Memorias de Thar II | Garrafilada - Parte 1

Fanfics y relatos creados por nuestros foreros.

Memorias de Thar II | Garrafilada - Parte 1

Mensajepor janfruns » 13 Nov 2010, 11:26

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Parte I

Existen en el mundo pocas cosas comparables a la sensación de volver al hogar después de siete años deambulando por Santuario. Ni los bellos palacios de Lut-Gholein, ni los antiguos templos de Viz-Jun podían compararse a la belleza que mi corazón percibía en cada brizna de hierba de los prados de Bramwell. Mis padres me esperaban frente a nuestra humilde, pero acogedora casa. Construida en piedra con techo de teja negra, había recibido más de un remiendo por culpa de las copiosas lluvias otoñales. A un lado de la casa brillaba cual oro el campo de trigo que era, a todos los efectos, nuestro medio de subsistencia. Desde hacía años, aquel campo suministraba la mayor parte del trigo necesario para hacer el pan y la cerveza que alimentaba a Bramwell.

Hacia mí se acercaba, montado en su carro lleno de sacos blancos, Josh Dirrell al que todo el mundo apodaba “El capataz” por ser el propietario del molino y de la cantina. De él se decía que, si la vida le trataba bien, llegaría a ser un respetable comerciante en la región, pues poseía un gran don de gentes y un innegable olfato para los negocios.

- ¡Thar, muchacho! - Exclamó al llegar a mi altura - Cuanto tiempo, estás hecho todo un hombretón.

- ¿Qué tal Josh? - Le pregunté cubriéndome los ojos para evitar el sol.

- Ha pasado mucho tiempo, chico - Me contestó apoyando los codos sobre sus rodillas sin soltar las riendas - Me alegra decirte que las cosas van muy bien en el pueblo y creo que tus padres no pueden quejarse tampoco. Las lluvias han tenido clemencia con sus cosechas y no les ha faltado un buen plato caliente en la mesa. Con los tiempos que corren eso es todo un lujo, te lo aseguro.

Sonreí con acritud, pues a mi mente vinieron fugaces imágenes de horribles criaturas, pero no era el momento ni el lugar para alarmar a nadie. Estaba en casa y debía disfrutar de ella lo máximo posible.

- Pero que hago entreteniéndote con mi cháchara, anda ve a ver a tus padres que lo estarás deseando.

Nos despedimos para seguir cada cual su camino y el mío me llevaba hacia las dos personas que más amaba. En cuanto estuve lo suficientemente cerca, mi madre corrió hacia mí y me ofreció un gratificante abrazo que duró tanto que a punto estuve de olvidar las increíbles aventuras que había vivido durante aquellos siete años al lado de mi maestro Vedesfor. Mi padre en cambio, no fue tan efusivo, pues era parco en palabras y en gestos, pero supo transmitirme su afecto con su silencio y unas cuantas palmadas en la espalda.

Al entrar en lo que había sido el hogar de mi infancia, la paz llenó mi corazón y sosegó mis nervios. Todo seguía igual. En la chimenea de piedra chisporroteaban unas brasas rojizas y sobre la mesa rectangular humeaban unos apetitosos trozos de cerdo bien asado.

- Parece como si me estuvierais esperando - Bromeé.

- Llevamos mucho tiempo haciéndolo, era cuestión de tiempo que volvieras - Contestó mi madre acariciando mi pelo largo, negro y algo despeinado - Tienes muchas cosas que contarnos y qué mejor que una buena comida para soltar la lengua.

Nos sentamos en los alargados bancos de madera junto a la mesa y mi padre nos sirvió un poco de vino con el que brindamos. De reojo, mientras tomaba un largo sorbo, miré la bolsa que había traído y que guardaba a buen recaudo a mi lado. Había llegado el momento de explicarles todo lo sucedido, pero antes les enseñaría lo que sería, a buen seguro, una mala noticia para ellos. Desaté el largo fardo de piel que llevaba atado a la bolsa y lo abrí ante ellos.

- ¿Es la espada de Maese Vedesfor? - Preguntó mi padre con incredulidad.

- - Contesté - Me temo que no soy portador de noticias agradables.

De repente, la casa tembló como si sus cimientos hubieran sido sacudidos por el mismísimo Baal. Mi padre rodeó con sus fuertes brazos a mi madre y se apartaron de la mesa fijando sus ojos en mí.

- ¿Qué tragedia has traído a nuestra casa? - Preguntó mi madre entre sollozos mientras las paredes volvían a temblar.

- No he sido yo, madre.

Poco importaba lo que yo dijera en ese momento ya que el miedo embargó su razón y en un acto irracional e irresponsable abrieron la puerta para salir de la casa. Desesperado por lo que pudiera ocurrirles, cogí por la empuñadura la Venganza de Vedesfor y les seguí. No llegué a tiempo para salvarles, pero sí para ver como sus cuerpos se convertían en un borrón carmesí que salpico mis ropas y mi rostro. Sobrecogido al presenciar tal atrocidad, salí de la casa sin saber qué me podía encontrar.

Ante mí se alzó aquella criatura de mil toneladas que una vez pereciera bajo mi espada. Por imposible que pudiera parecer, allí estaba, respirando y agitando las mazas de las que goteaba la sangre de mis progenitores. Aquel ser demoníaco me había seguido para saldar su cuenta y matarme.
Desperté sobresaltado por la pesadilla que sacudía mi mente y me encontré recostado sobre un duro lecho. Me hallaba en el interior de una carreta cubierta repleta de alambiques, probetas y frascos de cristal llenos de espesos líquidos en los que flotaban cosas con formas indescriptibles. Pese a la pesadez y lentitud de mis pensamientos, me incorporé para salir al exterior. Sin embargo, como bien me enseñó mi maestro, antes de aventurarme a lo desconocido decidí observar.

El cielo estaba despejado y en el firmamento brillaba la luna en el centro de un mosaico de estrellas titilantes. A pocos metros del carro, ajena al solitario aullido de un lobo, estaba sentada una figura junto a un pequeño fuego. Pese a estar de espaldas a mí, puede reconocer su silueta como la de una mujer. Su pelo rizado y negro caía sobre su espalda hasta acariciar sus caderas. No suele ser muy común que las mujeres recorran los caminos de Santuario sin hombres que las protejan, así que agudicé mis sentidos para detectar cualquier movimiento entre los árboles que pudieran delatar a su acompañante.

- Por fin te has despertado.

La mujer se levantó mientras sus palabras se perdían entre los árboles y se volvió hacia mí con la delicadeza de un ángel. Era imposible lo que estaban viendo mis ojos, no podía ser ella quien estaba allí de pié junto al fuego. ¿Había abandonado una horrible pesadilla para caer en un tortuoso sueño donde los muertos revivían? ¿A caso no había sobrevivido y me encontraba en el más allá donde ella me esperaba?

- Abrahel...

Su nombre rasgó mi reseca garganta mientras alargaba mi mano para intentar tocar su silueta. ¿Qué pasaría si la tocaba? ¿Se desvanecería tan maravilloso sueño? Bajé de la carreta y, sin sentir el suelo bajo mis pies, me dirigí a ella con la esperanza de que el espejismo no se desvaneciera. No lo hizo. Llegué hasta mi bella dama y observé su rostro en el que se reflejaba la calidez del fuego de campaña.

Las fuerzas me abandonaron de nuevo y me desmoroné sobre la tierra fría y húmeda, pero poco me importó cuando vi su rostro sobre mí. No había perdido un ápice de su belleza y perfección,

- ¿Cómo es posible? ¿Te vi morir Abrahel?

Su sonrisa, tan cautivadora como la recordaba, turbó mis sentidos y embriagó mi corazón. Deseaba no separarme jamás de ella ahora que volvía a estar a su lado. Acaricié su mejilla sintiendo su suave piel bajo mis ásperas manos.

- Estás todavía débil - Me dijo con dulzura - Debes descansar.

Me ofreció un poco de agua acercando un vaso de madera a mis labios mientras sujetaba mi cabeza. Bebí con avidez como si se tratara de un elixir mágico, sintiendo cada gota recorrer el interior de mi reseco cuerpo. Suavemente dejó mi cabeza sobre un ovillo hecho con su capa y puso su mano en mi frente.

- La fiebre ha bajado.

Con las pocas fuerzas que aún me quedaban conseguir cogerle la mano y besarla con la pasión del amor que habitaba en mí.

- Te creí muerta.

Ella me sonrió apartando la mano de mis agrietados labios.

- Me llamo Agneta - Me dijo - Abrahel era mi madre.


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Garrafilada - Parte 2

Mensajepor Lytus » 29 Nov 2010, 00:57

Parte II

El sol penetró en el interior de la carreta como una lanza en busca de una víctima a la que despertar y, lentamente, volví en mi al sentir la luz sobre mis párpados. El tintineo de los frascos de cristal me hizo recordar donde me encontraba. Sus contenidos ya no parecían tan horribles como la noche anterior, incluso algunos botes que creía haber visto llenos estaban completamente vacíos. Mi torturada mente me había jugado una mala pasada, puede que ni siquiera hubiera ninguna Agneta hija de Abrahel. ¿Y si me había vuelto loco? Salí a la parte delantera del carromato con el temor de no poder asumir mi posible falta de cordura, pero con la misma valentía que me había llevado a acabar con una monstruosidad de mil toneladas venida del abismo.

Una jovencísima Agneta me recibió con una amplia sonrisa. En cierta manera, era la misma chica que recordaba de la pasada noche, pero más joven y con una belleza muy diferente a la de su madre. Su rostro sencillo, sin un solo rasgo que destacase por encima de los demás, era la conjunción perfecta entre lo bello y lo discreto. Así como su madre era un embriagador vino que colmaba los sentidos, Agneta era la fresca agua de un tranquilo río.

- Veo que te has despertado - Me dijo la joven - ¿Recuerdas quien soy?

Asentí con algo de timidez mientras me sentaba a su lado.

- Siento haberte confundido con tu madre - Me disculpé - Estaba un poco confuso.

- No te preocupes. Ahora bien, me gustaría saber de qué la conocías.

- Íbamos juntos en una misión...

- ¿Tú también? - Preguntó con incredulidad - ¿No eres demasiado joven?

- Yo opinaba lo mismo, no te creas - Contesté con pesar cuando algunas imágenes vinieron a mi cabeza.

- ¿Qué pasó?

La pregunta que acababa de formular Agneta era bastante difícil de contestar, sobre todo la parte en la que debía relatar la forma en como su madre había muerto. Con poca predisposición, intenté explicar lo acaecido saltándome los sórdidos detalles de la trampa de la que fueron víctimas. Por último, expliqué lo que me pasó al salir de las grutas y a quien
me encontré allí.

- ¿Una maga de Xiansai? - Preguntó con incredulidad - ¿En serio? Llevo toda la vida queriendo ir a aquellas tierras, pero mi madre no quería ni acercarse. Decía que allí utilizan la magia de forma irresponsable.

- Pues te aseguro que aquella mujer sabía lo que hacía. Los cascotes pasaban a nuestro alrededor a una velocidad antinatural. Fue todo un prodigio.

Hubo un instante de silencio un tanto incómodo y fui yo quien decidió continuar la conversación por otros derroteros mucho menos dolorosos para ambos. Ya habría tiempo para ahondar en los recuerdos.

- ¿Dónde estamos? - Pregunté.

- Lejos de Nueva Tristán, hacia el Oeste. Puede que estemos a tres días a caballo.

- Mejor, no me gustaría que nos siguieran.

- ¿Por qué deberían seguirte? - Quiso saber Agneta.

- Estaba presente en el momento de... bueno ya sabes. Saben que iba con ellos y que la criatura me persiguió. Por cierto... - Me interrumpí al darme cuenta de algo importante - ¿Cómo acabé contigo? No lo entiendo, estaba con aquellos tres desconocidos cuando perdí el conocimiento.

- Te encontré en medio del bosque cuando buscaba algo de madera para el fuego.

- ¿Y no viste a nadie más?

- No - Contestó como si no le importase lo más mínimo.

El bosque se abrió para dejar paso a un paisaje de colinas verdes y pequeños montículos rocosos. Un conejo gris se paró en medio del prado, con sus orejas recortadas por el sol, y nos miró con ojos curiosos poco antes de salir corriendo a toda prisa. El resto de la mañana transcurrió con rapidez gracias a la fluida conversación que mantuvimos. Resultó que teníamos más en común de lo que podría haber imaginado, pues ella y su madre habían viajado por Santuario aceptando dinero a cambio de alguna peligrosa tarea que cumplir. Compartimos recuerdos de ciudades o parajes que nos habían impresionado para bien o para mal, descubriendo que nuestros gustos y nuestros temores eran parejos.

El sol llegó a su cenit bañando las colinas con su calor en el mismo instante en que nuestros estómagos reclamaron algo de atención, así que hicimos un alto en el camino junto a un pequeño riachuelo. Recuerdo que hablamos mucho sobre qué hacer con nuestras vidas. Fue un momento extraño para dos desconocidos que no sabían nada el uno del otro y que debían llegar a un acuerdo. Podíamos separarnos y viajar cada uno hacia su destino, pero a ninguno de los dos nos pareció una buena idea. Por fin, tras un buen rato de mucho debatir, Agneta accedió a acompañarme a Bramwell, mi pueblo natal, para ver a mis padres. Después yo debería acompañarla hasta Puerto Real para que tomase un barco que la llevase hasta Kurast. Su intención era llegar a Xiansai para ser admitida en alguna escuela y así aprender de los grandes magos.

El almuerzo que preparó Agneta me pareció el mejor de los manjares después de varios días sin comer. Con fruición di buena cuenta del sencillo estofado y de la panceta asada. Estaba realmente impresionado con las dotes culinarias de mi compañera, pero cuando quise mostrar mi gratitud por tanta atención, me hizo callar llevándose el dedo índice a los labios. Su expresión relajada había desaparecido y en su lugar había una de profunda preocupación.

- ¿Lo oyes? - Me preguntó.

- No - Contesté llevándome un trozo de panceta a la boca - No oigo nada.

- Precisamente.

Dejé de masticar para intentar entender a que ser refería y no tardé en darme cuenta del silencio que nos rodeaba. Nada, salvo el río con su constante rumor, hacía ruido y el viento transportaba un olor inconfundible.

- ¿Estamos rodeados? - Pregunté, aun sabiendo que así era.

- Sin nuestras armas estamos muertos - Aseguró Agneta con el semblante rígido - Tu espada y mi cayado están en el carro, tenemos que hacernos con ellos antes de que nos den alcance.

- Cuando tú me digas.

La joven miró en derredor esperando el momento adecuado a pesar de no ver a ninguno de sus enemigos.

- ¡Ya!

Como una exhalación salimos corriendo hacia el carro en el mismo instante en que veintena de Caídos se dejaban ver. Dos de ellos se interpusieron en nuestro camino, pero cayeron al suelo al recibir nuestra embestida. Los caídos siempre me habían parecido unas criaturas deleznables por su aspecto y su putrefacto hedor, pero más por su vergonzosa falta de valentía. Siempre atacaban en masa, pero si conseguías eliminar a uno de ellos los demás huían como gallinas perseguidas por un hambriento lobo. Al llegar al carromato una de esas criaturas nos sorprendió desde el interior saltando sobre nosotros. Gracias a mis rápidos reflejos conseguí evitar que cayese sobre Agneta, pero a costa de verme derribado por él. Sentí sobre mí el fétido aliento que emergía de sus pútridas entrañas. Sus ojos, rojos y crueles, se clavaron en mi cuello rebosantes de lujuria asesina al ver latir mi yugular.

Su espalda explotó convirtiendo al Caído en una columna de fuego viviente que se alejó de mí rodando por el suelo mientras gritaba de dolor.

- Te agradezco la ayuda, pero lo tenía todo bajo control.

- Toma tu espada - Contestó Agneta - Y no seas tan fanfarrón.

Tal y como era de esperar, el tumulto de Caídos empezó a alejarse tras ver caer a su compañero, sin embargo, un pavoroso grito les obligó a detenerse. De detrás de uno de los montículos un Caído mucho más alto que el resto apareció empuñando un arma extraña que, a pesar de parecer arcaica y de pobre manufactura, podía resultar muy eficaz.

- ¿Qué es eso? - Pregunté aterrorizado.

- No tengo ni idea, pero parece que sus amigos le tienen más miedo a él que a nosotros.

La estampida de temerosas criaturas se volvió en nuestra contra y, con el miedo a las represalias dibujado en sus ojos, se abalanzaron sobre nosotros. Poco o nada podíamos hacer para defendernos, aun así lo intentamos y conseguimos mantenerlos a raya durante unos cuantos minutos, pero nuestras jóvenes fuerzas empezaron a flaquear y acabaron por
apresarnos.

Tumbado sobre el suelo con una de esas garras rojas sujetándome la cabeza, vi como reducían a Agneta y la tiraban junto a mí. Sentí un extremo de las cuerdas cerrándose sobre mis muñecas y el otro presionándome el cuello. Mi orgullo guerrero se expresó usando mis labios para desafiar a nuestros atacantes, pero ellos sólo se limitaron a jactarse sintiéndose
los vencedores de aquel combate desigual.

- Cargadlos - Gritó el grotesco Caído que tanto temor provocaba entre los suyos - Debemos llegar al campamento antes de que caiga el Sol.

Nos metieron en la que había sido la carreta de Agneta y uno de ellos tomó las riendas entre las carcajadas sin darse cuenta de que alguno de sus compañeros había dejado junto a nosotros nuestras armas. Con una mirada Agneta y yo nos entendimos. Era demasiado pronto para volver al combate, antes tendríamos que recuperar fuerzas, pero volveríamos a intentarlo tarde o temprano.

El enorme y musculado brazo del Caído que encabezaba aquella pequeña partida entró en el interior de la tienda y cogió ambas armas.

- Esto me lo quedo yo - Dijo - Allí donde vamos no las necesitáis.

- ¿Dónde nos lleváis? - Preguntó Agneta con fría calma.

- A nuestro poblado - Contestó el Caído desde fuera de la carreta - A Garrafilada.


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Garrafilada - Parte 3

Mensajepor Lytus » 06 Dic 2010, 17:57

Parte III

Junto con el anochecer llegó el horripilante olor que siempre acompaña a los campamentos de Caídos. A través de algunos agujeros en la cubierta del carro, pudimos ver el lugar donde íbamos a morir. Nos encontrábamos en la ladera escarpada de una montaña bastante alta, pues el aíre enfriaba nuestros huesos y las nieves pintaban los picos colindantes. Por todos lados habían construido chozas de palos aprovechando cada recoveco natural de la roca para convertirlo en un resguardo contra el frío. Unas pequeñas hogueras alumbraban las tinieblas que se cernían sobre Santurio, convirtiendo el paraje en un oscuro lienzo donde danzaban figuras y sombras amenazantes.

De no ser por el grotesco Caído que parecía controlarles, habríamos acabado hechos pedazos, pero el respeto y el miedo que provocaba en los suyos era tal que, cuando habló, ni uno sólo del centenar de Caídos osó pronunciar una palabra.

- ¡Llamad al chamán! - Les ordenó con su potente voz.

Al instante media docena de ellos corrió por el campamento en diferentes direcciones para cumplir la orden de su señor, con la única intención en sus mentes de conseguir un trato de favor por su parte.

- El profeta se ha pronunciado, traed al chamán inmediatamente.

Aquel que había hablado estaba de pie junto al carro y portaba un estandarte rojo con una garra de tres dedos dibujada. Caminaba más erguido que el resto y su porte era soberbio, algo bastante poco habitual en esa raza, pero lo más extraño era la sensación de retorcida inteligencia que parecía desprender.

- Le ha llamado profeta - Me susurró Agneta - Nunca había oído hablar de un profeta entre los Caídos.

- Los tiempos están cambiando - Contesté con pesar - El mal se organiza, preparándose para intentar acabar con el mundo de nuevo.

- ¡Silencio!

El fuerte brazo del que todos llamaban profeta me sacó del carro para dejarme tirado en el suelo y, como buitres que huelen la agonía del moribundo, media docena de pequeños Caídos me rodearon.

- ¡Tú! - Dijo el profeta señalando a la criatura del estandarte - Asegúrate de que lo enjaulen con los otros.

- Sí, mi señor.

Mientras me arrastraban, pude ver como sacaban a Agneta del carro y la dejaban con suavidad en el suelo, como si no quisieran hacerle daño. Había algo inquietante en la actitud hacia ella, aunque, por otro lado, me sentía aliviado al ver que no la trataban mal.

De repente, mis captores se detuvieron y una enorme y redonda cara me miró desde arriba. Aquel nauseabundo Caído me observó con ojos encendidos y un puñal entre sus dedos, pero antes de que pudiera hacerme nada, una cadena de metal tiró de la argolla que se cernía sobre su cuello casi inexistente. Comprobé con temor, como arrastraban al Caído deforme en dirección a mi compañera. Aquella bestia demoníaca caminaba de forma antinatural debido a su gigantesca barriga que parecía estar a punto de reventar para impregnarlo todo con sus vísceras. De la cadena tiraba un encorvado Caído que se apoyaba en un palo adornado con un ramillete de pequeños cráneos al que rápidamente identifiqué como un chamán.

Los chamanes solían ser los inteligentes del grupo, además de los más débiles físicamente, seguramente por eso su dominio de la magia era bastante importante. Sin embargo eran el doble de cobardes que el resto de sus hermanos y no dudaban en lanzar a los suyos a una muerte segura que pudiera protegerles mientras huían. Aquel chamán en particular, llevaba su piel rojiza adornada con pinturas ocres formando intrincados laberintos de símbolos ininteligibles dándole un aspecto especialmente poderoso.

Mis guardas me arrastraron unos cuantos metros más y me metieron en una jaula con bastante pocas contemplaciones mientras el Caído del estandarte corría en pos de su señor para estar bien cerca de él y poder prestarle servicio en caso de necesitarlo.

- ¿Es doncella? – Preguntó una voz a mi espalda.

Al volverme, descubrí que no estaba sólo en mi cautiverio y que tres hombres me acompañaban. Dos de ellos estaban sentados en uno de los rincones de la amplia jaula y el que me había hablado se puso a mi lado con la vista fija en Agneta.

- La chica – Aclaró - ¿Es doncella?

- No… No lo sé.

- Pues esperemos que lo sea.

- ¿Qué tiene eso de importante? – Le pregunté sin entender el interés que podía tener su virginidad.

- Observa y lo verás – Me aconsejó el extraño.

El chamán y el Caído de descomunal barriga alcanzaron al profeta y entonces entablaron una conversación en su idioma. Poco o nada pude entender por sus palabras, pero sus actos evidenciaron sus intenciones.

El profeta sujetó por la cuerda que todavía ataba las manos y el cuello de Agneta y le levantó la falda hasta dejar a la vista unas pantorrillas blancas y suaves. El chamán, por su parte, tiró de su mascota para obligarle a acercase a la chica que intentaba liberarse a toda costa. Puede que tuviera las manos atadas, pero no así los pies, por lo que la patada que le propinó al Caído de ojos saltones fue tan fuerte que le hizo perder el equilibrio y caer de espaldas.

El alboroto no se hizo esperar y sus hermanos rompieron a gritar desaprobando la actitud poco cortes de su prisionera. Uno de ellos, el que debía ser demasiado valiente e inconsciente, saltó de entre el tumulto para intentar morder una de las suaves piernas, pero el profeta, mucho más rápido de reflejos, lo agarró al vuelo y lo lanzó al suelo donde le puso la pata sobre el pecho hasta que sus costillas se partieron con un crujido aterrador. El mensaje fue captado por el resto de inmediato y el silencio se apoderó del campamento.

De nuevo, el chamán tiró de la cadena y su mascota volvió a meter su cabezota entre las piernas de Agneta que ya no luchaba tras ver cómo el profeta había ajusticiado a uno de los suyos de forma fría y despiadada. El frenético Caído empezó por olisquear sus muslos muy cerca de las rodillas y subió por ellos hasta alcanzar su íntima feminidad donde se detuvo durante un instante antes de retirarse con rostro de sorpresa.

El frenético y loco Caído fue lento en sus movimientos y el profeta consiguió apartar a la chica antes de que las purulentas fauces se cerrasen sobre ella. El chamán, satisfecho con el resultado, le dio un trozo de carne fresca a su mascota y juntos volvieron hasta su choza al otro extremo del campamento. Agneta, en cambio, fue arrastrada y enjaulada junto a una de las chozas más grandes que parecía pertenecer al profeta.

- ¿Qué ha pasado? – Le pregunté al extraño que me había hablado momentos antes.

- Ese Caído gordo que has visto adora especialmente la carne de las vírgenes, es capaz de devorar cualquier cosa, pero ante una doncella pierde cualquier signo de inteligencia que pueda quedar en esa cabeza corrupta.

- ¿Y ahora qué?

- Tu amiga está a salvo, ya has visto como ha reaccionado. Si el profeta no la aparta a tiempo, a tu chica le faltaría un brazo o puede que dos.

- ¿Qué harán con ella?

- No lo sé, pero lo que te debería preocupar más es que harán con nosotros. Según he podido averiguar antes de que me capturaran, es que están haciendo batidas por los alrededores para capturar a vírgenes. Lo que hacen con ellas lo ignoro.

El extraño hablaba con elocuencia y convencimiento, por lo que no era un mero campesino. Tenía el pelo largo y negro que le alcanzaba los hombros, una barba demasiado bien recortada como para llevar demasiado tiempo en cautiverio y vestía completamente de negro. Pero lo que más me llamó la atención fue la cicatriz que lucía en el pómulo izquierdo y que tenía forma de cruz. Una vez mi maestro me habló de alguien así y fue bastante convincente al advertirme que me alejara de él si se cruzaba en mi camino.

- ¿Quién eres? – Quise saber.

- Me llamo… Karl Schleifer


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Garrafilada - Parte 4

Mensajepor Lytus » 22 Dic 2010, 18:37

Parte IV

Las horas pasaron lentamente en el interior de aquella jaula en la que nos habían encerrado. A mi lado estaba sentado un hombre llamado Adolf, quien no paraba de repetir las horribles cosas que nos iban a suceder. Su porte fuerte y enjuto, contrastaba con el miedo que destilaban sus palabras pues, para un simple granjero como él, los Caídos eran los demonios más terroríficos que conocería jamás. Al otro lado, de pie, agarrando los barrotes con ambas manos y la mejilla apoyada en el frío metal, gimoteaba Heins que una y otra vez repetía el nombre de su amada esposa y perjuraba venganza contra el cielo estrellado.

- Oye chico – Dijo una voz desde el otro lado de la celda - ¿Tú no tienes miedo?

Alejado de la débil luz que proyectaba una de las hogueras que aun permanecía encendida estaba Karl Schleifer con el rostro oculto bajo su largo pelo negro.

- ¿Te has tragado la lengua? – Insistió.

- No – Contesté – No tengo miedo de lo que pueda ocurrirnos.

- ¿Por qué?

Encogí ligeramente los hombros como única respuesta, pues era tan cierto que no sentía inquietud alguna como que no saldría vivo de aquel mísero lugar. No me importaba en absoluto sufrir o morir, lo que en ese momento más me preocupaba era lo que podía ocurrirle a Agneta.

- Es por tu chica, ¿verdad?

- No es mi chica – Contesté para dejar bien clara nuestra situación – Sólo somos compañeros de viaje.

- Poco importa eso, si no tienes miedo a morir es porque hay otro miedo más poderoso.

- Me preocupa qué pueda pasarle.

- Ya te he dicho que no le pasará nada porque es virgen, en cambio de su esposa no podía decirse lo mismo - Dijo inclinando la cabeza ligeramente hacia Heins.

- ¿Qué le pasó?

Karl se limitó a señalar el fondo del campamento donde un costillar ensartado en una vara de metal descansaba sobre un fuego consumido. Una nauseabunda sensación subió desde mi estómago para hacer que el mundo a mi alrededor diera vueltas. Desde donde estaban, Heins había podido ver, impotente, como su esposa era devorada. Comprendí en ese momento la locura que se había apoderado de él y que le obligaba a reclamar venganza.

- Es horrible.

- Ahora no podemos hacer nada por ella – Me aseguró – Deberíamos centrarnos en salir de aquí, pero no puedo hacerlo solo.

- ¿Cómo?

- Necesito que te quedes aquí mientras recupero mis armas y mi ropa, cuando te haga la señal deberás salir de la jaula y alejarte todo lo que puedas.

- ¿Dónde están tus armas? – Quise saber, pues mi espada era el único recuerdo que poseía de mi maestro y que seguramente estaría guardada en el mismo lugar.

- En aquella tienda de allí – Contestó.

- Tengo que recuperar la espada de mi mentor.

- Intentaré encontrarla, pero no te prometo nada. ¿Cómo es?

- Lleva unas runas grabadas en la hoja.

Como un felino, Karl se movió por la jaula hasta la tosca cerradura y empezó a manipularla con maestría. Pasados unos escasos segundos, la puerta se abrió de par en par permitiéndoles salir.

- No os mováis de aquí hasta que yo os avise.

Mientras le veía alejarse entre las sombras, recordé una lejana tarde en el famoso mercado de la remota Kurast. Mi maestro y yo, que apenas tenía doce años, caminábamos por entre las tiendas en busca de ropas nuevas y limpias para poder asistir a la audiencia con el Gran Maestre. El mercado, famoso por sus sedas y exóticas especias, era un conjunto interminable de casas de bambú con techo de paja que se extendía por gran parte de los muelles. Junto a jóvenes y modestos comercios podían encontrarse grandes casas pertenecientes a importantes y prósperos comerciantes. Fue en una de estas últimas en la que entramos. No se trataba de una opulenta morada, sino que era más parecido a un práctico almacén donde podía encontrarse cualquier cosa, por muy extraña que fuera.

Tras el mostrador, el encargado hablaba animosamente con un cliente de aspecto tenebroso y voz cortante como la más afilada de las dagas. Reconozco que sentí curiosidad por él, pues estaba claro que había vivido infinidad de aventuras y, por aquel entonces, yo estaba ávido de acción.

El extraño aventurero se despidió del comerciante y caminó hacia nosotros con la mirada fija en mí. Vestía una armadura ligera de color gris y negro que no brillaba como la de mi maestro, sino todo lo contrario, pues parecía absorber la luz y convertirla en oscuridad. Una capa negra anudada al cuello se agitaba a su alrededor confundiendo su contorno. En realidad, lo único que podía ver de él con claridad era la cicatriz con forma de cruz que tenía en el rostro, pero me sentí irremediablemente atraído por el increíble aura que desprendía aquel hombre.

- Tened cuidado con Meshif – Nos dijo – Ese viejo pillastre conoce más trampas que el propio Diablo.

Mi maestro no contestó a las indignadas palabras del hombre, pero le siguió con la mirada hasta que abandonó la tienda.

- ¿Quién era, maestro? – Quise saber con ingenuidad.

- Se llama Karl Schleifer – Me contestó con un semblante serio – Pero te recomiendo que te alejes todo lo que puedas de él.

- ¿Por qué?

- No es de fiar.

Encerrado en aquella jaula, me atreví a poner en duda el consejo de mi maestro y, si aquel enigmático hombre podía sacarnos de allí, pensaba ayudarle en todo lo posible. Sin embargo, tanta espera hizo que Adolf empezara a impacientarse y, dándome un empujón, quiso salir al exterior. Heins y sus ansias de venganza le siguieron como uno de un muerto viviente. Lo que sucedió después fue realmente confuso.

Heins empezó a gritar mientras corría en pos del primer Caído que vio para abrirle la cabeza con una piedra, Adolf ignoró a su compañero y se alejó a través del campamento esquivando a cualquiera que se interpusiera en su camino. Tardó demasiado en darse cuenta de que estaba rodeado y la gorda criatura de ojos saltones se precipitó sobre él con el puñal en la mano. Para mi sorpresa, aquel Caído lunático empezó a apuñalarse la enorme panza hasta que, con un visceral estallido, esparció sus vísceras sobre el malogrado Adolf que empezó a retorcerse de dolor mientras el resto de la tribu caía sobre él.

Por su parte, Heins luchaba contra una docena de Caídos con una espada rota que había conseguido de manos de su primera víctima. No hay peor enemigo que aquel que está cegado por la ira, solía decir mi maestro y era cierto. Aquel hombre desesperado blandía la espada a un lado y a otro para mantenerles alejados, pero no vio al Profeta que se le acercaba por la espalda. La gigantesca mano del jefe del campamento le agarró por la cabeza para levantarle sin esfuerzo y, a pesar de todo, Heins luchó todo lo que pudo antes de que su cráneo cediera bajo la brutal presión de aquellos dedos demoníacos.

El Profeta, todavía con la sangre caliente de su víctima goteándole de la mano, se volvió hacia donde yo estaba y me señaló con el arma que empuñaba. No entendí sus palabras, pero pude hacerme una idea cuando una treintena de Caídos sedientos de carne corrieron hacia mí.

De repente, una lluvia de cuchillos se alzó desde el suelo y, girando sobre si mismos como un huracán, fueron segando las vidas de aquellas criaturas. Entonces, de la más absoluta oscuridad, salió Karl Schleifer, ataviado con su armadura gris y su tenebrosa capa, y caminó por entre los muertos hasta detenerse a unos escasos metros del Profeta al que se le había unido el Chamán. Extrañados por la valentía de su preso, dudaron un instante, pero al poco, concluyeron que no necesitaban supervivientes.

El Profeta se irguió en toda su estatura frente a Karl y blandió un par de veces su arma para intimidarle, después se abalanzó sobre él con sus mandíbulas abiertas y el ansia asesina en sus ojos. Horrorizado, no supe que hacer. Podía escapar de allí, pero no sabía cuanto tiempo aguantaría en el bosque hasta que me encontrasen. Es posible que unos días, puede que una semana, pero entonces, ¿que pasaría con Agneta?

Mientras las dudas agarrotaban mis músculos y mis pensamientos, el tiempo se consumió y las posibilidades de escapatoria se esfumaron. Las dos espadas clavadas en el garrote que esgrimía el Profeta impactaron en el pecho y el cuello de Karl Schleifer sin que este llegará siquiera a moverse. Si un mito de Santuario había sido vencido con tanta facilidad...

¿Qué podía hacer yo para sobrevivir?


Por Joan Anfruns (http://www.wix.com/janfruns/web)
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Garrafilada - Parte 5

Mensajepor Lytus » 04 Ene 2011, 11:22

Parte V: Final

Vi caer el cuerpo de Karl mientras el Profeta le golpeaba una y otra vez en pleno ataque de frenesí asesino. Vitoreado por los suyos, el garrote con dos espadas clavadas descendía sobre el cadáver con furia demoníaca. Me encontraba aterrorizado ante lo que eso significaba, pues aquel hombre era temido y admirado por igual en todo Santuario. Nadie en su sano juicio se atrevía a hablar mal de Karl Schleifer si apreciaba su vida, pero unos miserables Caídos le habían fulminado con pasmosa facilidad. ¿En que situación me dejaba eso a mí? ¿Acabaría sirviendo de comida para el infernal campamento?

De repente, de la más absoluta oscuridad, una mano apareció para arrastrarme fuera de la jaula en la que todavía estaba cautivo a pesar de tener la puerta abierta. Golpeé a mi atacante como pude, pero era más hábil de lo que esperaba y me inmovilizó.

- Quieto, si no quieres que te rebane el cuello – Me dijo.

No creía lo que veía. A pocos centímetros de mí tenía a Karl envuelto en su capa y ataviado con su inconfundible armadura gris, pero entonces… ¿Quién era el que estaba con el Profeta? Lentamente volví la mirada hacia el gran Caído que seguía regocijándose en el cadáver de su víctima.

- Es un señuelo – Me explicó Karl adivinando mis pensamientos – Muy útil para distraer al enemigo.

- Pero… ¿Cómo?

- No hay tiempo para explicaciones, toma tu espada – Dijo con urgencia – Ves aquella cabaña del fondo, la que tiene el símbolo del triángulo invertido, allí tienen a tu chica.

- Es imposible que llegue sin que me vean.

- Yo te cubro, pero sólo tendrás una oportunidad.

El grito de victoria del Profeta atronó por la rocosa ladera de la montaña y, como si se tratara de una señal, Karl se levantó para enfrentarse a toda la horda que habitaba en Garrafilada.

- Vamos, chico – Me espoleó – Confío en ti para salir de esta.

Me levante con renovadas energías al ver que todavía había una posibilidad de escapar de aquel lugar y rescatar a Agneta. Mientras me alejaba de él, vi cómo empuñaba dos ballestas de madera con adornos metálicos y lanzaba unas salvas que acabó con media docena de Caídos antes de que ninguno de ellos se diera cuenta de lo que sucedía.

El Profeta corrió hacia él pisoteando los cuerpos de los suyos a su paso, mientras las saetas de Karl abatían a más enemigos. Parecía como si quisiera dejar al jefe del poblado para el final y de esta forma disfrutar matándole. Observándole, una pregunta vino a mi mente, ¿Quién era realmente Karl Schleifer?

Al llegar a la mitad del campamento, cuando la mayoría de Caídos huían despavoridos ante la contundente eficacia asesina de mi compañero de fuga, el Chamán se interpuso en mi camino.

- ¿Dónde crees que vas? – Me dijo con su rasgada voz - ¿Acaso quieres escapar?

Con firme determinación empuñé la Venganza de Vedesfor deseando que mi adversario sintiera miedo, pero, para mi desgracia, sucedió todo lo contrario. Con un ostentoso gesto de su mano, una bola de fuego emergió de su bastón y voló hacia mí dejando un rastro humeante. Pude esquivar el ataque y acercarme hasta el Chamán para lanzarle una estocada que pudo haberlo matado, sin embargo, erré el golpe y me vi proyectado al suelo por una mano invisible.

- No podrás vencerme – Me aseguró levantando un extraño cráneo que llevaba en su mano izquierda – Yo poseo la cabeza de Rakanishu y soy invencible.

Unos zarcillos oscuros brotaron de las cuencas vacías y se precipitaron sobre mí, pero de nuevo pude evitar el ataque rodando por el suelo. Estaba en un atolladero de difícil solución, si no conseguía acercarme hasta el Chamán, no podría vencerle. Evalué las posibilidades, pero eran realmente escasas y, mucho antes de que mi lenta voluntad encontrara una solución, mi situación se volvió todavía más complicada.

Tres Caídos muertos resucitaron bajo las arcanas palabras de mí enemigo y, empuñando sus espadas, me atacaron. Sin embargo, no eran grandes rivales y pude acabar con dos de ellos con facilidad, pero el tercero, mucho más diestro con el arma, me estaba causando algunos problemas añadidos. Afortunadamente, un inesperado hechizo del Chamán le golpeó en la espalda y, además de salvarme la vida, me ofreció una inestimable defensa. Recogí el cuerpo todavía caliente y lo cargué como si de un escudo se tratara. Gracias a él puede repeler algunos de los conjuros para alcanzar al Chamán y atravesarle con mi espada.

El primer escollo lo había superado, ahora sólo me quedaba encontrar a Agneta y huir de allí. Mientras tanto, Karl seguía luchando con el Profeta que, lejos de parecer torpe y lento, estaba resultando un adversario mucho más peligroso de lo que en un principio habría parecido. Tampoco Karl estaba indefenso, sus saltos y piruetas le mantenían lo suficientemente alejado como para evitar la gran envergadura del Caído.

Tres pequeñas saetas cortaron el aire y se clavaron en la pelada frente del Profeta que aulló de dolor durante unos instantes, pero que volvió a la carga con redoblada violencia. Karl se deshizo de una de sus ballestas y lanzó algo que, visto desde mi posición, parecían piedras, pero que en cuanto tocaron el suelo estallaron envolviendo a su enemigo en un cruce de metralla y fuego. Desconcertado, el Profeta retrocedió unos pasos para recuperar el resuello, pues todavía no estaba derrotado.

- ¡Rakanishuuu!

El grito vino de mi espalda y, por puro instinto, me aparté justo a tiempo para ver como una gigantesca columna de fuego se alzaba en el mismo lugar donde yo había estado poco antes. El Chamán, en contra de lo que yo creía, seguía vivo y con las fuerzas suficientes para intentar acabar conmigo. Una andanada de misiles purpúreos surgió del cráneo y se abalanzó sobre mí errando el impacto, pero obligándome a retroceder. Mi enemigo había aprendido la lección y no me permitiría acercarme lo más mínimo. Más proyectiles me persiguieron y me obligaron a esconderme tras las rocas o las chozas del campamento. Tenía que pensar algo rápido o las fuerzas me fallarían.

Salí de mi resguardo para intentar ganar terreno, pero una enorme masa ígnea estuvo a punto de convertirme en un amasijo de carne humeante. Sin embargo, antes de volver a ponerme a cubierto, descubrí un detalle que podría resultar vital en aquella situación. Esperé el momento adecuado, mientras evitaba los interminables conjuros del Chamán. No fue hasta pasado unos minutos que volvió a lanzar la llamarada mortal y entonces me precipité hacia ella como un suicida. Ignoraba si mi plan funcionaría o sería mi fin, pero moriría luchando. Poco antes de que el fuego me alcanzase me tiré al suelo, rodé por debajo y, saliendo indemne, me levanté cogiendo la espada por la hoja en la que brillaban las runas. Con una fuerza desconocida para mí, lancé mi arma que siseó por el aire hasta clavarse en plena cabeza del Chamán que estaba agotado por el lanzamiento del hechizo y que, ahora sí, cayó muerto y derrotado.

Aun temiendo que pudiera quedarle algo de vida, me acerqué para recuperar la espada de mi maestro y la arranqué de su cráneo hendido. Me sentía victorioso, me sentía valiente y sobretodo invencible, aunque sabía que era una sensación pasajera provocada por el intenso combate.
Un espantoso grito hizo que devolviera mi atención a Karl y el Profeta. Este último estaba intentando quitarse una soga que inexplicablemente tenía anudada al cuello y que Karl sujetaba con fuerza. Los brutales tirones del jefe de los Caídos le arrastraban una y otra vez. Si intentaba mantener mucho tiempo ese tipo de lucha, perdería con total seguridad, pues la fuerza del Profeta era muy superior a la del hombre. Fue entonces cuando sucedió algo increíble.

El Caído tiró con tal fuerza que Karl salió proyectado hacia él y, cuando estuvo justo delante, lo escaló aprovechando su inusitada agilidad como si se tratara de un muro mientras enroscaba la soga en uno de los brazos alzados del demonio. Después cayó tras él y, gracias al impulso de la caída, tiró de la extremidad enredada obligando al Profeta a formar un arco con su espalda.

Desde mi posición sólo podía ver al brutal demonio encorvado sobre Karl, ocultando completamente su cuerpo. El pecho del Profeta reventó en una amalgama sanguinolenta de huesos y carne al tiempo que una saeta de fuego emergía de su cuerpo.

Con verdadera repugnancia, Karl Schleifer apartó los restos de su enemigo y se acercó a mí a la carrera, empuñando la ballesta humeante, sin darle importancia al prodigio que acababa de realizar.

- Muy bien chico, veo que todavía estás vivo – Me dijo.

- ¿Qué esperabas? – Bromeé.

- Cualquier cosa menos eso.

Su respuesta me sorprendió bastante y confirmó las palabras de mi maestro. Aquel hombre no era de fiar, en ningún momento había esperado mi ayuda, en ningún momento yo era necesario, sencillamente había sido un señuelo. Al fin había descubierto que una de las leyendas que rodeaban la figura de Karl Schleifer era cierta, nunca trabajaba en equipo, siempre solo.

La certeza de sentirme utilizado me trastornó durante unos segundos, pero después supe sobreponerme y centrarme en mi verdadero objetivo: Agneta.

Corrimos como dos cazadores, con las armas en ristre y los sentidos atentos, pero el poblado estaba desierto y los grandes peligros estaban muertos. No tardamos en llegar a la cabaña para descubrir que tanto esfuerzo había sido inútil. Agneta, hija de Abrahel, no estaba allí. Salí al exterior y empecé a llamarla con desesperación, pues no podía soportar haberla perdido.

- ¡Chico! – Exclamó Karl - Mira esto.

Me acerqué hasta donde estaba y vi las huellas que estaba señalando. Alguien se la había llevado, pero ¿Quién?

- Ayúdame a encontrarla – Le pedí a mi acompañante.

- Será peligroso – Me advirtió enfundando la ballesta.

- Ya has visto de qué soy capaz.

Le tendí la mano para sellar el acuerdo entre caballeros, pero con indiferencia me ignoró y pasó por mi lado sin mirarme.

- Te acompañaré – Me contestó con aire desafiante – pero los demonios son míos.

Así fue como, sin proponérmelo, me embarqué en una desafiante persecución por salvar a una desconocida en compañía de un desconfiado aliado. Los retos a los que me enfrentaría a partir de ese momento acabarían revelando mi verdadera naturaleza. Una naturaleza que mi maestro Vedesfor se había encargado de ocultar.

Fin



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