Canción de Valor - Parte I

Fanfics y relatos creados por nuestros foreros.

Canción de Valor - Parte I

Mensajepor Regnier_LoT » 13 Dic 2011, 15:37

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Así como escribo estas palabras, mi mente no para de divagar en los recuerdos que es encuentran en la laguna del subconsciente. Sin lugar a donde ir, estos reflejos difusos del pasado van y vienen hacia mi lado consciente, para luego sumergirse de nuevo en el lago del que nos cuesta tanto sacar algo provechoso. Antes, cuando veía estos reflejos volar y asomarse a mi entrada metal, no me importaba su apariencia difuminada y sus danzas caóticas, saliendo de la laguna por miedo a olvidarse. Sus apariciones eran igual de irregulares y desordenadas, asomándose tan poco rato que apenas notaba su presencia.
Pero ahora tengo miedo. Los reflejos difusos se han vuelto formas demasiado concretas, con terribles palabras e imágenes terroríficas acompañadas de solemnes y oscuros cánticos que anuncian que el presente no será mejor que el ayer. Invaden mi mente y la destrozan día a día, sumergiendo mi consciencia en la oscura laguna del horripilante pasado. Si he de liberarme de estos demonios, solo se me ocurre una forma de hacerlo y esta es la muerte. Pero la muerte me resulta demasiado lejana en estos momentos, por lo que no tengo más remedio que aliviar mi mente mediante la escritura. No tengo a nadie en particular para mandárselo, pero es la única forma de atenuar el dolor que se me ocurre. Empezaré desde el principio de todo, aquel día de serenidad hace tres años:




1275
La posada Espina de Ángel de Puerto Real siempre había tenido una clientela de lo más variada: ladrones, mercenarios, matones y chusma por doquier. Los bardos que venían por aquí cantaban para mantener la calma del lugar y sus cuellos libres del filo de un cuchillo, pero casi siempre acababan vapuleados y tirados en la calle al fallar las notas.
Pero la noche de ese día no había ningún bardo, si no un joven que había fracasado en su última conquista. Medio borracho, había acabado en este lugar de mala muerte y entretenía a los matones con ridículas historias de heroísmo:

-…y el caballero cogió su lanza y la *hinks* clavó en el corazón de la bestia, liberando al pueblo *hinks* del oeste de su maldad para siempre.

-¿¡Dónde están la ‘damisela en apuros y las princesas de pechos grandes!? ¿El ‘caballero’ la tenía corta o qué?

Carcajadas resonaron por todo el establecimiento con el comentario y el joven cuentista calló por el mareo al suelo. Se levantó y se sentó en la primera silla que sus manos delgadas notaron.

-Esta es mi silla, chico.

Levantó la vista del suelo, para vérselas con una figura encapuchada en el otro lado de la mesa. No pudo ver con claridad la parte visible por las copas que llevaba encima, pero por la voz estaba seguro de que era una mujer.

-Perdóneme, mi señora, pero diría que no nos han presentado debidamente. Me llaman *hinks* Arthur y soy poeta.
-Fracasado supongo.
-Bueno, usted lo llamará fracaso, pero yo lo llamo ‘desentendido’.
-Perdóname, pero su rima ‘desentendida’ es igual a la de un niño que conocí en una selva salvaje. No sabía ni escribir ni leer.
-¿Me está comparando con un niño animal?
-Eso sería un insulto para el niño animal.
-*hinks*Disculpe, aún no he escuchado su nombre…
-Seguro que puede inventarse uno con su ‘rima desentendida’. Ahora largo de mi mesa.
-Pero si aún no hemos empezado ni a conversar vos y yo.
.-¿¡Dónde está el cuentista!? ¡Empiezo a aburrirme!- gritó un matón con cara de pocos amigos.
-Vuestro público le reclama. Espero no volverle a ver nunca.

La mujer se levantó de la mesa y salió de la posada, dejando unas monedas para el dueño por las jarras. Apenas unos segundos después, Arthur siguió a la mujer a la calle.
Ahora, a la luz de la luna, podía distinguir mejor el metal de la armadura que llevaba al reflejarse en esta la blancura de la luna. Hombros, espalda y parte de los antebrazos estaban cubiertos de placas de acero que despertaban sus sentidos adormecidos. Arthur siguió la luz de la armadura, intentando mantener el equilibrio e intentando no caerse de los tropiezos que daba con las piedras que formaban la calle. No podía ver ningún alma en la calle y solo había unas pocas ventanas iluminadas. La mujer caminaba segura, sin titubear en su movimiento pero con cierta prisa bien escondida. Fue directa hacia un estrecho callejón, lleno de sombras. ¿Por qué la estoy siguiendo? Se preguntaba continuamente sin encontrar respuesta. Su pensamiento fue quebrado cuando una mendiga se le puso delante.

-Por favor, señor, unas monedas, por favor.- La mujer apestaba, pero no podía quejarse puesto que él también apestaba aunque era por distintas razones. La mendiga tapaba su visión, y cuando creía encontrar un hueco la mendiga ponía rápidamente su cara de tristeza delante. Si no le daba algo, estaría así toda la noche. Lanzó la moneda a los pies de la mendiga y siguió su camino. Pero la mujer había desaparecido de su visión. Con desilusión, se cogió su pelo castaño para tratar de sacar alguna idea sin éxito.

Es hora de que me vaya a casa, no creo que la encuentre. Después de todo, no se ni siquiera porque la seguía.

Orientándose como pudo, se dirigió a su casa. Al primer paso, un olor le llegó a la nariz.
Y sabía perfectamente cuál era ese olor. Lo había olfateado mil veces en las posadas que visitaba y en el distrito de los pobres al cual pertenecía. Siguió el olor con paso decidido por los callejones. Ya no se tropezaba ni sentía ese mareo molesto que le había dificultado tanto antes. Su ritmo hizo que llegará en poco tiempo al lugar. Lo sentía, sabía de una manera inexplicable la importancia del asunto y se imaginaba lo que estaba a punto de ver, pero la realidad era más terrible de lo que su mente pudiera crear. La primera sensación al ver la escena tuvo el impulso de vomitar, pero decidió que era mejor resistirse. El cadáver estaba fresco y el charco de sangre parecía que se agrandaba a cada segundo. Los huesos estaban salidos y desencajados, como si algo los hubiera forzado a salirse de su estructura y romper la piel y los músculos.

Nunca se habría imaginado que la mujer moriría de esa manera. Ni siquiera le había sacado el nombre. Y aún así, una sensación no le abandono en todo este rato. Algo le estaba llamando. Algo en el viento, entre las sombras de la noche, le esperaba pacientemente.
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Canción de Valor - Parte II

Mensajepor Regnier_LoT » 18 Dic 2011, 18:18

-Y bien, ¿por qué la seguiste?

El soldado le había preguntado esto ya unas cinco veces. Y siempre tenía la misma respuesta.

-No lo sé, estaba en la posada Espina del Ángel cuando la vi. Se marchó y tuve el impulso de seguirla.

Se lo hubiera gritado a pleno pulmón esta explicación, pero tenía pavor de que el soldado respondiera sacando el mandoble. Arthur no tenía ganas de comprobar si podría esquivar la inmensa espada. Aunque sentía una gran curiosidad por saber como podía llevar eso junto con la armadura pesada que portaba. ¿No se asfixia con ese casco?

-Siempre se tiene un motivo para seguir a alguien por la noche.-El soldado parecía también bastante cansado con la charla. Seguramente para él esto no era más que rutina.

-Bueno, pues no sé, supongo que quería fornicar esta noche y me encontré a la dama. Cuando no me hizo caso la seguí.

‘En verdad esta razón tiene mucho sentido, pero sigo pensando que tiene que haber algo más detrás de todo esto y sobretodo de esta curiosidad sobrenatural.’

-Bien, eso ya es algo. ¿Y dice que no oyó nada?

-No, cuando quise darme cuenta la sangre ya llegaba a mi nariz.

-Gracias por su colaboración, señor.

-Espera, ¿ya está? –Arthur estaba incrédulo. Ya se pensaba que le llevarían a la prisión o al puesto de los guardas de la ciudad para el interrogatorio.

-Mire…-El guarda tenía tono de querer irse a su casa. Arthur no se lo reprochaba.- con su testimonio no puedo hacer muchas más preguntas, y mi compañero no encontró más testigos. Lo más seguro es que algún matón, probablemente uno con capacidades mágicas, matara a la chica. Este barrio es muy peligroso para las mujeres. En todo caso, no se preocupe, mañana haremos una redada en la posada. Gracias de nuevo y buenas noches.

-Buenas noches.-El guarda se marchó sin más, dejando a Arthur en medio de la calle. En un callejón totalmente oscuro.

‘Tengo dos posibilidades: una, irme de aquí ahora mismo antes de que alguien me maté, o dos, salir corriendo. Ummm… Ambas me valen.’

Se marchó inmediatamente, con la mente todavía dándole vueltas al asunto. No había sido un asesinato normal: la muerte había sido demasiado brutal para que nadie lo hubiera escuchado, después de todo, los huesos tienden a crujir y partirse de forma muy ruidosa. Tal vez se deba a que notamos este sonido de forma especial por ser de un congénere humano. Además tenía pinta de luchadora o guerrera, por lo que seguramente se defendiera de lo que fuera que la atacó.
Pero no hubo ningún ruido. Es como si simplemente hubiera aparecido así, en un instante, en medio de la calle. Luego, estaba lo de que no llevaba ningún objeto de valor encima. Con una armadura así, debía de llevar monedas o algo por huevos. Pero no era así.

Miró a la luna en los cielos, tan tranquila, sin preocuparse del mundo de los hombres.

‘Si quiero averiguar que ha ocurrido con ella, tengo que empezar con lo que sé seguro, y es que estuvo en la posada Espina del Ángel. Tendré que empezar por ahí.’

Llegó a su casa sin darse cuenta. Se percató de la puerta medio podrida, y también de algo que se estaba escuchando detrás de la puerta.

-Oh… no.-Una cara de resignación se dibujó en su cara. Abrió la cerradura con la llave y empujó lentamente la puerta

La escena era cuanto menos asombrosa.

-¡…asiente al ave y las PERSONA MUEREN! ¡Por todas partes MUERE GENTE! – Un hombre corpulento, grande, con una frondosa barba pelirroja y un casco con cuernos en la cabeza, saltaba por la choza al ritmo de la ‘canción’. El sitio era aparentemente pequeño para él, por lo que se metía de hostias con todo.

-¡Fward, estoy en casa! -Arthur gritó todo lo que pudo para que se asustara, y lo consiguió pues se estampo contra el suelo casi al instante.

-¡Buenas, Arthur!

‘Por la Luz, ¿Cómo un hombre puede tener de ese aspecto de bárbaro del norte puede tener la voz de un niño?’

-¿Cómo es que todavía no estás en la cama, Fward?

-Me he ido de copas, y llegado hace un momento. Somos compañeros de choza, no se por qué te sorprende que este por aquí. –Se levantó como puedo del suelo, con la cara completamente roja pero el casco en su sitio.

-No importa, mañana te necesito levantado cuando suenen los gallos.- Se dirigió a su cuarto a prepararse para dormir.

-¿Por qué, Arthur?

-¿Te acuerdas cuando hacíamos el truco de que tú eras mi guardaespaldas para evitar a los matones de los bares?

-No me gustan lo que estás sugiriendo.

-Vamos a ir de investigadores, amigo mío. Descansa para mañana. -Arthur cerró la puerta de su cuarto después de estas palabras.

-No me va a gustar nada esto.- Fue lo único que dijo Fward. Tenía la certeza de que se iban a meter donde no les llamaban.

A la mañana siguiente, Arthur lo levantó como un clavo con el primer gallo. Nada más pisaron la calle, los dos tenían seguro que el día iba a ser muy largo. Fward andaba perezosamente con la armadura de bárbaro que había traído consigo de su tierra natal, las ahora conocidas como Tierras del Terror. Le habían traído de pequeño a Puerto Real, y lo abandonaron al poco sus padres cuando acudieron a la crisis que ocurrió en las tierras barbáricas. Supuestamente murieron a manos del enemigo, que unos pocos afirman que eran demonios que servían al Señor de la Destrucción, Baal. Ni Fward ni Arthur se creían esas historias, pero no podían negar el hecho de que algo realmente terrible pasó allí.

-¿Por qué estás tan interesado en saber que le pasó a esa chica, Arthur? Sabes que tienes cosas más importantes que hacer y yo tengo que ir a trabajar al puerto.

-No lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes? En plan, ¿no lo sabes como no sabes lo que has hecho tras una borrachera?

-En plan sobrenatural. Como las historias de caballeros que escribo. –Un tono orgulloso salió de forma disimulada de la boca de Arthur, pero Fward lo conocía bastante bien como para notarlo.

-Esto no es como tus historias de caballeros matando bestias asesinas con palos…

-No volveré a repetírtelo, se llaman lanzas. –Le cortó automáticamente.

-Son palos y lo sabes, las armas que describes en tus relatos son tan pésimas que la última que te pusiste a narrar, un niño te tiró un palo a la cara para ver si explotabas en colores.

-¿Te refieres al niño que creía que era un unicornio porque tenía un grano gigantesco en la frente?

-¡No empieces a insultar a los niños, Arthur! –Arthur soltó una carcajada. Cuanto más serio Fward intentaba ponerse, la voz le salía más aguda.

-Ya estamos en tu posada. –Dijo Fward en medio de la risa de Arthur.

-Vale, jaja… Recuerda el sistema. Mira para todos lados, ponte totalmente recto y no hables.

‘Es hora de que tengamos una aventura como las de los grandes mercenarios.’

Abrieron la puerta de la posada. Y Arthur se dio cuenta de que realmente no necesitaba para esto a Fward. La posada estaba muy poco ambientada, ya que los lugares como estos suelen ser para gente más bien nocturna. Solo había unos cuantos pescadores, unos descansando y otros preparándose para dirigirse a la mar. Sentía que había metido a Fward en un problema que solo le concernía a él de una manera muy estúpida. Pero también sabía que no podía decirle que se fuera ahora, no tras haber entrado. Así que siguió con el plan, y fue a la barra para hablar con el dueño.

-Disculpe, señor.

-¿Desea una cerveza?

-Sí, una jarra. También quiero algo de información.

-La información no se bebe.

-Pero igualmente se paga por ella.

-¿Tan desesperado estás por saber quién es la chica?

Fward y Arthur miraron al dueño confundidos. No se esperaban esa respuesta del dueño.

-Llevo muchos años en esta posada y se cuando un hombre se siente atraído una mujer que ha encontrado en un tugurio de mala muerte.

-Buena forma de describir tu establecimiento.

-No seas sarcástico. –Soltó una voz muy aguda.

-¡No hables! –El dueño pareció no enterarse de lo que había pasado, así que Arthur siguió con el papel.

-¿Y…uhm…sabe algo de ella?

-Sí, pero no creo que le guste.

‘Obviamente no sabe qua ha muerto.’

-He escuchado infinidad de historias, no creo que me vaya a sorprender lo que me diga.

-Es una cazadora.

-Muy bien, ¿cuál gremio?

-Cazadora de demonios.

‘Eso sí que no lo había escuchado.’

Arthur y Fward se quedaron un minuto atónitos. A Arthur no le cabía la menor duda de que lo que fuera que hubiera pasado anoche les superaba a ambos. Lo que buscaban era algo capaz de matar u a una cazadora de demonios, por lo que definitivamente no podían superar este reto. La investigación debía terminar aquí. Había sido bonito el instante en que duró, pero era el momento de volver a la realidad.

‘No… Esto no ha acabado. Aún no’

Arthur se sorprendió de sus propios pensamientos, pero la llamada de lo desconocido se estaba haciendo más fuerte.

-¿Sabes cuál era la misión que la había traído hasta aquí? –Titubeo, pero al final hizo la pregunta.

La pregunta que lo cambiaría todo, y de la que no había vuelta atrás.
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Canción de Valor - Parte III

Mensajepor Regnier_LoT » 25 Dic 2011, 04:11

No conseguimos sacar mucho más del dueño. La cazadora había llegado hace tres días a la ciudad. El mismo día que llegó se pasó por la posada, seguramente porque llegaría en barco hasta aquí. Preguntaba continuamente acerca de la historia de la ciudad, sus habitantes y la validez de algunos rumores sobre la ciudad que habían llegado a tierras extranjeras y pueblos de la zona. Al parecer, la cazadora estaba interesada sobretodo en los rumores acerca de desapariciones en las zonas pobres y los alrededores de la ciudad y de cambios de comportamiento en algunas personas que habían acontecido de la noche a la mañana. La información era poca, pero le servía a Arthur y Fward por el momento. El dueño escuchó hablar a la cazadora acerca de visitar a un contacto que tenía en un tienda de alquimia de la ciudad la noche del asesinato, por lo que Arthur pensó que el siguiente paso lógico era hacerle una visita a este contacto. Pero antes, tenían que asegurarse algún ‘medio de defensa’ contra cualquier cosa que pudiera pasar.

-¿Cuánto crees que costará un mercenario, Fward?

-Todo nuestro dinero, Y sería de los cutres. Mejor comprarnos un perro guardián. –Incluso si dijera que es la propia Muerte que ha venido a cobrarse tu alma, no se puede tomar enserio esa voz. Es demasiado, que palabra sería… ¿mona?

-Un perro guardián no nos vale de nada en este trabajo.

-¿Trabajo? No recuerdo que estemos cobrando por esto.

-Y yo no recuerdo la última vez que me pagaron por trabajar.

Fward no podía quitarle la razón en eso. La mayor parte del año el único dinero que llegaba era el sueldo de Fward, y con eso debían de apañarse.

-Vamos, admite que estamos haciendo esto porque te da la gana, porque tienes una especie de…de… enferma curiosidad por los asuntos que no te incumben.

-Lo admito, todo esto y lo que vaya a pasar es y será por mi culpa… pero aun así vamos a continuar.

-Han matado a una cazadora de demonios- Dijo Fward susurrando, con un tono que le recordó a Arthur la terrorífica situación en la que se habían metido. Y aún así quería seguir. No, no era un deseo, No quería, pero algo en su interior le instaba a seguir, algo muy seductor, algo que… no sabía como describirlo.

-Ella tenía notoriedad.

-¿Qué?

-Era una cazadora de demonios. Ese tipo de personas se notan en aquellos que intentan huir de estas o, como es este caso. Asesinarlas. Sea quien sea es capaz de saber quién es un cazador de demonios…

-Por eso debemos abandonar-

-Pero eso también significa que solo se fija en las grandes amenazas. Piénsalo, en todas las historias los villanos subestiman a sus enemigos porque ellos son ‘súper poderosos y con mentes maravillosas’. Ellos nunca se fijarían en…

-Dos pringados sin otra cosa mejor que hacer.- Fward sabía perfectamente adonde quería llevarle con esta conversación.

-¡Exacto, amigo mío! No somos una amenaza para nadie. Podemos investigar sin preocupaciones de que nos intenten matar.

-Entiendo. Pero, si estás tan seguro de eso, ¿por qué estamos buscando a un guardaespaldas?

Pero Fward sabía exactamente como tornar sus argumentos en su contra. Buscar a un guardaespaldas era signo de que Arthur no tenía muy claro que estuvieran seguros. Si seguían con la conversación, lo más es que Fward consiguiera convencer a Arthur de abandonar la empresa en la que se habían metido.
Arthur necesitaba distraerlo de alguna forma, hacer algo para que Fward dejara la conversación. Algo con lo que llevarle a su terreno

‘¿Con qué podría yo...? Jejeje’

Distracción encontrada.

-Fward.

-Sí, Arthur. –Fward todavía esperaba su respuesta.

-En lugar de pensar en cosas como esas, deberías pensar en algo más capacitado para tu mente. –Fward frunció el ceño ante este comentario, mientras que en la cara de Arthur se dibujaba una leve sonrisa. –Como ese conejo que está pasando por esa calle.

-¡No es cierto! No hay ningún conejo AWWWWWWW.

‘Al final ha pasado, Fward se ha transformado en una chica’

-¡Mira eso Arthur! –La voz de Fward se convirtió en una especia de voz ‘monosa’ que mandaba escalofríos a Arthur.

-¡Es un conejo! –Fward empezó a saltar (o a brincar, Arthur no estaba muy seguro) hacia el pequeño y blanco conejo. -¡Un precioso conejo! ¡AWWWWW! Ven aquí, cosa linda.

‘Un hombre adulto persiguiendo a un conejo por la calle. Saltando (o brincando)’

Arthur se recostó sobre la pared de una tienda desde la que podía observar la escena. Suponía que los de la tienda podían verlo también, puesto que la tienda tenía un gran escaparate de cristal. Con esto, Arthur estaba seguro de que Fward se olvidaría totalmente de cualquier problema con su plan.

-¡Arthur, el conejo se ha subido a mi cabeza! –En efecto, el conejo se había posado en medio de los cuernos del casco de Fward. Él seguía saltando.

-Sí, sí, ya lo veo.

-¡Se ha acomodado entre mis cuernos! ¡Es tan mono!

-Si sigues saltando lo vas a mareas.

-¿Nos lo podemos quedar? Un ser tan valiente y noble seguro que nos da un montón de suerte.

-Sí, claro –Arthur se puso delante del escaparate, de espaldas a la escena. El plan no le había salido del todo bien. No le gustaban los conejos, demasiado suaves. Parecían bolas de pelo con patas. La idea de tener uno le revolvía el estómago, pero tenía que mantener a Fward conteno.

-¡Voy a llamarlo… Lewis! –Lewis el Conejo, era blanco como la nieve del norte de Santuario. A Fward le gustaban los conejos, pero sobretodo los blancos. Arthur pensaba que la razón de esto era porque el blanco le recordaba a los pocos recuerdos que tenía de su hogar, en las tierras de los bárbaros.

-¡Se está comiendo los restos de comida del casco! ¡Es tan mono! ¡Mira como mueve los morritos!

-Arthur miró al cielo, dirigiéndole unas palabras a lo que fuera que hubiera hay arriba para salvarle del destino que le había buscado.

-Dios mi…-‘CRASH’ En un milisegundo, el sonido de algo romperse le llegó al oído de Arthur. Miró al frente, solo para descubrir el escaparate roto y un puño justo enfrente suya. -¡OOOOOOO!

Arthur se llevó un puñetazo en toda la cara cuando Superman intentó pasar a través de él como había hecho con el escaparate. Ambos cayeron al suelo, pero Arthur se llevó la peor parte por razones obvias.

-¡Arthur, Arthur! ¡Lewis está saltando sobre mi cabeza! –Fward ni se enteró de lo que había pasado.

Mientras, Arthur no sentía la cara del golpe, y la espalda le dolía del impacto. Nunca había pasado que una cosa así le pudiera pasar a él.

-¿¡Quién cojones!?

Podía notar los resto del cristal del escaparate incrustarse en su piel mientras intentaba incorporarse. Pero había un peso extra que le dificultaba mover el tronco. ‘Superman’ levantó el tronco lentamente. Arthur miró al hombre que lo había dejado en el suelo intentando encontrar la cara y quedarse bien con ella, así cuando llamara a Fward para que le diera una buena hostia en la cara, sabría exactamente donde había caído el golpe. Los ojos de Arthur se encendían de rabia por la humillación. ‘Superman’ devolvió finalmente la mirada, levantando la cabeza lentamente. Cuando Arthur observó la cara, se dio cuenta de su error. El tipo no era un hombre, sino una chica joven. Su pelo era largo y blanco, probablemente le llegara hasta la cintura, muy liso. Tenía el flequillo de lado a lado, dejando la frente la descubierta como si fuera una cortina. La cara era de rasgos finos, con unos pequeños ojos verdes que parecían resplandecer con luz propia, como si fueran esmeraldas. Labios carnosos, nariz angulada… Arthur apartó la mirada al no poder soportar semejante belleza, solo para encontrase en el camino el canalillo formado por los pequeños pechos de la mujer posados en su abdomen y el escote formado por la tela negra del vestido que la cubría. Un brazo delgado, con el mismo color mármol de su cara, se apoyó sobre Arthur para ayudarla a levantarse. Arthur notó que las mangas le cubrían todo el brazo, y según se iba levantando observó la sencillez del vestido.

-Perdona.-La mujer habló, con una voz dulce, suave como la forma de sus caderas.

-No, no, perdona…

-¿Sueles poner tu cara en medio del camino de una chica? Porque si es así no serás muy popular, ya sabes, por ser horrible a la vista.

‘…hija de puta.’

-¡Yo me cago en tu puta madre! –La rabia y el odio de Arthur volvió a apoderarse de él.

-Ya empezamos…-La chica se levantó con estas palabras, acabando en un suspiro, como si esta situación le fuera normal.

-¿¡Qué quieres decir con poner mi cara en medio, eh!? ¿¡Qué debería de estar atento por si una demente decide atravesar un cristal y darme una hostia!? –Arthur siguió ejemplo y se levantó.

-Pues claro, es lo mínimo que puedes hacer cuando estás delante de un escaparate.

-¡Pero será posible!

La puerta de la tienda se abrió, dejando a dos hombres con pinta de estar bastante cabreados salir. Arthur no tenía mucho que hacer contra esos armarios empotrados, pero no le importo demasiado ya que se imaginaba que estaban enfadados con la chica. Esta deducción se fortaleció al ver a los dos hombres dirigirse con paso ligero hacia la chica.
Uno de ellos empezó a hablar con un tono amenazante.

-Vas a pagar por eso, y por los artículos que has intentado robar.

-Perdona, aquí tienes el pago.-Contestó la mujer del vestido negro, antes de sacar del mango del vestido… eh…esto…

‘…¿Qué cojones?¿Eso es un…?’

Un martillo gigantesco. Un martillo gigantesco, con una cabeza cuadrada de acero de un tamaño de dos cabezas y un palo que debía de ser casi tan largo como ella y tan grueso como un tronco. El arma era sencilla, pero se podía ver a simple vista que dolía. La mano de la chica resplandecía de un color brillante. Este hecho, más que el gigantesco martillo había aparecido literalmente de la nada, sirvieron a Arthur para decretar que la chica como mínimo tenía talento y conocimientos mágicos. Pero lo que no se podía explicar es que como podía usarlo con tanta habilidad y rapidez con una sola mano, usándolo para golpear en un instante y con una terrible fuerza a la cabeza de uno de los hombres, el más cercano a ella. Arthur pudo escuchar perfectamente el sonido del martillo al chocar con la cabeza, quebrando el cráneo. Por suerte para el hombre parecía que el cuello aguantaba, por lo que la cabeza no se le separo del cuerpo por el espectacular golpe, pero por la forma en que se dobló Arthur creía que las vértebras se habían soltado y que cuando el hombre se recuperase lo peor que le podía pasar era quedarse paralítico. El cuerpo cayó al suelo, y Arthur notó sangre saliendo de los oídos. Con esa hemorragia, Arthur tenía bien claro que el hombre estaba listo para encontrarse con su deidad.
El otro hombre tuvo la suficiente rapidez para abalanzarse sobre ella, cogiendo el martillo con ambas manos. Ambos forcejeaban por la posesión del arma.

-Amm… ¡Fward, Fward! –Arthur llamó a su compañero. No tenía ni idea de que hacer. Se giró, solo para ver a Fward saltando con Lewis todavía encima de su cabeza. Se giró otra vez a tiempo para ver que un tercer hombre salía rápidamente de la tienda y se dirigía a la muchacha con un cuchillo en la mano.

-¡Fward, joder, quieres dejar el conejo y ayudarme!

-¡Leeroy Jenkins!

Fward apareció de repente en la línea de visión de Arthur, propinando un puñetazo en la cara al tercer hombre que lo empujo al muro de la tienda. Conejo en casco, terminó la faena con un rodillazo en la boca del estómago y ptrp puñetazo al mentón.

-¡Está KO, Arthur!

Pero Arthur estaba ocupado. El grito de batalla de Fward le había provocado un horrible e inoportuno ataque de risa. El último hombre en pie miró a la escena confundido, lo que provoca que la chica ganara la refriega por el martillo y arremetiera con este al hombre mientras estaba distraído. Con un par de golpes demoledores, cayó al suelo.
Los tres (y Lewis) se miraron entre ellos, con Arthur intentando recobrar el aire.

-Wow, Arthur, eso fue intenso. –Fward y Lewis parecían la mar de felices por el encuentro.

-¿Te llamas Arthur?

-Si, ¿acaso te sorprende?

-Un poco.

-Arthur, creo que esta chica es lo que necesitamos.

-¿Lo que necesitáis para qué?

-¡Fward!

-Estamos buscando a una mercenaria o a alguien que pudiera servirnos de guardaespaldas.

-¡No vamos a contratarla!

El sonido de armaduras pesadas llegó a los oídos de Arthur y a los de la chica.

-Vamos, debemos de movernos. –Dijo la chica. –Ya discutiremos vuestra oferta en otro momento. –La mujer se dirigió rápidamente al lado opuesto de donde provenía el sonido.

-¡Espera! –Arthur soltó a modo de protesta, corriendo detrás de ella con Fward al lado. –Que Fward te quiera contratar no significa que yo también quiera.

-Querrás, porque soy la única que puede ayudaros con lo de la cazadora.

‘Espera, ¿Cómo sabe eso?’

-¿Quién demonios eres tú?

-Mi nombre es Alyna. –La chica giró la cabeza para ver mejor a Arthur, que había conseguido colocarse al lado de ella.

-Alyna Blackstorm. Y mi profesión no es ni mercenaria ni guardaespaldas para tu información. Yo… soy una Nigromante.
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Canción de Valor - Parte IV

Mensajepor Regnier_LoT » 30 Dic 2011, 23:40

Escaparon de los guardias con facilidad gracias a Alyna. Tenía un extraño conocimiento de los callejones de Puerto Real que provocaba en Fward y Arthur un sentimiento de idiotez. Al fin y al cabo, ellos se habían criado en esta ciudad. Cuando por fin pudieron sentarse a descansar, Alyna y Arthur negociaron sobre el ‘contrato’. Ningún precio había suscitado a la mujer.

-Si os ayudo a vosotros dos…

-Tres. –Reclamó Fward.

-Así, lo siento Lewis. Si os ayudo a los tres, vosotros tenéis que ayudarme.

-¿En qué, en tus robos de poca monta? –Arthur habló. Se notaba el cansancio que tenía de la huida anterior.

-Ese robo era necesario. Necesitaba una cosa y ellos se negaron a dármela.

-No querrás decir ‘necesitabas una cosa y como no podías pagarla decidiste cogerla por tu cuenta’.

-Míralo como tu quieras, señor ‘Sarcasmo’, pero no seré vuestra guardaespaldas a menos que me ayudéis a conseguir unos ingredientes.

-¿Para? –Fward habló de nuevo.

-Una pócima que estoy fabricando. Si no me ayudáis, despedíos de mercenarios. Con las ofertas que me habéis dado, no contrataréis ninguno.

Arthur sabía demasiado bien que Blackstorm los tenía bien cogidos a los dos. Y por lo que había visto que podía hacer, puede que el trato le saliese barato. Todo dependía de lo que estuviese buscando.

-Muy bien, trato hecho Blackstorm, pero antes necesito saber una cosa.

-¿Cómo sabía lo de la cazadora?

-Correcto.

-Bueno, he de admitir que no sabía que era eso por lo que me queríais, pero se demasiado bien que situaciones como la sucedida en la tienda suelen ocurrir por cosas importantes, y dado que eso era lo más importante en la ciudad probé suerte.

-Para si podías conseguir una oportunidad de conseguir ayuda para lo tuyo.

-Si una chica con el pelo blanco y ojos esmeraldas capaz de invocar martillos y demás roba una tienda, la gente la reconocerá a primeras de cambio. Pero dos tipos corrientes como vosotros…

-No vamos a robar para ti, muñeca.

-Lo sé, te delata tu aspecto de no haber roto un plato. –Blacktorm elegía perfectamente la entonación de cada palabra para aumentar el grado en el que Arthur se sentía insultado.

Arthur resistió y siguió.

-¿Tienes alguna información que nosotros no tengamos?

-En realidad sí que la tengo. Desde que me fui de mi tierra hasta que llegué aquí he escuchado muchos rumores y noticias. Al parecer, un montón de asesinatos extraños han sucedido por medio mundo.

-¿A quién asesinan?

-Cazadores de demonios, bárbaros, magos… un tipo de persona que normalmente debería de poder valerse en este tipo de situaciones.

Arthur se quedó sorprendido. Si lo que decía estaba relacionado con la muerte de la cazadora de Puerto Real, entonces se estaban enfrentando a algo mucho mayor de lo que pensaba. Muertes en medio mundo de cazadores y otros guerreros igual de capaces. Fward estaba aterrorizado de la idea de enfrentarse a algo así, pero el único pensamiento de Arthur era el de continuar la investigación. Y así hizo.

Cuando Fward y Lewis estuvieron listos, se dirigieron inmediatamente a ver el contacto de la cazadora en la ciudad. Y como trabajaba en una tienda de alquimia, tal vez pudieran conseguir alguno de los extraños ingredientes que Blackstorm solicitaba. Cuando llegaron a la tienda, no les pareció nada del otro jueves. La tienda tenía dos pisos, con ventanas solo en el segundo, con una puerta aparentemente reforzada. Fward tocó inmediatamente la puerta para llamar al dueño, pero no contesto nadie. Lewis hizo lo mismo que su dueño, pero tampoco paso nada. La puerta estaba cerrada a cal y canto.

-Se habrá ido a su casa.-Dijo Fward.

-No, los alquimistas suelen vivir en la tienda o el taller donde trabajan. Así no pierden el tiempo en trivialidades.

-Pues ya me dirás como entramos.

La respuesta para Arthur era obvia. Y aparentemente para Blackstorm también, pues se quedó mirando las ventanas como Arthur.

-Estáis de coña.

-No. Ayúdame Fward.

-¿A qué?

-Si me cogéis y me levantáis, debería de ser capaz de llegar a la ventana.

-No, no no no no no no, no pienso…

-Calla y levántale. –Blacktorm cogió de una pierna a Arthur y esperó la colaboración de Fward. Resignado, cogió de la otra pierna a Arthur y le subieron entre los dos. En efecto, Arthur pudo llegar hasta la ventana, pero el cerrojo estaba en la parte de arriba de esta y sus brazos no llegaban. Suerte que Lewis estaba para ofrecer ayuda, subiendo ágilmente por el cuerpo de Arthur hasta llegar a los brazos y abriendo el cerrojo con los morros. Arthur se quedó maravillado de la habilidad del conejo, que volvió al casco de Fward casi al instante.

Con la ventana abierta, Arthur se coló en la casa, aunque se dio un golpe en la cabeza con el cuelo al entrar. Al ver a su alrededor, descubrió que había entrado directamente al dormitorio del alquimista. La habitación era pequeña, con una cama, velas y una estantería. La puerta estaba abierta, dejando a la vista un pasillo y la escalera que daba a la parte de la tienda.

Arthur se desplazo por la habitación, intentando hacer el menor ruido posible. Los tablones de madera crujían y chirriaban a sus pies, uno a uno. Cada paso de Arthur se llenaba de nerviosismo e impaciencia. Le resultaba hasta doloroso el lento ritmo que llevaba, pero no sabía quién podía haber en la casa. Cuanto más se acercaba a la puerta, más apreciaba la oscuridad de la parte inferior. Una oscuridad densa que a Arthur le recordaba a las nieblas que se hacían en las montañas cercanas a la ciudad. Y eso no era una buena señal, ya que significaba que no iba a poder ver lo que se le acercara. Se le ocurrió coger una vela, pero no apreció nada con que encenderla. Estaba solo y a punto de adentrarse en la boca del lobo. Llegó finalmente a la puerta y asomó lenta y cuidadosamente la cabeza. En pasillo solo conducía a dos habitaciones más: Arthur se imaginó que la más cercana tanto a la escalera como al dormitorio era el retrete, así que se dirigió a la otra. Abrió la puerta, dejando visible una especie de biblioteca privada. Las estanterías estaban llenas de libros, la mayoría de fabricación de pociones por lo que pudo observar Arthur. En medio de la biblioteca había una mesa ¡con una vela encendida!

-Alabada sea la Luz. –Susurró para si mismo.

Se acercó lentamente, la cogió y se dirigió al cuarto del retrete, con paso más seguro y decidido. La vela no daba mucha luz, pero Arthur era suficiente para no quedarse acojonado en un rincón.

‘’CRUNK’’

La madera que pisó Arthur crujió horriblemente y casi le dio un ataque de pánico hay mismo, pero de milagro no pasó nada. Ese instante bastó para bajarle los humos a Arthur. Tras esto, llegó sin problemas al retrete, y como ya había adivinado, no encontró nada de interés allí.

Con la parte de arriba inspeccionada más o menos, Arthur se resignó a bajar por las escaleras. Arthur acercó la vela a la niebla, que se apartó rápidamente de la llama, aunque aún así Arthur se pudo ver nada. Reuniendo fuerzas, bajó el primer escalón.
El escalón crujió incluso con más fuerza que los tablones del dormitorio, pero con el valor que había reunido Arthur decidió seguir bajando. Arthur llevaba la vela por delante de él, guiándole en todo momento. Uno a uno, bajó los escalones. Finalmente consiguió ver el suelo, y con alegría de haber vencido a la niebla bajó los últimos escalones y pisó el suelo

‘RRRRRRRRRRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIHHHHHHHHHHHHSSS’

Al pisar el suelo, un sonido horrible le entró en la cabeza a Arthur. No podía ni pensar de lo fuerte que era y su cabeza parecía a punto de explotarle. Arthur cerró los ojos intentando concentrarse, pero no resultó. Era terrible. Intentó gritar, pero no podía ni escucharse. Cayó de rodillas contra el suelo del dolor, cogiendo la cabeza con la mano libre que tenía. Estaba convencido de que aquí se acababa todo. El sonido cada vez era más fuerte, destruyendo su razón y cordura. Y no podía hacer nada para impedirlo. El dolor crecía y crecía. Arthur sabía que en algún momento se le iba a caer la vela y entonces sería cuando no tuviera ninguna posibilidad. Su suerte estaba echada, pero no quería aceptarla. Estaba a punto de derrumbarse del todo. No había nada más que hacer.

-Hola.

Con una palabra, el sonido y el dolor desapareció. Arthur volvió a poder pensar, y no había tirado la vela al suelo. Sin embargo, aquella palabra había surgido de su cabeza. Estaba aliviada y lleno de alegría de no haber muerto, pero al mismo le había surgido un mismo misterio que resolver.

-¿Quién… cómo has?

-Oh, no te preocupes. Soy un experto en hacer este tipo de cosas. Parece ser que el alquimista tenía una trampa preparada para intrusos. No habrías muerto, pero te hubieras quedado cata tónico de no ser por mí.

La voz era seductora, pero al mismo tiempo imponente. No podía describirla muy bien, pero podía distinguir perfectamente cada palabra que decía.

-Gracias.

-No hay de qué, tranquilo. Ahora estás a salvo.

-¿Quién eres?

-Considérame tu ángel de la guarda. O un amigo, si lo prefieres, que te hace visitas de vez en cuando. En todo caso, haré lo posible para que no te maten, sin que me des nada a cambio.

-Muy amable por tu parte. ¿Tienes un nombre por el que te pueda llamar, nuevo amigo?

-Por supuesto, todo el mundo tiene un nombre. Mi nombre es…

La voz se detuvo un instante, como si se lo estuviera pensando. La voz volvió, proclamando su nombre.

-Mirakodus.

La voz desapareció, con el sonido de la puerta principal reventando de repente y dejando pasar a Blackstorm y a Fward.



Fward y Blackstorm se quedaron esperando fuera tras haber ayudado a Arthur a entrar. No se oía ningún ruido en la tienda.

-Así que… eres una Nigromante. –Dijo Fward, seguramente para iniciar una conversación.

-No te lo crees. –Blackstorm miró fijamente a Fward con sus ojos esmeraldas. Ahora que Fward se fijaba, las esmeraldas de sus ojos le parecían estrellas. Perfectas, ardiendo con una luz que duraba millones de años y que hacia a cualquier hombre soñar con los cielos.

-Es que nunca había escuchado hablar de Nigromantes mujeres, y mucho menos que usaran martillos.

-Bueno, digamos que no soy una Nigromante normal. En mis aventuras, conseguí una fuerza impresionante gracias a la experiencia y la práctica, por lo que ahora uso martillos cuando no quiero usar mis conjuros y hechizos.

-Pues no se te nota músculo.

-A la mujeres de Harrogath tampoco, y podían levantar alabardas del tamaño caballos.

-¿Has estado en el Norte? –Fward no pudo contener una especie de alegría inconsciente de la que Lewis se contagió. ¿Tal vez finalmente pudiera conocer cosas de su patria más allá de un par de borrachos en una taberna?

-Estuve sí, aunque no por mucho.

-¿Por qué?

-Es… -Blackstorm se quedó en tensión un momento, como se hubiese tenido una pesadilla. Apartó la mirada de Fward y se quedó mirando a la tienda, intentando ausentarse. -…difícil de contar. Estuve allí en una época muy dura para todos. Aún recuerdo la sangre de la batalla y el ruido de las armas chocar. La sensación de estar rodeada por todas partes, con toda tu ayuda amurallada tras los muros de una ciudad. La sensación de estar apunto de morir…

Fward se quedó escuchando. Blackstorm definitivamente debía de haber pasado por algún tipo de batalla y todavía no le resultaba fácil hablar del tema. La Nigromante volvió la mirada a Fward, dibujando una sonrisa con sus bellos labios.

-No te preocupes. Por suerte tenía pociones de curación de sobra por aquel entonces.

Sin embargo, no pudieron continuar la conversación al escucharse un grito proveniente de la casa. El grito era obviamente de dolor.

-¡Arthur! –La preocupación de Fward afloró sin ningún tipo de bloqueo. –¡Tenemos que ayudarle!

-Lo sé. –Los dos de dirigieron rápidamente a la puerta. Fward golpeó la puerta con todas sus fuerzas con la pierna sin resultados. Luego intentó empujarla y arremeter contra ella con el hombro. No sirvió de nada.

-¡Arthur, voy a sacarte de ahí dentro! –La preocupación aumentaba en Fward y en Lewis. Los gritos se hacían más agónicos.

Pero de repente se hizo el silencio. Fward ya se imaginaba lo peor.

-¡Aparta! Para este tipo de situaciones se necesita un toque femenino.

Fward siguió la orden. Blackstorm se colocó a unos metros delante de la puerta, preparándose para algo.

-Te voy a enseñar un truco que aprendí en mi tiempo con los bárbaros. Ponte detrás de mí.

Fward se colocó detrás de la chica. Blackstorm cogió todo el aire que pudo y lo soltó con un grito abrumador y que con unas palabras que Fward no había escuchado nunca.

-¡FUS RO DAH!

El grito se convirtió en un trueno que hizo temblar las paredes de la casa y reventó la puerta con una fuerza abrumadora. Fward no pudo evitar imaginarse el momento con un cantar épico, con un coro legendario cantando al son de los instrumentos de una orquesta.

-Y lo he hecho sin gastar ni una gota de maná. –Dijo triunfalmente. –Es una de las grandes habilidades de tu raza: Los gritos de guerra. Desgraciadamente es el único que me sé.

Automáticamente ambos entraron en la tienda. Y allí vieron a Arthur, encorvado y de rodillas, con una vela en la mano. Y al lado de este, a unos pocos metros del mostrador de pociones, el cadáver de un viejo con una espada atravesándole el pecho.

-Creo que hemos encontrado a tu alquimista, Arthur.
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Canción de Valor - Parte V

Mensajepor Regnier_LoT » 08 Ene 2012, 23:52

-Así que… venimos un poco tarde. –Alyna dijo de forma seca y monótona.
El cadáver del viejo tenía un olor espantoso que recordaba a las alcantarillas cercanas al puerto. En otras palabras: cuando Fward y Arthur miraban el cadáver no podían evitar pensar en los diversos tipos de excrementos que uno se podía en los muelles. Imágenes muy agradables, sí.

-Creo que es un hecho que no vamos a poder sacarle nada a este hombre, Arthur. –Fward hablaba a través de su mano, con la cual se ocultaba la boca y la nariz para intentar disminuir el olor a descomposición.

-Es una lástima. Me preguntaba como un alquimista era capaz de conocer a una cazadora de demonios.

-En mis tiempos los héroes compraban miles de pociones para enfrentarse a las bestias que se encontraban en sus trayectos. No es tan raro que una cazadora conociera a un vendedor como este.

-¿En tus tiempos? ¿Cuántos años tienes, Alyna?

-Más de los que te crees.

-Joder, tienes que tener 50 para hablar así. Y no te veo cara de cincuenta.

-Yo tampoco.

-Pensad lo que queráis, pero deberíamos de pasar a algo más importante.

-¿El qué? Se ha muerto nuestra única pista.

-Ya veo que te olvides muy rápido de lo que soy.

En efecto, a Arthur se la había olvidado que estaba hablando con una Nigromante. ¿Y cuál es la especialidad de un Nigromante? Los muertos.

-Chicos, a partir de aquí me encargo yo. Vosotros registrar la casa mientras.

-¿Qué vas a hacer?- Preguntó Fward con curiosidad. Blackstorm sacó la espada del cadáver del hombre, lo colocó tumbado en el suelo boca arriba y empezó a dibujar símbolos y círculos extraños con una tiza blanca. Los símbolos se disponían dentro y fuera de los círculos, los cuales Blackstorm dibujaba con la cabeza o el pecho del cadáver como centro.

-Voy a reanimar a vuestro muerto.

-No sabía que era tan complicado resucitar a alguien para un nigromante.

-Y no lo es. Pero nosotros normalmente resucitamos a la gente para que luchen por nosotros y para que sirvan de carne de cañón, cosa que no necesitamos en esta situación. Si quiero que mantenga la cordura, la razón y los recuerdos dibujo círculos alrededor de la cabeza para atraer y atrapar las facultades de la mente perdidas por la cabeza. Los círculos del pecho son para que el cuerpo se recupere y parar la descomposición por un tiempo. Ahora venga, buscar cosas interesantes en la casa niños.

Arthur y Fward obedecieron. Fward y Lewis registraron la zona de la tienda, mientras que Arthur volvió a la planta de arriba. No solo porque quería ver mejor la tienda, si no porque también quería poner sus pensamientos en orden. La trampa del alquimista le hubiera vuelto loco de no ser por su extraño salvador. Le zumbaban los oídos después de la horrenda experiencia.

Mirakodus. Un nombre muy inusual, al menos para Arthur. ¿Por qué le había salvado? ¿Por qué se desveló de esa manera? ¿De qué le conocía? Las preguntabas de Arthur eran miles, y aún no tenía respuesta para ninguna de ellas. ¿Un amigo? Como podía llamar amigo a algo de lo que no tenía la más remota idea de lo que era. Se sentía agradecido por un lado, pero por otro estaba aterrado con ese algo que se escapa a su intelecto.

Arthur esbozó una sonrisa ante este pensamiento. Terror, miedo… en estos dos días había experimentado ese sentimiento más que ningún otro. Si seguía con esta aventura, tal vez le quedara todavía más miedo que experimentar, más horrores que descubrir. Tal vez puede que llegue un punto en que se familiarice con el miedo, puede que si siguiera con esto el miedo se convirtiese en parte de él. Que surgiera a través de su mente, que se irguiera como un monumento de cristal oscuro que absorbe todo sentimiento de esperanza y de coraje en su interior. Una piedra negra, donde no se refleja luz alguna, si no más oscuridad; a la que cuando miras para saber si hay fondo, te devuelve la mirada, observándote, alimentándose del miedo que sientes a su profundidad.

Tal vez… tal vez debería de aparcar estos sentimientos a un lado. Después de todo, ¿quién es él para sentir miedo en estos momentos? Esta investigando dos muertes muy importantes y tal ves desvele un misterio de un tamaño colosal. ¿Miedo? ¿Pavor? ¿Terror? No es el momento ahora, es momento de levantarse los pantalones y prepararse para lo peor, arrancarse una pierna con decisión y valor y tirarla al mundo mientras le gritas ‘FUCK THE WORLD!’.

-¡Ni idea de lo que significa pero significará algo! –Se dijo Arthur a sí mismo.

-¿Has dicho algo, Arthur? ¿Estas mirando la parte de arriba? –La voz de Fward salió de las escaleras.

-¡FUCK THE WORLD! –Gritó Arthur sin darse cuenta.

-…Vale, lo que tu digas Arthur.

Arthur entró finalmente a la biblioteca privada con paso más decidido, deseoso de desvelar las respuestas a sus preguntas. No sabía como lo había hecho, pero consiguió despejar su mente por el momento y tenía que aprovechar este momento de optimismo mientras durara. Pero a primera vista no había nada fuera de lo común: ‘Las Aventuras de Liflin’, ‘Tres piernas para el demonio’, ‘Los Tropers: ¿culto o tribu?’… La mayoría de estos libros ya los había leído Arthur. Arthur decidió cogerlos en puñado y abrirlos en busca de algo de interés. Los libros de alquimia solo tenían fórmulas aburridas y muy complejas, con decenas de elementos con una función en cada receta. Los libros de aventura eran normales: ningún mensaje secreto ni ninguna carta o cualquier cosa en su interior: no había nada de interés. Arthur esperaba que el ritual de Blackstorm funcionara o que Fward encontrase algo, porque si no, no tendrían nada.

No podía permitirse que su optimismo decayese, así que continuó inspeccionando libros.

-Nada… nada…. nada… bazofia… aburrido…aburrido…nad- Arthur paró su queja al encontrarse un libro distinto a los otros. Era mucho más grande que los demás, con una tapa decorada ricamente pero sin título en el costado. Arthur lo cogió y examinó la portada del libro, decorada con motivos geométricos, con el círculo como estrella principal. La portada si tenía un título, sencillo pero cautivador, que impacto a Arthur aunque no podía decir la razón:

-Los Santos Valerosos…

-¡Arthur, Fward y Lewis! ¡Ya he terminado! –Era inconfundiblemente la voz de Blackstorm. Arthur tendría que dejar la lectura del libro para otro momento, así que se lo llevó con él. Bajo rápidamente las escaleras para ver una escena que no se le borraría nuca de la mente. El cadáver del alquimista se había erguido totalmente, con el agujero que realizó la espada al entrar en su carne todavía intacto. Los ojos del cuerpo eran blancos con tono de gris, sin vida que reflejar. Para Arthur, el alquimista resucitado era más una macabra imagen de un hombre, una marioneta demacrada sin voluntad ni razón de existir.

Arthur notó a Fward y Lewis dándole la espalda a la escena, el primero vomitando seguramente tras ver el cadáver andante. Arthur se sorprendió de la resistencia de estómago que aparentemente tenía, pues no sintió nauseas ni mal estar incluso cuando el olor a putrefacción llegó a su nariz.

-Hey, alquimista. –Blackstorm empezó el interrogatorio cuando Arthur estaba a suficiente distancia. –Tenemos algunas preguntas para ti.

-…Res…ponderé. –El muerto respiraba con dificultad y parecía costarle pronunciar. Arthur teorizó que era el rigor mortis que el ritual no había anulado completamente.

-¿Conoces a una cazadora de demonios? Tenía una cita contigo.

-…Sí…la conozco. –Respondió con una voz grave y ronca.

-¿Sabes que buscaba?

-…Información. –El muerto se tambaleó, de hecho casi se caía al suelo. Arthur preguntó inmediatamente.

-El hechizo se debilita…Escucha, dinos todo lo que sepas que pudo ser relevante para la cazadora. Cualquier cosa por la quisiera hablar contigo.

-…Ella quería saber… acerca de los rumores… de unos experimentos en la ciudad. Un culto que apareció hace poco… en la ciudad. Cogían a hombres y mujeres jóvenes… incluso recién nacidos. Buscaban a alguien… algo en la gente… no sabíamos el qué. Pero todos volvían con algo incrustado en sus cuerpos… una especie de fragmento… de una piedra… que… los cambiaba. Muchos muertos y muchos más en el manicomio o en la cárcel, la mayoría esperando a su ejecución. La cazadora quería saber donde estaban… donde realizaban los experimentos… las alcantarillas…las…-Los brazos del cadáver empezaron a zarandearse de una forma violenta. El alquimista empezó a convulsionarse. -…ellos deben saber donde están los asesinos.

Arthur se sorprendió ante este comentario. Ya había dado por hecho que este supuesto culto había sido el responsable.

-Alyna.

-Lo sé, ¿sabe quién la mató?

El hechizo no aguantaba más, pero el alquimista pronunció una última advertencia con las últimas fuerzas que le quedaba.

-La era de los mortales termina… pero la profecía del Fin de los Tiempos no se cumplirá. La Luz incendiará todo Santuario con sus llamas imperecederas… para que así el Señor del Terror no vuelva jamás…El…Valor…

El cadáver cayó fulminado finalmente, el cuerpo destrozado por el poder del hechizo de la Nigromante.

-…Ok, después de la amenaza típica de usurero que te pone los pelos de punta… ¿Ahora qué jefe?

Arthur, decidido, se dirigió a la puerta de la casa, con unas simples órdenes.

-Coges todo lo que necesitas para tu poción, descansamos y nos vamos a las alcantarillas.

Y un solo pensamiento en la mente: ‘Para que el Señor del Terror no vuelva jamás… ¿Será posible que las historias que me contaban de pequeño sean al final ciertas?
¿Realmente existen los ángeles y demonios? De ser así, esta búsqueda de la verdad no acaba más de comenzar.’

-Cierto, amigo mío, no acaba más que comenzar. –La voz de Mirakodus resonó de nuevo en la cabeza de Arthur. –Pero no te confíes. Tú y tu pequeña alianza en pos del amor y la justicia estáis a punto de adentraros en las profundidades de una ciudad corrupta en un mundo que está llegando a su final. Pronto descubrirás horrores y temores mayores de los que tu pequeña cabecita pueda imaginarse. Vislumbrarás la auténtica naturaleza de los tan valorados y venerados ‘valores’ de tu sociedad asquerosa dominada por déspotas e inútiles. –Parecía como si la voz se alzará y cobrará fuerza con sus propios comentarios. –Y yo estaré cuando la desesperación te devore y tu coraje escape por ese pico de oro tuyo… pero hasta entonces, como te dije, te mantendré vivo. Tengo planes para ti, grandes planes, y estaré encantado de responder todas las preguntas que tienes… Cuando el miedo se apodere de tu mente.

Algo parecido a una risa llenó los pensamientos de Arthur. Definitivamente, Mirakodus no era ningún amigo, o al menos no uno que las personas normales quisieran. Pero si lo iba a mantener con vida, incluso con el oscuro propósito que seguramente tuviera para hacerlo, Arthur lo mantendría a su lado. Ahora mismo, había demasiada cosas en su mente como para centrarse en las voces de su cabeza. Como el hecho de que al parecer había una Profecía del Fin de los Tiempos y alguien estaba intentando evitarla… destruyendo el mundo de los mortales.
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Canción de Valor - Parte VI

Mensajepor Regnier_LoT » 15 Ene 2012, 13:13

Arthur se sentó en la primera mesa libre que encontró en la taberna. Ni siquiera conocía el sitio. Estaba deambulando por la calle cuando la encontró. No tenía ni idea de lo que podría haber dentro, pero no le importo: Solo quería unas copas.

Las palabras de Mirakodus le habían vuelto a sumergir en el miedo con el que se estaban familiarizando desde que empezó esta investigación. Necesitaba… quería beber unas copas para ausentarse de todos los sentimientos que entraban como un torrente en su cuerpo. 5 minutos, tan solo quería 5 minutos sin aventuras.

Llamó a la camarera que rondaba por las mesas sirviendo a los clientes para pedir una cerveza. Mientras esperaba a la deseosa bebida, Arthur empezó a pensar en algún tipo de entretenimiento para su mente. Pronto se le ocurrió uno; de hecho, era un método que había usado desde que tenía razón: imaginar la vida de las personas de Puerto Real. Más que imaginar, era más bien repasar la sociedad y cultura actual de Puerto Real, y tal vez de todo Santuario.

Puerto Real era una ciudad mercantil por excelencia. Se encontraba rodeada de bosques frondosos y montañas inclinadas y, por supuesto, los mares del Sur de Santuario. Como en la mayoría de las ciudades del Oeste, salir fuera de la ciudad era como coger un billete que no te aseguraba el regreso. Un 70% de la tasa de mortalidad de Puerto Real se debe a muertes ocurridas en los bosques y las montañas, con otro 10% representando las muertes en las aguas del mar. Los comerciantes salen de la ciudad con una escolta siempre, aunque a veces la escolta no era suficiente para defenderles de las tribus khazra y los campamentos de Caídos situados por el bosque. Las aguas de Puerto Real eran bastante tranquilas, con un oleaje muy leve la mayor parte del año, pero de vez en cuando los marineros se pierden por diversas circunstancias en la mar. En ocasiones, barcos enteros desaparecen para en el peor de los casos no encontrarse jamás.

Dentro de la ciudad, los muros protegen a una población dominada por una nobleza dominada por una nobleza que emergió gracias al poder comercial de la ciudad, basado en que una gran parte del comercio entre Lut Gholein y las ciudades del Oeste se realizan en los muelles de Puerto Real. Los nobles viven en el Palacio de las Ballenas (el símbolo de nuestra región), una torre antigua reformada para servir de faro para los barcos y hogar de los más ricos. El Palacio es el único elemento arquitectónico a destacar en la ciudad; el resto siendo edificios normales o pobres que sirven como tiendas, puestos de comercio u hogares para la plebe. La religión fue prohibida tras la crisis de Kurast acontecida hace 15 años; tras escuchar rumores de corrupción entre los Zakarum, las ciudades más comerciales se desentendieron de las religiones (aunque todo el mundo sabe que los rumores no sirvieron más que como excusas para que los mercaderes pudieran deshacerse de las doctrinas y la beneficencia e las iglesias que les habían complicado el negocio tiempo atrás). Sin embargo, esto no ha hecho más que fomentar los cultos y la religión impartida en el hogar, estos últimos teniendo un especial cuidado debido a que cualquier tipo de creencia religiosa es un crimen castigado en la ciudad con la muerte a manos del verdugo.

De hecho, un libro que Arthur ha adquirido recientemente tiene el nombre de uno de esos cultos clandestinos: los Santos Valerosos. Se hacían llamar a sí mismos salvadores de los humanos, buscando seguidores entre los desamparados y los débiles de voluntad. Casi consiguieron incitar una rebelión, pero fue suprimida a tiempo. Muchos rumores afirman que aún siguen por la ciudad. A Arthur no le extrañaría nada la verdad.
Aparte de los nobles y los mercaderes, otras tres clases sociales residen en Puerto Real: los guardias, los ciudadanos y los marginados.

Los guardias protegen y reparten justicia por toda la ciudad; son reclutados en los 'días de reclutamiento' que acontecen unas tres veces al mes. Una buena porción de los ciudadanos se apuntaba en estos días, puesto que la guardia tenía derechos como una cama y manutención, que algunos no se pueden permitir con el poco dinero que tienen. Todo lo que se tiene que hacer para alistarse es estar sano y en condiciones físicas aceptables. Lo malo es que no hay una fase de entrenamiento, por lo que la mayoría de estos nuevos reclutas no llegan al mes vivos, sobre todo si les toca patrullar por los bajos fondos de la ciudad. Los que sobreviven se ven a menudo deteniendo a familiares y amigos que intentan sobrevivir a la depravación de la ciudad.

No hay mucho que decir de la ciudadanía. Es la típica de todas las ciudades del Oeste: una clase trabajadora al servicio de los regentes y los reyes, con lo mínimo para sobrevivir y forzados a pagar impuestos cada dos por tres. A Arthur le gustaría considerarse uno de esta clase, pero su oficio no entra en las profesiones aceptadas para los ciudadanos. Si hubiera sido bardo tal vez, pero no tenía aptitudes para tocar un instrumento musical. Por suerte Fward era pescador, y al vivir juntos Arthur podía disfrutar de un enchufe a la ciudadanía.

Finalmente estaban los marginados, la clase más fascinante de toda la ciudad. Mercenarios, desempleados, mestizos, huérfanos sin hogar, criminales... la mayor variedad de personas que se puedan imaginar. Son aquellos que sirven como diversión para el resto de clases, los que mueren para mantener la felicidad de los demás. Alzándose en las sombras de Puerto Real, reuniéndose en las tabernas de mala muerte y aprendiendo sus artes en las calles. No tienen ningún valor para nadie, y por lo tanto son desechables. Cada semana más criminales aparecen, hasta el punto en que los guardias son insuficientes para enfrentarse a todos. Solo el nuevo regente es lo que separa a la ciudad de la absoluta depravación y la anarquía.

El nuevo regente era un sujeto bastante peculiar, por lo menos para Arthur. Solo lleva un año y ha hecho más reformas que ningún otro regente de Puerto Real. Empezó con una iniciativa para compensar económicamente a las familias de los guardias que morían en acto de servicio, acción que fue acogida con una gran celebración al día siguiente. Después, quitó la ley de cortadles las manos a los ladrones y en su lugar, se les forzaba a trabajar hasta que conseguían el triple del valor de lo que habían robado. Esto aseguro a los mercaderes una pequeña mano de obra completamente a su merced, además desde entonces los ladrones se fijaron más en lo que robaban para no coger cosas de demasiado valor. Gracias a sus reformas, el regente ha conseguido una gran controversia en torno a él.

A Arthur no le parecía tan malo que alguien intentase cambiar un par de normas por algo un poco más humano. aunque suponía que vivir en una ciudad tan crítica y austera conllevaba ese tipo de problemas.

Desde pequeño, Arthur odiaba Puerto Real: huérfano en los barrios fondos, su esperanza de vida en la ciudad era bajísima. En aquella época tenía que vigilar cada paso que daba para no acabar en una banda de ladrones o vendido a un pervertido con un gusto por la carne joven. Ya entonces tenía total consciencia del deprimente lugar en el que vivía. No tenía amigos a los que acudir en caso de que se pasase algo, por lo que vivía en soledad. La única alegría que tuvo fue cuando encontró a Fward. Como él, había sido abandonado por la sociedad cuando sus padres se fueron a aquella guerra en las tierras nórdicas. Se unieron al instante, y tras unas primeras aventuras de niñez se volvieron amigos. Aún podía recordar la primera vez que consiguieron dinero para ellos, los primeros caramelos que compraron, la primera cerveza que bebieron...

-Su cerveza, señor.

La camarera sacó a Arthur de su pequeña fortaleza personal en el reino de los recuerdos. Cogió la cerveza que la camarera colocó en su mesa y tomó un sorbo. Le pareció la mejor cerveza que había tomado en semanas.

Le pareció normal esa sensación tras todo lo que había hecho aquel día. Al tiempo que bebía la cerveza, el familiar sonido de un laúd le llegó a sus oídos. Al mirar la dirección en la dirección de donde provenía la música, encontró a un hombre, sentado en la barra, tocando el hermoso instrumento.

Arthur se acordó de como la noche anterior a todo esto, él mismo estaba narrando relatos en la taberna Espina de Ángel. Si no hubiera sido por aquella cazadora, ahora mismo estaría soportando a los paletos de los matones en algún lugar de mala muerte intentando ganarse un sueldo. Le hacía gracia que sintiera ya nostalgia por algo tan estúpido y que no le gustaba nada, pero al menos era algo sencillo y que sabía hacer. Era esta enfermiza curiosidad la que hacía que siguiera con la investigación, este horrible deseo por saber más.

La música del laúd le relajaba mucho más de lo que pudiera haberse imaginado. Incluso el tabernero se encontraba igual que Arthur, hechizado por la música del bardo. Solo el hombre que estaba al lado del tabernero parecía hacer caso omiso de la... un momento.

El hombre lleva una capucha, guantes de caza, armadura ligera pero con placas de acero, un cinturón con granadas y explosivos, botas altas y una ballesta en la espalda.

Ante esta descripción, un escalofrió recorrió la espalda de Arthur, seguida de una reacción incontrolada de su lengua y boca.

-¡NO!

Un cazador de demonios. Era sin duda otro cazador de demonios, y estaba en el mismo bar que él. Solo había una forma de que esto saliera, y era de una forma mala. Esa casualidad del destino solo podía traer más casualidad todavía, y a Arthur no le hacía ni pizca de gracia lo que iba a pasar.

-Tranquilízate, baja la voz, no alarmes a nadie. OK, OK , no tiene por qué pasar nada. No es como si ahora fueran a matarlo en un lugar público y con gente. No, se esperaran a que haya salido. No tienes que sentirte mal por no salvarle: no puedes hacer nada para evitarlo. Coge tus cosas en cuando puedas y vete de aquí...

-Disculpe, señor. ¿Le pasa algo? -Le preguntó la camarera, que se había acercado a él tras el '¡NO!' de Arthur.
Arthur intentó recobrar la compostura.

-No, no pasa nada. Solo es que he tenido un mal pensamiento. -Y tan malo.

Arthur se asomó por la ventana para asegurarse de que no había peligro... para solo descubrir que si que lo había. Dos hombres se acercaban a la taberna, vestidos con capas y capuchas que tapaban sus rostros. Arthur podía ver perfectamente los petos dorados debajo de las capas negras y los cuchillos de acero asomando en sus manos, listos para realizar su letal función. Cualquiera los confundiría con criminales normales buscando problemas, pero esos trajes perfectamente iguales reflejaba cierta organización y disciplina, algo que definitivamente no tenían los criminales de esta ciudad.

Se encontraba al borde de los nervios. Ya no podía salir de aquí porque perdería una oportunidad perfecta para conocer a los asesinos si su corazonada de que estos encapuchados venían a por el cazador era cierta. Tenía que pensar algo, algún plan para poder enfrentarse a ellos. Seguramente el cazador no le haría caso si le dijese lo que pasaba, por lo que estaba solo en esto.

Podía notar los pasos acercándose, como los dedos de uno de ellos tocaban la puerta de madera de la taberna. Cuando los hombres abrieron la puerta, Arthur no tenía nada planeado, por lo que hizo lo primero que su instinto le sugirió.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------

Ahora si que empieza lo bueno, ¡por fin! Ah, siento meterme de por medio, pero no podía contenerme más. Fijaos en este precioso tablero que se está formando en este pequeña ciudad. La verdad es que nunca hubiera elegido un sitio como este para realizar una partida como esta, pero son solo detalles. Además, aún me queda mucho tiempo antes de poder de salir a escena, por lo que me sentaré con vosotros y disfrutaré del espectáculo.

Seguro que estáis deseosos de saber a que viene tanto revuelo en una ciudad como esta. La mano del destino, amigos míos, es caprichosa y rara vez hace algo que tenga sentido. Yo lo sé muy bien: he sido prisionero de él desde hace mucho tiempo, tanto que ni me acuerdo. Aún así, siempre he conseguido manipularlo desde mi jaula y me ha salido con la mía en innumerables ocasiones, algo que no estoy seguro muy seguro de que nuestros 'protagonistas' puedan hacer. Cierto es que tienen ayuda de un viejo amigo en su encrucijada, pero ese pequeño accidente de laboratorio que tuvo la ha dejado un poco... débil.

¡Oh, pero que desconsiderado soy! Ni siquiera me he presentado, ¿verdad? El nombre que estoy usando ahora mismo es Mirakodus, y seré uno más de vosotros en esta historia. Aunque yo tengo una ligera ventaja sobre ustedes en que yo sé que está pasando, pero no es importante para mí y espero que no os moleste a vosotros. Pero si queréis puedo mostraros una visión de lo que está apunto de suceder; lo único que pido a cambio es que os quedéis conmigo y disfrutéis de esta maravillosa función donde todos podemos disfrutar del miedo y el dolor hasta saciarnos.

Porque, amigos míos, no hay más bello que el terror en los ojos de un ser humano; y esta obra va ha ser bellísima.

¡Y ahora, sin más preámbulos, dejemos paso a la revelación del plazo principal de esta obra de teatro. Regocijaos y temblar, porque este ser será vuestro final si todo sale según su plan!

----------------------------------------------------------------------------------------------------------

El poderoso ser se erguía sobre su palco, con fiera soberanía, contemplando a sus guerreros más leales que esperaban pacientemente sus órdenes. La luz de los cielos iluminaba las armaduras ricamente decoradas y refinadas de los componentes de esta tropa. Todos contemplaban desde abajo a su líder y maestro. La entidad hincó su poderosa arma contra el suelo, haciendo temblar el suelo de la fuerza que había dentro de esta. La firmeza de la tropa no hizo más que aumentar ante este gesto de su señor, que empezó a hablar con una voz parecida a una tormenta: temible, violenta y venerable desde su sentido de destrucción:

-¡Mis fieles guerreros! ¡Hoy, en esta hora de oscuridad y conflicto, se ha tomado una decisión que cambiará el destino de la Creación para siempre! ¡Que no os confunda estos tiempos de aparente paz, porque no es sino la calma que precede a la desolación! ¡Porque como sabréis, hace unos días, llegó aquí una piedra con un conocimiento ancestral; un mensaje de un futuro de muerte y dolor, donde nuestras fuerzas serán destruidas por el poder de la oscuridad! Donde nuestras armas y escudos serán quebrados, nuestro coraje y rectitud corrompidos. ¡Y nuestra razón aniquilada ante la locura! ¡Una locura traída por ellos, ellos: LAS ABOMINACIONES!

La tropa estallo con la misma furia de su señor ante estas palabras, el nombre de las criaturas malditas de los universos.

-¡SÍ! ¡Las abominaciones defendidas por la Justicia de nuestro reino! ¡Aquello que tuvimos que haber destruido hace tiempo abrirá las puertas de nuestro reino al pecado, motivados por su soberbia y estupidez! Pero no temáis a la tablilla, hijos de la Luz: porque dentro de poco tendremos la oportunidad de superar al destino ¡Y AL FUTURO MISMO!

Los guerreros entraron en júbilo, gritando el nombre de su señor con todas sus energías.

-¡Romperé la Profecía quitando de en medio a aquellos que se atreven a enfrentarse a la Luz! ¡Os aseguro que mientras me queden fuerzas, no permitiré que nuestro reino sea destruido! ¡Hoy es un día grande, mis guerreros, porque incluso ante la obligación de partir solo a su mundo, solo tengo un pensamiento en mi mente: ¡LA IDEA DE TRAER QUEMAR LA CORRUPCIÓN DE SU MUNDO DE UNA VEZ POR TODAS, DE HACER QUE NUESTRA UTOPIA FLOREZCA EN SU TIERRA CON SUS CENIZAS COMO ABONO! ¡PORQUE LA DECISIÓN HA SIDO TOMADA!¡ YO DESTRUIRÉ SU MUNDO POR VOSOTROS, POR VUESTRA SUPERVIVENVIA!

Las trompetas de guerra se oían por toda la ciudad, acompañando las últimas palabras del terrible rey guerrero.

-¡Porque yo, IMPERIUS, Aspecto del Valor por la gracia conferida por Anu, nunca os fallaré!

La Canción de Valor está apunto de entonarse sobre el mundo de los mortales, inconscientes del poder que se acerca.

Y yo estaré allí para disfrutar de su melodía. Aunque aún quedan unas cosas más por revelar.
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¡QUE LA HUESTE TERMINE LO QUE EMPEZÓ, INCLUSO SI TENEMOS QUE ATRAVESAR CIENTOS DE FILAS DE DEMONIOS PARA CONSEGUIRLO!
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Canción de Valor - Parte VII

Mensajepor Regnier_LoT » 24 Ene 2012, 20:15

Fward, Lewis y Alyna encontraron un garito decente donde poder descansar y beber algo. Alyna tenía su bolsa de cuero llena de diversos ingredientes que encontró en la tienda del alquimista muerto, loa cuales Fward no había visto en su vida. Aún así, Alyna aseguraba que no tenía todos los elementos de la pócima todavía. Fward decidió no darle vueltas a ningún asunto en este momento; ahora que estaban sentados cara a cara, ambos podían hablar tranquilamente, sin preocuparse de lo siguiente que iban a hacer, y con la luz de las velas iluminando sus caras.

-¿Cuánto tiempo estuviste en Harrogath?

-No estuve demasiado tiempo. Hice el trabajo que me encomendaron y me fuí. Después de todo, no me gustan los climas fríos.

-¿Qué clase de trabajo tenías que hacer para ir hasta el Norte?

-Salvar el mundo.

Fward dejó soltar una risita ante el comentario. Le pareció un buen chiste, aunque Alyna no parecía reírse.

-Déjame que te haga yo una pregunta. ¿Cómo es eso de ser un bárbaro en Puerto Real?

-No soy un bárbaro.

-¿Eres del norte, no?

-Sí, pero no se nada sobre mi pueblo. Su cultura, costumbre, el espíritu guerrero... no tengo nada de eso. La gente cuando me ve piensan en mí como un animal sediente de sangre que es capaz de arrancarle la cabeza a alguien pero... lo único de lo que soy capaz es de trabajar en los muelles y pescar. -Mientras Fward hablaba, Alyna no pudo evitar fijarse en la mirada de Fward. Era triste y perdida, como si estuviera intentando encontrar algo en su interior, pero no supiera el qué. ¿Tal vez recuerdos de su tierra?

Alyna no podía imaginarse lo duro que tenía que ser para alguien ser sacado de su tierra natal a una edad tan temprana.

-Bueno, no sé tú, pero cuando nos conocimos te desenvolviste bastante bien frente a esos tipos.

-Eso era distinto, Alyna. Arthur estaba en peligro y yo le ayude como pude. Aquello fue más un instinto de protección que auténtica habilidad bárbara.

-¡Ah sí, Arthur! -dijo Alyna, con un tono que parecía indicar que acababa de acordarse de algo. -¿Cómo conociste a ese tipo?

-Lo conocí de pequeño. La verdad es que él me encontró a mí, ya ves. Dos huérfanos en medio de una ciudad hostil para los niños. Nos metimos en muchos problemas y fue entonces cuando empecé a protegerle de los abusones. A cambio, él me relataba cuentos y vendía lo que conseguíamos en la calle a buen precio. Y desde entonces hemos estado juntos para todo.

-Perdona la pregunta pero, ¿cómo se quedó huérfano él? -Alyna preguntó con gran curiosidad. De Fward sabía casi toda su historia, pero no había escuchado todavía una sola palabra de la historia de Arthur.

-Sus padres murieron unos días antes de conocernos. Nunca fue más allá de decirme eso. De hecho, yo tampoco le he preguntado acerca de ese tema más de la cuenta. Pero supongo que así estamos bien.

Alyna no tenía una calma sobre este tema como Fward. Después de todo, el chico los había metido en este fregado por las buenas y no daba razones para ello. Cuando Alyna le preguntó de camino a la casa del alquimista, Arthur cambió de tema al instante. ¿Tal vez tenía un motivo oculto que no quería descubrir?

-¿Alguna vez a hecho algo parecido a esto? -Preguntó la Nigromante finalmente. -Quiero decir, ¿se ha metido en asuntos donde no le llamaban en el pasado?

-No, de hecho desde que conseguí el empleo de pescador hemos vivido una vida muy tranquila. No le gusta la acción... mejor dicho, creo que no le gustaba. -Fward no paraba de mover su copa mientras hablaba. Las preguntas de Alyna eran como agua de lluvia que hacía florecer las dudas que tenía de antes en su mente.

-Perdona. -Hablo Alyna, que claramente había notado su malestar. -Se supone que debíamos de relajarnos y divertirnos un poco después de lo de la tienda, y lo único que consigo es preocuparte.

-No, no pasa nada, Alyna.
-Sí que pasa. Esta es mi primera conversación con alguien desde hace mucho tiempo y la estoy estropeando. No tengo solución.

-¿Qué quieres decir con eso?

-No suelo pararme en ningún sitio. Mi padre y yo viajábamos continuamente, y a mí se me pegó. No, más bien es una costumbre de mi pueblo. Cuando nos quedamos mucho tiempo con alguien o en algún sitio, la gente empieza a hablar ¿sabes? Empiezan a propagarse los rumores: que si adoras a los demonios, que eres una maldita, que la Luz nunca te aliviará. Y al poco, ya empiezan a echarte la culpa de todos los males que les afectan. -El rostro de Alyna se volvió triste, algo que Fward no había visto desde que la conoció. Realmente estaba dolida por algo. Fward decidió quitarle un poco de hierro al asunto.

-¿Sabes qué? -dijo en voz alta Fward, haciendo que Alyna le prestará atención. -Que piensen lo que quieran. Las únicas opiniones que importan son las de aquellos que te conocen. -Fward levantó su jarra y con una sonrisa tomó un buen trago. Alyna le siguió con una leve sonrisa.

-Todavía no has preguntado nada sobre mi pócima. -Señalo Alyna, más alegre.

-No me parecía oportuno todavía. Aún no estoy muy seguro de si quiero averiguarlo.

-Tal vez sea ya el momento. -Alyna dijo con una voz suave y cercana, casi como un susurro.

Pero a Fward no le dió tiempo a hacer ninguna pregunta cuando la puerta de la taberna se abrió de repente. Un hombre encapuchado entró rápidamente y dejó la puerta medio abierto tras de sí. Fward se fijó en el peto dorado que llevaba cuando el hombre se paró para coger y levantar una silla por encima de su cabeza. Alyna se giró cuando la clientela del garito empezó a quejarse, con el dueño siendo la voz principal. EL encapuchado se colocó enfrente de la puerta con la silla todavía levantada.

La puerta se abrió una segunda vez con la misma rapidez de la anterior, dejando pasar a un joven que Fward reconoció al instante: era Arthur. Arthur los miró un segundo, justo antes de que el encapuchado le rompiese la silla en la cabeza. Arthur se desplomó contra el suelo al tiempo en el que el hombre salía corriendo.

Fward solo tenía una pregunta: ¿qué demonios acaba de pasar?

---------------------------------------------------------------------------------------------------------

Arthur se sorprendió de la rapidez de su acción. Nada más los dos hombres entraron, se levantó de su asiento y le tiró al primero la jarra de cerveza. Cuando la jarra impactó en la cabeza del primero, Arthur se abalanzó sobre el segundo y le propinó un rodillazo en la entrepierna al segundo que le dejó tirado en el suelo. Arthur podía recordar como al segundo se le había desencajado la cara del dolor, por el cual Arthur sentía lástima (más que nada porque se estaba imaginando si se lo hubieran hecho a él).

'Habría sido una gran idea', pensaba Arthur, 'de no ser porque acabo de cabrear a dos hombres con cuchillos'.

Desconcertados, los dos hombres atacaron a Arthur con sus cuchillas. Arthur simplemente hachó a correr y a saltar de mesa en mesa. Toda la taberna estaba tan confusa que nadie se movió de sus asientos, incluso cuando Arthur tiraba comida y bebida por doquier.

Arthur seguía corriendo y saltando, mientras que los encapuchados intentaban cortarle y herirle las piernas a base de cuchilladas sin éxito, ya que Arthur era los suficientemente rápido de piernas para esquivarlas. Al llegar a la cuarta mesa, Arthur cogió una silla libre, la levantó y se la estampó con todas sus fuerzas al primero, el cual tras este impacto y el anterior con la jarra empezó a alejarse lentamente y sin rumbo por la taberna.

El bardo, al comprender que esto iba para largo, empezó a tocar Hava Nagila (una canción que se usaba típicamente en este tipo de situaciones para que los clientes se diesen cuenta de lo absurda que era la pelea) con toda su alegría.

Arthur se descentró con la música, por lo que no se dio cuenta de como el segundo hombre lo cogía de las piernas. Arthur no tuvo tiempo a reaccionar y el encapuchado lo tiró contra una de las mesas, que se partió en dos con el peso de Arthur. La caída provocó un gran dolor de espalda a Arthur, pero su posición le vino de perlas para darle una patada en la entrepierna al tipo cuando intentó abalanzarse sobre él, cuchillo en mano. No podía evitar sentirse mal por haberle golpeado en sus partes nobles -dos veces- a aquel hombre, pero esto era una situación a vida o muerte y Arthur le tenía gran estima a su vida. El primer hombre pareció gustarle la estrategia del segundo (tal vez no como acabó) ya que se lanzó corriendo sobre Arthur con su cuchillo. El cuentista simplemente respondió tirándole una pata de la mesa rota a la cabeza. La pata dio de llenó en su objetivo, pero el hombre siguió su camino... solo para caerse al suelo al tropezarse con una silla caída en la refriega.

En serio, ¿cómo era posible que nadie en la taberna se inmutase ante el follón que estaban montando? ¿Tal vez ya estaban acostumbrados a este tipo de chorradas? El cazador de demonios parecía pasar del tema completamente.

'¡Será desagradecido, encima que le estoy salvando la vida-! Ah, es cierto, si no lo sabe... ¡Pues debería de saberlo!'

Arthur se cabreó bastante ante este hecho y decidió pagarlo con el primer encapuchado, aún tirado en el suelo. Se colocó encima suya y empezó a encadenar golpe tras golpe dirigidos a la cara del tipo. El hombre se cubría como podía, pero solo bloqueaba uno de cada tres golpes.

Consiguió propinar una buena paliza al hombre antes de que el segundo lo cogiera desprevenido por la espalda. El encapuchado lo puso de frente a él y de un puñetazo casi le rompe la nariz a Arthur. Pudo verlo a cámara lenta: como el puño se acercaba hasta él lentamente, atravesando el aire como un toro traspasa las paredes de las casas. Demoledor y destructivo, el puño llegó a su objetivo, deformando la cara de Arthur y doblándole la nariz como si fuera una especie de gelatina. El dolor se hizo notar inmediatamente, como un bebé que acaba de despertarse y necesito atención urgente. Era la primera vez que le golpeaban así; normalmente Fward estaba para soportar todos los golpes de los matones a los que tenían que soportar día a día, mientras que todo lo verbal era de parte suya. Pero ahora no estaba, y francamente no lo estaba haciendo tan mal: solo le han golpeado una vez y ellos ya han recibido varios ataques. Tal vez pudiera vencerles sin necesidad de su amigo. Tal vez podía ser capaz de luchar por si mismo por una vez, algo que sus propios miedos nunca le habían permitido.

-¿Es extraño, no Arthur? Esa sensación tan bonita y a la vez tan desconcertante. -Mirakodus, como no, hacía su aparición siempre en el momento oportuno. -La posibilidad, siiií, la posibilidad de que realmente no hubiera nada que temer todo este tiempo... de que te has estado limitando a ti mismo sin darte cuenta, cuando siempre podías haber superado aquello a lo que tenías miedo. El temor al dolor, a que te golpeen, a que te hagan recordar el sufrimiento del pasado que te esfuerzas tanto en enterrar. Dime, Arthur, ¿qué te duele más? ¿El puñetazo que te ha dado este desconocido? ¿O lo que pasó aquella noche?

La furia y el dolor salieron del corazón de Arthur como un volcán en erupción. Cogió a su contrincante del cuello de la capa y empezó a atacarle sin control. Unos golpes en la cara, otros en el peto, otros fallando totalmente... Arthur se había quedado ciego en su propia cólera.

-Puedes contármelo, Arthur. Sé que ardes en deseos de contárselo a alguien desde aquel día... pero no te atreves. ¿Tienes miedo de lo que dirá Fward? ¿O de que pase de nuevo?
Tal vez lo disfrutes la próxima vez, ya sabes. La segunda vez se disfruta mucho mejor.

La música del bardo desapareció y ya apenas notaba los golpes que daba al encapuchado. ¿Por qué le hacía recordar? ¿Por qué no podía darle un momento de felicidad sin más tarde aplastar su esperanza contra el suelo y robarle su alegría?

-No puedes superar el terror, Arthur. Nada escapa del miedo. Yo lo sé muy bien. Vengo de un mundo donde habitan todas las pesadillas... incluida las tuyas.

¿Por qué le atormentaba? Había mucha más gente con problemas por todo el mundo que eran incluso más terribles que los suyos, más de los que se piensa... y sin embargo se estaba centrando enteramente en él.

-Te atormento, y me centró en ti, porque tú eres mi nuevo cuadro. Eres mi nueva pintura, y como artista que soy no puedo dejar que tus colores y tu mensaje desaparezcan por una mancha de bondad e inocencia. Cuando venga quién tiene que venir, quiero que estés listo. Para que cuando te mire, pueda ver como es el ser humano en realidad.

Arthur estaba exhausto, y no sabía por qué. Su cerebro tardó unos segundos en darse cuenta de lo que había hecho. La cara del hombre estaba ensangrentada, irreconocible. La nariz rota sin remedio, los ojos cerrados por la sangre y el dolor. Los dientes estaban desparramados por la ropa de Arthur, y su camisa tenía salpicones de sangre por doquier. ¿Desde cuándo tenía esta fuerza? ¿Es que acaso el dolor del pasado, que se había esforzado tanto en ocultar a todo el mundo, le daba el poder de la Luz? ¿O era el poder de los demonios lo que emanaba de él?

Estos pensamientos se rompieron y se perdieron ante el sonido de una puerta abrirse. Arthur se giró para ver al otro encapuchado salir como podía de la taberna. Pero no se iba a escapar. Una bestia nacía en el interior del corazón del cuentista, reclamando más sangre. Arthur corrió tras el pobre mal nacido, con la misma velocidad con la que un lobo persigue a una liebre. La persecución empezó, con la liebre huyendo desesperadamente en busca de salvación. Tal vez buscaba un escondite o una salida, pero eso daba igual. No podía esconderse ni huir de la férrea determinación del lobo, no después de haber probado la carne y la vida de su especie.

La liebre llevó al lobo por callejuelas y comercios, atropellando y esquivando a la gente con violencia y prisa. Ambos sabían muy bien lo que querían, no iban a permitir que nadie ni nada les detuvieran. A veces, la liebre se giraba, esperando que la bestia que estaba detrás suya mostrase algún signo de fatiga, pero lo único que encontraba era una ferocidad recién despertada que arrasaba todo aquel que se encontraba a su paso. Aunque en su interior, esa bestia cuyo nombre humano era Arthur no podía evitar preguntarse de vez en cuando si esta persecución acabaría en algún momento.

Aun así, Arthur podía notar perfectamente la adrenalina circulando por todo su cuerpo, llenando músculos y sangre de euforia desbordante. Su visión se centraba totalmente en el objetivo, todo lo demás eran borrones y manchas sin importancia alguna. Era una cacería y no había sitio para distracciones.

Llegaron a una plaza que daba a tres calles distintas. El encapuchado empezó a correr dentro del círculo de edificios, pero en vez de ir por una de las calles, el encapuchado se dirigió a una taberna cercana, abriendo la puerta con desesperación.

Arthur le siguió. Si pensaba ocultarse o protegerse tras esa puerta no se hacía una idea de quién era. Arthur se lanzó contra la puerta, abriéndola de un golpe. Iba a por todas cuando vio dos rostros familiares: Fward y Blackstorm. Toda la furia se disipó y la bestia de su interior murió en un instante. No quería que le viesen así, como una bestia. Su cuerpo entero se relajó, pero, sin saber por qué, su visión se oscureció justo después de sentir algo golpearle en la cabeza. Se quedó en paz, y su mente se tranquilizó por fin dentro de la oscuridad de la inconsciencia.
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Canción de Valor - Parte VIII

Mensajepor Regnier_LoT » 02 Feb 2012, 00:03

El grupo llegó tras una larga caminata a las alcantarillas donde residía el culto que el alquimista mencionó en su corto estado de no-vida. Con suerte descubrirían quién estaba detrás de todo, pero primero debían encontrarlos en el interior del laberinto de podredumbre y pestilencia. El único punto de acceso abierto era un túnel en el muro del muelle de la ciudad, bajando unas escaleras de piedra. Desde la posición donde se habían situado, parecía lo suficientemente grande para dejarles pasar.

Arthur estaba todavía un poco desconcertado por lo que había pasado antes, y por si fuera poco unos picos sin forma golpeaban sin cesar su cabeza, provocándole un dolor de cabeza insoportable. Cuando se despertó, lo primero que Fward y Alyna le dijeron era que se fuese a casa, pero él rechazo la oferta. Él había empezado esto y el lo acabaría, y no había más que hablar. Ni siquiera el hedor de las heces y las alimañas muertas le haría desistir en su búsqueda.

Fward y Alyna estaban adelantados a él, con antorchas en mano que daban un poco de luz y claro en la fría y tenebrosa noche. Lewis se había metido debajo del casco de Fward, congelado por la brisa marítima del puerto, y no tenía pinta de que fuera a salir dentro de poco. Arthur envidiaba que el conejo tuviese un lugar tan cómodo donde guarecerse del frío, imaginándose como estaría dentro de ese casco. Caliente, a gusto, con una sensación de paz abrumadora, sobre una cama de pelo suave que te llamaba a para tumbarte en ella, el lujo de estar protegido contra el peligro, poder apoyar la cabeza sobre ese material tan cómodo, notar como tu cuerpo empieza a negarse a moverse y unas pesas se posan sobre tus ojos, obligándote a cerrarlos... Por la misericordiosa y poderosa Luz, como envidiaba en este momento al conejo.

Mientras Arthur tiritaba de frío, Fward y Alyna se acercaron al túnel hasta estar frente a él, iluminándolo con sus antorchas. Por el tamaña de la circunferencia, el único que tendría que agacharse sería Fward. Alyna decidió ir primero, andando cuidadosamente por el interior de este. Cada paso que daba producía un asqueroso sonido, parecido al que escuchas cuando aplastas a una cucaracha solo que diez veces más fuerte y con una cucaracha diez veces más grande. Cada vez que miraba al suelo que pisaba, encontraba cuerpos de animales pequeños y heces de las cuales miles de insectos se alimentaban sin parar, cubriéndolas con unas mantas vivas y en movimiento que no hacía más que aumentar el disgusto de la nigromante. Alyna no decidió mirar más al suelo y siguió caminado por el túnel. El hedor a mierda empezaba a abrumarla, y taparse la boca y la nariz con la mano no la ayudó en nada. El olor era tan terrible que incluso alguien con un estómago tan fuerte como ella no podía soportarlo, y las ganas de vomitar aumentaban cada metro que se adentraba en el pasillo enfermizo.

Cuando Alyna ya estaba bastante dentro del túnel, Fward empezó a caminar dentro de este. Fward se quedó casi paralizado cuando el hedor del túnel golpeó su nariz como una avalancha de enfermedad y peste. Las piernas de Fward empezaron a moverse solas en el interior del túnel, el resto del cuerpo entumecido por el asco que le daba la situación. Sus ojos se fijaron en Alyna, que desapareció al poco al saltar hacia lo que debían ser las alcantarillas, dándole a Fward esperanza para no salir corriendo del túnel y vomitar en el primer sitio que encontrase.

Arthur se acercó al túnel al ver que la luz de las antorchas se ocultaba dentro. Lo primero que encontró al asomarse fue a Fward tambaleándose de lado a lado, golpeando varias veces su cabeza contra la pared circular. Empezó a andar en aquella boca del lobo, absorto en el interior de su mente. La presencia de Mirakodus no se había desvanecido del interior de su mente desde su última visita, por lo que aún no había abandonado a Arthur. Desde que se despertó, Mirakodus no había pronunciado palabra alguna: solo parecía estar encima de Arthur, vigilándole o, tal vez, esperando a algo. Fuera lo que fuese, Arthur estaba seguro de que no iba a ser nada bueno para él ni para nadie. ¿Debería de estar más preocupado de sí mismo que del misterio que estaba investigando? Lo desconocía. Ahora mismo debía de estar concentrado en lo que estaba haciendo. Su corazón le decía que debía de seguir, y que había una ligera posibilidad de que si desvelaba el misterio de los asesinatos de aventureros, podría descubrir lo que se ocultaba en este ser... y en su pasado. Arthur salió a tiempo de su cabeza para llegar al final del túnel, donde les esperaba desde abajo Alyna. Arthur saltó y aterrizó al lado del Fward, que vomitaba sin parar en una especie de río de desperdicios. Habían llegado al interior de las alcantarillas, que se dividía por los subterráneos de la ciudad en pasillos que formaban un laberinto. Desde el suyo, había dos caminos posibles: derecha o izquierda.

Cuando Fward acabó de soltar la comida, Alyna fue la primera en decidir y optó por la derecha. Arthur estaba de acuerdo, aunque su opinión en este caso no importaba mucho y tenía muy claro desde el primer momento de que la Nigromante iba a ser su guía para este lugar, ya que era un hecho que Alyna era la que más experiencia tenía en este tipo de situaciones. Al preguntarle a Fward su opinión, este movió la cabeza de arriba y abajo, tambaleándose, con su piel tornada al mismo blanco mármol de Alyna.
Arthur lo tomó como un ''SÍ''.

Alyna se colocó en cabeza y dirigió al grupo, con su antorcha bien alzada por encima de su cabeza. Arthur cogió la antorcha de Fward sin resistencia alguna por miedo a que este la dejara caer por algún lado. Si de algo tenían que estar atentos era de las antorchas, puesto que eran las únicas fuentes de luz que tenían y los pasillos se encontraban sumergidos en la oscuridad. Según caminaban por los pasillos, miles de sonidos llegaron a sus oídos: el riachuelo de desperdicios que se llevaba la podredumbre de la ciudad al mar del puerto, con la esperanza de limpiar la ciudad de una parte de su miseria; las ratas corriendo y olisqueando por doquier, buscando algo que comer y de lo que poder saciar el inmenso apetito que sentían, removiendo las orillas de piedra del riachuelo en busca de cualquier cosa comestible: el goteo producido por la acumulación de humedad en los pasillos, sonando con cierto ritmo que costaba encontrar en un principio.

Los pasos que daban se oían como martillos golpeando la piedra, creando cierta paranoia en Arthur y Fward. Se acercaron al lado de Alyna, sintiéndose mucho más seguros al lado de la muchacha que portaba todos los ases en la manga. Al lado de ella, los dos crearon la ilusión de un círculo protector que los protegía de cualquier cosa que pudiera suceder.

Recorrieron los pasillos largo tiempo, con el riachuelo sirviéndoles como Estrella Polar. Por más giros que daban y por más metros que andaban, parecía que el lugar no tenía fin aparente, hasta que se encontraron un arco oculto entre las sombras de unos pasillos. Al notar este pequeño pero significativo cambio, los tres pasaron por su umbral. Tras el arco, una sala inmensa aparecía en su campo de visión. La sala estaba cubierta por las mismas sombras que los pasillos, pero podían divisar los límites de esta.

Caminaron en el interior unos cuantos metros hasta que Alyna se paró en seco. Estarían más o menos en el centro de la sala y no podían ver nada desde su posición. Arthur abrió la boca para realizar una pregunta, pero paró su intención cuando en escalofrío recorrió su espalda. Un viento helado entró en la sala, congelando a Fward y Arthur con un abrazo no querido que atravesaba la piel hasta llegar a los huesos. Espantosos sonidos empezaron a escucharse por toda la sala, alrededor de ellos. Arthur podía distinguir pasos, seres arrastrándose entre las sombras y armas recorriendo el suelo cuya composición no tenía clara. Alaridos y gemidos empezaron a hacer ecos en la sala. La respiración del enemigo los rodeaba, y los gritos se volvían más fuertes. Debían de ser docenas de enemigos los que los estaban acorralando, ocultos en la oscuridad impenetrable de la sala. La corta iluminación de las antorchas no llegaba hasta donde se estaban situando, y los nervios de Arthur y Fward salían a la superficie, haciéndoles temblar. Alyna se mantenía firme, con su antorcha todavía firmemente cogida y su mano derecha brillando con un resplandor esmeralda con el que apareció de nuevo el martillo de la poderosa Nigromante. Con un ligero movimiento del martillo, le arrancó la antorcha de la mano a Arthur, cayendo a los pies del enemigo. Al mirar hacia la zona iluminada por las llamas, los dos amigos casi sufren un ataque al corazón ante el demoníaco espectáculo que encontraron sus ojos. Toda la zona se había llenado de horribles criaturas que no podían llamarse humanas ni animales, reptando y arrastrándose por el suelo, cada una con una anatomía singular y horrenda. Las había que parecían humanas, con miembros extras que surgían violentamente de sus cuerpos, sus manos transformadas en garras mortíferas y alargadas, su piel cubierta de sangre y malformaciones. Tenían la mandíbula inferior desencajada, algunos tanto que les colgaban dejando la boca totalmente abierta.

Luego estaban los que parecían bestias; mutadas, moviéndose a cuatro patas, sus huesos emergiendo por distintas partes de sus deformes carnes, patas dobladas como lobos y filas de dientes afilados como cuchillas (''¿alguna vez están afilados como otra cosa?'', se preguntaban todos).

Los últimos eran los más horrendos, siendo masas de dientes y carne que se arrastraban cual babosa por el suelo, con miles de tentáculos por todo su 'cuerpo'.

-Ohhhh... he visto suficientes dibujos para saber como acaba esto. -Dijo Alyna al ver los tentáculos.

Fward sacó un cuchillo y Arthur siguió ejemplo, solo para descubrir que estaba desarmado. La mirada que les dirigió la Nigromante les dejó claro que no quería que se metiesen en la pelea. Arthur celebró silenciosamente la decisión, puesto que estaba un poco... acojonado tras descubrir que no tenía nada con que defenderse.

Las monstruosidades empezaron a dirigirse rápidamente hacia el grupo, pero la mujer ni se inmutó. Habló en una lengua extraña, pronunciando palabras de las que Arthur no pudo encontrar significado. En un instante, una erupción de llamas surgió del suelo quemando a unos pocos monstruos. Las llamas se irguieron unos cuantos metros antes de empezar concentrarse, formando una especie de esfera. De la esfera salieron una especie de conos que se volvieron brazos y piernas, pies y manos. Una cabeza salió al mismo tiempo, dando a las llamas invocadas por Alyna la formas de un ser humanoide y corpulento. Un golem de fuego que rugió a los monstruos y empezó a golpear con puños de fuego a la carne. Su maestra le siguió, corriendo hacia el lado contrario y golpeando rápidamente con antorcha y martillo a toda mutación que encontraba a su paso.

El golem destrozaba a los monstruos con golpes llenos de furia y cólera ardiente. Extremidades y sangre salían volando con cada ataque, que parecía invulnerable a los ataques de las criaturas que le rodeaban. Estas intentaban cortar y atrapar al gigante, solo para quemar su enfermiza piel en las poderosas llamas que empezaban a extender por toda la sala.

No había descanso a los ataques de ninguno de los dos bandos, pero Arthur estaba seguro de que el golem ganaría si se mantenía suficiente en este mundo.

Al otro lado, Alyna golpeaba despiadadamente a las criaturas con martillazos de fuerza imparable. Las cabezas explotaban con los terribles impactos que la Nigromante repartía, manchando su piel de sangre y restos de cráneo. Los miembros se doblaban y se partían, dejando mancas y cojas a las criaturas con la facilidad con la que se arranca una verdura de un huerto. Cuando las golpeaba en el torso, el martillos o bien las dejaba en el suelo al instante o las lanzaba unos cuantos metros por la sala. Un espectáculo grotesco pero hermoso. El rojo de la sangre resaltaba el mármol de la delicada piel de la chica. Su pelo y su vestido seguían cada movimiento que realizaba, creando una danza que no tenía nada que envidiar a las de las mujeres de los harem del desierto. Arthur lo consideraba digno de ver, mientras Fward estaba completamente hechizado con el violento baile de la Nigromante.

Arthur se dio cuenta, y una idea se formó en su cabeza. Una afirmación recorrió su cabeza; Mirakodus estaba de acuerdo con el planteamiento, pero tanto él como Arthur decidieron que era mejor esperar. Era la primera vez que los dos estaban completamente de acuerdos en su corta relación.

La mujer destrozaba por doquier, mientras que el golem sencillamente arrollaba toda resistencia. Nada se salvaba de la maestra y su siervo, aunque la marea de monstruos parecía no tener fin. Un círculo de cadáveres se empezó a formar alrededor de la maestra, con cada abominación muerta apilándose al montón.

El golem golpeaba cada vez más fuerte, aplastando a todo al que ponía su puño encima, y sus llamas se erguían ardiendo como el Sol. Estaba a punto de estallar, pero aún así sequía despedazando monstruos como si nada. A veces incluso los cogía y los lanzaba contra el resto de la horda, tirando grupos enteros al suelo. Los cadáveres de monstruos ya empezaban a llenar toda la sala.

La Nigromante seguía matando monstruos como podía, mientras que al golem no le quedaba mucho más aguante en este mundo. Arthur y Fward sabían que tenían que hacer algo o de lo contrario no saldría nadie vivo de aquí. Arthur intentó ir hacia Alyna, pero se detuvo cuando se dio cuenta de un detalle. Alyna estaba lanzando deliberadamente a los monstruos por toda la sala. Con una sonrisa, Alyna hizo un último barrido a los monstruos que la rodeaban, dejando un espacio entre ellos y ella. De repente, Alyna se agachó y golpeó el suelo con la palma de su mano.

Lo siguiente que pasó era digno de una aunténtica novela de caballeros. Al instante, todos los cadáveres que ocupaban el suelo de la sala estallaron en una explosión de carne, sangre y huesos, sincronizada perfectamente con la devastación llameante que fue la muerte del golem. Los huesos atravesaban como lanzas y flechas a las aberraciones, y la carne salía despedida a tal velocidad que arrancaba de cuajo extremidades y lanzaban por los aires a los pobres infelices. Todos murieron con el estallido de destrucción y cadáveres, vísceras y órganos ahora decorando las paredes y el suelo de la sala, con Alyna de pie en medio del mar de carne y sangre.

-Este, -Pensó Arthur. -Es sin duda el poder de los Nigromantes.
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