos la mayor cantidad de demonios de vuelta a los infiernos abrasadores. Mis esperanzas renacieron al entender que nuestra muerte no sería en vano.

Garmond me gritó desde el otro lado del patio reclamando mi atención. Se dirigía hacia mí dispuesto a cumplir su parte del trato que adeudaba a señor. De nuevo, la sangre de mi madre hirvió en mis venas y tensó mis músculos, pero esta vez vino acompañada de una sensación extraña en mis manos que no fui capaz de comprender en ese momento.
El asesino de mi antiguo maestro me lanzó una estocada en pleno pecho que esquivé con pericia. Estaba claramente en desventaja, pues mi única protección era un justillo de piel y Garmond, en cambio, vestía una armadura brillante que le protegería de mi espada. De nuevo, arremetió contra mí, pero detuve el filo de su arma con la mía. La fuerza de mi enemigo era asombrosa, pero mi sangre me proporcionaba la capacidad de resistir envites como aquel e incluso más fuertes.

- Voy a matarte como hice con tu maestro – Masculló – Disfrutaré rebanándote el pescuezo.

Fue una larga y tensa pugna de espadas. Garmond en un lado y yo en el otro, cruzando nuestras miradas y nuestras intenciones, nuestros odios. Finalmente fui yo quien deshizo el cruce de aceros con la voluntad de propinarle un humillante golpe. Giré sobre mí para ganarle la espalda y le lancé una patada en la pierna izquierda que le hizo tambalearse.

- Tendréis que hacerlo mejor para acabar conmigo – Le increpé - No sé qué conjuro os ha rejuvenecido, pero lo ha hecho sólo de aspecto, pues vuestra fuerza es la de un anciano decrépito.

Garmond no pudo soportar la injuria y de un salto intentó arrancarme la cabeza, pero mi espada fue más rápida y desvió el tajo. Nos sumergimos entonces en un baile sincronizado de ataques y defensas continuos, mientras en mi interior continuaba surgiendo el cambio definitivo que me convertiría en lo que soy.

Sin embargo, pese a que el combate se hallaba igualado, el destino me aguardaba una dolorosa sorpresa. Garmond consiguió dejarme al descubierto y blandió la espada cortando mi justillo a la altura del pecho. Inmediatamente unos finos hilos de sangre empezaron a brotar de la herida, mi vista se nubló y perdí el equilibro hasta caer de rodillas. Cuando una cosa así sucede, lo primero que te preguntas es en qué te has equivocado. Cuál ha sido el movimiento erróneo y si tenías alguna alternativa mejor. Preguntas absurdas que no cambiarían una verdad innegable, si volvía a cometer un error acabaría muerto. Como un lobo que ha olido la sangre, mi adversario lanzó el ataque definitivo. El filo plateado describió una parábola perfecta que penetraría por el lado derecho de mi cuello seccionando los músculos primero, la yugular y la tráquea después, hasta clavarse en la clavícula. En pocos segundos gran parte de la sangre de mi cuerpo borbotearía de mi gollete mutilado en una muerte rápida que percibiría como un suspiro.

Así fue como lo imaginé, pero no como sucedió, pues Garmond había bajado la guardia convencido de su pronta victoria. Esperé con temeridad unas décimas de segundo más y cuando la trayectoria de la espada era imparable, me abalancé sobre él y hundí la Venganza de Vedesfor en su pecho. Fue tal la fuerza de mi estocada que la hoja emergió por su espalda y, pese a su coraza, mi puño quedó hundido en el interior de sus calientes entrañas.

- Esto es por Vedesfor - le susurre al oído - espero que te pudras en el infierno.

De un tirón arranqué mi arma y sus vísceras brotaron como un torrente. Garmond falleció de rodillas ante mí, pagando por el brutal asesinato de Abrahel, Theomer y Vedesfor. Sus almas podían descansar, pues habían sido justamente vengadas, pero, desgraciadamente, no pude saborear aquel momento tan importante.

Karl me agarró del brazo y me arrastró por el patio interior. Lo que antes era una tropa de Khazra, se había convertido en un ejército completo. Algunos chamanes bramaban lanzando potentes conjuros que reforzaban a sus congéneres. No teníamos opciones contra una horda semejante, así que mis compañeros habían decidido cambiar a una estrategia más conservadora. Antes de perdernos en uno de los corredores laterales, pude ver como el cuerpo de Garmond era pisoteado por una estampida de pezuñas. Un final que me pareció muy apropiado para una sabandija que había sembrado la maldad por Santuario acabando con las vidas de gente inocente y valientes héroes por igual.

- Cuando tu maestro sugirió tu mote - dijo Kalil mientras corríamos por los pasillos en penumbra - nos pareció, cuanto menos, ridículo. Creo hablar en nombre de todos cuando te pido disculpas por haber dudado de tu capacidad. Juro que si salimos de esta hablaré de ti y propagaré tu nombre para que sea respetado y temido por igual.

- Será un honor - Contesté.

Sin tiempo para disfrutar de mi triunfo, nos perdimos en el corazón de la fortaleza. ¿Nuestro plan? Encontrar a Gouler y acabar con él antes de que el último de nosotros cayera.

Continuará...


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Luna sangrienta - Parte III

Mensajepor janfruns » 06 Feb 2012, 11:27

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Los pasillos de la fortaleza Khazra estaban pensados para permitir que sus grandes inquilinos pudieran moverse sin problemas por ellos. Los techos, de más de tres metros restaban importancia a la sensación de claustrofobia propia de estar caminando por las entrañas de la montaña. Y la separación de más de cuatro metros de las paredes laterales ayudaba a que el grupo se mantuviera en todo momento unido. El único inconveniente es que desconocíamos el camino que debíamos tomar.

- ¿Por dónde? – Preguntó Kalil al llegar a un nuevo corredor.

- Debemos ascender – Aseguró Karl – Gouler se encontrará en la parte más alta.

- ¿Cómo lo sabes? – Quise saber.

- Es la zona más segura.

En el lado derecho del corredor una ancha escalinata ascendía enroscándose como una culebra. Cuando apenas habíamos tomado ese camino, una horda de hombres cabra apareció pisándonos los talones y otra descendiendo hacia nosotros.

- Yo me encargo de los de atrás.

Sin esperar respuesta, Heremod deshizo el camino para enfrentarse con una docena de enemigos él solo. Tan buen punto abatió al primero con su enorme hacha, empezó a girar sobre si mismo mientras su arma dibujaba un vórtice de destrucción. El bárbaro atravesó el grupo de enemigos cercenando sus vidas, pero uno de ellos, tal vez el más cobarde o puede que el más sensato, pudo escapar. Heremod se detuvo en seco y, aprovechando la inercia del movimiento, lanzó su hacha para acabar con el que huía. La gruesa y afilada hoja se clavó en su espalda casi partiéndolo en dos.

Mientras tanto, en las escaleras, Kalil detenía con su bastón el ataque de un Khazra armado con una maza larga. Al instante, con una técnica magistral, se movió entre nuestros enemigos golpeando hasta a siete de ellos en un abrir y cerrar de ojos. Podría decirse, si no fuera porque es una locura, que el monje consiguió estar en siete sitios distintos al mismo tiempo.

La oposición que nos habíamos encontrado resultó ser bastante pobre, por lo que continuamos nuestro ascenso sin más complicaciones. Según ganábamos metros y dejábamos atrás tramos de escaleras infestados de hombres cabra, la decoración se volvía más barroca y recargada. De la sencillez y practicidad de los niveles inferiores, habíamos pasado a pomposos ambientes repletos de gruesos cortinajes, cuadros de paisajes, sillas acolchadas con terciopelo y candelabros dorados. Aquella decoración no era propia de los Khazra, por lo que dedujimos que nos encontrábamos en las estancias de Garmond o puede que del propio Gouler, del que no conocíamos su aspecto.

Sin quererlo, pues corríamos a la deriva en busca de nuestro objetivo, quedamos atrapados en una gran alcoba con un lecho con dosel, un par de armarios y un escritorio de madera de roble lleno de papeles. Cuando intentamos salir, encontramos cierta oposición que quedó rápidamente diezmada gracias Yuan y un potente conjuro de luz negra que detonó esparciendo los pedazos de las víctimas por doquier.

Volvimos sobre nuestros pasos con el temor de no encontrar el camino correcto, pero en seguida quedó claro cuál había sido la decisión equivocada. En uno de los largos pasillos, habíamos pasado por alto una puerta ancha envuelta en espesos cortinajes negros. Por ambos lados aparecieron más hombres cabra, así que no lo pensamos mucho cuando cruzamos el umbral de la puerta.

La oscuridad nos envolvió por completo y, de nuevo Yuan, tuvo que socorrernos al iluminarnos con un sencillo hechizo lumínico lanzado con su varita. La decoración volvía a ser escasa y las paredes estaban adornadas con espadas, hachas y escudos. Algo de lo que vi, me inquietó, pero no sabría decir qué fue. Sencillamente, di por hecho que habíamos caído en otra trampa, pues al final de la larga galería, brillaba una luz cálida y se oía el murmullo de una multitud. Un murmullo que evocó los recuerdos de la remota Kurast.


...



Mi maestro Vedesfor y yo, nos encontrábamos en una de las lujosas antesalas de Travincal. Después de que Mephisto fuera destruido en el interior del templo, las fuerzas atrincheradas en los muelles de Kurast iniciaron una ofensiva para recuperar los terrenos sagrados de los Zakarum. Sin embargo, la resistencia era fuerte y quedaban numerosas bestias demoníacas y potentes maldiciones entre las antiguas paredes, por lo que tan sólo se había recuperado una parte de la ciudad. Un pequeño reducto defendido por bravos guerreros y poderosos conjuros donde residía, por iniciativa propia, el gran maestre de la orden quien se encargaba de organizar la ofensiva en su lento avance hacia la gloria.
Un soldado de la guardia abrió la puerta y nos comunicó que el gran maestre nos recibiría con agrado. Vedesfor se encontraba realmente emocionado, pero yo tenía mi mente sumergida en el caza demonios que nos habíamos encontrado en los muelles de Kurast unas horas antes y que, a la postre, sería mi compañero de batallas y mi futuro maestro unos años más tarde. Me había parecido realmente enigmático su aspecto y temible su carácter, una mezcla cautivadora para un chico de doce años.

Cruzamos la puerta y el soldado nos indicó que al final de pasillo nos esperaba el gran maestre. Recorrimos el corredor oscuro con paso lento siguiendo los pasos de nuestro guía. Vedesfor vestía su armadura, de su cinto colgaba la espada y en su brazo izquierdo portaba un largo escudo de colores azules con una garra grabada en la parte frontal. Según nos acercábamos, la luz fue iluminando intensamente las paredes y un ligero murmullo se hizo más audible.

Salimos a un jardín rodeado por unos altos muros grises, en el centro una fuente seca y derruida nos recordó que no mucho tiempo antes los demonios habían campado a sus anchas por aquel mismo lugar. El gran maestre se encontraba en uno de los lados del patio, junto a una mesa acompañado por dos hombres de brillantes armaduras y otro vestido con una túnica azul oscura. Observaban y trazaban líneas sobre un mapa de la ciudad, ajenos al ajetreo que les rodeaba. Doncellas vestidas de blanco trasportaban telas y libros al interior de una tienda de tela, mientras algunos obreros arreglaban la fuente y restauraban parte del muro.

El soldado se adelantó y nos presentó ante el gran maestre quien recibió a mi maestro con un fuerte apretón de manos.

- Mi querido Vedesfor – Exclamó con una gran sonrisa – Doy gracias de tenerte aquí, hasta nosotros han llegado tus hazañas en Harrogath.

- No hice más que cumplir con mí deber, señoría.

- Tonterías – Bromeó – Lo que no entiendo es cómo has tardado tanto tiempo en volver con nosotros. Tengo que ponerte al día de cómo están las cosas y, tan buen punto te encuentres dispuesto, quiero que tomes tu lugar a nuestro lado.

- Señor, deberíamos hablar en privado.

El gran maestre se sorprendió ante la sequedad de mi maestro. En aquel momento no fui capaz de descifrar los pequeños detalles, pero en la memoria guardo la mirada que me lanzó el gran maestre y la forma en cómo el rostro le cambio.

- Acompáñame, viejo amigo.

Vedesfor me dio una palmada en el hombro para indicarme que debía seguirles. Entramos en la tienda donde las doncellas se afanaban a ordenar libros. El gran maestre escupió una orden con modales algo discretos y las jóvenes abandonaron sus tareas con presteza.

- Como te atreves a traerlo aquí – Dijo – ¿Acaso no ha sufrido suficiente nuestra tierra?

- Usted dijo que debía redimirme, por eso busqué la muerte en Harrogath, pero no la hallé.

- Así te lo pedí – Contestó el gran maestre – Y debes estar orgulloso de estar aquí para poder matar a más demonios.

- Cuando la guerra acabó me sentí morir, pues no sentía mi conciencia limpia.

- No creerás que engendrar un... – El enfurecido cabecilla de los paladines me dirigió la mirada y calló – Tu redención es difícil, sino imposible.

- Es posible – Continuó mi maestro – Pero mi mente seguía pensando en lo que había hecho. Me dediqué a deambular por el mundo matando a demonios y por mucho que mi espada se manchara de sangre, mi alma seguía inquieta. ¿Sabe por qué? Cada noche me dormía recordándole, cada mañana le dedicaba mi primer pensamiento. Allí donde yo estuviera, su recuerdo me seguía.

- La culpa es una pesada carga.

- Pero vuestra señoría se equivocó, no sentía culpa por engendrarle, sino por no estar a su lado. Me siento responsable – Añadió – Es mi hijo.

En aquel momento, creí que hablaban de otra persona, pero ahora sé que era yo el objeto de discusión. Después de que Gouler encontrase a Yddrisil y de que Vedesfor huyera conmigo. Caminó a la deriva durante un tiempo, hasta que acabó en casa de los que serían mis padres adoptivos. La confusión llevó a mi maestro a dejarme con aquellos humildes campesinos y viajar hasta Kurast para pedir consejo sobre lo sucedido al gran maestro. Las órdenes fueron concretas, si no deseaba ser víctima de una humillación pública, debía prestar su ayuda y su vida para defender la ciudad de Harrogath.

- Su sangre está contaminada – Aseguró el gran maestre.

- No lo sabemos, no ha mostrado ningún indicio. Creo que puedo...

- Debes matarle, Vedesfor – Le interrumpió de nuevo – Hazlo ahora que no se ha revelado su horrible forma.

- Puedo guiarle por el buen camino.

- No te das cuenta querido amigo, es un lobo con piel de cordero. Un día abrirás los ojos y te habrá degollado.

- Soy firme en mi decisión, señoría.

El gran maestre alzó la barbilla y señaló con el dedo índice el exterior de la tienda.

- Vete de mi ciudad – Le ordenó – A partir de hoy quedas expulsado de la orden hasta que no cumplas con tu obligación y derrames su sangre.

- Lamento sus palabras, señor.

Mi maestro me cogió del brazo y me empujó fuera de la tienda. Le seguí a paso rápido y cuando nos encontrábamos en medio del patio, el gran maestre nos llamó.

- ¡Vedesfor! – Exclamó – Te retiro el favor de la luz, quedas expulsado de la orden de por vida por traición. Sin embargo, dado tu buen servicio y gran lealtad hasta este momento, te otorgo la salvaguarda para salir de nuestra ciudad durante el día de hoy con la firme promesa de que, si vuelves a poner un pie en ella, serás ejecutado.

Abandonamos el templo de Travincal en silencio hacia los muelles de Kurast. Nunca había visto a mi maestro tan enfurecido como entonces y eso que habíamos caminado juntos durante mucho tiempo.

- Lo siento mucho, maestro– Dije.

Vedesfor se detuvo y me miró esbozando una sonrisa.

- No debes sentirlo – Contestó – Te daré un consejo, joven Thar. Sigue siempre los designios de tu corazón y asume tus obligaciones para con los demás. No dejes que un inocente sufra por algo que debes hacer tu. De esta forma, siempre podrás conciliar el sueño y cuando llegue el momento de tu muerte, te sentirás satisfecho.


...



Las palabras de mi maestro se grabaron a fuego en mi mente, pero el momento quedó como una simple anécdota cuando en realidad no lo era. Atravesando el largo pasaje hacia la luz, el consejo que me diera en aquel momento afloró a mi mente. Vedesfor lo había dado todo por mí, incluso su vida.

Emergimos del túnel a una plaza redonda rodeada por arcos llenos de verjas y medio millar de Khazra bramando. Una puerta forjada se cerró a nuestra espalda y nos sumió en una trampa mortal y el recuerdo de la muerte de mi maestro me hizo temer lo peor. Nos encontrábamos en una arena de combate y sobre nosotros los hombres cabra nos observaban expectantes a la espera de vernos morir.

- Bienvenidos guerreros – Gritó un individuo cubierto por una pesada armadura y un casco con forma de cráneo de carnero – Soy Gouler, el señor de esta fortaleza.

Por fin habíamos encontrado a nuestro objetivo, aunque de una forma totalmente inesperada. No es que hubiera esperado a una bestia deforme con múltiples brazos y fauces repletas de colmillos, pero el aspecto de Gouler no acabó de sorprenderme tanto como esperaba. Era grande, sin lugar a dudas, pues ganaba por medio cuerpo a la mitad de los hombres cabra, pero su aspecto era bastante poco demoníaco en comparación a todo lo que había visto hasta ese momento.

- Habéis demostrado tener nervios de acero y ser realmente poderosos – Continuó el general de las tropas Khazra – Pero habéis llegado al final de vuestra osada aventura.

El grito del público fue ensordecedor. Gouler levantó los brazos acorazados y dejó que corearan su nombre durante unos eternos segundos. No teníamos escapatoria, nunca saldríamos de aquella trampa a menos que el general muriese. No sé si fue la sangre de mi madre que bullía con furia en mis venas o por el recuerdo de las palabras de mi antiguo maestro, pero llegué a una atrevida conclusión. Gouler me buscaba a mí, pero nos había capturado a todos. Mis compañeros iban a pagar las consecuencias, cuando debía ser yo quien aceptase mi destino. Fue entonces cuando se me ocurrió la estúpida idea de que, si alguien podía vencer a Gouler, era yo.

Con la mente confundida, di un paso adelante con el firme propósito de retar al general Khazra y puede que matarle con mis propias manos. Sin embargo, Karl me puso la mano en el pecho y me empujó de nuevo hacia atrás, para tomar él mi puesto y mi responsabilidad.

- ¡Gouler! – Gritó con las dos ballestas en la mano – Te reto a un combate a muerte.

El general soltó una sonora carcajada que retumbó por todo el anfiteatro.

- ¿Osas retarme? ¿Acaso crees que puedes poner tú las condiciones?

Karl Schlieffer escupió en el suelo con desprecio y caminó hacia el centro de la arena, bien lejos de nosotros.

- Acepta el desafió con valentía o humíllate ante tus súbditos.

El público enmudeció ante tamaña afrenta y la reacción de Gouler no se hizo esperar.

- Te daré la muerte que mereces caza demonios.

Continuará...


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Luna sangrienta - Parte IV

Mensajepor janfruns » 13 Feb 2012, 13:07

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Gouler desapareció de nuestra vista para bajar hasta la arena donde nos encontrábamos. Los centenares de Khazras vitoreaban su nombre convencidos del buen espectáculo que suponía ver a su señor en combate, pero no contaban con que su adversario era realmente temible. Ellos no le habían visto combatir como yo y desconocían su poder.

Karl Schlieffer repasó todas sus armas. Primero las dos ballestas de una mano, después la veintena de cuchillos que guardaba en su chaleco negro y por último una pesada ballesta que cargaba a la espalda. Cuando las tuvo todas listas se volvió hacia nosotros.

- No debéis intervenir – Dijo - Si yo muero otro de vosotros debe retarle.

- ¿Pretendes que le venzamos por agotamiento? – Preguntó Kalil.

- Lo que quería era alcanzarle antes de que pasara algo como esto, pero ahora no nos queda otra alternativa.

- Yo seré el siguiente – Mi ofrecimiento no sorprendió a ninguno de mis compañeros, pero no fue tomado muy en cuenta.

- No, joven Thar – Dijo Heremod poniendo su gran manaza sobre mi hombro - Cuando Gouler acabe con el caza demonios seré yo quien le rete. Reconozco que tu estratagema es muy inteligente, pero exponer al miembro más débil en primer lugar no es lo más aconsejable para conseguir nuestro objetivo.

La sangre de mi madre hirvió en mis venas por las ansias de demostrarle a aquel bárbaro quien era el miembro más débil, pero hice acopio de toda mi voluntad para aplacar mis ganas de luchar contra él.

Un rugido ensordecedor llenó la arena y entonces supimos todos nosotros que Gouler aun nos guardaba una última sorpresa. Una de las verjas de hierro, la más grande, se abrió con lentitud y una sombra gigantesca empezó a moverse detrás con ánimo inquieto. Tan buen punto, la puerta estuvo izada un ser monstruoso salió de su interior. Se trataba de una criatura con una brillante piel, tenía los cuartos traseros más bajos que los delanteros y medía cinco metros de largo por unos cuatro de alto. La cabeza tenía una forma triangular y estaba repleta de cuernos que le protegían el cuello. Los dos ojos estaban hundidos en el cráneo y parpadeaban con tres grupos de párpados. Sus fauces estaban repletas de colmillos repartidos en tres filas, protegiendo una lengua púrpura y gruesa como el torso de un hombre. Sobre la bestia y montado en una silla de cuero, estaba Gouler con su armadura ornamentada y su casco con forma de cráneo de carnero.

- Veamos de lo que eres capaz – Exclamó el general de los Khazra mientras contenía a la criatura tirando de las riendas.

Karl no esperó más para atacar. Corrió en dirección a la bestia lanzando saetas con sus dos armas. La salva, que en condiciones normales sería mortal, penetró en la gruesa piel, pero no supuso más que unos pocos arañazos. Cuando el animal, por orden de Gouler, cargó sobre Karl, éste desapareció entre volutas de humo y apareció un par de segundos más tarde en su retaguardia. Rápidamente, como sólo un caza demonios sabe hacerlo, asestó una puñalada con uno de sus cuchillos en la pierna trasera del animal que exclamó de dolor.
Gouler tiró de las riendas y su montura giró en redondo cargando con la cabeza sobre Karl, quien salió despedido varios metros hacia atrás. Sin embargo, durante su vuelo, consiguió lanzar una nueva salva de saetas que se clavaron en el hocico de la criatura.

La bestia jadeaba por la cantidad de heridas que le había procurado el caza demonios, pero no entraba en los planes de su jinete darle algo de descanso. Desde lo alto de la grupa, Gouler observó a su adversario con aquel terrorífico casco con forma de cráneo de carnero. A buen seguro que estaba calculando cual sería su siguiente movimiento y cuál sería la reacción del ágil cazador de demonios. De uno de los costados, desenfundó una alabarda con una hoja de tamaño desproporcionado. Nunca, después de aquel momento, he vuelto a ver a alguien usar un arma de aquellas dimensiones y puede que nunca más lo haga. El cabecilla de los Khazra espoleó a su montura y ésta cargó enfurecida contra Karl quien se mantuvo estático en su posición.

El ataque fue terrible. Las fuertes garras de la bestia se clavaron en el suelo y, cuando Karl saltó hacia un lado, las mandíbulas se cerraron a su paso aunque sin acierto. La alabarda de Gouler describió un arco sobre su cabeza y se clavó a pocos centímetros de donde debería haber caído el caza demonios, pero éste consiguió cambiar la dirección en el último segundo. A toda prisa y con algo de imprecisión, Karl puso tierra de por medio, pero el gran tamaño del animal le permitía correr esa misma distancia en mucho menos tiempo. Así fue como Karl Schlieffer se vio apresado en una carrera en la que sólo podía esquivar los continuos ataques triples. Gouler estaba convencido y, muy a mi pesar también, de que no podría aguantar mucho rato aquel ritmo y tarde o temprano cometería un error que le costaría la vida. Y el momento llegó antes de lo esperado.

En la sexta arremetida, Karl calculó mal el acrobático salto y la bestia le embistió con la cabeza. El cazador salió despedido varios metros, golpeó contra la pared de piedra y quedó extendido en el suelo. Gouler espoleó a la bestia que, por su potente cabalgada, demostraba estar ansiosa por darse un festín. Poco antes de que le alcanzase, Karl se incorporó un tanto aturdido y lo único que pudo hacer fue ver como el enorme cráneo del animal le aplastaba contra la pared. Satisfecho por el resultado, el jinete la hizo retroceder dejando que el cuerpo de su enemigo cayese al suelo entre quejidos y lamentos.

La situación era dramática. Mis compañeros observaban el desigual combate con frialdad, como si nada de lo que estuviera sucediendo fuera con ellos. Heremod se mantenía erguido y serio, con las dos manos sobre el mango de su hacha apoyada en el suelo. Yuan esperaba con los brazos cruzados y la varita enfundada en un costado de sus caderas sin mostrar ninguna emoción.

- ¿No pensáis hacer nada? – Les pregunté a los cuatro.

- Cálmate muchacho, todavía queda mucho combate por ver – Contestó Heremod con sobriedad.

- ¿Acaso has perdido la razón? Ese último golpe le tiene que haber roto todos los huesos.

- No es cierto – Me interrumpió Kalil – Karl ha podido reaccionar a tiempo y preparar el cuerpo para absorber el impacto.

Efectivamente, Karl se levantó como si nada hubiera sucedido. Con aire desafiante, escupió un poco de sangre, guardó las dos ballestas y desenfundó diez cuchillas plateadas de veinte centímetros de largo cada una. Al parecer, había entendido que luchar a distancia con una criatura tan grande y a la vez tan rápida era demasiado difícil. Con paciencia y disciplina, Karl empezó a caminar de lado con cinco cuchillas en cada mano. Fueron instantes de máxima tensión ya que ninguno de los dos combatientes quiso exponerse atacando primero.

Finalmente, fue Gouler quien se decidió a iniciar el nuevo intercambio de golpes. Siguiendo la misma estrategia que le había funcionado con anterioridad, intentó someter al cazador para acabar con él de una vez por todas. Sin embargo, esta vez Karl estaba preparado. Sus movimientos eran precisos y sus saltos mucho menos arriesgados que antes. Poco a poco, con cada giro y acrobacia, el cazador iba adelantándose a cada uno de los movimientos, pero lo que más me llamó la atención fue ver que no usó ni unos solo de los cuchillos que llevaba en las manos. No sabía que tramaba, pero fuera lo que fuera, estaba convencido de que sería un golpe destinado a equilibrar el combate.

De repente, Karl volvió a desaparecer tal y como lo había hecho unos minutos antes, pero esta vez apareció justo detrás de la bestia. Con una magnifica exactitud, lanzó cada grupo de cuchillas hacia ambos lados seccionando los gruesos tendones de los cuartos traseros del animal. Al instante obtuvo la reacción esperada y la criatura aulló de dolor, para desplomarse unos segundos más tarde, pues era incapaz de sostenerse en pie. Desde lo alto de la grupa, Gouler observó a Karl con aire impasible y descendió de su montura. La inspeccionó como si su adversario no estuviera allí y después le propinó un golpe fatal con la alabarda que acabó con su agonía.

- Al parecer he subestimado tu capacidad – Dijo Gouler desde lo más profundo de su casco – Pero ya no lo haré.

- Eso espero – Contestó Karl – O tus súbditos quedarán muy defraudados con tu actuación.

El general del ejército Khazra desenvainó dos espadas y las sopesó en sus manos.

- ¡Tienes la lengua muy larga, cazador! – Gritó para que todos sus súbditos lo pudieran oír – ¡Motivo suficiente para hacer que sufras hasta lo indecible antes de morir!

Karl retomó las dos ballestas, las recargó con saetas y dio un par de pasos al frente.

- Con tanta charla ya estás quedando en evidencia – Contestó con el único ánimo de alterar los nervios de su enemigo y que perdiese el control – Los tuyos ya deben de estar preguntándose porque no me has matado ¿Acaso no eres lo suficientemente fuerte?

Gouler reaccionó inmediatamente dando un increíble salto de más de ocho metros sin tomar carrera, pero Karl ya no estaba allí, había vuelto a desaparecer en el interior de una humareda gris. Volvió a hacerse visible unos segundos más tarde, pero en el otro lado de la arena y, en esta ocasión, me sorprendí mucho por su nuevo aspecto.

Puedo decir, sin miedo a avergonzarme, que ver a un caza demonios en trance de combate es una de las visiones más sobrecogedoras. Su piel se vuelve más blanca y su rostro se transfigura en una máscara que sólo transmite odio, el mismo odio que corre por sus venas y que produce un inquietante brillo rojizo en sus ojos envueltos en vapores mágicos. Sí, Karl Schlieffer, era en aquel momento puro odio, pero sabía qué sin disciplina el odio le consumiría. Tan solo esperaba que pudiera vencer a Gouler antes de que fuera demasiado tarde.

Continuará...


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Luna sangrienta - Parte V

Mensajepor janfruns » 21 Feb 2012, 09:41

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Luchar en una arena tiene algunas ventajas y muchos inconvenientes. Un luchador experto como Karl era conocedor de todos los beneficios, pero sobre todo era consciente del peor factor posible para él. La forma en cómo un caza demonios combate está íntimamente relacionada con su entorno, pues cuanto más irregular y más obstáculos posea mayor ventaja tendrá. Sin embargo, en una arena circular en la que no había protecciones, con el suelo de tierra y un centenar de puntos de luz provenientes de las antorchas, la estrategia habitual de Karl era poco menos que inútil. Debía tenerse en cuenta, también, que su oponente llevaba una armadura muy pesada y la cabeza cubierta con un casco con forma de cráneo de carnero, todo ello debería haber provocado una consecuencia lógica: Gouler debería ser más lento que Karl Schlieffer.

Nada más lejos de la realidad. Tras el primer ataque del demonio, había quedado demostrado que su velocidad no se veía en absoluto mermada por el peso del metal que le protegía el cuerpo. Gouler era, según pude descubrir en mis pesquisas posteriores, un demonio de casta inferior que entró en Santuario mediante los portales abiertos por Baal quince años atrás. Un superviviente de una invasión fallida que en tiempos de paz podía ser tan peligroso como el propio señor de la destrucción.

Gouler permanecía erguido, con las dos espadas alzadas y las piernas abiertas en una actitud soberbia. Karl, en cambio, esperaba con las piernas dobladas y la espalda encorvada como un felino al acecho. Se trataba de un enfrentamiento de estilos de combate totalmente distintos, fuerza bruta contra agilidad extrema.

El demonio tomó la iniciativa al correr hacia su oponente. Era tal el empuje que ejercían sus potentes piernas que arrancaba cascotes del suelo. Pude percibir entonces un detalle que hasta ese momento había pasado por alto. Gouler había ganado en tamaño. Si antes su estatura era considerable, ahora era fuera de lo normal. En la primera embestida comprobé que la cabeza de Karl apenas le llegaba al pecho y así se lo hice saber a mis compañeros.

- ¿Os habéis fijado en el tamaño? – Les dije en voz baja – Juraría que antes no era tan alto.

- No te equivocas – Contestó Yuan – Yo también me he dado cuenta. ¿Puedes aportar algo de luz, Jamboe?

- Es posible – Contestó el umbaru – Algunos demonios poseen el poder de cambiar de forma y eso incluye también el tamaño. Depende de la duración del enfrentamiento, podremos ver su verdadera forma o no.

- ¿Hay alguna manera de saber qué puede hacer? – Pregunté.

- Los demonios, al igual que los ángeles, son seres superiores y nacen con unas características que no compartimos los humanos – Añadió Yuan – Algunos incluso llegan a parar el tiempo por completo.

- Espero que no sea el caso – Nos interrumpió Heremod – No hay muerte más injusta que aquella a la que no puedes mirar a los ojos.

De repente, una de las espadas de Gouler estalló en llamas y surcó el aire en busca de la cabeza del cazador de demonios, quien se tiró al suelo en un acto desesperado por evitar la hoja abrasadora. El demonio dio un giro y soltó un tajo sobre el cuerpo tendido de Karl que a punto estuvo de partirle por la mitad. Sin embargo, pudo rehacerse con rapidez y lanzar una potente patada a su pierna de apoyo. Gouler ni se inmutó ante el golpe. La pierna de Karl parecía un esmirriado tronco chamuscado en comparación al férreo pilar en el que se había convertido la extremidad del demonio. Pero Karl era un gran guerrero y ya había sabido ver cuál sería su ventaja.

Debido al descomunal aumento de tamaño, las piezas de la armadura se habían ido separando gradualmente unas de otras hasta descubrir puntos por los que podrían penetrar sus mortíferas saetas. Desde el suelo, con un acrobático movimiento, el caza demonios se incorporó y le disparó en el costado perforando su carne. Gouler aulló de dolor, y le golpeó con el hombro en la cara en una reacción inesperada para Karl que cayó hacia atrás aturdido.

Tal vez fuera el dolor, o puede que el odio, Gouler adoptó su forma demoniaca definitivamente. Su cráneo chasqueó bajo el casco que empezó a separarse en secciones milimétricamente calculadas. De entre el metal surgieron unos cuernos negros y puntiagudos y sus ojos se convirtieron en dos luceros brillantes en las profundidades de las cuencas de su yelmo. Gouler clavó la espada llameante en el suelo y cogió por la pechera a Karl para atraerlo hacia su brutal rostro.

- Esta es tu recompensa, cazador.

Su voz procedía de un mundo de dolor, corrupción y maldad y era tan profunda y cavernosa que casi podía sentirse su vibración sobre la piel.

- Observa mi verdadero rostro antes de perecer.

Gouler sujetaba a Karl a más de un metro de altura sin apenas esfuerzo y éste no parecía resistirse. Una lengua carnosa y húmeda surgió del interior del casco seccionado y lamió la cara del cazador con deleite.

- Disfrutaré masticando tus huesos. Has pretendido humillarme delante de los míos y eso es lo que te mereces.

La hoja de la espada que todavía empuñaba el demonio atravesó el cuerpo de Karl y surgió por su espalda impregnada en sangre arrancándole un grito desgarrador. Con satisfacción por la victoria, el general de los Khazra lanzó el cuerpo malherido del cazador de demonios a sus pies y levantó los brazos para sentir la ovación de los suyos. La arena al completo estalló de júbilo al reconocer al claro vencedor del desigual combate. Mientras tanto, Karl se arrastraba dejando un rastro que era absorbido por la arena hasta adoptar un tono pardo oscuro. Yo sabía que no se había dado por vencido porque todavía sujetaba las pequeñas ballestas como si fueran su único medio de supervivencia, pero ignoraba qué podía hacer en su estado.

A pocos metros de él, Gouler recuperó su espada llameante para acabar de una vez por todas con su adversario. Con pasos lentos, se acercó hasta Karl y le señaló con la espada manchada con su sangre.

- Levántate – Le dijo lo suficientemente bajo como para que sólo nosotros le oyéramos – Ponte en píe y muere dignamente.

Nunca habría esperado un acto tan noble por parte de un demonio y por lo visto, mis compañeros tampoco. Karl se incorporó a duras penas con la herida abierta derramando sangre sobre el suelo.

- ¿Acero o fuego? – Preguntó Gouler.

Los ojos vaporosos de Karl se apagaron lentamente como una clara señal de rendición. De sus labios entre abiertos brotó el preciado líquido carmesí mientras contestaba a la pregunta de su ejecutor.

- Fuego, siempre fuego.

Miré a mis compañeros y les insté en silencio para que hicieran algo y evitar lo inevitable. Heremod movió la cabeza en un claro signo de negación. Gouler estaba demostrando respeto hacia el honor de Karl y eso se merecía tanto o más respeto por parte de mis compañeros. Sin embargo, yo no pensaba igual y quise ayudar a mi maestro, pero antes de que pudiera dar un sólo paso el bárbaro me agarró del brazo y me retuvo.

Gouler le acercó la flamígera espada al cuello. Las llamas danzaban cerca de su piel, acariciándola, saboreándola a la espera de poder catar su carne ante la impasibilidad de Karl. El demonio hizo retroceder el brazo para coger impulso. El clamor de voces Khazra perdió intensidad hasta convertirse en una pesada losa de almas expectantes. La espada dibujó una estela roja momentos antes de seccionar la cabeza del cazador de demonios.

Puede que Karl no fuera amable conmigo al principio, pero había demostrado con el curso de las semanas ser una persona comprometida y, a la larga, sin siquiera darme cuenta, le tomé aprecio. Aún hoy pienso que el que fue mi maestro no se merecía un final como aquel.

Tal vez por eso, porque él también lo sentía así, evitó con las últimas fuerzas que le quedaban que la espada le partiera en dos. Sus ojos relumbraron de nuevo, con más fuerza si cabe, y juntando su cuerpo con el de Gouler, clavó ambas ballestas en una de las juntas abiertas de la parte inferior del casco del demonio. El estallido de fuego fue tal, que perdí la visión durante unos segundos que se me antojaron eternos. La arena se llenó de bramidos y noté como mis compañeros formaban un círculo a mí alrededor. Poco a poco, mis ojos volvieron a ver con claridad. El cuerpo de Gouler estaba tirado en el suelo y no quedaba ni rastro de su cabeza, por lo que sus seguidores habían empuñado las armas.

- ¡Vamos, malditos bastardos! – Gritó Heremod – Bajad aquí y seguid la misma suerte que vuestro señor.

Ninguno pareció querer ser el primero y, si a alguno de ellos hubiera tenido valor suficiente para bajar a la arena, el resto le habría seguido, pero no fue así. Todos los Khazra, ya fueran chamanes o guerreros, levantaron las armas en señal de respeto y la puerta de la arena se abrió para dejarnos libres. Sin acabar de creernos que aquellos seres demoniacos fueran tan respetuosos con la sorprendente resolución del combate, nos encaminamos hacia la salida.

- Estoy seguro de que es una trampa – Dijo Kalil – Nos estarán esperando al otro lado.

- No lo creo – Contestó Heremod – Si nos hubieran querido muertos ya nos habrían matado mucho antes, estoy seguro.

- ¿Crees que lo han hecho por diversión? – Pregunté.

- Me parece que Gouler nos ha intentado usar para reforzar su autoridad sobre ellos, pero le ha salido mal.

En ese momento, caí en la cuenta de algo que se me había pasado por alto.

- ¿Dónde está Karl? – Quise saber.

- Está muerto – Aseguró Kalil – Ha usado todo su poder y ha sucumbido a la explosión.

Enmudecí con pesar, pero algo en mi interior me decía que no era cierto. Algo en mi alma tintineaba con fuerza, era como una cadena que casi podía ver salir de mi pecho. No, Karl Schlieffer no estaba muerto. Gracias al juramento que enlazaba nuestras vidas, podía saber que aun quedaba algo de vida en él y que se alejaba por los corredores de la fortaleza en busca de una última víctima. Yddrisil.

Fin


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