Diablo: un nuevo comienzo.
Tras la batalla de sus vidas, Ben el Bárbaro; también conocido como Hijo del Lobo, Meredith la Cazadora, Raven la monje conocida como la Dama Blanca, Simba el Médico Brujo, Zhora la maga y Gabriel el Cruzado consiguieron burlar a la Muerte haciéndola retroceder a sus reinos y prometiéndose a ellos mismos y al grupo velar por siempre para mantenerla alejada de quien no mereciera morir.
Gabriel fue el último en incorporarse al grupo y no conocía la historia de sus compañeros al igual que sus compañeros no conocían la suya, pero tal era su valor, su arrojo, su sabiduría y la pureza de sus actos que, pese a todo y en contra de sus instintos confiaron en él desde el primer momento.
Ben era viejo, estaba cansado, había luchado durante muchos años contra los demonios y se había enfrentado a Diablo, a Baal y a la Muerte en más de una ocasión, había un brillo en sus ojos que decía que aún quedaba fuego en su interior el cual le proporcionaba su fuerza sobrenatural, aunque quizá por poco tiempo.
Meredith había madurado y progresado tras sus muchas batallas, había templado su odio y aprendido a canalizarlo a través de la disciplina aprendida de sus mentores; Namor el Patriarca de los Cazadores y Elonora conocida como la Señora de las Sombras y la más veterana de los Cazadores de Demonios.
Zhora estaba aprendiendo a contener y dominar el inmenso poder mágico que fluía a través de su cuerpo. Un poder capaz de corromper la creación y destruir el mundo conocido. Su continuo ejercicio de autocontrol le exigía un esfuerzo que, en ocasiones, llegaba a agotarla y debilitar su contención, lo cual constituía un peligro de proporciones inimaginables.
Simba, hijo de nigromantes y santeras, elegido para cruzar el portal a la Tierra Informe y comunicarnos las intenciones de los espíritus, había recibido el encargo de mediar para evitar que la Señora Muerte (como la conocen en su tribu) excediera sus límites y dejara de respetar el acuerdo entre las fuerzas de la Naturaleza mediante el cual quedó establecido que cada nacimiento en el mundo de Santuario debía saldarse con una muerte, y cada muerte con un nacimiento.
Por último, Raven la Dama Blanca, la monje elegida por los dioses para restaurar el equilibrio y mantenerlo, recibió el encargo de liderar este grupo y enseñar el Camino de la Armonía a aquellos que no encuentran su rumbo. Maestra en el combate y las Artes Marciales su determinación la hizo legendaria entre sus congéneres, tras haber custodiado a una familia que no podía valerse por sí misma al límite de la inanición, cazó durante meses para ellos sin alimentarse hasta que les condujo a un poblado donde pudieron instalarse.
Sí, habían derrotado a la muerte, pero ¿durante cuánto tiempo?
Había llegado la hora de reconstruir el mundo de Santuario y comenzaron a hacerlo. Ahora la cuestión era ¿cómo impedir que el egoísmo de los hombres volviera a abrir antiguos portales que nunca debieron ser abiertos?
... continuará si así lo deseáis. Que Inna os proteja.
#1
14/10/2013
EL CRUZADO
Raven, Ben, Meredith, Simba, Zhora y Gabriel se habían reunido para debatir qué hacer después de todo lo que habían pasado. Sabían que no podían volver a su antigua vida, ya que todo lo que habían conocido fue destruido o había cambiado irremediablemente. Habían compartido muchas experiencias y se sentían muy unidos tras haber sobrevivido juntos a las múltiples batallas que habían tenido que librar contra las fuerzas del mal. Pero, por primera vez, se dieron cuenta de que apenas se conocían y no comprendían la verdadera motivación que tenía cada uno de ellos para estar ahí, en ese momento, habiendo sacrificado todo lo que tenían.
Se dirigieron a uno de los pocos poblados que consiguieron salir indemnes de la devastación, se establecieron en una posada y, tras descansar y curarse sus heridas comenzaron a debatir cuál sería el procedimiento a seguir para la reparación de los daños y el restablecimiento de la normalidad.
Greenland, así se llamaba el pueblo, un conjunto de pequeñas casas unifamiliares muy bien mantenidas cuyas gruesas paredes y techos de pizarra estaban custodiados por varios monasterios que hacían las veces de fortalezas defensivas.
-En cierto modo, me recuerda a Westmarch. –Dijo Gabriel, rompiendo el silencio.
-¿Era tu hogar? ¿Ahí naciste? – Le preguntó Zhora, siempre curiosa, siempre en busca de conocimiento, de datos, por banales que éstos pudieran parecer.
-No.- Dijo él. - En realidad, nací en un pueblecito a las afueras de Westmarch, pero los abades me recogieron y me crié en el monasterio. Aquí, me siento, como en casa.
Gabriel recordó el momento en que los sacerdotes del Monasterio de Westmarch le entregaron las ropas y los enseres con los que se tendría que apañar en su nuevo hogar.
“Toma, pequeño Gabriel, desde ahora eres cofrade de la Orden de los Cruzados. Tu vida pertenece al Señor de la Luz y a los Altos Cielos; y por el Dios Único que harás honor a tu familia, tu verdadera familia que somos nosotros, con tu muerte si fuera preciso”. – Le dijo fray León el Matador, como le conocían sus hermanos.
El pequeño Gabriel, empezó pronto, muy pronto a conocer el dolor y el agotamiento hasta límites que no había creído posibles. Las Pruebas de Fe, como llamaban los sacerdotes de Westmarch a los ritos de iniciación a los que sometían a los jóvenes cofrades, incluían abandonarlos en el bosque, sin armas ni provisiones, sin utensilios con los que valerse durante semanas para probar su resistencia a la hambruna y los elementos, lo que les endurecía hasta un modo que les sorprendía a ellos mismos.
“La Fe es lo que te alimenta, lo que te abriga en las frías noches a la intemperie y lo que te dará fuerzas para conseguir comida para los hambrientos, arrebatar la vida de aquellos que no creen y no respetan a la Luz y soportar cualquier adversidad que se interponga en tu camino, pequeño Gabriel, porque cuando crees de verdad, desde lo más profundo de tu ser, eres invulnerable”.- Le decía fray León, el Matador de demonios… y de hombres.
Gabriel pensaba en todo esto mientras acariciaba la empuñadura de su Lucero del Alba, un arma temible compuesta de una gruesa barra de metal forrada de cuero, de la cual colgaba una no menos gruesa cadena que terminaba en una especie de artefacto metálico de acero macizo cuyas puntas afiladas brillaban con una luz extraña al atardecer de aquel día rojo como la sangre.
-¿Por qué ingresaste en la Orden de los Cruzados? - le preguntó Zhora. – Tengo entendido que es una vida muy sacrificada. Debe de hacer falta mucha vocación para decidirte a dar ese paso.
-Yo no lo decidí. – Le contestó Gabriel. –Fue el destino quien me empujó a aceptar unas circunstancias difíciles y aproveché para que dicha circunstancia sacara lo mejor de mí.
El cruzado comenzó a lastrar su enorme escudo, una pieza de artesanía con grabados de todas las batallas libradas por la Orden a la que pertenecía y la Cruz del Dios Único a la vez que su propio nombre, una costumbre adquirida tras años de instrucción y aleccionamiento.
“Tu escudo no sólo te protege, pequeño Gabriel, sino que constituye tu identidad, tu razón de existir, porque eres el protector de los demás, el defensor de la Luz y de la única verdad, joven cruzado, y todos deben verlo claramente cuando sientan el terrible golpe de tu lucero”.
Cuando terminó de limpiarlo y se cercioró de que brillara como si estuviera recién forjado, Gabriel terminó de contar su historia a los demás.
-Ahora sabéis todo lo que hace falta saber sobre mí. – Dijo. - Sabed también que he visto la Luz en vosotros, en todos vosotros, he visto que vuestros actos son puros, justos y honestos por lo que he decidido que mi vida os pertenece y si mi muerte sirve a vuestros propósitos, bienvenida sea.
Todos callaron ante estas palabras, supieron que nunca volverían a conocer a alguien tan valiente.
La historia continuará si es vuestro deseo, que Inna os proteja y os guie.
EL BÁRBARO
Ben, el Hijo del Lobo, como le conocían sus hermanos bárbaros en la lejana y antigua Harrogath, había sido un guerrero terrible, recordado tanto por su brutalidad y destreza en la batalla como por su gran corazón y audacia. Había formado parte de la guardia personal de varios reyes que le reclamaban porque se sentían protegidos y, a la vez, bien asesorados. Su experiencia se remontaba a los primeros tiempos de la confrontación entre los Altos Cielos y los Infiernos Abrasadores y ya no podía recordar cuánta gente había caído bajo las hojas de sus espadas gemelas; Furia y Sangre de Bul-Kathos.
La larga melena y barba canosas ocultaban las arrugas y viejas cicatrices que surcaban su rostro como un mapa. Su enorme cuerpo reflejaba con viejas heridas en cada músculo la historia de las batallas de Santuario y cada una de ellas dolía casi como el primer día.
Ben estaba cansado, muy cansado, viejo y enfermo. Algo en sus entrañas le decía que no le quedaba mucho tiempo y, sin embargo, había tanto por hacer… su fuego interno, aquel que le daba su fuerza sobrenatural aún brillaba y calentaba su enorme corazón, como esperando que terminasen de apagarlo.
Aún no había llegado su hora.
Ben cada vez hablaba menos y pensaba más, sentía que eran tiempos de meditar sobre todo lo acontecido, lo que había hecho y tal vez, saldar cuentas por todos sus pecados, que no eran pocos.
Observaba al resto del grupo, como poco a poco habían formado una especie de hermandad, casi como una familia y le recordaba sus tiempos jóvenes en Harrogath, con su esposa y sus hijos, como jugaba con ellos, paseaba con su mujer, el calor y el aroma de la piel de su bella esposa, cultivando la cosecha. Recordaba también las largas jornadas de trabajo en el campo, arando, recolectando, cargando sacos de cereal. Aquella rutina había ido moldeando y preparando su cuerpo para lo que se avecinaba, su entrenamiento como Guardia de las Puertas de la ciudad para, después, convertirse en explorador y conquistar nuevos pastos para su pueblo.
Se acercaba el invierno en Harrogath y cada vez había menos cosecha, el cereal no crecía, el ganado moría por falta de comida. Había llegado el momento de salir al exterior y anexar nuevos territorios que asegurasen la supervivencia de su pueblo. El día de solsticio de invierno, el Anciano de la Ciudad convocó asamblea popular para decidir cómo y cuándo comenzaría el viaje al exterior.
-Hijos e Hijas de Harrogath, nuestro pueblo se muere, la pobredumbre y la sequía campan a sus anchas por estas montañas, ya no hay sitio para nosotros aquí. Si queremos sobrevivir tendremos que afilar nuestras hachas y espadas y prepararnos para pelear por nuestro sustento ahí fuera. –Dijo Raenwill, el Anciano. – He conversado con el Consejo de Ancianos y con los espíritus de los bárbaros ancestrales y están impacientes porque peleemos como los guerreros que siempre hemos sido ¿Estáis conmigo?
-¡Hasta el final! AAuuuH! – gritaron todos al unísono. Aquel aullido resonó en la montaña durante buena parte de la noche.
Ben era huérfano, fue abandonado en el bosque cuando era un bebé y fue encontrado por una loba que lo amamantó durante meses y lo trató como si fuera uno de sus cachorros, tal vez intuyendo que era especial, que estaba predestinado a proteger aquel mundo y lo que ella conocía.
Cuando tenía como 2 años de edad, le encontraron jugueteando con los lobeznos que crecieron junto a él. Quienes le vieron por primera vez no pudieron dejar de asombrarse por la naturalidad con la que se desenvolvía junto a la manada y sobre todo, por su mirada, aquellos ojos brillantes y ardientes, como los de un lobo.
El Hijo del Lobo, le apodaron. Y, desde entonces, era como su segundo nombre. Lo que no sabían era lo especial que era Ben. Había nacido con un don que no tenían sus congéneres, aquel fulgor en sus ojos ocultaba un fuego interior que le proporcionaba una fuerza capaz de mover lo inamovible, fruto de la unión entre ángeles y demonios. Era un nephalem, y eso significaba estar destinado a proteger al mundo conocido.
El día que Ben salió con sus compañeros del poblado estaba pletórico, sentía que por fin estaban haciendo lo propio del pueblo bárbaro, guerrear, conquistar, hacer el mundo suyo. Lo que Ben no sabía era que aquella salida era una estratagema del Anciano para entregar el poblado a Baal, el Señor de la Destrucción, con la esperanza de sobrevivir él mismo y obtener parte del botín de guerra.
Pasaron meses hasta que volvieron a Harrogath, habían recolectado y cazado y conquistado algún poblado cercano, dejando a algunos para que se asentaran y establecieran la semilla de un nuevo pueblo bárbaro. A su regreso todo estaba destruido y su esposa e hijos asesinados. No le quedaba nada, su pueblo había sido masacrado. No fueron pocos los ladrones, demonios y criminales que sintieron la furia de Ben, el bárbaro Hijo del Lobo como pago por la extinción de su pueblo.
Ahora la larga guerra contra los Infiernos Abrasadores había concluido. Ben sentía que las cuentas de su larga vida estaban saldadas y tenía ganas de que todo acabara.
Pero sentía que sus brazos seguían fuertes como antaño, aquellas manos que habían aplastado cráneos como fruta madura estaban doloridas pero todavía podían dar guerra. Su fuego interno aún estaba vivo, los Antiguos Ancianos no le permitirían morir tranquilo, oía que le reclamaban una última batalla.
La historia continuará, si así lo queréis. Que Inna os proteja y os guíe.
LA CAZADORA DE DEMONIOS
“Yo no apunto con mis ojos, quien apunta con sus ojos ha olvidado el rostro de sus padres; yo apunto con la mente. Yo no disparo con mi arma, quien dispara con su arma ha olvidado el rostro de sus padres; yo disparo con el corazón”.
Este rezo constituía la base del proceder y parte de la ceremonia con la que comenzaban una batalla la Hermandad de la Sombra, una especie de ejército de guerrilla formado por cazadores de demonios, como se les conocía a los misteriosos guerreros que peleaban desde la distancia y cuya habilidad para hacerse invisibles a sus enemigos, junto a su extraordinaria agilidad y facilidad para matar les convertía en una auténtica pesadilla de los criminales y todos aquellos que estaban del lado de los Infiernos Abrasadores.
Meredith había formado parte de la Hermandad de la Sombra y tenía claro que jamás olvidaría el rostro de sus padres.
Durante el transcurso de la noche, mientras el grupo dormía al calor de la hoguera que a la vez les servía de protección disuasoria, Meredith permanecía despierta con todos sus sentidos agudizados alerta. No necesitaba dormir, había aprendido las técnicas secretas para hacer que su cerebro y su cuerpo descansaran mientras permanecían activos. Oía claramente el susurro de la brisa nocturna a lo lejos, el extraño sonido de criaturas arrastrándose por el suelo, los insectos, la respiración de sus compañeros que dormían… Los sonidos, los sabores y los olores le daban tanta información que podría apañárselas perfectamente sin ayuda aunque estuviera ciega.
Pero Meredith no estaba ciega, de hecho su visión era, de lejos, la mejor del grupo y, posiblemente tenía la mejor vista de todo el reino de Santuario. Podía discernir si alguien o algo se acercaba tan sólo con percibir un ligero cambio en la dirección del viento. La forma en que las nubes se desplazaban en el firmamento, la dirección que tomaban las aves mientras volaban le decían lo que necesitaba saber. Había aprendido a ver donde otros no podían. La oscuridad y la distancia eran sus aliados, aunque cuerpo a cuerpo era tan letal como una cobra acorralada.
Esa noche el recuerdo del rostro de sus padres era especialmente intenso. El fin de la larga guerra contra los Infiernos Abrasadores había traído calma a su atormentada alma por primera vez en años, lo que traía dolorosas imágenes a su cabeza de lo que había pasado hasta entonces y porqué estaba ahí, en ese momento junto a aquella gente que se había convertido en lo más parecido a una familia que tendría desde entonces.
Recordaba las lágrimas de su madre ocultándola con su cuerpo y la expresión de rabia de su padre mientras peleaba por sus vidas contra los demonios que invadieron su hogar. No cogieron nada, no querían dinero, ni comida, sólo la buscaban a ella, la nephalem cuya existencia incomodaba al Diablo, el Señor del Terror, hasta el punto de enviar a buscarla hasta los confines de la Tierra.
Nunca se lo dijeron, pero ella sabía que los padres con los que se crió no eran sus verdaderos padres. Meredith era hija de ángeles y demonios, siempre lo supo de algún modo en lo más profundo de su ser. Pero que el cariño que sentía por quienes la habían educado y protegido durante su infancia era tal que su pérdida la transformó para siempre.
La encontraron sola, acurrucada bajo los escombros de la vivienda que había compartido con su familia terrenal durante los 10 primeros años de su vida. Ahí estaba, llorando de miedo y de pena cuando Elonora, la Matriarca de los Cazadores la vio, o mejor dicho, la percibió, porque Elonora, la mejor Cazadora y una de las mejores asesinas que había conocido el mundo antiguo, era ciega.
-Hola pequeña, tranquila, ya no tienes nada que temer. Están todos muertos. – le dijo.
Meredith no podía articular palabra, ni siquiera de agradecimiento. El terror la envolvía, ¿qué sería de ella a partir de entonces? ¿Dónde estaban sus padres? Los Cazadores la envolvieron con una capa ligera pero sorprendentemente caliente, la ensillaron en un caballo y la condujeron a su cuartel general.
La Guarida del Cazador, como se llamaba el centro neurálgico de los cazadores de demonios, era una construcción subterránea escavada en la roca, perfectamente mimetizada con la vegetación circundante. Unos sencillos abetos flanqueaban la entrada a una abertura en el suelo que daba a unas larguísimas escaleras que conducían a una vasta extensión que se asemejaba a los paisajes de poblados elfos de los que había oído historias de pequeña.
La llevaron a una especie de vasta habitación habilitada con camas y enseres con los que establecerse. –Vivirás con tus compañeros, pequeña, tu nueva familia. – Le dijo la matriarca.- Acomódate, descansa un rato y cuando te sientas preparada, ven a buscarme.
No necesitó decirle dónde estaba, una vez hubo descansado y dormido un rato. Meredith se levantó y buscó a Elonora, preguntó dónde podría encontrarla. Uno de los cazadores mayores le contestó:
-No preguntes, observa, escucha, huele su perfume, sigue tu instinto.
La niña no supo qué decir ante esa respuesta tan extraña, pero hizo lo que le indicaron. Buscó y siguió buscando infructuosamente hasta que, repentinamente, noto una mano que acariciaba su hombro.
Era como si hubiera aparecido de la nada, resultaba sorprendente e inquietante. La belleza de Elonora era sobrecogedora, su rostro pálido y fino como el de una elfa miraba a la nada pero Meredith notaba como si la estuviera traspasando con su mirada.
-Aprenderás niña, lo sé. Eres especial, muy especial y llegarás a ser una espléndida cazadora. Percibo el odio que empieza a germinar en tu alma, no dejes que te domine… Mañana comenzarás tu adiestramiento y conocerás a Namor, el Patriarca.
El día siguiente comenzó con un aullido, los aullidos de lobos guardianes de la Guarida del Cazador se encargaban de indicar el comienzo de una dura rutina militar que incluía el adiestramiento tanto físico como mental de los jóvenes cazadores. Una vida espartana que los transformaba en unos guerreros muy eficaces.
-Has dejado de ser la presa, joven cazadora, ahora ellos son tu presa y tú, su verdugo. – Le dijo Namor.- Ahora coge tu arco y tus cuchillos y prepárate para lo que te espera…
Continuará…
Que Inna os guarde de todo mal.
EL MÉDICO BRUJO
Cuando Simba nació, en medio de la selva de Uatana, la chamán de la Tribu del Rio Negro encargada de ayudar a la parturienta supo desde el mismo instante que lo vio que el niño era de otro mundo, sus ojos de un azul claro intenso contrastaban de manera inquietante con su piel marrón como el chocolate, los ojos claros en un miembro de la tribu indicaban que podía ver más allá que el resto de la gente. Era una señal de su conexión con la Tierra Informe, donde habitaban las almas de los antepasados.
Simba fue entrenado y aleccionado desde niño para comunicarse con el otro mundo y estar en perfecta comunión con la Madre Naturaleza, le hicieron saber que su misión mientras estuviera en el mundo terrenal era servir de mensajero de los dioses y los ancestros, una tarea esencial para la supervivencia y la prosperidad de las tribus de la selva.
Cada año las distintas tribus organizaban juegos de competición para determinar quienes serían los depositarios del Tótem Nuaregh, una estatuilla muy antigua que tenía la propiedad de abrir portales al otro lado y que proporcionaba el conocimiento y la autoridad para impartir justicia y ley durante ese año. Y ese año la tribu de Simba fue la vencedora.
A Simba se le encargó la tarea de custodiar el tótem y protegerlo con su vida. Se prometió a si mismo que no decepcionaría a los ancianos. Aunque fuera lo último que hiciera, conservaría la estatuilla y haría honor a sus antepasados interpretando la voluntad de los espíritus de la forma más honesta que pudiera hasta que le tocara pasar el testigo.
Y los espíritus hablaron.
Le dijeron que era su destino vencer a los Infiernos Abrasadores y convencer a la Señora Muerte de que tuviera piedad para no llevarse antes de tiempo a aquellos que se habían ganado su vida honradamente. Para ello le otorgaron la facultad de traer de vuelta a los muertos y convocar a los entes del purgatorio para que lucharan a su lado.
-Los del otro lado me han hablado, debo partir hacia Santuario y ayudar a parar el mal que se extiende por este mundo.- Le dijo a su esposa Niobe, que le miraba con creciente preocupación.
-No soportaría perderte esposo mío, dime que tu destino es volver. No me gusta la expresión que veo en tu rostro… - Le dijo su joven esposa. Aún no habían tenido vástagos y tenía la sensación de que no volvería a verle.
-Volverás a verme, luz de mi vida, a través de nuestros hijos. – Limpió las lágrimas que empezaban a correr por la mejilla de Niobe y, antes de que pudiera decir nada más, la desvistió con delicadeza, la recostó en su lecho de telas y le hizo el amor…
Durante su camino Simba aprendió a convivir y comprender a las criaturas del inframundo y no con pocos esfuerzos, consiguió convencerlos de que lucharan a su lado. Probablemente no estaría aquí si no fuera por Kazor, un gigante no muerto horripilante traído de las profundidades de la tierra para librar sus batallas y que le salvó de la muerte segura en más de una ocasión. Los no-muertos hablaban a Simba al oído diciéndole que permanecerían a su lado… mientras fuera el portador del Tótem Nuaregh.
Susurros y maleficios en la noche, espíritus malévolos esperaban la oportunidad de adueñarse del tótem. Un ruido en la oscuridad cerca del grupo de aventureros despertó la atención del gigante y de la cazadora.
Un siseo acompañado de un sorbo de saliva delataba la respiración de un zombi que se acercaba a lo lejos y que se dirigía hacia Simba. El gigante Kazor giró hacia el sonido y corrió velozmente hacia la criatura para destrozarla con sus garras pero para cuando llegó hasta ella el zombi ya había caído traspasado por una flecha en el cráneo.
-Eso lo detendrá por ahora. – Dijo Meredith. -Llévatelo lejos y tíralo a algún acantilado o volverá. – Dijo a la criatura sin muchas esperanzas de que le hiciera caso.
Pero lo hizo. El monstruo rugió y asintió mientras recogía al zombie y se lo llevaba.
“Alucinante” –pensó en alto Meredith. – ¿Ahora resulta que tengo influencia sobre las criaturas del más allá? Me sorprendo a mí misma.”
Simba sonreía tendido en el suelo mientras escuchaba estas palabras e indicaba con su mente a Kazor que destrozara a la criatura y después esparciera los restos. Siguió fingiendo que dormía. Descansaba tranquilo aquella noche junto al fuego, sabía que estaba bien protegido. Había convocado del más allá a su gigante no-muerto para que vigilara su espalda y además estaba la cazadora, Meredith, la dama letal que nunca dormía, y soñó, como debía hacerlo cada noche. En sus sueños los antiguos ancestros le dijeron que la guerra no había acabado. Las fuerzas del mal seguían intentando traspasar los límites de sus reinos y dominar toda la creación, no debía bajar la guardia.
La aventura continua…
Que Inna os guarde de todo mal.
LA MAGA
Su sed de conocimiento y de saber era insaciable.
Zhora, había partido de su Meijing natal hacía un par de años harta de las cadenas intelectuales a las que se había visto sometida desde que era niña. Siempre sintió curiosidad por cómo funcionaban todas las cosas; el porqué las aves podían sostenerse por sí solas en el cielo sin caer; porqué el agua, un material tan delicado, podía abrirse paso a través de la más dura de las rocas o porqué el aire, otra sustancia tan nimia que no podíamos oler ni ver ni tocar, podía transformarse en una de las fuerzas más poderosas de la Tierra, capaz de devastar poblaciones y bosques enteros y moldear montañas…
Zhora siempre preguntaba a sus padres sobre todas estas cuestiones y las respuestas no le satisfacían ¿Voluntad de los dioses? ¿Simple capricho de los ancestros? Tenía que haber una razón más importante por la que sucedían las cosas que sucedían. Cuando cumplió 12 años de edad fue entregada como sirvienta a una casa perteneciente a un comerciante bibliotecario llamado Valthek, también conocido por ser consejero supremo de los Vizjerei.
Vivió con el anciano durante unos 8 años antes de abandonarle sin despedirse. Los dos primeros sólo pudo observar y escuchar mientras hacía recados y limpiaba hasta que una noche se presentó en su despacho:
-Maestro, sé que no soy digna pero lo he visto, he visto lo que hacéis para ayudar a quien quiere aprender y la curiosidad me está carcomiendo por dentro. –Así lo soltó, de golpe, de una vez, esperando que el viejo le escuchara y se apiadara de ella.
-Dime niña, ¿en qué crees que puedo yo ayudarte?- le dijo Valthek.
-Sé que sois maestro de hechiceros y un mago muy poderoso. También sé que ya no tenéis alumnos y me preocupa que vuestro conocimiento se pierda en el olvido. Quisiera ser depositaria de ese conocimiento y …
-¿Quién te ha dicho que soy mago?- le interrumpió Valthek. - ¡Habla, rápido!
-Nadie, Maestro, simplemente lo sé.- Contestó Zhora, era la verdad.
El anciano la observó en silencio durante un largo rato, se acercó, cogió sus manos y las estudió con detalle, después su larga cabellera negra, por último se fijó en sus ojos verdes almendrados los cuales escudriñó atentamente hasta que al fin dijo:
-¿De dónde vienes, Zhora?
-De Meijing, Maestro. En el Sureste.
-Háblame de ti.- Le dijo el anciano.
Zhora, le contó cómo a los 11 años se escapó de su hogar en busca de conocimiento, de cómo estuvo mendigando por las calles, pidiendo oro que se gastaba en algo de alimento y libros que llevaba con ella a todas partes, de cómo había ido a parar a servir a una posada cuya dueña la vendió por un puñado de oro a él, Valthek, y de los sueños que tenía cada noche, durante los cuales se enfrentaba a los Infiernos Abrasadores y a Diablo utilizando las fuerzas de la Naturaleza de su parte.
-Dime, ¿cómo vences en tus sueños a las fuerzas del mal? Preguntó Valthek, cada vez más interesado por momentos en aquella muchacha en apariencia frágil y corriente.
-No lo tengo claro, pero sé que llamaba al rayo, al viento y me respondían. Recuerdo que cuando deseaba que todo a mi alrededor se detuviera así ocurría…
Valthek permaneció otro largo rato en silencio mientras seguía observándola atentamente. Zhora empezó a preguntarse con qué intenciones, ya que la expresión del rostro del anciano era estoica, sin emoción.
-Los Signos Arcanos te acompañan.- Dijo finalmente.
-¿Qué queréis decir con eso? Preguntó Zhora, sin saber muy bien cómo entender esa respuesta.
-Quiero decir que las energías que dominan la Creación están de tu parte, te obedecen. Te enseñaré a leer los Signos y a interpretarlos para conseguir el conocimiento y el poder para cambiar las cosas que tanto ansías. Es eso lo que quieres ¿verdad?
Claro que era eso lo que quería.
-Pero antes debes jurar por tu vida aquí y ahora que no utilizarás ese conocimiento en beneficio propio y no intentarás influir en el desarrollo de los acontecimientos que presencies.
La chica no sabía cómo reaccionar ante aquella exigencia. Tenía buen corazón, no pretendía enriquecerse. Lo que quería era comprender el mundo, ayudar a los necesitados y erradicar las injusticias, que eran muchas.
-Júralo, o no te instruiré y abandonarás de inmediato mi casa.- dijo Valthek.
Ante aquello la muchacha no tuvo más remedio que aceptar la exigencia del anciano. Éste le indicó que se sentara en el suelo junto a él y cerrara los ojos, tras lo cual empezó a recitar un antiguo rezo para preparar la mente de la alumna.
-Hoy, Zhora, futura hechicera, empiezas a comprender. Observa a tu alrededor.
Lentamente, Zhora abrió los ojos y se dio cuenta de que podía ver cosas que antes no podía. Extraños signos con formas arcaicas semejantes a estrellas y lunas se formaban y entrelazaban como cristales de hielo a su alrededor. Alargó la mano y los signos se unían alrededor de su brazo, extendía éste y los signos se dirigían hacia donde apuntaba la mano. Si se asustaba, se alejaban, cuando quería volver a verlos volvían a ella. Todo en torno a ella parecía responder a sus deseos ¿pero cómo?
-Los Signos Arcanos, niña, eso es lo que estás viendo y son lo que rige el comportamiento de todas las cosas. Tienen una secuencia lógica que te enseñaré a leer para que conozcas los mandamientos que los ordenan y una vez lo consigas los objetos y los elementos harán lo que tú digas…
La emoción embargaba a Zhora. Era increíble, el universo en sus manos. ¿Cómo podía mantenerse al margen de lo que ocurriera fuera?
Continuará…
Que Inna os guarde de todo mal.
LA MONJE
“El equilibrio lo es todo. El poder sin control no sirve de nada”
Shiel, Maestro de Monjes.
Lydia nació en una humilde aldea cerca de Ivghorod, desde muy joven sus amigos y familiares supieron que no era como los demás. Detrás de su encantadora sonrisa, su voz dulce y aterciopelada y sus grandes ojos azules había un alma bondadosa pero implacable y tenía una sorprendente facilidad para defenderse.
En una ocasión, cuando todavía era una niña su padre le encargó la tarea de acompañar a un anciano impedido a través del Bosque Oscuro hasta la casa del hermitaño curandero que atendía a los enfermos del poblado, esperarle y traerle de vuelta. Aunque era muy joven, su padre sabía que dejaba al anciano en buenas manos.
Apenas se internaron en el bosque cuando la noche cerrada se hizo de repente. El anciano seguía su camino en silencio y aparentemente despreocupado pero Lydia sentía que algo no iba bien. Mantuvo su oído alerta y estuvo atenta a los movimientos que percibía en la oscuridad lejana como le había enseñado su padre.
Inmediatamente se vieron rodeados por un grupo de vagabundos que detuvieron el caballo y obligaron al anciano a bajar.
-Gratas noches y largos días, preciosa.- Le dijo el cabecilla.- Apiádate de unos hambrientos desesperados y comparte algo de tu alforja. Los dioses te lo agradecerán eternamente.
-Tenemos muy poco, apenas para nosotros, pero veré que puedo daros Mi Señor. – Contestó la niña. El miedo y la tensión empezaban a serpentear por su estómago. Cuando alargó la mano con un trozo de fruta para entregárselo al vagabundo, éste agarró su mano y sin soltarla dijo:
-Un trozo de fruta no es suficiente para aplacar nuestra hambre, bonita. Tendrás que saciarnos con otra cosa. – Y sonrió dejando caer saliva por la boca mientras mostraba sus dientes putrefactos.
El vagabundo tiró a Lydia del caballo, se abalanzó sobre ella y comenzó a besuquearla y romperle la ropa.
La niña, sin dudarlo golpeó la entrepierna del hombre, le propinó un puñetazo en la nariz e inmediatamente se apartó de él, poniéndose en guardia. Cuando un segundo vagabundo intentó agarrarla por detrás, ella le volteó y lo lanzó al suelo.
El anciano sonrió con satisfacción cuando vio esta escena. “Sí, tiene lo que hace falta”.-Pensó. Alzó su mano e inmediatamente los vagabundos quedaron congelados y muertos.
-Tu padre me dijo que estaría bien protegido y no se equivocaba. Tienes valor y templanza, Lydia.
-Gracias Mi señor. Creo que los dioses les han castigado.
-Los dioses no han tenido nada que ver. He sido yo. Me llamo Valthek, Consejero Supremo de los Vizjerei y maestro de magos. Voy a presentarte a alguien muy especial, vivirás con ella durante un tiempo y después vendrás a mí. Es el deseo de tu padre.- Y le mostró un documento firmado por su padre mediante el cual cedía su custodia a aquel anciano desconocido.
La niña no sabía cómo reaccionar, estaba conmocionada. La habían abandonado a las manos de un viejo desconocido cuyas intenciones desconocía. Rompió a llorar amargamente.
-Lo que ahora ves como un castigo, pronto lo verás como una bendición. No sabes lo especial y lo importante que eres, pero yo te lo mostraré. Ven, quiero que conozcas a ese alguien.
Por fin llegaron a su destino, que resultó ser una sencilla choza rodeada de vegetación. El sol había vuelto a salir de repente. En su interior aguardaba sentada una dama muy hermosa vestida de negro que la miraba fijamente en silencio.
-¿Ésta es la nephalem? No parece gran cosa. – dijo la dama.
-Confía en mí. Es la indicada para el trabajo.- dijo el anciano.
La dama de negro la ensilló en su caballo y se la llevó a un campamento secreto.
-Lydia, ahora estás muerta. Volverás a nacer con otro nombre, y ese nombre será Raven.- le dijo.- Vas a vivir con tu verdadera familia, porque ése es tu destino.
En aquel campamento secreto, Raven empezó a cultivar su cuerpo y su mente para la muerte.
El campamento estaba formado por mercenarios contratados por los Vizjerei, quienes habían advertido del peligro que constituían aquellos aprendices de hechicero que no controlaban sus ansias de poder; sabían que el poder de la magia desatado podría quebrar los tejidos de la Creación y destruir todo lo conocido.
Así que formaron a unos guerreros especializados en matar a quien utilizara magia. Les estaba terminantemente prohibido aprenderla para asegurarse de que no se corrompieran por la tentación del poder. Tan sólo podían servirse de ella a través de armas encantadas, así que se tuvieron que concentrar en afinar su cuerpo y su mente utilizando técnicas de control mental y todos los estilos de artes marciales y modos de lucha antiguos. Les llamaron La Orden de los Asesinos.
Raven era una de las mejores en su trabajo, por lo que le fue encomendada una de las misiones más peligrosas y difíciles: matar a Li-Ming, la alumna preferida de Isendra y Valthek y las más querida.
Lo preparó todo meticulosamente. Estudió su rutina, sus costumbres, todas las técnicas de magia que utilizaba y la observó…
La noche que Li-Ming descubrió a su maestra muerta, Raven observaba desde la oscuridad a su lado, sin que la inocente aprendiz de maga sospechara nada. Cuando se disponía a clavar una de sus garras en la espalda de aquella oyó una voz de niño tras de sí:
-¡Oh, no! ¡Isendra, no!
Un chico de no más de 6 o 7 años de edad se dirigió corriendo hacia el cadáver de la maestra llorando desconsoladamente.
-¡No te vayas! ¡Por favor!
Li-Ming se acercó al chico, se presentó, le indujo un hechizo relajante y a continuación le contó su propia historia e instó al chico a que hiciera lo mismo.
-Éste no es lugar para ti, chico. ¿Dónde están tus padres?
-Cayeron bajo las hordas abrasadoras.- Contestó el niño entre sollozos.- Isendra me recogió de las calles y me ha cuidado como si fuera mi madre. Era todo lo que tenía. – El chico no tenía consuelo posible.
Li-Ming le prometió que cuidaría de él hasta que encontrara otra solución, le abrazó con la esperanza de aplacar en algo su dolor.
Todo se había complicado. El objetivo de Raven la Asesina estaba demasiado cerca de un elemento inocente, pero la misión era lo primero. Si no cumplía con la misión no cumpliría con ninguna otra, y su recuerdo sería borrado de las mentes de sus seres queridos. Sería como si nunca hubiera existido. Sin mediar palabra, se abalanzó sobre Li-Ming y el niño.
Ni siquiera pudieron reaccionar. No tuvieron tiempo. La rapidez de movimientos de la asesina era tal que era imperceptible a los ojos de cualquiera. La maga y el niño sólo pudieron sentir la oscuridad cerniéndose sobre ellos antes de caer al suelo, inertes con sus corazones atravesados por las cuchillas de la mercenaria.
Pero entonces sucedió algo que no estaba previsto.
Raven observó a los dos cadáveres, especialmente el del niño. Vio su inocencia, su vida, lo que podría haber sido, unas esperanzas y un futuro destruidos por sus manos. Y se dio cuenta de que lo que había hecho no ayudaba en nada ni a los que le habían contratado, ni al mundo de Santuario. Simplemente había cometido un acto horrible que ya no tenía arreglo.
Observó el rostro de la inocencia muerto. Y, por primera vez, notó como una intensa pena comenzaba a crecer desde lo profundo de su alma y ésta empezaba a quebrarse. Tal era su arrepentimiento, que ahí mismo se despojó de sus armas y su atuendo y, con tan sólo unos pobres harapos, comenzó a andar buscando el templo de Ivghorod, aquel tan cercano a su hogar. Ahora era ella la que no encontraba consuelo.
Varios días de escalada le llevó llegar hasta la puerta del templo. No encontró a nadie quela recibiera. Por un momento pensó que podía estar abandonado, hasta que, al fondo de una sala, encontró sentado de espaldas a ella un hombre vestido con toga cuya cabellera rasurada resplandecía en el sol de la mañana.
Advirtió el color de su barba blanca, por lo que supuso que era un anciano; pero la musculatura de sus hombros y espalda delataban que no era un anciano corriente.
-Entra, te estaba esperando.- le dijo el anciano sin volverse.
Raven no sabía cómo reaccionar ante aquello pero hizo lo que le indicó aquel hombre extraño que a la vez le resultaba familiar.
-¿Qué buscas aquí?- le preguntó el hombre todavía de espaldas y sin mover ni un dedo.
-No tengo dónde ir.- Le contestó ella. –He traicionado a los míos y necesito un sitio donde esconderme hasta que la situación se calme. Si fueran tan amables de acogerme, estaría dispuesta a trabajar para ustedes.
-Has perdido tu camino, discípula. Pero aquí lo encontrarás, si es lo que quieres. No quiero que trabajes para mí. Lo que quiero es que trabajes para el mundo. ¿Entiendes lo que significa el sacrificio?
-Creo que sí. Quiero…quisiera poder limpiar mi conciencia, maestro.
-Has dado el primer paso, ahora la cuestión es si te desviarás de tu meta. Mi nombre es Shael, el Maestro de Monjes. Mientras permanezcas bajo mi custodia puedes llamarme Maestro, si es tu deseo.
-Gracias Maestro, mi nombre es…
-Raven ¿O debería llamarte Lydia? - Le contestó el anciano, ante la estupefacción de nuestra protagonista.
Los siguientes 7 años fueron de reclusión y entrenamiento. Raven purificó y fortaleció su cuerpo mucho más que antes así como su alma. Creía que era una experta luchadora, pero descubrió que no tenía ni idea.
Se internó en los caminos del Kung-Fu hasta que los dominó todos y pudo darse cuenta de lo ignorante que era.
Y el día llegó. Shael, su maestro le dijo que meditara y consultara a los dioses lo que debía hacer a continuación, porque algo grande iba a suceder y ellos, los monjes de Ivghorod, debían vigilar que los acontecimientos no alteraran el Equilibrio.
Raven, se despidió de su maestro con la sensación de que volvería a verlo y comenzó su andadura...