CRÓNICA
El macabro frenesí
La niebla era cada vez más espesa y abundante. El sol se estaba ya ocultando bajo las montañas creando un rayo de luz naranja reflejado en el cielo, aunque para los habitantes de Cadren este efecto les era totalmente ajeno, pues la niebla no cesaba y no se llegaba a ver mucho más allá de las murallas de la capital. Ni siquiera se podía apreciar la presencia del Muro Verde.
Algo gris empezó a caer del cielo. Un olor a carne quemada llegó al reino de los oscuros. Los cuervos graznaban en el cielo y volaban haciendo formas extrañas, como avisando de un presagio oscuro y macabro.
Se ordenó de inmediato formar tropas para estar preparados a cualquier suceso amenazante. El rey organizó diferentes pelotones, cada uno con una función diferente. Al cabo de unos días ya había formado una legión de soldados, entre los cuales, también había parte de la población, pues podrían ser pocas las unidades, ya que habían vivido en una etapa de paz y no habían soldados suficientes. Así pues, se hizo un llamamiento al pueblo enviando cartas a cada hombre, al que, de una manera u otra, le había tocado combatir.
El olor empezó a intensificarse. Lo que antes era una bruma pesada ahora se había convertido en un muro de niebla. Era muy difícil ver algo. Pero el suceso que más impactó al pueblo fue el siguiente: La materia gris que caía del cielo haciendo que hasta los cuervos huyeran atormentados a sus nidos, era ceniza. En todos lados se apreciaba un olor pútrido y la ceniza no cesaba de caer.
De repente, un día, cuando los soldados estaban a punto de caer asfixiados, el mal vino en forma de una vasta mancha gris que recorría ferozmente los campos ahora manchados de la gris ceniza. En ese momento las patrullas se asombraron al comprobar que estaban ante un hecho insólito: La mancha gris era, ni más ni menos, un ejército de lo que parecían ser humanoides descarnados y poseídos, como si la lepra hubiera arrasado a un pueblo entero y éste, horrorizado y rabioso, viniera a veloces zancadas dispuesto a destruir la capital. Parecían estar desarmados y totalmente desvestidos. Sus pieles eran grises, con diversos boquetes, de los cuales emanaba sangre a borbotones y un olor pestilente.
Los soldados supieron frenarlos. Una masa ígnea de aquellos seres del inframundo se agolpó en las grandes puertas de la muralla. Pero los soldados de Cadren resistieron y lograron mantener la puerta cerrada, aunque gran agotamiento y esfuerzo les costó. Otros tantos se abalanzaban unos sobre otros hasta llegar a la cima de la muralla, pero los arqueros pudieron hacerles retroceder con sus feroces flechas. Sólo unos pocos llegaron a pasar la muralla y entrar a la plaza de la ciudad, en la cual había gente corriendo horrorizada. Cuando estos seres mordían sádicamente a alguien con esas grandes y desgarradas bocas de dientes estropeados y sucios, sucedía algo odiosamente terrible. Las víctimas se convertían de manera inexplicable, en estos individuos nauseabundos.
Fue, entonces cuando ocurrió algo que salvó, de una manera u otra, al pueblo, el cual había luchado durante días y noches. De entre la niebla y la ceniza emergieron unos caballeros montando unas criaturas llamadas grifos. Las garras de estos animales alados destrozaban los cuerpos de los temibles seres como si de pequeños y frágiles gusanos se tratase.
Entonces, fue cuando se supo que el pueblo había ganado la batalla. Los seres se retiraron dejando tras de sí un olor agonizante y llevándose con ellos la niebla y la ceniza. Pero algo más temible se pudo ver a lo lejos, cuando la niebla se hubo disipado lo suficiente. Un resplandor gigantesco de color rojo, se alejaba junto con las bestias, más allá del Muro Verde.