Mensajepor Regnier_LoT » 15 Ene 2012, 13:13
Arthur se sentó en la primera mesa libre que encontró en la taberna. Ni siquiera conocía el sitio. Estaba deambulando por la calle cuando la encontró. No tenía ni idea de lo que podría haber dentro, pero no le importo: Solo quería unas copas.
Las palabras de Mirakodus le habían vuelto a sumergir en el miedo con el que se estaban familiarizando desde que empezó esta investigación. Necesitaba… quería beber unas copas para ausentarse de todos los sentimientos que entraban como un torrente en su cuerpo. 5 minutos, tan solo quería 5 minutos sin aventuras.
Llamó a la camarera que rondaba por las mesas sirviendo a los clientes para pedir una cerveza. Mientras esperaba a la deseosa bebida, Arthur empezó a pensar en algún tipo de entretenimiento para su mente. Pronto se le ocurrió uno; de hecho, era un método que había usado desde que tenía razón: imaginar la vida de las personas de Puerto Real. Más que imaginar, era más bien repasar la sociedad y cultura actual de Puerto Real, y tal vez de todo Santuario.
Puerto Real era una ciudad mercantil por excelencia. Se encontraba rodeada de bosques frondosos y montañas inclinadas y, por supuesto, los mares del Sur de Santuario. Como en la mayoría de las ciudades del Oeste, salir fuera de la ciudad era como coger un billete que no te aseguraba el regreso. Un 70% de la tasa de mortalidad de Puerto Real se debe a muertes ocurridas en los bosques y las montañas, con otro 10% representando las muertes en las aguas del mar. Los comerciantes salen de la ciudad con una escolta siempre, aunque a veces la escolta no era suficiente para defenderles de las tribus khazra y los campamentos de Caídos situados por el bosque. Las aguas de Puerto Real eran bastante tranquilas, con un oleaje muy leve la mayor parte del año, pero de vez en cuando los marineros se pierden por diversas circunstancias en la mar. En ocasiones, barcos enteros desaparecen para en el peor de los casos no encontrarse jamás.
Dentro de la ciudad, los muros protegen a una población dominada por una nobleza dominada por una nobleza que emergió gracias al poder comercial de la ciudad, basado en que una gran parte del comercio entre Lut Gholein y las ciudades del Oeste se realizan en los muelles de Puerto Real. Los nobles viven en el Palacio de las Ballenas (el símbolo de nuestra región), una torre antigua reformada para servir de faro para los barcos y hogar de los más ricos. El Palacio es el único elemento arquitectónico a destacar en la ciudad; el resto siendo edificios normales o pobres que sirven como tiendas, puestos de comercio u hogares para la plebe. La religión fue prohibida tras la crisis de Kurast acontecida hace 15 años; tras escuchar rumores de corrupción entre los Zakarum, las ciudades más comerciales se desentendieron de las religiones (aunque todo el mundo sabe que los rumores no sirvieron más que como excusas para que los mercaderes pudieran deshacerse de las doctrinas y la beneficencia e las iglesias que les habían complicado el negocio tiempo atrás). Sin embargo, esto no ha hecho más que fomentar los cultos y la religión impartida en el hogar, estos últimos teniendo un especial cuidado debido a que cualquier tipo de creencia religiosa es un crimen castigado en la ciudad con la muerte a manos del verdugo.
De hecho, un libro que Arthur ha adquirido recientemente tiene el nombre de uno de esos cultos clandestinos: los Santos Valerosos. Se hacían llamar a sí mismos salvadores de los humanos, buscando seguidores entre los desamparados y los débiles de voluntad. Casi consiguieron incitar una rebelión, pero fue suprimida a tiempo. Muchos rumores afirman que aún siguen por la ciudad. A Arthur no le extrañaría nada la verdad.
Aparte de los nobles y los mercaderes, otras tres clases sociales residen en Puerto Real: los guardias, los ciudadanos y los marginados.
Los guardias protegen y reparten justicia por toda la ciudad; son reclutados en los 'días de reclutamiento' que acontecen unas tres veces al mes. Una buena porción de los ciudadanos se apuntaba en estos días, puesto que la guardia tenía derechos como una cama y manutención, que algunos no se pueden permitir con el poco dinero que tienen. Todo lo que se tiene que hacer para alistarse es estar sano y en condiciones físicas aceptables. Lo malo es que no hay una fase de entrenamiento, por lo que la mayoría de estos nuevos reclutas no llegan al mes vivos, sobre todo si les toca patrullar por los bajos fondos de la ciudad. Los que sobreviven se ven a menudo deteniendo a familiares y amigos que intentan sobrevivir a la depravación de la ciudad.
No hay mucho que decir de la ciudadanía. Es la típica de todas las ciudades del Oeste: una clase trabajadora al servicio de los regentes y los reyes, con lo mínimo para sobrevivir y forzados a pagar impuestos cada dos por tres. A Arthur le gustaría considerarse uno de esta clase, pero su oficio no entra en las profesiones aceptadas para los ciudadanos. Si hubiera sido bardo tal vez, pero no tenía aptitudes para tocar un instrumento musical. Por suerte Fward era pescador, y al vivir juntos Arthur podía disfrutar de un enchufe a la ciudadanía.
Finalmente estaban los marginados, la clase más fascinante de toda la ciudad. Mercenarios, desempleados, mestizos, huérfanos sin hogar, criminales... la mayor variedad de personas que se puedan imaginar. Son aquellos que sirven como diversión para el resto de clases, los que mueren para mantener la felicidad de los demás. Alzándose en las sombras de Puerto Real, reuniéndose en las tabernas de mala muerte y aprendiendo sus artes en las calles. No tienen ningún valor para nadie, y por lo tanto son desechables. Cada semana más criminales aparecen, hasta el punto en que los guardias son insuficientes para enfrentarse a todos. Solo el nuevo regente es lo que separa a la ciudad de la absoluta depravación y la anarquía.
El nuevo regente era un sujeto bastante peculiar, por lo menos para Arthur. Solo lleva un año y ha hecho más reformas que ningún otro regente de Puerto Real. Empezó con una iniciativa para compensar económicamente a las familias de los guardias que morían en acto de servicio, acción que fue acogida con una gran celebración al día siguiente. Después, quitó la ley de cortadles las manos a los ladrones y en su lugar, se les forzaba a trabajar hasta que conseguían el triple del valor de lo que habían robado. Esto aseguro a los mercaderes una pequeña mano de obra completamente a su merced, además desde entonces los ladrones se fijaron más en lo que robaban para no coger cosas de demasiado valor. Gracias a sus reformas, el regente ha conseguido una gran controversia en torno a él.
A Arthur no le parecía tan malo que alguien intentase cambiar un par de normas por algo un poco más humano. aunque suponía que vivir en una ciudad tan crítica y austera conllevaba ese tipo de problemas.
Desde pequeño, Arthur odiaba Puerto Real: huérfano en los barrios fondos, su esperanza de vida en la ciudad era bajísima. En aquella época tenía que vigilar cada paso que daba para no acabar en una banda de ladrones o vendido a un pervertido con un gusto por la carne joven. Ya entonces tenía total consciencia del deprimente lugar en el que vivía. No tenía amigos a los que acudir en caso de que se pasase algo, por lo que vivía en soledad. La única alegría que tuvo fue cuando encontró a Fward. Como él, había sido abandonado por la sociedad cuando sus padres se fueron a aquella guerra en las tierras nórdicas. Se unieron al instante, y tras unas primeras aventuras de niñez se volvieron amigos. Aún podía recordar la primera vez que consiguieron dinero para ellos, los primeros caramelos que compraron, la primera cerveza que bebieron...
-Su cerveza, señor.
La camarera sacó a Arthur de su pequeña fortaleza personal en el reino de los recuerdos. Cogió la cerveza que la camarera colocó en su mesa y tomó un sorbo. Le pareció la mejor cerveza que había tomado en semanas.
Le pareció normal esa sensación tras todo lo que había hecho aquel día. Al tiempo que bebía la cerveza, el familiar sonido de un laúd le llegó a sus oídos. Al mirar la dirección en la dirección de donde provenía la música, encontró a un hombre, sentado en la barra, tocando el hermoso instrumento.
Arthur se acordó de como la noche anterior a todo esto, él mismo estaba narrando relatos en la taberna Espina de Ángel. Si no hubiera sido por aquella cazadora, ahora mismo estaría soportando a los paletos de los matones en algún lugar de mala muerte intentando ganarse un sueldo. Le hacía gracia que sintiera ya nostalgia por algo tan estúpido y que no le gustaba nada, pero al menos era algo sencillo y que sabía hacer. Era esta enfermiza curiosidad la que hacía que siguiera con la investigación, este horrible deseo por saber más.
La música del laúd le relajaba mucho más de lo que pudiera haberse imaginado. Incluso el tabernero se encontraba igual que Arthur, hechizado por la música del bardo. Solo el hombre que estaba al lado del tabernero parecía hacer caso omiso de la... un momento.
El hombre lleva una capucha, guantes de caza, armadura ligera pero con placas de acero, un cinturón con granadas y explosivos, botas altas y una ballesta en la espalda.
Ante esta descripción, un escalofrió recorrió la espalda de Arthur, seguida de una reacción incontrolada de su lengua y boca.
-¡NO!
Un cazador de demonios. Era sin duda otro cazador de demonios, y estaba en el mismo bar que él. Solo había una forma de que esto saliera, y era de una forma mala. Esa casualidad del destino solo podía traer más casualidad todavía, y a Arthur no le hacía ni pizca de gracia lo que iba a pasar.
-Tranquilízate, baja la voz, no alarmes a nadie. OK, OK , no tiene por qué pasar nada. No es como si ahora fueran a matarlo en un lugar público y con gente. No, se esperaran a que haya salido. No tienes que sentirte mal por no salvarle: no puedes hacer nada para evitarlo. Coge tus cosas en cuando puedas y vete de aquí...
-Disculpe, señor. ¿Le pasa algo? -Le preguntó la camarera, que se había acercado a él tras el '¡NO!' de Arthur.
Arthur intentó recobrar la compostura.
-No, no pasa nada. Solo es que he tenido un mal pensamiento. -Y tan malo.
Arthur se asomó por la ventana para asegurarse de que no había peligro... para solo descubrir que si que lo había. Dos hombres se acercaban a la taberna, vestidos con capas y capuchas que tapaban sus rostros. Arthur podía ver perfectamente los petos dorados debajo de las capas negras y los cuchillos de acero asomando en sus manos, listos para realizar su letal función. Cualquiera los confundiría con criminales normales buscando problemas, pero esos trajes perfectamente iguales reflejaba cierta organización y disciplina, algo que definitivamente no tenían los criminales de esta ciudad.
Se encontraba al borde de los nervios. Ya no podía salir de aquí porque perdería una oportunidad perfecta para conocer a los asesinos si su corazonada de que estos encapuchados venían a por el cazador era cierta. Tenía que pensar algo, algún plan para poder enfrentarse a ellos. Seguramente el cazador no le haría caso si le dijese lo que pasaba, por lo que estaba solo en esto.
Podía notar los pasos acercándose, como los dedos de uno de ellos tocaban la puerta de madera de la taberna. Cuando los hombres abrieron la puerta, Arthur no tenía nada planeado, por lo que hizo lo primero que su instinto le sugirió.
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Ahora si que empieza lo bueno, ¡por fin! Ah, siento meterme de por medio, pero no podía contenerme más. Fijaos en este precioso tablero que se está formando en este pequeña ciudad. La verdad es que nunca hubiera elegido un sitio como este para realizar una partida como esta, pero son solo detalles. Además, aún me queda mucho tiempo antes de poder de salir a escena, por lo que me sentaré con vosotros y disfrutaré del espectáculo.
Seguro que estáis deseosos de saber a que viene tanto revuelo en una ciudad como esta. La mano del destino, amigos míos, es caprichosa y rara vez hace algo que tenga sentido. Yo lo sé muy bien: he sido prisionero de él desde hace mucho tiempo, tanto que ni me acuerdo. Aún así, siempre he conseguido manipularlo desde mi jaula y me ha salido con la mía en innumerables ocasiones, algo que no estoy seguro muy seguro de que nuestros 'protagonistas' puedan hacer. Cierto es que tienen ayuda de un viejo amigo en su encrucijada, pero ese pequeño accidente de laboratorio que tuvo la ha dejado un poco... débil.
¡Oh, pero que desconsiderado soy! Ni siquiera me he presentado, ¿verdad? El nombre que estoy usando ahora mismo es Mirakodus, y seré uno más de vosotros en esta historia. Aunque yo tengo una ligera ventaja sobre ustedes en que yo sé que está pasando, pero no es importante para mí y espero que no os moleste a vosotros. Pero si queréis puedo mostraros una visión de lo que está apunto de suceder; lo único que pido a cambio es que os quedéis conmigo y disfrutéis de esta maravillosa función donde todos podemos disfrutar del miedo y el dolor hasta saciarnos.
Porque, amigos míos, no hay más bello que el terror en los ojos de un ser humano; y esta obra va ha ser bellísima.
¡Y ahora, sin más preámbulos, dejemos paso a la revelación del plazo principal de esta obra de teatro. Regocijaos y temblar, porque este ser será vuestro final si todo sale según su plan!
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El poderoso ser se erguía sobre su palco, con fiera soberanía, contemplando a sus guerreros más leales que esperaban pacientemente sus órdenes. La luz de los cielos iluminaba las armaduras ricamente decoradas y refinadas de los componentes de esta tropa. Todos contemplaban desde abajo a su líder y maestro. La entidad hincó su poderosa arma contra el suelo, haciendo temblar el suelo de la fuerza que había dentro de esta. La firmeza de la tropa no hizo más que aumentar ante este gesto de su señor, que empezó a hablar con una voz parecida a una tormenta: temible, violenta y venerable desde su sentido de destrucción:
-¡Mis fieles guerreros! ¡Hoy, en esta hora de oscuridad y conflicto, se ha tomado una decisión que cambiará el destino de la Creación para siempre! ¡Que no os confunda estos tiempos de aparente paz, porque no es sino la calma que precede a la desolación! ¡Porque como sabréis, hace unos días, llegó aquí una piedra con un conocimiento ancestral; un mensaje de un futuro de muerte y dolor, donde nuestras fuerzas serán destruidas por el poder de la oscuridad! Donde nuestras armas y escudos serán quebrados, nuestro coraje y rectitud corrompidos. ¡Y nuestra razón aniquilada ante la locura! ¡Una locura traída por ellos, ellos: LAS ABOMINACIONES!
La tropa estallo con la misma furia de su señor ante estas palabras, el nombre de las criaturas malditas de los universos.
-¡SÍ! ¡Las abominaciones defendidas por la Justicia de nuestro reino! ¡Aquello que tuvimos que haber destruido hace tiempo abrirá las puertas de nuestro reino al pecado, motivados por su soberbia y estupidez! Pero no temáis a la tablilla, hijos de la Luz: porque dentro de poco tendremos la oportunidad de superar al destino ¡Y AL FUTURO MISMO!
Los guerreros entraron en júbilo, gritando el nombre de su señor con todas sus energías.
-¡Romperé la Profecía quitando de en medio a aquellos que se atreven a enfrentarse a la Luz! ¡Os aseguro que mientras me queden fuerzas, no permitiré que nuestro reino sea destruido! ¡Hoy es un día grande, mis guerreros, porque incluso ante la obligación de partir solo a su mundo, solo tengo un pensamiento en mi mente: ¡LA IDEA DE TRAER QUEMAR LA CORRUPCIÓN DE SU MUNDO DE UNA VEZ POR TODAS, DE HACER QUE NUESTRA UTOPIA FLOREZCA EN SU TIERRA CON SUS CENIZAS COMO ABONO! ¡PORQUE LA DECISIÓN HA SIDO TOMADA!¡ YO DESTRUIRÉ SU MUNDO POR VOSOTROS, POR VUESTRA SUPERVIVENVIA!
Las trompetas de guerra se oían por toda la ciudad, acompañando las últimas palabras del terrible rey guerrero.
-¡Porque yo, IMPERIUS, Aspecto del Valor por la gracia conferida por Anu, nunca os fallaré!
La Canción de Valor está apunto de entonarse sobre el mundo de los mortales, inconscientes del poder que se acerca.
Y yo estaré allí para disfrutar de su melodía. Aunque aún quedan unas cosas más por revelar.
¡QUE LA HUESTE TERMINE LO QUE EMPEZÓ, INCLUSO SI TENEMOS QUE ATRAVESAR CIENTOS DE FILAS DE DEMONIOS PARA CONSEGUIRLO!