Fanfics
Memorias de Thar IV | El poder del odio: Parte I
Imagen


Parte I


¿Qué soy? Todavía hoy me lo pregunto y, aunque consigo conciliar el sueño, es una duda que me atormenta. Mi padre era un paladín de la Luz y mi madre un demonio, una combinación difícil de digerir para cualquier mortal y, por supuesto, también para mí. Incluso ahora, cuando el tiempo ha pasado y me he convertido en un guerrero temido por demonios y humanos a la vez, me pregunto qué sangre corre por mis venas. Sin embargo, por aquel entonces la confusión se había asentado en mí para llevarme a cometer los errores que me convertirían en lo que soy.

Tras estar dos semanas sufriendo fiebres provocadas por la herida de un maldito Caído, mi cuerpo se había rehecho magistralmente. Tan prodigiosa recuperación no le había pasado por alto a mi compañero, el caza demonios Karl Schlieffer, qué aseguraba no haber visto a nadie recuperarse de una herida demoníaca. Sentía las sospechas flotando a mí alrededor como una niebla espesa, pero Karl era un hombre precavido y no osaba decir nada. Quien sabe lo que habría hecho de conocer mis extraños orígenes. Por todo ello, mi silencio fue absoluto y tuve que contarle que en mi sueño sólo vi una fortaleza con blasones negros enclavada en la montaña y un cráneo de carnero. Aquellas indicaciones resultaron suficientes para el caza demonios que identificó rápidamente el estandarte de Gouler.

Debo reconocer que, hasta ese momento, no había visto ni un atisbo de preocupación en Karl, pero al mencionar a Gouler y su bastión, su rostro cambió. Según mi compañero, Gouler era el jefe de uno de los clanes más violentos de los Khazra, una raza de hombres cabra. Durante los últimos años se había notado un aumento de la actividad de estos demonios, al igual que los Caídos, qué parecían estar preparándose para algún tipo de nuevo advenimiento. La fortaleza donde se escondían los Khazra había sido imposible de descubrir, pues se confundía con la roca de la montaña. Gracias a mi sueño, yo era el único capaz de reconocer el lugar aun con los blasones ocultos. Sin embargo, no podíamos ir solos a rescatar a Agnetta, si es que todavía estaba viva, aunque eso poco le importaba ya a Karl como descubrí después.

Por ese motivo nos dirigíamos al Túmulo de Cuervo Sangriento que se encontraba a sólo medio día de distancia de Nueva Tristán. Al parecer, Cuervo Sangriento fue una Arpía poseedora de una destreza y agilidad sorprendentes. En vida fue respetada por sus congéneres hasta considerarla su líder, pero tras una serie de aciagos acontecimientos acabó siendo corrompida por Andariel. Ya convertida en Cuervo Sangriento y con el mal corriendo por sus venas, se dedicó a asesinar a sus hermanas hasta que fue vencida por un poderoso guerrero. Las arpías se hicieron con los restos de su líder y los alejaron del cementerio donde había morado hasta entonces. Los enterraron en lo alto de una colina y juraron vigilarlos para evitar que volviera a levantarse. Sobre su tumba formaron un asentamiento qué, con el paso del tiempo, llegó a ser un lugar de paso para comerciantes, viajantes y caza tesoros.

Llegamos poco después de la hora de comer, cuando el Sol se encontraba en su cenit y bañaba todo Santuario con su cálida luz. Lo primero que me llamó la atención del reducto de las Arpías fue que la muralla de piedra formaba un círculo perfecto y que en el centro había una torre de formas sinuosas que recordaba a una lanza. Según me contó Karl, los restos de Cuervo Sangriento descansaban bajo los cimientos de la torre en la cual siempre hacían guardia media docena de guerreras.

Entramos por el único acceso, una puerta de hierro de doble hoja que al cerrarse resultaría inexpugnable. La guardia nos detuvo al llegar, pero no hubo ningún problema pues conocían a Karl de viajes anteriores. En el interior no había más de una docena de edificios repartidos por los cimientos de la muralla y anexados a la torre. Una armería, unas caballerizas, dos posadas y el cuartel general de las guerrearas eran, entre otras, las construcciones más destacables. Todas ellas adornadas con los estandartes rojos con un cuervo negro propios de la orden a la que pertenecían. El ambiente entre la gente que paseaba por el interior, era relajado y bastante cordial. Era como si fuera un campamento de camaradas de guerra en el que todos se conocían.

Nos dirigimos directamente a la posada llamada el Jabalí negro. El tabernero reconoció a mi acompañante inmediatamente y ambos se saludaron con un fuerte apretón de manos. Sin muchos más protocolos, Karl le pidió una hoja vieja de pergamino. El posadero rebuscó bajo el mostrador hasta que encontró una en un estado más o menos aceptable y se la entregó al caza demonios quien garabateó algo con rapidez. Después, ignorándome por completo, se dirigió a la puerta y, con uno de sus puñales, la clavó en la parte exterior.

- Vamos chico – Me dijo – Te invito a un trago mientras esperamos a los voluntarios.

Nos sentamos en una de las mesas cuadradas situadas junto a la pared. Para amenizar la espera yo me pedí un poco de aguamiel y Karl una jarra de cerveza. El tabernero, que por lo visto le debía más de un favor a mi acompañante, nos regaló dos platos de guiso de patatas con carne que hizo las delicias de nuestros estómagos.

- Oye, Karl – Dijo el posadero desde detrás de la barra – Creo que dentro de un momento vas a tener visita, las Arpías ya se han enterado de tu reclamo y están corriendo la voz.

- Me alegra oírlo Heinrich, pero nuestro objetivo es ambicioso, no creo que nos sirvan los primeros que aparezcan – Contestó mi acompañante – Será mejor que nos prepares un par de camas para pasar la noche.

- Como tú digas amigo.

Heinrich tiró a un lado un trapo sucio que llevaba colgando del delantal amarillento y subió las escaleras dejándonos solos en el salón. Los primeros minutos fueron un tanto incómodos, pues ninguno de los dos hablamos ya fuera porque estábamos muy cansados o porque estábamos inmersos en nuestros pensamientos o, incluso, porque el guiso estaba extraordinariamente bueno.

En mi interior, las dudas me asaltaban y me hacían titubear. Por mi mente se paseó la idea de contarle el verdadero sueño a Karl, pero cuanto más vueltas le daba, menos seguro estaba de querer correr ese riesgo. Le había visto combatir y asesinar a un sin fin de demonios, así que si se enteraba de que yo podía ser uno no dudaría en partirme el cuello.

Por suerte, el primer candidato entró en la posada abriendo la puerta de par en par y frustrando cualquier intento de conversación. Se trataba de un hombre enorme, con un chaleco de pieles, un escudo colgado a la espalda y una espada ancha y corta de su cintura. Con un porte altivo y pocos modales se sentó frente a nosotros apoyando con tanta fuerza sus voluminosos brazos sobre la mesa que nuestras jarras derramaron parte de su líquido.

- ¡Estáis de suerte amigos! – Exclamó – Yo soy vuestro hombre, no hay demonio que se resista a mi espada o hechizo que no pueda repeler mi escudo.

Karl levantó la mirada del plato de guiso durante un segundo y después siguió comiendo con tranquilidad e indiferencia.

- Eh, amigo – Dijo el guerrero inclinándose sobre la mesa – Te estoy hablando a ti.

Por debajo de la mesa y con bastante poca discreción, mi compañero me dio un puntapié. Al principio no supe que pensar, pero tras un ligero momento de incertidumbre entendí lo que Karl intentaba decirme. Mientras tanto, el gigantón se inclinó todavía más para intentar llamar la atención sobre el caza demonios.

- Ejem, creo… - Al oírme, el rostro del hombre se volvió hacia mí con semblante feroz – Creo que la tarea que deseamos realizar es demasiado insignificante para que, un guerrero como vos, pueda estar interesado, pero cuando nuestro cometido sea lo suficientemente ambicioso no dude que será la primera espada en la que pensemos.

Mi respuesta, pese a la cortesía, no sentó muy bien y el hombre se largo escupiendo una inusitada cantidad de improperios. El resto de la tarde la pasamos recibiendo a los diferentes voluntarios que se presentaron, pero ninguno parecía del agrado de Karl quien delegó todas las negativas en mi persona. Al atardecer, la posada se llenó de gente que estaba de paso. Simples comerciantes que hacían las rutas de los mercados de los pueblos y que necesitaban un lugar seguro donde dormir, pero no hubo ningún candidato más hasta bien entrada la noche cuando tres figuras encapuchadas entraron rodeadas por un halo misterioso. Heinrich, el posadero, les indicó desde la barra quienes eran los que habían colgado la misiva en la puerta y, sin agradecérselo, se dirigieron hacia nosotros. Se sentaron frente a nosotros y se retiraron las capuchas de las capas para que pudiéramos ver sus rostros.

Unos rostros que reconocí al instante, pues pertenecían a los guerreros que me encontré en la entrada de la gruta de Wirt. Los que se habían enfrentado al Mil Toneladas que maté poco después.

- ¿Cómo os llamáis? – Preguntó Karl.

Aquellas eran sus primeras palabras en toda la tarde, lo que quería decir que habían despertado su curiosidad. Sin embargo, ninguno de los tres le contestó. Parecían más interesados en mí.

- Viendo tu cara – Dijo la mujer de ojos rasgados – Entiendo que nos has reconocido.

En esta ocasión, fue Karl quien se sorprendió y me miró con recelo.

- Así es – Contesté – Os recuerdo, aunque no con mucha claridad si os he de ser franco.

- Entonces sabrás que estuviste a punto de matarme – Continuó el hombre con barba y la cabeza rapada.

- Mis más sinceras disculpas si así fue, pero debéis saber que no era dueño de mis actos en aquel momento.

El tercer hombre, muy delgado y de piel oscura, apoyó los brazos sobre la mesa de madera y sus pulseras de metal repicaron por el constante temblor que atormentaba su pulso. Ese debía ser el que recordaba con una máscara tribal.

- Nos tuvimos que emplear en serio para reducirte y puedes dar gracias a que te dejamos con vida – Añadió con la voz rota.

- Perdonad – Nos interrumpió Karl – Por lo que entiendo, ya os habéis encontrado con anterioridad, pero lo que contáis es algo confuso.

Los tres guerreros escucharon atentamente cómo yo relataba lo sucedido y añadieron, cuando fue necesario, los detalles que desconocía. Al parecer, habían estado siguiendo el rastro de unos muertos vivientes algo escurridizos que se escondían por las montañas cuando aparecí de repente del interior de la gruta. Tras la muerte del Mil Toneladas e invadido por una frenética ceguera intenté matarles y, tras dejarme fuera de combate, me abandonaron en el bosque con la intención de recogerme más tarde. Sin embargo, cuando volvieron había desaparecido.

- ¿Cómo os llamáis? – Quiso saber Karl al finalizar nuestro relato de los hechos.

- Mi nombre es Kalil y soy un monje Sahptev de las tierras de Ivgorod – Contestó el hombre con la cabeza rapada – Ella se llama Yuan y es una maga Xiansai – Añadió señalando a su compañera – Y él…

- Todos me llaman Jamboe.

Interrumpió el hombre de piel oscura quien extendió la mano ante nuestros ojos. Del interior de su túnica como una marea oscura, emergieron una docena de pequeñas y peludas arañas que corretearon por su piel.

- ¿Un Umbaru? Increíble, hacía tiempo que no estaba en presencia de uno. Yo soy Karl Schlieffer y él es Thar…

El caza demonios me observó con sus vivos ojos durante unos instantes, rebuscando en mi interior algo que sólo él sabía.

- El azote – Añadió – Thar, El azote. Creo que es un mote muy apropiado para un joven guerrero capaz de matar a un Mil Toneladas y a un Exhumado.

Los recién llegados volvieron sus miradas hacia mí y noté como la sangre se acumulaba en mi rostro por la vergüenza.

- Pero no nos desviemos de nuestro propósito, caballeros – Continuó Karl reclamando de nuevo el interés sobre él - ¿Os apetece cazar unos cuantos Khazra?

Continuará...


Por Joan Anfruns (http://janfruns.blogspot.com/)

Redactado por janfruns | 27/12/2011 16:47